ISRAEL
VocTEO
 

Israel, con el probable significado de «que Dios se muestre fuerte», es el nombre que dio a Jacob el personaje misterioso con el que luchó, según la narración de Gn 32,23-33. Aludiría por tanto a la fuerza demostrada por el patriarca en su lucha contra aquel ser superior y las fuerzas que representaba. El pueblo de sus descendientes, o sea el pueblo judío, es llamado también pueblo israelita, «los hijos de Israel». La historia de Israel es de interés fundamental e ineludible para la fe cristiana. En este sentido el concilio Vaticano II ha escrito: "Al investigar el misterio de la Iglesia este sagrado concilio recuerda el vínculo que une espiritualmente al pueblo del Nuevo Testamento con la raza de Abrahán. La Iglesia de Cristo reconoce que, conforme al misterio salvífico de Dios, ya en los patriarcas, en Moisés y en los profetas se encuentran los comienzos de su fe y de su elección. Afirma que todos los crisñanos, hijos de Abrahán según la fe, están incluidos en la vocación del mismo patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud» (NA 4). Las proposiciones que acabamos de citar pertenecen a un texto que marca un paso real en las relaciones de la Iglesia con el judaísmo y del que Juan Pablo II ha dicho: "El giro decisivo en las relaciones de la Iglesia católica con el judaísmo y con cada uno de los judíos se dio con este párrafo tan breve y lapidario» Hoy la Iglesia se esfuerza en destacar cada vez más el significado eclesiológico de Israel. A la luz de Rom 1 1,1521 se recuerda que Israel y la Iglesia no están frente a frente como dos realidades independientes. Se dirá más bien que la «Iglesia de los gentiles» está injertada en el trono de la raíz de Israel.

La metáfora paulina sugiere una relación que, en la historia de la salvación, une las dos realidades. La tesis de la « sustitución » según la cual la 1glesia habría reemplazado a Israel tras su eliminación, cede el paso a la tesis paulina del «injerto», según la cual el antiguo «olivo» con su raíz lleva la Iglesia.

El diálogo cristiano-judío ha producido ya, aunque en formas bastante abiertas e imprevisibles, una «teología cristiana del judaísmo» (Ch. Thoma). También el Magisterio de la Iglesia católica ha ofrecido indicaciones muy válidas tanto para el diálogo interreligioso como para la catequesis. El supuesto fundamental ya adquirido es que la historia de Israel no concluye precisamente en el ario 70 d.C. Al contrario, Israel permanece como un hecho histórico y como un signo que hay que interpretar en el plan de Dios. La singularidad de las relaciones vigentes entre el cristianismo y el judaísmo compromete a la Iglesia a reconocer el gran patrimonio común a ambos y en particular a subrayar las relaciones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, en el contexto de la unicidad de la revelación bíblica, así como las raíces de la Iglesia en Israel.

Todo esto no significará nunca para un cristiano, y con él para la Iglesia, disminuir su propia identidad y la de su interlocutor en el diálogo religioso. De aquí la importancia de que la enseñanza católica sobre el judaísmo sea siempre precisa, exacta y J rigurosa: y al mismo tiempo, que permanezca siempre conforme con la verdad del Evangelio y del Espíritu de Cristo.

Entre los pioneros de una reconsideración teológica de Israel hay que citar a J Maritain. Ya en 1937 hablaba de un impossible antisémitismo y de una "cuestión judía» que es, en primer lugar, un misterio de orden teológico, de la misma naturaleza que el misterio del mundo y el misterio de la Iglesia. Esto significa reconocer con san Pablo que la vocación de Israel y su misión en el mundo prosiguen incluso después de su negativa a adherirse, en su mayor parte, al Señor Jesús. Más aún, considerando la relación de Israel con el mundo y de la Iglesia misma con el mundo, Maritain hablaba de una «analogía invertida con la Iglesia», como único hilo conductor para comprender el misterio de Israel. El concilio Vaticano II recuerda el gran patrimonio espiritual común que justifica el diálogo entre cristianos y judíos; después de haber citado Rom 9 4-5 ariade: "(La Iglesia) recuerda también que los apóstoles, fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchos de aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo» En el mismo Decreto Nostra aetate, el concilio afirma que todo lo que se cometió durante la pasión de Jesús «no puede ser imputado indistintamente ni a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy» y que, "si bien la Iglesia es el pueblo dé Dios, no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos». Por eso la Iglesia deplora y condena el antisemitismo.

M Semeraro

Bibl.: G. Richter Israel, en CFT 11, 398414; F, Mussner, Tratado sobre los judíos, Sígueme, Salamanca 1983; M, Frank, La esencia de Israel. DDB. Bilbao 1990; H. KUng. El judaismo. Pasado, presente, futuro, Trotta, Madrid 1993,