INMORTALIDAD
VocTEO
 

La inmortalidad es la posesión de la vida en su más alto poder, exclusión de la finitud del ser, el no poder sufrir la muerte. En las antiguas culturas es ésa la prerrogativa de la divinidad; para los seres creados sólo existe la muerte. Pero inmortalidad es también la búsqueda afanosa del hombre del modo de pasar indemne por encima de la muerte. Entendida de esta manera, la inmortalidad se atribuye al alma humana, que sigue existiendo, una vez privada de la corporeidad. La filosofía, desde el orfismo y luego plenamente con Platón, recoge el tema de la inmortalidad del alma humana, considerando la mortalidad del cuerpo debida precisamente a su separación del alma inmortal. El hombre es identificado formalmente por su alma, en desprecio del cuerpo, en cuanto que preexiste a su forma terrena y está destinada a existir incluso después de la experiencia terrena. Pero no se dice nada del estado del alma después de la muerte. Estas ideas. cambiarán substancialmente en el hilemorfismo aristotélico, que establece unos vínculos profundos entre la espiritualidad y la corporalidad del hombre, aun afirmando una primacía del alma, que es la única que posee la inmortalidad. En la Biblia no existe el problema de la inmortalidad del alma humana. Mucho menos se puede atribuir a la antropología bíblica, substancialmente unitaria, el término «alma» con una segura referencia dualista. Al contrario, en la Escritura es central la unidad del hombre y, por tanto, en el plano escatológico, la idea de la resurrección del hombre corporal, para entrar en la inmortalidad. Pero parece ser que la forma umbrátil de la supervivencia del hombre en el reino de los muertos, el Sheol bíblico, estado desolador de las sombras (rephaim) puede tematizarse de alguna manera. Esta supervivencia, muy próxima a la nada o al regreso al polvo, que nunca se desarrolló en la Biblia por su temor intrínseco al culto de los muertos y a un cierto falseamiento de la fe en el Dios vivo Yahveh, puede ser, no tanto una remota preparación del tema de la inmortalidad del alma, sino más bien el primer escalón del desarrollo intrabíblico que llevará a la afirmación de la resurrección como acto escatológico, con el cual restablecerá Dios la unidad antropológica comprometida por la muerte. Antes de la tematización ya tardía de Sab 2-3, que habla expresamente de la inmortalidad del alma como de una gracia concedida por Dios a los hombres piadosos. y antes de las afirmaciones neotestamentarias, habría por tanto en el Antiguo Testamento una referencia mínima a la idea de supervivencia del hombre después de la muerte.

La época patrística sufrirá la influencia de la doctrina platónica sobre la inmortalidad; los Padres lograrán conciliarla con el tema bíblico de la resurrección para ofrecer un horizonte integral de la existencia sobrenatural del hombre a la que Dios le destina. No se trata de una pura y simple asunción del platonismo, sino de su utilización categorial a fin de insertar en él las fuertes razones antropo-teológicas de la inmortalidad del hombre tras el cumplimiento del misterio de Cristo.

En la teología medieval, con Tomás de Aquino y otros autores, será por el contrario el aristotelismo el que considerará más idóneo para traducir, hechas las debidas modificaciones estructurales, las ideas fundamentales de la antropología cristiana. La inmortalidad es entonces una realidad absoluta que corresponde sólo a Dios, pero que es participada al hombre, como garantía de la futura resurrección, aunque pueda estar el alma sin el cuerpo. El Magisterio de la Iglesia asume la fe en la inmortalidad del alma en cuanto que abre al hombre la perspectiva de la consecución del fin último inmediatamente después de la muerte (DS 838, 1000, 1304ss; etc.) y rechaza, por el contrario, los dualismos heréticos. El Vaticano II acepta el dato tradicional de la inmortalidad, mientras que los documentos Sobre algunas cuestiones de escatologia ( 1979) y Problemas actuales de escatología (1992) reafirman la validez de la doctrina sobre el alma inmortal, ofreciendo de ella una interpretación personalista, como "yo" del sujeto, provista de conciencia y de voluntad libre, y que sobrevive a la muerte corporal del individuo.

T Stancati

Bibl.: DF 1, 963-966; J. Splett, Inmortalidad, en SM, 111, 917-921; M, F Sciacca, Muerte e inmortalidad, Madrid 1962; J Ferrater Mora, El ser y la muerte, Madrid 1962; J. Pieper, Muerte e inmortalidad, Herder, Barcelona 1970; K. Rahner, La vida de los muertos, en Escritos de teologia, 1V Taurus, Madrid 1961, 441-452; R. Troisfontaines, yo no muero..., Estela, Barcelona 1966; H, Marchadour, Muerte y vida en la Biblia, Verbo Divino, Estella 1994.