IGLESIA Y JESÚS DE NAZARET
VocTEO
 

La relación con Jesús de Nazaret es un hecho constitutivo para la Iglesia. Sin esta relación, la Iglesia estaría ligada solamente a la historia y a los hombres y su pretensión de ser lugar de salvación estaría privada de sentido. Ya a partir de los escritos del Nuevo Testamento es fácil ver cómo la Iglesia se concebía solamente en referencia a Cristo; la distinción progresiva que llega a crearse respecto a la «sinagoga» demuestra que iba madurando la peculiaridad de su naturaleza y el vínculo que la mantenía unida a Jesús. La teología de Pablo, al elaborar la reflexión sobre la Iglesia como "cuerpo» de Cristo (Rom 12,5; Ef 5,25-30), no hace más que apelar al convencimiento de la primera comunidad de haber nacido de Cristo y de la efusión de su Espíritu resucitado (Jn 20,22; Hch 2,4). La teología de Juan, al proponer las imágenes de la esposa (3,29), del rebaño (10,1-16), de la vid (17 1-17), no hace más que confirmar la originalidad de esta relación y su unicidad.

En los siglos de la patrística se buscan imágenes para representar el vínculo indisoluble que liga a Jesús y a su Iglesia. Una de las más conocidas, que se sigue utilizando todavía, simboliza a Cristo en la cruz, de cuyo costado abierto salen sangre y agua. Ambrosio y Agustín explican esta simbología dando los fundamentos teológicos de la relación entre Jesús y la Iglesia: lo mismo que se sacó una costilla de Adán para dar forma a Eva, así del costado de Cristo toma forma la nueva Eva, la Iglesia, que con sus sacramentos hace participar a los fieles de la vida misma del resucitado. Junto a esta imagen se recurre a la que ve a la Iglesia presente desde siempre en el plan de la salvación: el Padre pensó en ella como en la esposa para el Hijo y - quiso a la Iglesia ab Abel.

Las luchas eclesiásticas durante la Edad Media favorecieron una nueva imagen de esta relación, que tenía más bien un trasfondo jurídico. Poco a poco va tomando pie la representación de la constitución jerárquica de la Iglesia y se ve en Pedro y en los obispos el vínculo que mantiene unidos a la Iglesia con Jesús. Se introduce el concepto de "ius divinum» que se convierte, junto con la Escritura, en el criterio de garantía de legitimación de la Iglesia en sus relaciones con Cristo. Será el concilio de Trento el que presente estos dos términos como respuesta a la tesis luterana que defendía las relaciones solamente con la Escritura.

El concilio Vaticano I en la constitución Pastor aeternus donde se define la infalibilidad del romano pontífice- ya desde el principio afirma con el lenguaje típico de la teología de la época que Jesús decidió «edificar la santa Iglesia» (DS 3050). De todas formas, fue la crisis del modernismo la que obligó a clarificar ulteriormente esta problemática. Haciendo suyas las tesis liberales, los autores del modernismo afirmaban que no podía haber ningún vínculo entre Jesús y - la Iglesia; en efecto, ésta, tal como se ha constituido, surgió de una confederación de Iglesias locales. A esta provocación respondieron algunos textos del Magisterio: directamente lo hizo el decreto del Santo Oficio Lamentabili del 3 de julio de 1907 en contra de los errores del modernismo (DS 3425-3457) y, unos meses más tarde (8 de septiembre de 1907), la Encíclica de pío X Pascendi (DS 3492). La formulación más explícita de estos documentos se encuentra en el Juramento contra los errores del modernismo, que en el tercer punto profesaba textualmente: «Creo con la misma profunda fe, que la Iglesia ha sido instituida inmediata y directamente por el mismo verdadero e histórico Cristo, mientras vivía en medio de nosotros» (DS 3540).

El vínculo entre Jesús y la Iglesia está sometido en muchos aspectos a la comprensión que se tiene de la continuidad o no entre los acontecimientos antes y después de Pascua. Afirmar que la Iglesia es un acontecimiento sólo pospascual significa, en todo caso, poner en acto ciertas precomprensiones que leen los textos sagrados en una discontinuidad con el Jesús de Nazaret. La teología formulada en contraposición a las tesis del modernismo había insistido demasiado en el acto de «fundar'" la Iglesia por parte de Jesús, partiendo del texto de Mt 16,18, como si se le pudiera identificar en un solo y único acto que, jurídicamente, daba vida a la Iglesia. Semejante lectura no puede proponerse hoy a la luz de los datos de la exégesis. De todas formas, esto no significa que haya que concluir que Jesús no pensó en la Iglesia ni la fundó, cayendo en el error opuesto en el que hábía resbalado la apologética preconciliar El concilio Vaticano II, sobre todo en los nn. 2-5 de la Lumen gentium, presentó una nueva comprensión de la problemática, insistiendo en los principios que inspiraron todo el concilio: la referencia correcta a la Palabra de Dios y a la visión histórico-salvífica. Por lo que se refiere a la relación Jesús-Iglesia, el concilio afirma ante todo la dimensión trinitaria del origen de la Iglesia: es un pueblo reunido por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; sigue diciendo que existe un proyecto salvífico por parte del Padre, que concibe a la Iglesia «prefigurada desde los principios del mundo, preparada en la historia del pueblo de Israel» (LG 2), pero destinada a llamar y a convocar en sí a todos los creyentes hasta el fin del mundo. LG 5 toca directamente nuestro problema afirmando que «el misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su misma fundación». Pero el concilio no habla de un único gesto; enumera más bien una serie de hechos que permiten verificar plenamente cuál es el sentido de «fundación». El concilio enseña que Jesús fundó la Iglesia al anunciar el Reino de Dios; que ese Reino se expresa en su persona y que es visible en el momento en que expulsa a los demonios y muestra el amor misericordioso del Padre; que envía al Espíritu para que su Iglesia permanezca durante siglos fiel a su voluntad. En la conclusión del párrafo, el concilio vuelve sobre la «fundación» diciendo que «la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador observando fielmente sus preceptos' de caridad, de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios, de establecerlo entre todas las gentes, y constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino» (LG 5).

Un último documento, en este sentido, es el de la Comisión Teológica Internacional del 7 de octubre de 1985, que lleva el título de «Algunas cuestiones de eclesiología». Se comprende la relación Jesús-Iglesia dentro de una serie de gestos y de palabras con los que se puede ver evidentemente la voluntad de Jesús de pensar en la Iglesia y de fundarla. Entre los diversos temas que se tratan se pueden recordar: la predicación de Jesús en orden a la conversión, la llamada de los Doce, el nombre que se da a Pedro y su puesto entre los apóstoles, la institución de la eucaristía, el envío del Espíritu, la misión a los paganos... Para comprender plenamente lo que significa que Jesús fundó la Iglesia, es necesario recuperar entonces el valor semántico-bíblico del «fundar"'. Significa ante todo ver en el comportamiento de Jesús la acción mesiánica con que él inauguró los tiempos nuevos; además, el sentido cultual, pneumatológico y ético que reviste este comportamiento. Por tanto, Jesús fundó la Iglesia y a la luz de esta relación ésta se concibió como enviada para una misión que el mismo Cristo le ordenó cumplir y a la cual no puede faltar sin destruirse a sí misma.

R. Fisichella

Bibl.: L, de Lorenzi, Iglesia, en NDTB, 785805: H, Schlier, La eclesiología en el Nuevo Testamento, en MS, IV/l, 107-229; R. Schnackenburg, La Iglesia en el Nuevo Testamento, Taurus, Madrid 1965: R. Aguirre. Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana, Bilbao 1987; M. J. Le Guillou. Cristo y la Iglesia. Teología del misterio, Barcelona 1967; S. Pié-Ninot, Tratado de teología fundamental, Salamanca 1989; R. Fisichella, Introducción a la teología fundamental, Verbo Divino. Estella 1993.