FE Y MORAL
VocTEO
 

 La fe puede definirse antropológicamente como la confianza del hombre en Dios a quien, en cuanto persona, está ligado «radicalmente» En cuanto actividad que configura al hombre, esta confianza alcanza a la persona en su  totalidad concreta, es decir, en sus modalidades individuales, sociales e históricas.

La relación hombre-Dios que introduce la fe tiene siempre un carácter dialógico. El movimiento del creyente hacia Dios es «respuesta» al movimiento fundacional, establecido previamente por Dios. Por eso la fe, aunque sigue siendo algo personal y diverso en cada uno, ofrece algunos elementos comunes, impuestos por su condición de respuesta a las coordinadas que rigen la manifestación histórica de la verdad-lealtad de Dios. Éstas son premisas válidas para cualquier reflexión sobre la fe tanto a nivel de configuración de conjunto de la existencia cristiana, como a nivel de la determinación concreta de los principios y de las normas  que rigen la conducta moral.

 Fe y existencia cristiana. La relación entre la fe y la existencia cristiana está en la base de todo discurso teológico-moral. El compromiso cristiano surge de la existencia regida por la fe: la fe, a su vez, pone en movimiento un dinamismo destinado a desembocar en el compromiso moral.

 Pero la fe cristiana no puede definirse en términos meramente éticos. Esto supondría el vaciamiento de aquel dinamismo envolvente y profundo que la religión lleva en sí misma y que le permite ser sal de la tierra (Mt 5,13) y fermento en el mundo (1 Cor 5,7). Si hay que descartar un moralismo de ese típo, también hay que eliminar un sobrenaturalismo o un escatologismo que no tuviera ninguna incidencia en la realidad histórica. La dimensión vital de la ( fe no puede reducirse al ámbito meramente religioso del don de la gracia (indicativo), al que correspondiera por parte del hombre la obediencia radical. (cf. R. Bultmann). El imperativo ético, cristiano se proyecta sobre toda la esfera de la vida y, por tanto, también en el ámbito del obrar histórico.

En el Antiguo Testamento el obrar moral es la plasmación concreta de la opción fundamental por la que el hombre decide fundamentar su existencia  en la verdad-lealtad de Dios. Dios es «el fiel» por antonomasia (ne'eman), y por tanto la piedra sobre la cual puede el hombre levantar su existencia. Por eso la fe se convierte para el hombre en la única forma posible de existencia (Is 79). La convergencia de las dos lealtades tiene como meta el compromiso efectivo al servicio del hombre. Por eso Dios llama en causa a su pueblo, que no supo «conocer» de veras a su Señor, esto es, conocerlo como imperativo ético de justicia (1s 1,2-23). El Mesías, Siervo de Yahveh por antonomasia, será, por consiguiente, la expresión del compromiso radical por la causa del hombre (1s 42,1-3). Sobre él reposará el Espíritu del Señor para anunciar y realizar la buena nueva de gracia y de justicia para todos los hombres (Is 61,lss).

 Jesús tiene conciencia de estar lleno  de ese Espíritu de vida y de haber venido para hacer partícipes del mismo a todos los hombres (Lc 4,lS). El acceso a Jesús mediante la fe inserta al creyente en la nueva vida (Jn 1,12), que culminará en la resurrección (6,40; 11,25). La identificación con Jesús y  con el Espíritu que está en él lleva al hombre a mantener un tipo de existencia como la suya, haciendo las mismas obras (Jn 14,12) y alejándose de la conducta tenebrosa del mundo (Jn 12,46).

Los sinópticos ponen en el centro de la  buena nueva a la fe, que tiene como consecuencia inseparable la conversión (Mt 3,2) o cambio radical de mentalidad (metanoein), es decir, de los criterios de valores que rigen la existencia humana. Ésta será también la idea central del pensamiento de Pablo: «Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu» (Gál 5,25).

Fe y discernimiento moral. La fe en  Jesús lleva al conocimiento de la persona de Jesús, plasmación histórica del amor del Padre (Jn 5,69). Semejante conocimiento se relaciona con las «obras» de Jesús (Jn 10,3S), que el creyente tendrá que seguir reproduciendo en el mundo (Jn 14,12). Para cumplir esta tarea cuenta con diversas mediaciones, como la acción interior del Espíritu, que guía e ilumina (Gál 8,l8), y la intervención de la razón, renovada por el contacto con la mente misma de Cristo (Rom 12,2; 1 Cor 2,16). A través de estas mediaciones es como el creyente formula los juicios prácticos, que le permitirán identificar en concreto la voluntad de Dios, esto es, lo que es bueno y perfecto (Rom 12,3). La vinculación de estos dos motivos está en la base de la configuración específica de los principios prácticos del obrar Tanto el discernimiento como las ulteriores opciones concretas del creyente están esencialmente relacionadas con la opción fundamental que se ha operado en el acto de fe en Cristo. Toda opción concreta es en definitiva opción de fe.

En este nivel hay que colocar la actual discusión entre los teólogos moralistas sobre lo «específico» de la ética cristiana. Los defensores de la ética «autónoma» intentan destacar el alcance universal de la razón en el terreno ético. La razón sería capaz de alcanzar todos los principios necesarios para el comportamiento moral correcto. La aportación específica de la fe se colocaría entonces en el nivel de la motivación última y del horizonte general de comprensión de los juicios morales.

 Por el contrario, los partidarios de  la llamada "ética de la fe" atribuyen también a la fe la propuesta de principios concretos, redimensionando de este modo el alcance universal de la capacidad de la razón. Esta polémica podría probablemente superarse mediante una colocación adecuada de la actividad de la razón y de la fe. Las dos tienen un alcance universal. Pero actúan en niveles distintos. La fe actúa en el nivel óntico-existencial y de opción fundamental: la razón, en el nivel eurístico y hermenéutico. La capacidad iluminativa de la fe estimula y refuerza las facultades del hombre para que puedan desarrollar plenamente sus tareas específicas.

Fe en Dios y fe en el mundo. La fe en  Dios es proclamación de la bondad fundamental de lo creado. Como criatura, el mundo lleva dentro de sí la semilla de Dios y de su perfección. Por eso Dios ama al mundo hasta el punto de enviar a su propio Hijo para salvarlo. Todas las cosas han sido « reconciliadas» con Dios en Jesucristo (2 Cor 5, 19) y esperan ansiosamente la liberación definitiva (Rom 8,19ss).

El compromiso moral para la transformación del mundo y de todas sus estructuras (políticas, sociales, etc.) entra con todo derecho en la esfera del compromiso de la fe. Es a partir de la fe y bajo el impulso de la misma como el cristiano escudriña los signos de los tiempos en su radical ambivalencia, para poder orientar sus esfuerzos hacia una acción eficaz de renovación y de transformación de las estructuras que sirven para el desarrollo pleno del hombre.

 L. Álvarez

 

 BibI.: F Boeckle, Creer y actuar, en MS, Y  23-105; Íd., Fe y conducta, en Concilium 138 (1978) 251-265; Íd., Moral cristiana y exigencia de la revelación, en Proyección 32 ( 1985) 83-95; J M. González Ruiz, Creer es comprometerse, Barcelona 1968; Q. Calvo, El espíritu de la moral cristiana, Verbo Divino, Estella 1987: U, Sánchez García, La opción del cristiano. 3 vols" Atenas. Madrid 1984.