FE
VocTEO
 

Forma de conocimiento personal mediante la cual, bajo el impulso de la gracia, se acoge la revelación de Dios en Jesucristo.

En cuanto relacionada con la revelación que se lleva a cabo en Jesús de Nazaret, la fe supone una complejidad de relaciones que no se dejan definir en un sentido único. Esto significa que la fe cristiana se concibe, primariamente, a la luz de la gracia. Nadie puede acoger la palabra de Jesús como Palabra de Dios si el Espíritu no actúa en él mostrando que esa Palabra es auténticamente Palabra del Padre. La dimensión de la gracia tiene una preminencia substancial para la comprensión de la fe, porque toca en el mismo momento una doble realidad: el contenido de lo que la fe acepta y el acto que realiza el sujeto en el momento de creer. Por consiguiente, se manifiesta como don de Dios que, revelándose, llama al conocimiento de sí, y como acto plenamente personal mediante el cual puede cada uno realizarse a sí mismo en la verdad y libertad.

La fe, además, está siempre relacionada con un contenido y determinada por él. La revelación histórica de Jesucristo es el contenido formal de la fe; en efecto, aquí es donde la objetividad de la fe encuentra su punto culminante en cuanto que acepta que en la historicidad del lenguaje humano se encarna la verdad de Dios sobre Dios y sobre el hombre. La dimensión cognoscitiva de la fe parte del acontecimiento histórico del misterio pascual de Jesús de Nazaret. Efectivamente, la primera profesión de fe que formula la Iglesia se concentra en torno al acontecimiento de la pasión, muerte y resurrección del Señor (1 Cor 15,3-5) y hace de este anuncio la realidad misma de la fe hasta el punto de que, si él no existiera, sería vana e inútil la predicación apostólica (1 Cor 15,2.14). Esta dimensión de la fe supone que el acontecimiento en que se cree es verdadero, Por consiguiente, sólo a través de la certeza de la verdad del contenido de la fe se puede pensar que se realiza un acto de fe verdaderamente personal.

Esta última afirmación lleva consigo a la aceptación de una característica ulterior de la fe cristiana: su valor salvífico y su dimensión omnicomprensiva. La fe no es uno de tantos actos como realiza la persona; al contrario, es la finalización de la propia existencia a la luz de la revelación histórica que se realizó en Jesucristo, Esta dimensión que aleja plenamente la fe de toda comparación con la ideología implica, sin embargo, la asunción de la perspectiva misma de la revelación. El Dios que se revela en Jesucristo realiza el acto definitivo de su manifestación hasta tal punto que el creyente no puede ya esperar ninguna otra revelación (DV 4); así pues, al revelarse, Dios se da por entero a la humanidad. Puesto que la fe es respuesta a esta manifestación de Dios, que en la muerte de su Hijo expresa en lenguaje humano la totalidad de su entrega, tendrá que alcanzar igualmente la situación de totalidad en la donación. Por consiguiente, la fe implica una radicalidad y una totalidad de opción que sólo se puede comprender como definitiva e irreversible, aunque necesitada de una ratificación día tras día. En una palabra, con la fe realiza una opción definitiva mediante la cual, en la libertad que surge de la verdad, cada uno se inserta en la revelación, acogida ya como momento real de salvación personal.

En virtud de esta globalidad, todo lo que define y compone a la persona es necesario a la fe para poder expresarse; esto supone que hay que ver en ella la inteligencia y la voluntad, los sentimientos y los afectos, los deseos y las aspiraciones, así como las acciones concretas y los signos que se ponen en acto. En una palabra, la fe es forma de la existencia personal. La fe cristiana, en cuanto fundamento de la comunidad eclesial, no es patrimonio de cada uno de los creyentes, sino que pertenece a toda la Iglesia como un depósito que se le ha confiado. La objetividad de la fe es garantía para el creyente tanto de la certeza de lo que cree como de la falta de disponibilidad de su contenido para reducirse a la interpretación individual. El contenido de la fe y su coherencia con la revelación son realmente patrimonio del carisma y del ministerio del colegio apostólico y en él, del sucesor de Pedro. - , Finalmente, la fe se relaciona con la esperanza y con la caridad formando la globalidad de la vida teologal. Creer supone ver la existencia personal relacionada con el futuro, y - a que sólo en el futuro la verdad de lo que se cree encuentra su expresividad suprema. La esperanza de la fe no es la búsqueda vacía de una quimera; al contrario, es certeza del cumplimiento, va que desde ahora se ha anticipado Ya en la vida de Jesús de Nazaret. El contenido de la fe es, en definitiva, la resurrección, es decir la salvación de una vida transformada después de la muerte; la fe sabe que este contenido se ha dado ya a cada uno, puesto que en el bautismo hemos sido insertos definitivamente en el misterio pascual de Cristo, participando con él en el sufrimiento de la muerte, pero llevando va desde ahora la semilla de la resurrección (Rom 5-6).

La fe y la esperanza se conjugan con el amor. La fe se expresa en el amor y se hace amor. Lejos de cualquier tipo de sentimentalismo, el amor que origina la fe es el amor gratuito que ve en el compromiso del Hijo en la cruz su última perspectiva. Un amor como éste es al mismo tiempo forma y síntesis de la fe; en efecto, aquí se hace visible la naturaleza de Dios que es el primero en amar, mientras éramos todavía pecadores (1 Jn 4,9-10; Rom 5,6-10).

Esta circularidad permite verificar cómo la fe es un todo de acción personal. Por tanto, la fe se expresa: en la profesión pública, ya que de esta manera se atestigua la aceptación de su objetividad y el hecho de que es patrimonio de un pueblo; en la inteligencia crítica eclesial y personal que permite establecer la racionalidad de su contenido y la respuesta constante a las diversas conquistas de la humanidad; en el testimonio del amor como praxis que permite verificar el compromiso del creyente para que las diversas formas de pecado sean superadas por la fuerza de la liberación que posee la fe (Sant 2,14-18).

R. Fisichella

 

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