EVOLUCIÓN
VocTEO
 

 Por evolución se entiende genéricamente todo proceso de transformación de formas menos perfectas en formas más perfectas de vida, tanto en el plano cósmico como en el bio1ógico y en el antropo1ógico. Por eso, el evolucionismo indica en general una concepción o teoría según la cual toda la realidad creada se caracteriza por una serie de dinamismos de crecimiento. Esto significa que también el hombre representa el punto de llegada de un proceso que parte de los organismos vivientes inferiores.

En el origen de esta hipótesis está el  trabajo científico de J. B. P. de Monet de Lamarck (1744-1829) y de Ch. Darwin (1809-1882); este último, en su obra The Origin of Species (1859) propone una hipótesis que contrasta con el relato bíblico: el hombre no es creado inmediatamente por Dios, sino que constituye el resultado de un proceso evolutivo.

Se comprende fácilmente que esta hipótesis no dejara indiferentes al Magisterio de la Iglesia y a los teólogos; a lo largo del tiempo, han ido pasando de una actitud inicial de abierta hostilidad contra la hipótesis evolucionista a una postura de valoración más equilibrada de la misma e incluso de convivencia pacífica.

La dificultad de acoger la hipótesis  evolucionista nacía en el pasado del hecho de que aparece en claro contraste con algunos datos importantes de la fe eclesial, procedentes de la Escritura o elaborados por el Magisterio y la teología. Por ejemplo, en el sínodo de Colonia de 1860 se afirma que «va totalmente en contra de las sagradas Escrituras y de la fe la opinión de los que se atreven a afirmar que el hombre se deriva, en cuanto al cuerpo, de una naturaleza imperfecta a través de una transformación espontánea». .

Aunque con algunas excepciones, sigue siendo  muy fuerte la desconfianza del Magisterio y de muchos teólogos frente al evolucionismo, al menos hasta mediados del siglo xx. Un singular intento de aceptación del paradigma evolucionista en teología es el de P. Teilhard de Chardin (1881-1895); pero sus hipótesis resultaron poco convincentes, tanto desde el punto de vista teológico como desde la perspectiva de las ciencias naturales.

Se va abriendo camino una valoración más equilibrada y una acogida parcial de la hipótesis evolucionista gracias a dos factores: a} con el paso del tiempo, ha dejado de presentarse como un elemento de propaganda materialista y atea; b} el desarrollo de los estudios bíblicos, que conduce a una interpretación más madura de algunos textos de la Escritura. Una vez terminada la polémica y la contraposición entre ciencia y fe cristiana en la creación, conscientes del propio ámbito de competencia y de los límites de su misma reflexión, los teólogos pueden valorar con suficiente equilibrio los datos que ofrecen las ciencias naturales a propósito de la evolución.

Actualmente, la investigación teológica ha llegado a las siguientes conclusiones: existen algunos elementos imprescindibles de la fe eclesial, que se basan en la revelación y que han sido expresados por el Magisterio en su enseñanza. El primero se refiere a la creación, que es obra de Dios; sobre el modo (de manera directa o bien dando impulso a un proceso evolutivo), no es posible apelar a la Escritura; en efecto, la Escritura no intenta enseñar el modo, sino el hecho de que en el origen de la existencia de todas las criaturas está el Dios trascendente. Por eso, «una vez admitido el dato de fe incontrovertible, transmitido por Gn 1 -2, de que Dios es absolutamente trascendente y de que con su palabra lo ha llamado todo de la nada a la existencia, no constituye ningún problema el que haya podido insertar en el universo un dinamismo evolutivo que se extiende a cada uno de los vivientes, hasta el hombre» (A. Marranzini).

El otro dato fundamental, que surge del relato bíblico y que es indiscutible para los creyentes, se refiere al hombre: el hombre ha sido querido por Dios como vértice de la creación; a pesar de ser «pariente» de la tierra, la criatura humana trasciende el orden de la vida orgánica y animal, debido a una acción especial de Dios para con él y en virtud de la posesión de una dimensión espiritual (alma), que Dios le da expresa y directamente.

Bajo esta luz puede conciliarse un cierto evolucionismo antropológico con el dato de fe. La Escritura quiere fundamentalmente transmitirnos este dato: el hombre (como varón y mujer) es querido por Dios como criatura eminente y es llamado por él a ser compañero inteligente y libre de un designio de salvación: esto es posible en virtud de la singular condición del hombre mismo, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y es lo que es en virtud de la ruah recibida del Creador.

Pero una vez más, el modo de transmitirnos este dato está claramente condicionado por la culturas del autor humano del Génesis; no pertenece a los intereses de la Escritura saber si Dios creó al hombre de manera directa o indirecta.

Por lo que se refiere a la afirmación de Pío XII sobre la creación inmediata y de la nada del alma espiritual humana (cf. encíclica Humani generis: DS 3896), hay que señalar que lo que desea recordar es precisamente la especial acción creadora, ejercida por Dios con el hombre; éste no podrá ser considerado nunca, por parte de los creyentes, como puro fruto de un proceso evolutivo a partir de organismos inferiores o de un dinamismo de crecimiento de lo imperfecto a lo perfecto. Su presencia entre los seres creados es fruto de una dimensión espiritual; no es fruto de un desarrollo de orden biológico, sino que trasciende ontológicamente a este orden, a pesar de constituir con la dimensión corpórea el único sujeto humano (cf. alma y cuerpo ).

G. M. Salvati

 

Bibl.: A, Manzini, Evolución, en NDT 1, 516 534; J de Fraine, La Biblia y el origen del hombre. Bilbao  1966: H. Haag - H. Haas - 1. Huerzeler, Evolución y Biblia, Barcelona 1965; K. Rahner El problema de la hominización, Cristiandad, Madrid 1974; Ch. Montenat - L. Plateaux P. Roux, Para leer la creación en la evolución, Verbo Divino, Estella 1985.