ETERNIDAD
VocTEO
 

 La eternidad no es tanto la duración  ilimitada del tiempo, ni una absoluta atemporalidad, sino la trascendencia del tiempo y de su característica más limitativa: la sucesión o segmentación.

La percepción de la eternidad que puede tener el hombre está muy condicionada por su inmersión en el tiempo, aun cuando la capacidad de reflexión y de apertura mental del hombre son la base para una formulación de la idea de eternidad, que sin embargo no es nunca un concepto adecuado. La eternidad es la máxima distinción lógica respecto al tiempo humano, que tiene por el contrario la característica de llenar la medida Y la verificación de las realidades en devenir, tanto si son realidades ontológicas como morales: las criaturas gozan de la existencia, mientras que Dios solamente es en la pureza de su ser absoluto y trascendente. Por consiguiente, la eternidad puede comprenderse como la cualidad del ser de Dios, el modo de su existencia perfecta, inmutable en su totalidad ontológica, y que excluye la inmanencia y la sucesión. La definición que da Boecio de la eternidad, recogida luego por muchos autores, incluido santo Tomás, la señala positivamente como interminabilis vitae tota simul et perfecta possessio. En teología se convierte en uno de los atributos idénticos al ser de Dios y, como tal, en uno de los infinitos nombres posibles de Dios.

 En la Escritura, para indicar el modo con que vive el Dios de Israel, se utiliza el término olam, que indica la superioridad absoluta de Dios respecto al hombre y también su primacía temporal respecto al hombre y el mundo (cf.Sal 102,25-29. Job 38,4 y Gn 1,1). De  esta manera, el tiempo que transcurre no tiene para Dios el mismo valor que para el ser intramundano (cf. Sal 90, 4): él es el Eterno (Gn 21,33). Por esta eternidad suya Dios es anterior a toda cosa creada. En la época de los profetas esta cualidad de Yahveh se aplica a la historia de Israel para hacer comprender que el pasado, el presente Y también el futuro histórico están eñ plena posesión de Dios (1s 40,28; 41,4): él precede a la protología del cosmos y  de la historia, lo mismo que dirige la dimensión escatológica de la realidad, pero tanto la una como la otra tienen su origen en el Eterno. En él no se verifica lo que sucede con el hombre: la segmentación de la existencia temporal, la muerte (Sal 102,25: «tus años duran por siempre jamás»). La eternidad es, por tanto, la característica de Dios que da a entender la plena posesión que él tiene de las realidad y su total supratemporalidad. Pero esta característica de Yahveh es también la que da fundamento a su conformidad perpetua con sus designios de creación y de redención: Dios es fiel a sus promesas precisamente porque es eterno.

También el Nuevo Testamento conoce la eternidad de Dios como modo de ser propio de Dios (Rom 1,20; Flp 4,20). Mientras que el hombre está inmerso en el tiempo Y esta su manera de ser cubre el tiempo que va desde la creación hasta el final de los tiempos en una serie de generaciones, Dios no tiene este límite. Pero la característica más significativa del Nuevo Testamento es que en la obra de encarnación y redención de Cristo se verifica la revelación del deseo de Dios de comunicar por gracia su propia eternidad al hombre. En la nueva alianza en Cristo el hombre está llamado a abandonar sus límites ontológicos, ligados al tiempo terreno e histórico, para hacer su entrada en el modo de existencia de Dios: el hombre redimido comienza a vivir  la eternidad. En particular, el misterio de la encarnación debe comprenderse como un descenso de la eternidad de Dios a la dimensión creatural del hombre: el Verbo se hace hombre, permaneciendo eterno y asimilando a esa eternidad la naturaleza humana. Aquí está la cima de la historia de la salvación, la ordenación del hombre a la existencia sobrenatural, al ser eterno de Dios. Y aquí es donde se sitúa también la posibilidad opuesta: la del rechazo de la gracia salvífica, de la justificación del hombre, por lo que se puede configurar una eternidad al revés para el incrédulo: la condenación eterna, que se presenta como total privación de la perfección del ser divino.

R. Stancati

 

 Bibl.: P Cullmann, Cristo y el tiempo, Estela, Barcelona 1968; G. Lafont, Dios, el tiempo y el ser, Sígueme, Salamanca 1 991; C. Pozo, Teología del más allá, BAC, Madrid 1980, 378-422; Eternidad, en DF, 590-593.