ESPECIFICIDAD DE LA MORAL CRISTIANA
VocTEO
 

La cuestión de la especificidad de la moral cristiana empezó a plantearse explícitamente cuando el concilio Vaticano II volvió a vivir y a presentar la doctrina moral de la Iglesia en su realización histórica. Ya antes existía esta exigencia, pero el problema tomó entonces las dimensiones y la estructura que llamó la atención de los teólogos de los años 70.

Las posiciones son esencialmente dos y se centran en torno a la pregunta: ¿existen normas morales exclusivas, específicas para los cristianos? La primera dice que sí, refiriéndose a la virtud de la humildad, a la aceptación del sufrimiento, a la virginidad por el Reino y virtudes semejantes. La otra corriente piensa que no puede afirmarse esto, ya que la naturaleza humana es común a todos los hombres y lo que es moralmente correcto depende ante todo de la naturaleza.

Esta última tendencia apela a una tradición teológica consistente, incluido santo Tomás, que en el ámbito de la moral general (Summa Theologiae I-II) afirma que la Ley Nueva consiste principalmente en la gracia de Cristo y secundariamente en obras y preceptos, que preparan o siguen al don de la gracia y que tienen su fundamento en la ley natural.

- En Alemania, donde se desarrolló sobre todo el debate original sobre la especificidad, la ley natural de santo Tomás se interpretaba en el sentido de que la razón en todas las épocas conoce lo que es verdadero y lo que es falso, y en el caso de la moral lo que es correcto y lo que está equivocado, lo que es conveniente y lo que no conviene al hombre en determinadas situaciones.

Históricamente santo Tomás había sostenido la inmutabilidad substancial de la naturaleza y por tanto de algunos elementos generales de la ley natural, mientras que los nuevos teólogos (y filósofos) llegaron a afirmar por el contrario que nunca es posible decir a priori si un acto determinado es correcto o equivocado (intrinsice malum) El debate que puso sobre el tapete algunos datos fundamentales como el giro antropológico, la asunción de las nuevas epistemologías y filosofías de la ciencia, la confrontación con la antropología cultural y la historia de la vida cristiana vivida- se desplazó enseguida a otros terrenos más amplios. Se idearon nuevas teorías ligadas a los resultados de las investigaciones sobre la moral del Nuevo Testamento. Se llegó de este modo a articular el problema en diversos subproblemas nuevos, aunque sigue existiendo todavía un cierto consenso difuso sobre el hecho de que la moral concreta de los cristianos, tomada en su conjunto, tiene una especificidad histórica, un perfil inconfundible. Aunque las normas concretas, en diversos grados de profundización, estaban presentes en otras culturas y en otras éticas, como la atención privilegiada a los pobres, el amor a los enemigos, la reserva escatológica, etc., el conjunto de todas formas es específico.

Los problemas son quizás hoy todavía más radicales. El pluralismo y la menor homogeneidad cultural de los ambientes de vida, los problemas nuevos y cada vez más agitados (la ingeniería genética, por ejemplo) han llevado a no pocos teólogos a pensar que la bondad de la acción divina debe verse sólo en la intención, mientras que el acto no es ni bueno ni malo, sino sólo justo o errado según una consideración más o menos semejante a la de las filosofías que aceptan el utilitarismo de las normas. Esta tendencia no niega que los que tengan buena intención intenten hacer un bien verdadero a los destinatarios de la acción misma, pero niega que se pueda hablar de norma verdadera o falsa.

Desde un punto de vista práctico, es decir, de vivencia moral, las diversas posiciones teóricas no tienen ningún relieve, a no ser en casos extremos. Al contrario, revisten un relieve especial, tanto en lo que se refiere a la concepción del hombre como en el terreno de la definición del papel de la Iglesia y de su Magisterio moral. Si la especificidad tiene que entenderse, en definitiva, sólo en relación con la gracia y con las virtudes teologales todo el ámbito intraterreno, el de las virtudes cardinales, queda sustraído virtualmente de la competencia del Magisterio. Desde varias partes se han hecho intentos de mediación para distinguir, por ejemplo, las propuestas de valor de las propuestas normativas, sin que se haya llegado a un consenso satisfactorio. Se trata realmente de problemas ligados tanto a los debates morales en curso, por ejemplo el del servicio eclesial del teólogo, como a cuestiones teóricas, por ejemplo el estatuto del conocimiento de la realidad, la relación entre la revelación y el texto bíblico, el valor de la tradición intraeclesial.

F. Compagnoni

 

Bibl.: E, Schillebeeckx, La "ley natural» y el orden de la salvación, en Dios y el hombre, Sígueme, Salamanca 1969, 304--328; G. Piana, La estructura constitutiva de la praxis cristiana, en Teología Moral, DTI. 1, 320-327; cf. también Especifícidad (de la zl10ral cristiana), en el Indice analítico de NDTM, 1964.