ENTELEQUIA
VocTEO
 

De entelés (perfecto, completo, acabado) y échein (tener poseer), indica en la filosofía aristotélica la perfección propia del acto, que se obtiene cuando éste llega a su realización definitiva, como, por ejemplo, en el caso de la estatua al final del proceso de su escultura. La entelequia es la meta del obrar, el punto de llegada de los dinamismos, la posesión de la perfección por parte de las cosas. A veces Aristóteles refiere este término a la vida misma. Con el concepto de entelequia se suele asociar una visión teleológica de la realidad: todo está orientado hacia un fin. En la visión bíblica de la realidad está también presente un acentuado finalismo: el Dios creador al dar la existencia a las criaturas, dirige a cada una de ellas hacia un fin, lo mismo que dirige a Israel y a los pueblos hacia una meta. Esto es lo que, a partir de la teología de los Padres, se caracterizó con el término de «providencia': Dios no sólo dio la existencia a la realidad de manera ordenada, sino que proveyó a las cosas y a las criaturas humanas para que todo alcance el fin positivo que él previó en su amor: ese fin es Dios mismo, para todas las criaturas y en particular para el hombre: éste incluso es llamado por Dios "a participar de los bienes divinos» (Concilio Vaticano I: DS 3005).

Esta orientación general de la realidad hacia un fin, que constituye su perfección, evidente para el hombre formado en la Biblia, ha sido puesto en discusión en los tiempos recientes, sobre todo en el ámbito de las ciencias naturales, donde a menudo se da importancia al azar como factor importante en los procesos evolutivos.

En el terreno estrictamente teológico-antropológico, el finalismo conserva una gran importancia, cuando se habla de "entelequia en relación con la orientación fundamental de la criatura espiritual a Dios como a su último fin" (A. Ganoczy). Pero esto hay que comprenderlo bien: a pesar de haber sido hecho por Dios y para Dios, el hombre Llega al encuentro y a la comunión con la divinidad (gracia) por pura gratuidad. Sólo un don de lo alto puede permitir al hombre llegar a su auténtica meta: el Dios trinitario.

G. M. Salvati

 

Bibl.: Entelequia, en DF 1, 531-532; H. Brockard, Fin, en CFF 11, 149-161.