DIÁCONO
VocTEO
 

Del griego diákonos (sirviente). El diácono es el ministro consagrado que ha recibido el primer grado del orden y al que se le han confiado de manera especial las obras de caridad. Los términos « diácono » y « diaconía » se usan constantemente en el Nuevo T estamento en el sentido general de « servidor» y de «servicio». Pablo se considera siervo de Dios para el anuncio del Evangelio de Cristo (1 Cor 3,5; 2 Cor 6,3) y de los hombres (Rom 15,25; 2 Cor 1 1,8). Pero en Flp 1,1 y en 1 Tim 3,8-13 se quiere indicar con la palabra « diácono» una función particular, un ministerio eclesial, asociado a los obispos y a los presbíteros.

Se admite generalmente que los primeros diáconos cristianos son los siete (entre ellos Esteban) citados en Hch 6, 1 -6, instituidos por los apóstoles por medio de la imposición de manos y de la plegaria, para dedicarse a la caridad (especialmente al servicio de las mesas). Pero el texto no les da el nombre de diáconos, y sobre todo ejercieron más tarde una función importante de predicación. Aunque el concilio de Trento no los menciona en la jerarquía, sin embargo el testimonio de la tradición se muestra constante y unánime en admitir que el diaconado es de institución divina (al menos apostólica) y que es un orden sacramental, Los Padres apostólicos nos dicen que los diáconos están al servicio de la Iglesia de Dios, que son ministros de la eucaristía y que ayudan al obispo en la predicación de la Palabra de Dios y en el ministerio de la caridad. Este ministerio alcanza su más alta expresión en el siglo III, cuando se le confió al diácono toda la administración y la organización de la caridad de la Iglesia y del obispo. Pero desde el siglo IV el desarrollo monástico trasladó las obras de caridad a los monasterios, y el diácono fue poco a poco perdiendo significado, quedándose sólo como ministro de la eucaristía.

Mientras que en los primeros siglos el diaconado era un ministerio permanente, fue luego disminuyendo el número de los que, en vez de subir a un grado más alto, preferían seguir siendo diáconos durante toda la vida. Así pues, en la Iglesia latina desapareció casi por completo el diaconado permanente. El concilio Vaticano II decidió su restablecimiento como orden permanente. LG 29 presenta las líneas principales propias del diaconado : « En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos que reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio. Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad... Este diaconado se podrá conferir a los hombres de edad madura, aunque estén casados, y también a jóvenes idóneos; pero para éstos debe mantenerse firme la ley del celibato» La oración de ordenación de los diáconos está inspirada en la nueva elaboración doctrinal de LG 29. Después de pedir a Dios Padre que haga crecer a la Iglesia como cuerpo organizado y templo suyo ("has dispuesto que, mediante los tres grados del ministerio instituido por ti, crezca y se edifique la Iglesia»), se recuerda la constitución de los levitas (cf. Nm 3,69) y la elección de los siete diáconos por parte de los apóstoles («con la oración y la imposición de manos les confiaron el servicio de la caridad»: Hch 6,1-6): y se suplica a Dios Padre que mire propicio a los nuevos diáconos.

La epíclesis -fórmula sacramental consecratoria- dice así: «Te suplicamos, Señor, que derrames en ellos el Espíritu Santo, que los fortifiques con los siete dones de tu gracia, para que cumplan fielmente la obra del ministerio».

Mediante la intercesión de Jesucristo se pide finalmente que los nuevos diáconos puedan desempeñar adecuadamente su ministerio y se revistan de las virtudes necesarias para esta finalidad.

Así pues, en definitiva, el diácono no comparte la función del obispo como guía de la comunidad, ni tampoco su función sacerdotal. Participa del ministerio del obispo subrayando la representación de Cristo en cuanto siervo, y por eso es llamado sobre todo para dedicarse al servicio, de manera que anime ese espíritu de servicio en la Iglesia. Entre las diversas funciones que puede tener el diácono en la comunidad, además de la atención pastoral a los enfermos y al servicio de la caridad fraterna entre los fieles, hay que recordar: la preparación de los catecúmenos para el bautismo y la celebración del propio bautismo; la presencia en la celebración del matrimonio de los fieles, como delegado del obispo o del párroco; la celebración de los funerales; la distribución de la comunión a los fieles, sobre todo si están enfermos; la presidencia de las celebraciones de la Palabra de Dios y la predicación.

R. Gerardi

 

Bibl.: A. Kerkvoorde, Elementos para una teología del diaconado, en La Iglesia del Vaticano, II, Flors, Barcelona 1966. 917-958; P. Winninger, Presente y porvenir del diaconado, PPC, Madrid 1968; Y. Oteiza, Diáconos para una Iglesia en renovación, 2 vols,. Mensajero, Bilbao 1982,