BAUTISMO
VocTEO

 

            Del griego baptízo (sumerjo) designa al primero de los siete sacramentos cristianos, el que «hace» al cristiano, abriendo la puerta a todas las otras fuentes de santificación sacramental que lo presuponen y lo requieren. Es el fundamento de la vida cristiana y contiene en germen todos sus futuros desarrollos.

El judaísmo conocía un bautismo de  los prosélitos, además de otros muchos ritos de ablución. Pero fue Juan Bautista en particular el que predicó el bautismo de conversión para el perdón de los pecados (Mc 1,1 -5). Se trataba de un bautismo "escatológico", con él proclamaba que estaban a punto de llegar los últimos tiempos, con la venida del Mesías. El mismo Jesús, al comienzo de su vida pública, se hizo bautizar por Juan. Con la teofanía que va unida a él, el bautismo de Jesús se carga de significado, fundamentales: 1. Manifiesta  su solidaridad con los hombres pecadores y de esta manera anticipa el advenimiento que habría de sellar su cumplimiento, el "bautismo que tiene que recibir" y en el que se cumplirá su misión (Mc f0,38), esto es, su pasión y muerte: Jesús es consagrado como Mesías, Hijo predilecto del Padre (Mc ], 10-1 1); sobre él baja el Espíritu como una paloma del cielo y permanece sobre él (Jn 1,32). Esta venida manifiesta el poder creador y salvífico de Dios: lleno de Espíritu Santo y ungido como Mesías, Jesús puede llevar a cabo su ministerio de salvación, arrebatar a la humanidad de la esclavitud del pecado y restablecer la soberanía de Dios. Después de la resurrección de Jesús y de Pentecostés, los hombres pueden por medio del bautismo obtener el perdón de sus culpas y la renovación del Espíritu. Mc 16,15:16 y Mt 28,18-20 nos dicen que el Resucitado confió a sus apóstoles la misión de «hacer discípulos a todos los pueblos». Con esta orden va ligado el bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y - del Espíritu Santo". Por medio del bautismo, en el nombre de la Trinidad, es posible participar del misterio de la pascua de Cristo y obtener así la salvación.

El apóstol Pablo desarrolló abundantemente la teología del bautismo.  Se trata de una inmersión (sepultura) en la muerte de Cristo, "para que así  como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva» (Rom 6,4). Del hecho fundamental de haber sido bautizados en la muerte y resurrección de Cristo se derivan numerosas consecuencias: acaba una existencia, el ser carnal queda reducido a la impotencia y empieza una existencia nueva la nueva criatura está ya reconciliada con Dios: " habéis sido purificados,' salvados en nombre de Jesucristo)» (1 .Cor 6,] ]) se entra en la comunión animada por  el Espíritu de Cristo resucitado, que es la comunidad mesiánica: lo mismo que la circuncisión agregaba al niño al pueblo de la antigua alianza, así también el bautismo, nueva circuncisión  (Col 2,] ]), hace entrar en la comunidad de salvación que es la Iglesia del Nuevo Testamento: el mismo  Espíritu es el sello que marca al bautizado (cf Ef ] , ] 3), es decir, lo caracteriza como perteneciente de manera especial a  Dios, el bautismo califica y determina la vida del cristiano, que es caminar y vivir según el Espíritu.

Desde sus comienzos la Iglesia se preocupa de bautizar (Hch 2,~81 8,16: 10 48; 19,5). El mismo Pablo fue bautizado después de su conversión ( Hch 9,18: 22,16), y bautizó luego a Crispo, a Gavo y a la .familia de Esteban ( 1 Cor 1,14-l6. Los testimonios del s. III (sobre todo la Traditio apostolica de Hipólito) nos dicen que en la vigilia pascual se administraba solemnemente el bautismo, junto con la unción crismal y la participación eucarística. Los adultos admitidos al bautismo tenían que prepararse seriamente mediante un largo periodo de «catecumenado». Pero la misma Traditio habla también del bautismo de los niños. La praxis del bautismo de los niños se conoce va desde los orígenes, aunque tuvo cierta regresión a lo largo del s. II'. En efecto, por esta época, cuando los mismos adultos  retrasaban la iniciación cristiana (por miedo a las culpas futuras, dada la unicidad y la severidad de la penitencia pública, muchos padres retrasaban el bautismo de sus hijos por estas mismas razones. Pero, los mismos Padres de la Iglesia que se bautizaran en edad adulta (como Basilio, Ambrosio, Juan Crisóstomo, Agustín) reaccionaron enérgicamente contra esa negligencia, subrayando la necesidad del bautismo para la salvación.

A continuación, con la difusión del  cristianismo, tienden a desaparecer el bautismo de los adultos l la institución del catecumenado, generalizándose la praxis del bautismo concedido a los recién nacidos, En consecuencia, la Unción crismal y la participación en la comunión eucarística se retrasan en Occidente hasta la edad de la "discreción» El rito actual del bautismo de los niños se articula en cuatro momentos: acogida, liturgia de la palabra, liturgia del sacramento, conclusion. Se empieza acogiendo a 1os padres y padrinos que presentan al niño para e1 bautismo y se le pide que asuman el compromiso de educarlo en la fe. La palabra de Dios se propone en un abundante numero de textos, en los que están presentes los grandes temas del nueva nacimiento, de la vida en Cristo en nosotros, de la pertenencia a la Iglesia.

             Después de la oración y de la unción  con el óleo de los catecúmenos viene el verdadero rito bautismal. Se bendice el agua, se renuncia al mal y se hace la profesión de fe en la Trinidad. El nuevo rito vuelve a resaltar el gesto de la inmersión, que es sin duda el más expresivo; pero el gesto más común es el de la infusión del agua. Sigue la unción con el crisma (que significa la nueva dignidad del cristiano), la imposición del hábito blanco (símbolo de inmortalidad y de incorruptibilidad), la entrega del signo de la luz (el cristiano es un «iluminado»). El rito termina con el rezo de la oración del Señor y la bendición. El bautismo es administrado ordinariamente por un ministro ordenado, pero en caso de necesidad puede hacer de ministro cualquier persona, con tal de que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia. Puesto que el bautismo marca al hombre como perteneciente a Cristo y lo hace capaz de participar del culto (le la Iglesia (se trata del don del «carácter»), el bautismo es irrepetible. Su efecto es la purificación total, el perdón de todos los pecados, el original y los actuales.

Necesario normalmente para la salvación, el bautismo puede ser suplido por el bautismo de sangre (el martirio sufrido por un creyente todavía no bautizado) o por el bautismo de deseo (que supone, con la fe, un deseo de recibir su sello, cuando sólo unas circunstancias independientes de la voluntad del sujeto impiden encontrar su realización efectiva).

R. Gerardi

 

 Bibl.: B. Baroffio - M. Magrassi, Bautismo,  en DTI, 537-562; A, Hamman, El bautismo y la conl~rmació,1, Herder, Barcelona 1970; Neunheuser, Bautismo y confirmación, Ed,  Católica, Madrid 1975; b. Borobio (ed.), La celebración ezl la Iglesia. I I Sacramentos, Sígueme, Salamanca 1988,

 

-Aspecto moral.- Considerado actualmente en el marco de conjunto de la iniciación cristiana, el bautismo es el sacramento de la vida nueva. Señala también la entrada en la comunidad de los redimidos en Cristo y, por tanto, además de su estudio tradicional dentro de la teología sacramental, se presta también a una reflexión de tipo moral.

En la praxis de la Iglesia primitiva  prevalece en el símbolo bautismal la idea del "nuevo nacimiento». Hoy esta  idea ha perdido mucho de su fuerza.

Por eso, sobre los diversos significados  teológicos tiende hoy a predominar el de inserción en la comunidad de los creyentes.

El hecho de recibir el bautismo en  una edad en la que es imposible no sólo una opción libre, sino incluso la conciencia de lo que se está haciendo, mueve a acentuar más el carácter de toda la existencia cristiana como verificación, apropiación, realización permanente del propio bautismo.

La dimensión ética propia del bautismo se capta de manera especial a través de las promesas bautismales, que expresan el compromiso por crear en sí mismo y en el mundo las condiciones para la acogida de la obra de Dios y la libertad del Espíritu, y al mismo tiempo fundamentan el carácter sacramental de la moral cristiana, aun cuando -y quizás precisamente porque- sirven para recordar que ser cristiano no puede reducirse ni mucho menos a un hecho moral. Esas promesas bautismales comprenden, según una praxis que se remonta a los primeros siglos cristianos, una primera parte de aspecto negativo (renuncia al mal o a Satanás) y otra segunda par te de aspecto positivo: la adhesión a Cristo.

Renunciar al mal, a pesar de su formulación negativa, es un compromiso que se refiere a la vida cristiana en su plenitud e implica toda una gama de positividad virtualmente ilimitada. Renunciar al mal no significa solamente comprometerse a no cometerlo, sino comprometerse a combatir activamente el pecado, y no sólo el que uno pueda sentir en particular la tentación de cometer, sino todo el pecado presente y activo en la historia, hasta lograr transformar el mal en una ocasión superior de bien. Así, la adhesión a Cristo expresada en el «Credo» no se reduce a admitir que ciertas prerrogativas de Cristo sean una realidad, sino aceptar la implicación propia, total y directa, en estas mismas realidades. Para el creyente, Jesucristo no es simplemente un modelo en el obrar, sino la fuente de su ser. Por consiguiente, las promesas bautismales no son en primer lugar  un «acto», sino un status.

L. Sebastiani

 

 Bibl.: J. Espeja, Para comprender los sacramentos, Verbo Divino, Estella ~1994; D.

Boureau, El futuro del bautismo, Herder,  Barcelona 1973.