ASCESIS

 

"Vigilemos sobre nosotros mismos para no abusar creyendo que seguimos la vía estrecha, siendo así que tomamos la vía ancha y espaciosa. Los signos que demuestran que seguimos una vía estrecha son: mortificarse en la comida; vigilar en pie noches enteras; no beber agua más que moderadamente, no tomar pan más que con parsimonia; sorber la bebida purificadora de las humillaciones; soportar los sarcasmos, las burlas, las ironías; restringir la voluntad propia; soportar las contrariedades; no murmurar lo más mínimo ante los ultrajes; no tener en cuenta los insultos; tolerar animosamente las injusticias; no indignarse por las calumnias; no montar en cólera cuando nos humillen; ser humildes cuando nos condenen. Dichosos los que sigan esta vía, porque " de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5,9-12)» (Juan Clímaco, La escala del paraíso 2, 13).

Este programa de ascesis, común a la tradición espiritual de origen monástico en el Oriente cristiano, supone dos caras de la praktiké, de la scientia actualis, como " método espiritual que purifica la parte afectiva del alma». Se trata de una catarsis negativa, es decir, de unos vicios que extirpar, y de una catarsis positiva, atenta a la conquista progresiva de las virtudes. Estas dos caras de la acción ascética suponen siempre a un hombre espiritual en busca de un progreso personal dirigido a un Absoluto y guiado por la gracia de Dios, que infunde el aumento de la fe, de la esperanza y de la caridad, virtudes que constituyen la substancia de la vida espiritual. La ascesis es ciertamente un método, una lucha y un combate (1 Cor 9,24-25.27), pero siempre con vistas a seguir a Cristo a través de la abnegación, de la renuncia y de la aceptación del sufrimiento. El último objetivo es el acontecimiento pascual que se convierte en punto de partida absoluto de toda la aventura ascética cristiana. 

Todos los Padres y los maestros espirituales insisten en que la "ciencia práctica» - que es mucho más una práctica o un método que una ciencia o una teoría- es el presupuesto para llegar a la theoretiké, a la contemplación. La praxis ascética consiste en la tarea de desarraigar los vicios y de plantar las virtudes en el alma, valiéndose de ayunos, de vigilias nocturnas, de un desprendimiento absoluto del mundo y de las cosas mundanas que, aunque sean buenas y hermosas, son causa de preocupaciones y ocasión de tropiezo (amerim nía askétiké), de la lectura de la Biblia y sobre todo de una fidelidad total a la vocación de la soledad, que es un abandono confiado y una reinserción en la gratuidad de la vida evangélica. El asceta es ante todo el monje (ihidOjO en siriaco, monacón y monachós en griego), que a través de la purificación de los propios pensamientos, de los propios sentimientos y con el ejercicio de las obras de misericordia, recibe como premio la apátheia, la pureza del corazón. En esta perspectiva la ascesis es un ejercicio práctico y penoso (askéo: Hch 24,16), un combate del corazón y de la mente (agón, podvig en ruso y en serbio), un trabajo espiritual (pónos).

Desde los primeros momentos de la vida ascética, el monje se dedicaba con insistencia a la oración como ejercicio y trabajo fundamental, hasta que conseguía pasar de la oración al estado de oración. Durante los primeros pasos de la vida espiritual, la oración no puede ser la "oración del corazón", va que ésta sólo puede ser fruto del Espíritu Santo. Pero el hombre tiene que esforzarse en cumplir el bien, aunque su corazón no lo quiera, tener paciencia en las humillaciones, en una palabra, violentarse a sí mismo para orar sin tener la oración espiritual. Cuando Dios vea cómo lucha y se violenta, precisamente cuando sú corazón no lo quiere, entonces en su compasión le dará la verdadera oración espiritual, la verdadera caridad, la verdadera mansedumbre, la verdadera bondad, en una palabra, lo llenará de los dones del Espíritu Santo (cf. Pseudo-Macario, Homilías espirituales 19, 3-4~ Atanasio, Vida de Antonio). La ascesis en esta perspectiva no es una mera acción del hombre en su propio progreso espiritual, sino un sinergismo de lo divino y lo humano, la vocación específica teándrica del hombre que es la divinización (théosis).

Otro elemento fundamental del ascetismo práctico es la soledad (mónosis). La soledad representa la ascesis típica, el sacramento propio del monaquismo; es «la madre de la filosofía» (Nilo de Ancira), es decir, de la auténtica vida monástica. La soledad, desde la tranquilidad exterior conduce a la tranquilidad del corazón, prepara al hombre para la unión consciente con Dios y engendra ascesis y lágrimas (pénthos). La soledad no es pasividad; es el presupuesto, el campo de batalla  para la lucha contra los demonios y los malos pensamientos (logismoí). Antes del encuentro pleno con Dios, antes de experimentar (aísthesis) y de gustar (geusis) aquella paz profunda en plena certeza (pleroforía) que nada ni nadie puede turbar y que es la actividad o la energía del Espíritu (enérgeia tou Pneúmatos) en el hombre, la vida en soledad es un esfuerzo casi sobrehumano; pero sin ella era imposible para la tradición espiritual común la práctica de la perfección monástica. Esto vale para diversos aspectos tanto en el cenobitismo como en el anacoretismo.

 Hav tres niveles de soledad: huir de los hombres, observar el silencio, mantenerse en calma (fuge, tace, quiesce : Basilio, Regula brevis 23).

Hay diversas prácticas ascéticas a  disposición del asceta para proteger la vida de oración y de soledad. Una de las más conocidas guarda relación con el término enkráteia, que es al mismo tiempo templanza, continencia, abstinencia, con la finalidad de conseguir lo que hoy llamaríamos autocontrol. No se trata, como es lógico, de la enkráteia heterodoxa o encratismo, que, en virtud de un dualismo más o menos consciente frente al origen del mundo, condenaba la materia y tendía a imponer a todos los cristianos, como condición para salvarse, la abstinencia del matrimonio y del comer carne y beber vino.

Estas tendencias características del  maniqueísmo, incluso cuando amenazaban al ascetismo cristiano de tipo popular, eran rechazadas decididamente por la Iglesia. Tampoco se trata de la enkráteia de los filósofos paganos.

La enkráteia cristiana «es el denominador común de todas las virtudes» (Diadoco de Fotica, Centum capita 42); sus principales preocupaciones son la soledad espiritual y la integridad del  cuerpo, mientras que sus prácticas preferidas son la castidad perfecta y la moderación en la comida.

El ayuno es otro aspecto de los más importantes de la enkráteia, muy típico del ascetismo primitivo. Lo practicaron y recomendaron también los filósofos. En efecto, está claro que no puede haber vida intelectual y contemplativa sin que el hombre se someta a una severa disciplina en el comer y en el beber. Los textos en esta materia son demasiado numerosos para poder pasar los por alto. El ayuno es un acto de purificación y al mismo tiempo una acción meritoria con la que se ganaba el favor de Dios: « santifica el cuerpo y levanta al hombre al trono de Dios) (Atanasio, De virginitate). Pero al mismo tiempo el ayuno debe moderarse y controlarse. Contra ciertas tendencias heterodoxas los Padres no se cansan de repetir que todos los alimentos son buenos y que la actitud despreciativa contra algunos «sería realmente execrable y absolutamente diabólica ».

Para ellos el ayuno es simplemente un  medio para «frenar convenientemente las partes inflamables de la carne y poder distribuir a los pobres lo superfluo proveyéndoles de lo suficiente» (Diadoco de Fotica, Centum capita 43) conquistando de este modo las virtudes, especialmente la caridad. La enkráteia basiliana está igualmente orientada por entero a esta caridad social.

El tercer elemento de la enkráteia,  característico en los antiguos monjes, son las vigilias nocturnas, una praxis ascética inspirada por la espera «mística» de la llegada del Esposo (Mt 25,1 13). En la especulación ascética tenía una gran resonancia el Cantar de los Cantares 5,2: «Durmiendo yo, mi corazón velaba». El elemento negativo de esta praxis era el de domar el sueño excesivo. En la dirección positiva las vigilias se dedicaban al oficio divino, bien para dedicarse a la oración personal y a la meditación de la Escritura, bien con la única finalidad de vencer el deseo de dormir. Conocemos la experiencia eclesial en las comunidades de san Basilio, donde el pueblo se reunía en las vigilias para rezar el oficio junto con los monjes (Basilio, Epist. 207, 3), Los monjes llamados acemetas (= insomnes, «los que no duermen»), cerca de los ambientes mesalianos, practicaban la oración litúrgica continua, su cediéndose cuatro coros (griego, sirio, copto y latino) en la alabanza a Dios de día y de noche. Las corrientes de los aScetas caracterizados por la vigilancia atenta (népsis), llamados los padres népticos, tuvieron una fuerte influencia en la historia del ascetismo.

La ascesis no es fin de sí misma. Está esencialmente al servicio del amor. «Toda ascesis que no tenga amor es extraña a Dios » (Máximo el Confesor, Liber asceticus 36). El asceta, una vez liberado por el ejercicio ascético, entra en la vida del espíritu como en una continua superación de sí mismo, comienza la vida de la metanoia, que es una continua renovación del espíritu.

 T Z. Telsek

 

 Bibl.: G. M, Colombas, El ascetismo corporal, en El moacuto primitivo, 11, BAC, Madrid 1975, 175-228; T Spidlik, La spirituulité de l'Orient chrétien, Roma 1978, 199-225.