APOLOGÉTICA

No resulta fácil definir la apologética, ya que con este mismo nombre se presentan diversas funciones que durante siglos han determinado la reflexión teológica y la praxis eclesial. En la historia del concepto puede verificarse, sin embargo, un denominador común que permite definir la apologética como la ciencia que se ocupa de la apología de la fe cristiana. Esto significa que, esencialmente, con la palabra «apologética» se hace referencia a una reflexión crítica que intenta presentar el contenido de la fe ante las riquezas de la razón.

Es posible subrayar tres momentos particulares de este proceso. El primero está caracterizado por los primeros siglos de la historia del cristianismo.

La apologética se construye como la presentación del hecho cristiano que llega a entrar en contacto con el mundo pagano y con las diversas escuelas filosóficas. En este sentido se pueden recordar, por ejemplo, el Diálogo con Trifón escrito por Justino y la Apología de Tertuliano. Junto con la tarea de presentar al emperador o a la autoridad civil, el contenido de la fe purificado de los ataques que se forjaban contra los creyentes, estos escritos tenían la función de defender tanto la praxis de los cristianos como su enseñanza. Bajo este aspecto, la apologética se convirtió en una auténtica « defensa » de la fe contra los errores y calumnias que se iban propalando contra la vida de Jesús o la praxis común de los primeros creyentes.

Tanto en Oriente como en Occidente se elaboraron auténticos tratados apologéticos, que tomaban en consideración las conquistas hechas hasta entonces por el pensamiento pagano.

Orígenes elaboró el Contra Celsum; Eusebio respondió a las tesis neoplatónicas de Porfirio; Agustín escribió el De vera religione para refutar la tesis del escepticismo a partir de sus mismas premisas, y el De civitate Dei para responder a las acusaciones dirigidas contra los cristianos como responsables de la caída del Imperio. En resumen, la apologética se convierte en un arte que se considera cada vez más necesaria, sobre todo por la apertura que el cristianismo comienza a tener históricamente en su expansión evangelizadora. Es difícil en este punto encontrar los límites exactos entre la apologética y la apología; la primera, de todas formas, parece convertirse en la justificación teórica de la segunda y ésta en la causa formal de la primera.

La Edad Media empezó a dar un doble cambio, que marcó un auténtico giro en la comprensión de la apologética. En primer lugar, se empieza a identificar mejor al destinatario de estos escritos, que, en esta ocasión, son los judíos y el islam; además, la reflexión lleva a la identificación de unas verdades que son accesibles a todos, a la luz de la inteligencia de la experiencia humana, mientras que otras verdades son el fruto de una revelación. La apologética evoluciona teniendo que buscar tanto las motivaciones que permiten el reconocimiento de algunos contenidos con un carácter universal -más directamente, la existencia de Dios y la inmortalidad del alma- como las razones que permiten al creyente motivar su propia fe. Tomás de Aquino con la Summa Theologiae y la Summa contra Gentiles -recuérdese el subtítulo tan expresivo de esta obra: Seu de veritate catholicae fidei contra Gentiles- es un claro ejemplo de esta comprensión de la apologética. Los siglos siguientes, especialmente con la presencia de la Reforma, conocerán una apologética fuertemente polémica respecto a las diversas confesiones protestantes: un ejemplo clásico es el texto de P. Charron, Les trois vérités contre les athées, idolatres, juifs, mahométans, hérétiques et schismatiques.

Una segunda precomprensión de la apologética es la que se nos ofrece a partir del s. XVlll, cuando la supremacía y la autonomía de la razón se convierten en el reto con que había de enfrentarse la fe cristiana. En efecto, la razón se convierte en la verdadera protagonista de este período, incluso para la teología. La apologética se concibe y se estructura entonces como la disciplina que es capaz de ofrecer razones universales y racionalmente válidas. La verdad es que ya san Anselmo, en su Proslogion, había recorrido un camino semejante; siguiendo a la razón, demostraba que ésta era capaz de poner en evidencia cómo las motivaciones que se presentaban contra la fe eran de suyo irracionales. La apologética de este período, sin embargo, no se mete por esta vía; había madurado ya una distinción entre la razón y la fe, que veía a la fe alcanzar lo so6renatural y por tanto lo suprarracional, mientras que la razón se veía obligada a permanecer en el orden de lo natural. Dramáticamente, al querer seguir el recorrido del racionalismo, esta apologética sacaba la conclusión de que la verdad de fe en cuanto tal no podía demostrarse racionalmente, pero que se podían dar motivaciones racionales que la convertían en religión verdadera.

Situación dramática, va que llegaba a faltarle a la fe, como - tal, el elemento que la convertía en una forma de conocimiento coherente con las verdades de la revelación. La apologética de este período se desarrolla en el terreno de la credibilidad de los signos de la revelación. Esta credibilidad reviste un carácter extrínseco de tal categoría que, paradójicamente, se construye fuera del contenido formal de la fe. Dirigida a demostrar racionalmente la validez de su verdad, y - a que fue alcanzada precisamente por la razón a través del análisis de unos hechos «externos» a la verdad sobrenatural, esta apologética se olvidaba finalmente del hecho mismo de la revelación y de la persona del revelador. En esta perspectiva hay que leer - teniendo en cuenta debidamente las diferencias de los autores y las provocaciones filosóficas - las obras de Y. Picler, Theologia polemica, o las Praelectiones theologiae de p, M. Gazzanica, así como los diversos tratados compuestos durante el período de los manuales.

Esta característica dominante de la apologética no debe hacernos olvidar que, al mismo tiempo, había otros autores que señalaban los límites de estos planteamientos y las peligrosas consecuencias que dé allí se derivan para la misma fe. No fueron seguidos estos autores ni pudieron crear una escuela de pensamiento, e incluso a veces fueron criticados y marginados; sólo hoy es posible verificar hasta qué punto era significativa y lícita su intuición. Entre los nombres más representativos podemos citar los nombres de Pascal, Simon, Chateaubriand, Newman, Schleiermacher, Drey, Blondel...

La teología que sigue al concilio Vaticano II permite verificar una tercera precomprensión de la apologética. No es posible todavía sistematizar fácilmente sus notas características, ya que está aún en curso la investigación teológica; pero se pueden señalar al menos tres ámbitos de su tarea. El primero intenta recuperar la dimensión estrictamente teológica de la apologética. No es una disciplina que posea un método y un contenido externo a la revelación ni se presenta como una reflexión híbrida entre la teología natural y la filosofía; es más bien una disciplina engendrada dentro del saber de la fe, cuando toma conciencia de su función peculiar de dar razón de sí misma. El segundo ámbito es el que afecta al destinatario de su reflexión: éste no es solamente el creyente, al que se dirija para mostrar la racionalidad del contenido de su fe a partir del hecho mismo de la revelación que lleva consigo las notas de credibilidad, sino también el "otro», el no creyente, al que es necesario dar las razones que le permitan hacer una opción de fe como algo significativo para una existencia personal. Finalmente, el tercer ámbito presenta los fundamentos epistemológicos de todo el saber crítico de la fe, para que la teología pueda comunicar sus propios datos en el organigrama científico universal, aportando su contribución especial con vistas a la globalidad de la persona.

R. Fisichella

 

Bibl.: R. Latourelle, Apologética fundamental, en Teología, ciencia de la salvación, Sígueme, Salamanca 1968, 139-159: R. Fisichella, Introducción a la teología fundamental, Verbo Divino, Estella 1993: A. Dulles, A History , of Apologetics, Londres 1971.