LA VERDAD, PALABRA EN DESUSO

 

Se me ocurre hablar del gozo de la verdad, palabra hoy a mi juicio en desuso, y rescatarla como aire de belleza y esplendor de luz. Hemos de preferir siempre la verdad a la mentira, acto por otra parte, propio de la libertad que busca el bien; y, con ello, la realización plena del sentido de la existencia. La citada conciencia verdadera se registra en el corazón y se vive, no se enseña; puesto que –como apunta el diccionario- es la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente, o lo que es lo mismo, conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.

 

A decir verdad, hablar de la verdad en la cultura contemporánea, no es cosa fácil. Parece como si buscarla fuese una empresa inútil, algo sin rumbo, cuando la verdad triunfa por sí misma frente a la mentira que necesita de la complicidad. En cualquier caso, como dijo André Gide “cree a aquellos que buscan la verdad; duda de los que la han encontrado”. No olvidemos que el auténtico arte es la auténtica verdad, por eso permanece a doquier crítica del tiempo. Creer como crear es a vivir como ascender. Ahora sólo se piensa en trepar, pisando al vecino.

 

Cierto. Vivimos unos momentos en el que todo el mundo desconfía de todo el mundo. Y eso, de tener hambre de verdad no es bueno ni saludable para el alma, que necesita tomar alimento de gozos. Por ello, es necesario inculcar un sano espíritu crítico, que nos inunde de hermosura. Todo un océano de olas y mareas vivas que no son otra sustancia que la verdad alimentada por la bondad y la belleza. Esta vía láctea, la de la verdad, hemos de luchar por reencontrarla. Umberto Eco, nada sospechoso de beatería, tiene razón cuando cita al gran Chesterton para describir la paradoja actual: “Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no es que no crean en nada, creen en cualquier cosa”. Resulta curioso, pero cada cual da la sensación que fabrica sus dioses a su manera y a su propio gusto. Otra gran mentira. Y así, surge el dios –con minúscula- del consumo que encadena, ahoga y no hace feliz a nadie. Las grandes multinacionales mueven los hilos a su antojo y piensan por nosotros. Sálvese el que pueda de tanto diluvio de mentiras.

 

Verdaderamente tenemos lo que vivimos: Donde todo vale lo mismo, en definitiva nada vale nada. La pérdida de la dignidad de la persona, aunque tanto se propugna constitucionalmente, así como la desintegración del modelo familiar, es la gran mentira del siglo actual. Las democracias empiezan a estar enfermas y corrompidas. Piden a gritos reformas que propicien un profundo rearme ético en la verdad desde el enraizamiento más profundo. Los extranjeros han de tener derechos a ser respetados siempre. La ley ha de ser igual para todos los ciudadanos que no lo es.   El Derecho a la vida e integridad física nos alejaría de la cultura de la muerte que tanto nos circunda y atonta. El derecho a la libertad ideológica y religiosa nos haría personas de consenso y de convivencia. No de conveniencia. Sí se cumpliese este último derecho, diríamos adiós a las etiquetas. A pesar de tantos descubrimientos, hemos olvidado que el hombre ha de vivir seguro, y, en este siglo, aún no lo está, aunque se diga tener derecho a la libertad y seguridad. Podríamos seguir ...ó siga Vd. mismo ...interiormente.

 

Se pide una nueva conciencia ecológica y se llena de incoherencias. Como botón de muestra, a los hechos me remito. En cualquier ciudad o pueblo, por desgracia, es fácil padecer estos desórdenes ambientales. ¿ Por qué hemos de permanecer pasivos o con aires de resignación?. Aquí nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato porque hay mucho dinero por medio, el gran pecado del mundo. Todos sabemos que aumenta la contaminación de medios mecánicos, -¿quién utiliza los otros medios alternativos, como puede ser el de la bicicleta?-, el feroz ruido o el golferío de una juventud que no siembra más que jeringas y botellas en los parques; y, aunque “todos decimos”, ninguno de los poderes hace nada. ¿Dónde está ese verdadero gusto por la cultura del respeto hacia los demás?. ¿Dónde anidan voces que propicien la cultura de la paz?. ¿Dónde habitan los verdaderos ecologistas, que no propugnan la gran revolución?. Necesitamos cambiar estas actitudes, propias de locos, no de un mundo avanzado.

 

En verdad, o en verdades como amor en vez de verdades como puños si prefiere el lector, urge un compromiso valiente, creativo y decidido en el campo del cultivo interior de la persona. Cada día –a pesar de tantas titulaciones académicas, floreadas con Másters que valen un pastón- da pena ver a algunos jóvenes que han de ser el futuro más próximo. Da la sensación que la Universidad no sirve nada más que como fábrica de parados. Por eso, yo propongo, otras Instituciones. Hemos de fundar verdaderos centros de cultura y ocio en cada pueblo, con carácter gratuito y de alcance para todos. Y por sentido común, debiéramos dar luz verde a un reglamento –incluido en la ley de Bases de Régimen Local, sí me lo autorizan los regidores de los municipios-  donde se ponga, menos el “póntelo” o el “pónselo”, y más una competencia prioritaria de actividades culturales y deportivas, así como la promoción y reinserción social desde la conciencia de saber ocupar el tiempo de ocio. Algo que aún no hemos acertado a crear, aunque tenemos a raudales animadores socioculturales, casi siempre otra gran mentira; o actividades que se dicen culturales y son de nombre únicamente. Sea como fuere, insisto, que la gran vacuna a la esperanza será siempre la verdad, aquella que florece desde la maduración de la estética.      

  

  Víctor Corcoba

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