Una Iglesia del tiempo presente para un
hombre que se transforma en un objeto

            Aunque la Iglesia es siempre una Iglesia del tiempo presente, no mira a su herencia como un tesoro de un pasado caduco, sino como una poderosa inspiración para avanzar en la peregrinación de la fe por caminos siempre nuevos, se me ocurre reflexionar sobre algunos datos (para la esperanza), a raíz de la publicación del libro de la Conferencia Episcopal, sobre la Iglesia Católica en España.

 

Destaca el aumento en el porcentaje de contribuyentes que señalan la opción de la Iglesia católica en la declaración del IRPF. Con ello, a pesar de tantas fuerzas contrarias, se refrenda el testimonio de que la sociedad española valora positivamente la actividad de la Iglesia católica, y manifiesta el compromiso cristiano, que no es otro que una forma de hacer el bien.

 

También la citada publicación recoge que el número de parroquias se ha mantenido prácticamente constante a lo largo del período mostrado, con un ligero incremento en los últimos años.  Quiérase o no, la parroquia, a pesar de tantas urbanizaciones, sigue siendo una referencia importante para los católicos. Y debe ser así, también para los no creyentes, puesto que si la parroquia es la Iglesia que se encuentra cercana al domicilio de las personas, debe vivir injertada en la sociedad humana e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dramas, dando luz y vida a tanta desesperanza, cultivando unas relaciones más fraternas y humanas. Nadie debe ser excluido de la ayuda hacia esa vida digna que proviene de Dios, y que por tanto, ninguna persona puede disponer de ella.

 

Por lo que respecta al número de sacerdotes, también existe una tendencia estable. La vocación de servir, es vocación del todo natural, porque el ser humano es naturalmente siervo, no siendo dueño de la propia vida y estando en cambio necesitado de tantos servicios al otro. Pero frente a una cultura clasista, donde el que sirve es considerado inferior,  y donde la preocupación exclusiva por el tener suplanta la primacía del ser, no pueden surgir vocaciones. Nadie quiere servir a nadie dada la aridez espiritual que actualmente respira la atmósfera humana. Recordemos que el verdadero siervo es humilde, no busca provechos egoístas, pero se empeña por los otros experimentando en el don de sí mismo el gozo de la gratuidad.

 

            En un mundo que, con la desaparición de las distancias, se hace cada vez más pequeño, las comunidades eclesiales deben relacionarse entre sí, intercambiar energías y medios, comprometerse aunadamente en la única y común misión de anunciar y de vivir el Evangelio. La labor misionera de la Iglesia católica en España también va dando sus frutos, con nuevos encuentros y formas de unión. Así, del 18 al 25 de enero, se celebra la Semana de oración por la unidad de los cristianos. La diócesis de Granada, al igual que el resto de diócesis españolas, ha dispuesto un programa de actos de celebraciones eucarísticas y actos ecuménicos en distintas parroquias con este motivo, bajo el lema: “Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro”.

 

            También la importante labor caritativa y social de la Iglesia católica encuentra su fiel reflejo en los proyectos atendidos por Cáritas y Manos Unidas que, junto con los centros que se dedican a atender a los más desfavorecidos, ayudan a compensar las graves desigualdades existentes en nuestra moderna sociedad. Tenemos que aprender a compartir lo que somos y lo que tenemos, a todas horas y en todo momento, a proteger a los que nada tienen, a promocionar a los más débiles, a ofrecer oportunidades a cuantos carecen de ellas. Cáritas y Manos Unidas existen porque todavía no hemos aprendido a convivir, a crear comunidad, a vivir en solidaridad, sin parcialidad, sin excluir a ningún vecino, a comulgar con todos, especialmente con los que más sufren y están más necesitados, que es otra manera de comulgar con Cristo. Sería saludable para esta sociedad egoísta, instruirse  en el morir, o lo que es lo mismo, en gastarse por los demás, a dejarse partir como el pan, a "perder la vida" como el grano de trigo, para producir más vida. Y no menos gozoso sería dejarse emerger por el hombre nuevo, libre y solidario, el de manos gastadas y corazón encendido, fermento de una sociedad nívea, más digna del hombre y con menos cosas, más según Dios.

           

            En cuanto a la práctica sacramental. Los bautismos sufren variaciones oscilantes provocadas principalmente por el ritmo de variación de los nacimientos en cada año, aunque se mantienen en el incremento. Algo parecido ocurre con los matrimonios eclesiásticos, que han experimentado crecimientos. En esa encrucijada de desconciertos, la Iglesia católica ofrece al hombre, la savia siempre nueva y siempre eterna del Evangelio, creador de cultura viva, fuente de poesía y belleza, al mismo tiempo que promesa de horizonte luminoso. En suma, una última reflexión: Los datos de este estudio, nos indican que no está el ser humano tan alejado de Dios como algunos medios de comunicación nos venden a diario. A Dios gracias.

 

Víctor Corcoba

CORCOBA@telefonica.net