SIN CRITERIO PROPIO

           
 

           Cada día son más las personas que se venden al mejor postor y no al mejor pastor. Nada les importa. Entran al trapo igual que un toro en una noche de luna clara. Las palabras dichas no tienen valor alguno. Hoy digo una cosa, mañana otra. Da igual pasar del blanco al negro o cegar de un ojo si el vecino ciega de los dos. La lógica racional no cotiza. Ni el sentido común. Y menos el criterio propio. De estas mezquinas actitudes, se deriva una verdad: la renuncia a ser. Abandonados a nosotros mismos, como un objeto en rebaja, se nos compra con dinero. Hemos perdido el norte en tantas cosas, que apenas valemos unos euros. Tras el cheque todo se permite. Que te hagan llorar. Que te insulten. Y hasta escupir he visto en un programa de la tele, de esos que airean vidas, tan de moda hoy. El ser humano no puede caer tan bajo –eso me digo-, pero observo que cada día vive más en el pozo del absurdo. Sin criterio propio, con los brazos cruzados, a la espera de unas migajas. Cuando el ser humano ha de tener su propio criterio y huir de la tentación de confiar en los compradores de vidas. La existencia de cada cual es demasiado importante para ser moneda de letra y cambio. El ser humano no puede ser devaluado a la esfera de lo material. No se pueden consumir seres humanos como pitillos de tabaco.

 

            Es necesario vivir y dejar vivir. Potenciar la cultura de la vida. Quererse a uno mismo para querer a los demás. Interiorizarse sin pensar en tanta exterioridad y en aparentar otra cosa, que a lo mejor, ni vale la pena. Donarse antes que endeudarse, por más que las entidades crediticias nos tienten con préstamos a la espera de una firma. Compartir tartas antes que partirse a tortas. Consolar antes que asolar. Construir antes que destruir. Decidirse por esta propuesta no es una apuesta fácil. Lo sé. Somos frágiles. Pero es una forma de saciarse gozosa. Aquel que la cultiva repite. Cultivarse debe ser un afán y un desvelo para que la vida de cada hombre, por el hecho de serlo, sea cada vez más humana, la cual no ha de limitarse solamente a la visión biológica, psíquica, o social, también a otra cuestión de suma trascendencia, la de la dignidad plena, que es un pleno derecho. Todavía hemos de dignificar la dignidad. Para empezar, propongo, quitar algunos anuncios publicitarios. Ciertamente, el ser humano no es un objeto, y se afirma cuánto más generosamente se entrega. Pero no a cambio de euros.

 

            El arte de pensar con criterio, pauta de salud mental, no se aprende tanto con reglas como con modelos. Lo que sucede es que los tipos que la sociedad hoy nos mete por los ojos, carecen de principios, son groseros y extravagantes, chabacanos y presumidos, sin estilo alguno. Si hiciésemos un acto de reflexión, que ya no lo hacemos porque ya no tenemos ni tiempo para nosotros mismos, quizás no nos reconoceríamos. Nos hemos perdido. O abandonado. Conocernos a nosotros mismos puede ser un buen propósito de verano, para tomar buen criterio, que tal como está el patio, no es cuestión fácil. La cultura que el hombre, como sujeto que es, forja con sus distintas acciones, para bien o para mal, generan efectos y afectos; de ahí, la importancia de un universo cultural que fomente el discernimiento, para conseguir un justo criterio, estructurado según valores fundamentales.

 

No resulta fácil entender comportamientos de personas, que dicen apostar por un mundo mejor, y luego sus andanzas son de lo más salvajes. Se manifiestan violentamente. Lo rompen todo. Operan en manadas y como borregos. Aunque sean titulados universitarios. La abundancia de ideas no siempre lleva consigo la claridad y exactitud del pensamiento, el proceder con sano juicio. Existe en la atmósfera diaria demasiada mentira. La misma televisión es una gran mentira. Conducirse con criterio, es un medio para conocer la verdad, la que tanto nos quieren ocultar los poderosos.

 

Ya lo decía mi profesor de filosofía, la verdad en el entendimiento es conocer las cosas tal como son. La verdad en la voluntad es quererla como es debido, conforme a las reglas de la sana moral. La verdad en la conducta es obrar por impulso de esta buena voluntad. Por eso cuesta tanto entenderse. Consensuar posturas. Dialogar con aquel que no tiene nuestras mismas ideas. Nos falta la sensatez. El pensar bien consiste: o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. ¿De qué sirve discurrir con sutileza, o con profundidad aparente, si el pensamiento no está conforme con la realidad? ¿O si nos dejamos mover como marionetas? El buen pensador, el que tiene criterio propio, procura analizarlo todo. No se deja mangonear porque sí. Y al final del tiempo, el juez más justo, apunta hacia esa persona que siempre ha actuado con criterio propio, dejando una estela de seguidores plenamente satisfechos. La coherencia llama al orden, con entero asentimiento: “sí, es verdad, tenía razón”.




 

Víctor Corcoba

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