¿Por qué el mundo siempre se desmorona sobre los más débiles?

   

 

            Para comprender lo contemporáneo y construir el futuro, el mejor camino  es la observación –saber mirar- y el análisis –saber comparar-; sobre todo, para ahondar en la radiografía “del hacia dónde vamos” a sabiendas de lo que somos o hemos sido. A poco que exploremos por el mundo, por otra parte hoy fácil de navegar por él,  vemos que la humanidad continua su ascenso de absurdas guerras, que causan sufrimientos indescriptibles, casi siempre en los más débiles, en los que nada tienen, y, hasta ésa nada, le queremos expropiar. En la raíz de tanta brutalidad, hay un germen: el deseo de dominar y explotar a los demás, por fanáticas ideologías de poder, por nacionalismos exacerbados o por antiguos odios del hombre contra el hombre.

 

            Volviendo los ojos atrás, el siglo XX nos deja en legado, sobre todo,  el aviso de que unas guerras son causa de otras, ya que alimentan rencores profundos. Con las hostilidades perdemos todos, pierde toda la humanidad, aunque los primeros sean los pobres. Se necesitan obreros que trabajen por la paz del mundo. Lo más inmediato, sería ordenar el caos, mediante el preceptivo cumplimiento de los derechos humanos. El mundo de las corbatas debe unirse al mundo de los desnudos, el poderoso ha de abrazarse al débil e intercambiar diálogos, bajo un lenguaje donde no existan siervos ni amos, sino personas humanas.

 

            Los países pobres no necesitan un fajo de dólares o euros; lo que quieren es la oportunidad de aprender y desarrollarse a través del conocimiento. El apetito desordenado de dinero no deja de producir efectos perniciosos. Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas al lucro, esclaviza. A propósito, tiene Gloria Fuertes, un poema que, siempre le pedíamos los amigos, nos lo recitara en aquellas inolvidables tertulias del Pub “El Juglar” –de la histórica calle de Lavapiés en Madrid-, organizadas por el escritor y periodista Pedro Fuentes-Guío, que no me resisto a vociferar por lo intenso del mensaje, tan verdad como bello y tan ingenioso como genial: “El dinero es un erizo/ que convierte a quien le hizo, / en erizo./ El dinero es una droga, / al que no le tiene ahoga./ El dinero es una soga/ al que le tiene le ahorca. / El dinero es un erizo/ una droga y una soga”.

 

            Ciertamente, cuesta entender porque un grupo de fanáticos disfrutan haciendo el mal o porque los poderosos aplastan a los últimos, si todos somos personas. El mundo cada día está más ciego o más analfabeto. ¿ Cómo no entender que si se hace el mal, tarde o temprano este mismo mal, se revierte en contra de aquellos que lo provocan?. No olvidemos que la riqueza se sustenta en las espaldas de la humillación del indigente. Una simple mirada, nos ilustra: Países ricos, luchan contra países pobres; hombres ricos,  pelean contra hombres pobres... Y todo por el afán de poseer lo que ha masacrado al mundo durante toda su historia –lección que todavía no hemos aprendido-, que no es otro, que el poder mal utilizado.

 

            El poder no es malo cuando es llevado a contribuir al desarrollo de toda la humanidad. No sirven las limosnas. Pero cuando se usa para algunos pocos, este mismo poder, mata. Mucho países hoy en día, caminan en continuo luto por la vida. Sin cruzar fronteras, a nuestro alrededor tenemos aún muchas gentes sin techo. En los países ricos, también aumentan las injusticias y el estado del bienestar no es general. Un paseo por las ciudades, es suficiente, para ver gente en los bancos de las plazas, personas en las puertas de los templos pidiendo, mortales arrastrados por los suelos... ¿Qué le voy a contar, al lector, puesto que él mismo lo presencia a diario?. Si la actividad política, fuera de auténtico servicio, las diferentes administraciones tendrían que aunar esfuerzos; y, al menos, ofrecer trabajo a todo individuo que, como propugna la Constitución, tiene derecho al trabajo y el deber de trabajar.

 

            Llegado a este punto, se me ocurre plantear otro nuevo interrogante, sobre todo para que reflexionen nuestros políticos; ya que, algunos, -más de los debidos-, pierden mucho tiempo en viajes absurdos o en comidas que cuestan un riñón. Éstas siempre sufragadas con el dinero de toda la ciudadanía-. Ahí va la pregunta: ¿Cuántos políticos trabajan desinteresadamente, no buscando la propia utilidad, ni la de su propio grupo o partido, sino el bien de todos y de cada uno, y por lo tanto, y en primer lugar, el de los más desfavorecidos de la sociedad?.

 

            A mayor desarrollo y cultura, debiera imponerse un mayor raciocinio. No es así. Vivimos unos momentos trágicos, donde todo se compra y se vende, hasta la dignidad. Unos pocos dominan el mundo, se han hecho con el mundo e imponen su mundo autoritariamente. Un gobierno y unos políticos, sean del país que sean, que no cultiven y vociferen, de que los derechos fundamentales de la persona son intocables, por ser anteriores a cualquier tipo de operación política, hunden el futuro y, por ende, el porvenir es catastrofista. Si nos adentramos en nuestro propio país y, en nuestra propia casa, en la “casa de todos”, o séase en los Ayuntamientos, es fácil presenciar escenas de oprimidos y opresores, gentes de poco talento y talante, que quieren mandar como sea y aplicar sus teorías, aunque sean mezquindades. ¿Qué imagen más bochornosa la de esos plenos municipales en los que no hay nada más que insultos, cortes de manga, y alguna que otra violencia física?. Si los Ayuntamientos se han hecho ingobernables, la familia se disgrega,  los países no cumplen los pactos y convenios, y, sobre todo, no se respeta el derecho más natural; el aire de la vida lo dejamos sin pulso. Y aunque los ricos piensen que pueden comprarlo todo; no es así, la existencia no hay ciencia que la compre, porque es del Creador del mundo y no del ser humano. Por tanto, también de los pobres.

 

 Víctor Corcoba

E-mail: corcoba3@airtel.net
E-Mail: vchgl@hotmail.com