REINSERCIÓN Y SOLIDARIDAD

   

 

Un congreso, promovido por la Fundación Al Ándalus, ha debatido en Granada, la reinserción laboral del recluso y la atención a sus derechos. Esto es una buena noticia, si queremos que el tejido social, del que todos formamos parte, cambie sus conductas  hacia formas de convivencia universales. En la actualidad, la rehabilitación de los condenados se plantea mediante diferentes métodos correctivos, desde los experimentos consistentes en el aprendizaje vigilado de un oficio, hasta las prácticas de asistencia a necesidades sociales en los períodos de libertad condicional, a modo de voluntariado social. Justo objetivo, por el que se ha de caminar, en un Estado social y democrático de derecho. Las buenas intenciones solamente no bastan.

 

Sin embargo, uno que ha llevado a cabo diversos programas culturales –como voluntario- en la prisión Provincial de Granada, así como participado en diferentes foros –a través de Horizontes Abiertos y otras ONGs- , se le viene el mundo encima, porque hay diferencia entre lo que se dice y luego se hace. El principal obstáculo con el que me encontré, en un módulo cualquiera de los que visitaba el sábado, para realizar el programa cultural de los “Sueños a la vida”,  era desde la falta de educación social de no pocos  presos, hasta la pasividad total de algunos funcionarios de prisiones, que, como la calle –en su mayoría – piensa que hay que dejarlos que se pudran entre rejas.

 

De vez cuando surgen iniciativas como ésta, de reflexión, donde un congresista dice que “si el recluso conociera el daño causado, no reincidiría”; y uno que ha compartido tantos momentos con los presos –en su mayoría pobres, jóvenes y enfermos por la droga- siente un cierto alivio de que alguien se preocupe de estas personas. Coincido con esa afirmación. Pero la cárcel no cambia, porque no interesa, o interesa a muy pocos. No es algo rentable en prestigio. El que ayuda a esta gente, no recibe dinero, ni poder; podrá recibir cariño, pero no otra cosa. Tampoco unas buenas instalaciones, hacen cambiar al preso. Debe haber otras prioridades encaminadas a favorecer la reinserción; puesto que, el Derecho penal como tal, de privación de libertad únicamente, no es solución, sólo se debiera aplicar como última ratio. Si esto fuese así no sería noticia que un juez  de menores – Calatayud- ponga a los chicos a estudiar o les mande trabajos en beneficio de la sociedad. Sería lo más normal. Esto, que con tanto acierto ejecuta este admirado juez, debiera aplicarse también a las personas adultas. Veriamos cómo cambiaba la mentalidad enfurecida del preso.

 

En lo de la reinserción hemos, pues, de ser más solidarios. Cualquiera de nosotros podemos vernos en la cárcel, cierto día, por habérsenos cruzado los cables. De modo que la solidaridad entre personas deberá cultivarse más, desde el perdón y la reconciliación. La situación de la pobreza de todo tipo, en la que malviven millones de seres humanos, en polígonos de mierda, origina violencia a raudales. Al intentar analizar las causas de la violencia, nadie se siente aludido. Los culpables son siempre los otros. Aún existe mucha gente que piensa, que con mano dura se soluciona. Nada peor.

 

La cárcel, por desgracia, es una estructura viciada desde su origen. No hay proyectos serios de reinserción y rehabilitación porque no se aborda la concatenación prolongada de fracasos que han ido progresivamente deteriorando a la persona y que en muchos casos ha desembocado en el problema droga /sida. Dado el carácter represivo, que es lo que pide la calle injustamente, toda institución penitenciaria está abocada a hacer predominar el control sobre el tratamiento, la seguridad sobre el trato personal, la tramitación y cumplimiento de la pena, sin importar el proceso de maduración personal del interno, ni sus avances hacia la socialización. . Por todo ello se constata una falta de valores y posibilidades humanas, que yo mismo he percibido como voluntario de prisiones,  que empobrecen el crecimiento personal. La sociedad vive de espaldas, como Pilatos, a esta realidad: una sociedad que incita constante e ininterrumpidamente a la violencia. El fracaso de la cárcel, que nos cuesta buenas sumas de dinero y no sirve para nada,  refleja un fracaso social amparado en una doble y ambigua moral; a nivel político la cárcel no es considerada un problema social urgente porque los que en ella residen no tienen ni voz ni voto. Esa es la verdad. Nada hemos avanzado, la sociedad sigue en sus trece, que: "El que la hace la pague".

 

Ante esta realidad de fracaso, habría que insistir en remodelar nuestros modelos educativos a fin de educar en valores que lleven a las personas a valorarse más por lo que son. Al  preso, debiéramos prestarle la debida atención, desde la escucha a su situación concreta (personal, familiar y laboral), con el fin de incrementar su confianza, autoestima y optimismo ante el futuro. Precisamente, el  diecinueve de mayo, la Iglesia Católica –tan enraizada en  España- celebra el Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica, sería un buen momento para insistir en que la solidaridad es ciertamente una virtud cristiana, puesto que tiene numerosos puntos de contacto con la caridad, que es signo distintivo de los discípulos de Cristo. Unos discípulos que han de crear ámbitos, medios y estructuras que posibiliten realmente la acogida, también de los que están en la cárcel, abriendo signos y cauces adecuados que interpelen a nuestra sociedad hasta descubrir que el "fenómeno cárcel" es la culminación de una serie de fracasos que aún nadie hoy,  se ha atrevido a abordar serena y lúcidamente. Toda persona que está en la cárcel es un fracaso de toda la sociedad. En cualquier caso, el delito es individual pero la pena es colectiva.  Mientras la sociedad penalice a los reclusos, imposibilitando en muchas ocasiones su inserción laboral e incluso su reinserción social, seguirán entrando por una puerta los internos y saliendo por la otra. Así de claro.

 

 

Víctor Corcoba

CORCOBA@telefonica.net