RAÍCES GRANADINAS

ANTONIO LINARES ESPIGARES:

LA MÚSICA ES SU VIDA MISMA

         

La música desempeña, entre las manifestaciones del espíritu humano, una función elevada, única e insustituible. Cuando ésta es realmente bella e inspirada, como son los conciertos de Antonio Linares Espigares, nos habla, incluso más que todas las demás artes, de la bondad, de la virtud, de la paz, de las cosas santas y divinas; porque, para él, la música es su gran vocación, es su vida misma. Así nos habla de tan alta y mística pasión: “No puedo imaginarme otra vida, ni un solo día, sin “producir” música. Si Dios me ha dado este don, no es para mí solo, lo quiero compartir. La música, aparte de unir, es el mejor alimento intelectual”. Desde siempre, el lema de su vida, cuando interpreta la música, no define egoísmo o satisfacción propia, es todo comunicación con el oyente que no espera solamente la interpretación, sino todavía más, es decir, que llegué y cale hondo.

 

Aparte de su afán y desvelo por la música, que la cultiva en todo momento desde la genialidad, es todo un caballero en el más profundo sentido de la palabra, un amigo de sus amigos a los que jamás deja en el camino; porque, la amistad, -nos dice- “es como una flor que hay que cuidar, no se gana en un día, y no debe perderse en un momento. Cuando la amistad es verdadera, entonces es la mejor acompañante de nuestra vida. Si tu consorte y tus hijos son tus mejores amigos, no puede ocurrirte otra cosa mejor en tu vida. La amistad es un compromiso diario: tú das si a cambio te dan, pero esto no es “conditio sine qua non”. Así de claro”.

 

            Después de media vida en Alemania, ha regresado a su lugar natal, el pueblo de Jun, con su esposa Roswitha. Fruto del matrimonio, contraído en septiembre de 1967,  tiene cuatro hijos: Oliver,  Pascal,  Inés y Chantal; todos ellos residentes en Colonia (Alemania). Al hablar de su esposa e hijos se le agranda el corazón, al igual que cuando habla de Jun. A propósito, nos dice: “Jamás olvidé mi “patria chica”, donde nací. Prueba de ello, fueron mis continuas venidas con los grupos de Alemania en nuestras giras de conciertos”. En reciprocidad, también el pueblo de Jun, le visitó: “Fue emocionante ver dos autobuses repletos, con mis paisanos de Jun. Aquel encuentro jamás lo olvidaré, fue en el año 1995. Mi mujer Roswitha, todos los miembros del Coro y la Parroquia de San Pius, se volcaron en gratitud hacia mis gentes, como es natural”. Hoy, en esta nueva etapa de su vida, además de hijo predilecto del pueblo, una calle lleva el nombre de su persona, y un himno a Jun, que compuso para Coro, Rondalla y Banda de Música, le reviven momentos de alegría inmensa.

 

            Cuando ahora todo el tiempo lo tiene para sí, para su gente y para el arte, nos relata un día en su vida. Se levanta cuando cree que debe hacerlo. No tiene despertador. “Este cacharro tan molesto que me ha martirizado toda la vida también se ha jubilado conmigo por solidaridad”. El desayuno es para Antonio lo más hermoso de todo el día. “Tranquilamente, y sin prisas, degustamos el comienzo de un nuevo día que Dios nos ha regalado y en compañía los dos, mi mujer, ese ser que es él, “yo mismo”, comentamos y ahondamos un tema, ya sea religioso, científico, de historia, de arte, político..., esto nos ayuda cada día a conocernos más. Por otra parte, cada día y cada instante de nuestra vida, es un compromiso: “Tú me das... yo te doy”. Pero ésto, no con miras a sacar provecho para ti en particular, sino simplemente por ilustrar tu intelecto. Entonces ves que hay muchas cosas en la vida que no tienen tanta importancia como se les suele dar. Estos temas, los tratamos sin mirar el reloj. Más tarde hacemos el plan a seguir para el resto del día”.

 

En ese plan diario está el ejercicio musical, la lectura de prensa y libros, la contemplación de la naturaleza desde el huerto de su casa. Toda una alegría de luces, la primera fuente de esperanza para el hombre, que para el maestro, es la palabra: “Dios”. Así nos habla de su semántica y de tan sublime sensación: “Voz universal. Dios lo dice todo, aún para aquel que no cree. Para mi, como músico, es la palabra más musical que existe”.

 

LA INFANCIA COMO PUNTO DE PARTIDA

 

            En estos años actuales de su vida, quizás de más sosiego, y sobre todo con la experiencia que nos enriquece a todos, después de una vida dedicada a una finalidad más o menos conquistada, permanece el recuerdo de una infancia como un punto de partida muy decisivo en su vida. Irrepetible como es natural, pero sí motivo de reflexión del ¿por qué fue así?. “Busco contestación a esta pregunta,  sí de un lado vienen respuestas satisfactorias y agradables que confirman aquello que a mi me resulta positivo, sin embargo vienen otras respuestas que contradicen. Yo siempre dije, y digo, que la “Divina Providencia” lo tenía así previsto, cuestión que creo firmemente”.

 

            El recuerdo, o los recuerdos de su infancia, están ahora en su mente más frescos que nunca. “Corren ante mis ojos como una película en la que minuciosamente puedo ver todo lo pequeño e insignificante que ocurría en mi entorno. Mis padres, mis tíos, y todas aquellas personas cercanas que contribuyeron en mi formación infantil. Los compañeros de la escuela en mi pueblo natal. Recuerdo exactamente la clase en donde estábamos todos los grados escolares, empezando por los más pequeños que aprendíamos la “m” con la “a” igual a “ma”, y después los medianos y los mayores. Todos en una clase en la que había orden y disciplina. A todos nos tocaba cada día: leer, escribir y hacer cuentas. Escuchábamos con atención las explicaciones de Geografía, Historia, Religión. Cantábamos y rezábamos el Rosario, sobre todo, en el mes de mayo. Salíamos con don Miguel, el maestro, por el campo, y nos explicaba la naturaleza en plena luz: los árboles, las plantas... El domingo a la santa misa y el maestro el primero de todos. En general, había disciplina y respeto. Todo esto lo recuerdo con cierta añoranza lejana, hoy irrepetible, y que todos mis antiguos compañeros de aquel tiempo, aún siendo hoy de diversos colores políticos, lo deseamos para la juventud de hoy. ¡Todo tiempo pasado fue mejor!”.

 

            Para el niño Antonio, los años de su infancia (hasta los diez), fueron muy felices. No tenía preocupación angustiosa alguna y cada día, era para él, una alegría el poder descubrir algo nuevo. “Cosas pequeñas: ayer, me decía, estaba esta flor entreabierta y hoy ya está totalmente abierta. ¿Por qué?. La vida está en todo, no solamente en las personas, también en las plantas y en los animales. Aunque esto lo sabemos todos y quizás resulte un tanto pueril el comentarlo, sin embargo, me fascinaba viéndolo en solitario”.

 

Hasta los trece años había sido hijo único, hasta la llegada de una hermana. Vivía en un caserón grandísimo, a la entrada del pueblo. Una casa con un patio centro hermosísimo de empedrado árabe y con unas columnas de mármol (ocho) de gran tamaño, dándole un ambiente señorial, en contraposición a su pobreza. “La casa no era nuestra. Estábamos de alquiler. Mi padre trabajaba en una fábrica de cerámica de ladrillos y tejas de entre otras tantas que aquí en el pueblo existían. Por cierto: en la parte superior de aquel caserón que habitábamos, estaba ubicado el Ayuntamiento del pueblo, las escuelas, las viviendas de los maestros y la del alguacil. Como vemos era el centro de la “City”. Tenía este caserón una huerta inmensa, lugar en el que había gran variedad de árboles frutales. Si no teníamos para comer, en cambio sí teníamos fruta, sobre todo higos, con su gran riqueza alimenticia y, además, una fruta que repele a muchas enfermedades. Por la ubicación de la casa, estaba yo a mi corta edad, ya directa o indirectamente en contacto con todo aquello que ocurría en el pueblo: las sesiones municipales del Ayuntamiento, la alegría de las escuelas. Muy cerca también está la Iglesia. Mi pueblo natal en estos años de 1940 tendría unas cien casas y una población de cuatro cientos habitantes aproximadamente. Todos nos conocíamos bien, muchos emparentados entre sí, casi todos familia. Había entre todos mucho entendimiento, la alegría o la pena se compartía entre todos, se ayudaba mutuamente. Como no existían los medios de comunicación de hoy,  pues había mucho tiempo para hablar de todo”.

 

LAZOS DE HERMANAMIENTO.

EL DESPERTAR A LA MÚSICA

 

            Una tía suya, hermana de su madre, casada y sin hijos, le consideraba como un hijo propio. Vivía en otra casa. Ella y su marido eran los caseros. Esta casa señorial, llamada la “Capilla” por tener un Oratorio-Capilla particular, pertenecía a unos señores que no vivían allí. También esta casa tenía una gran huerta en la que el niño Antonio jugaba y observaba la naturaleza, siempre solo. “A esta huerta le tengo muchísimo cariño, aún hoy. Puedo afirmar con total seguridad, donde estaban entonces todos los árboles y flores. ¡Fueron tantas horas allí vividas!´. En los veranos, cuando venían de vacaciones los señores con sus hijos, éramos como una familia numerosa. Teníamos una amistad de hermanos. Recuerdo que mi tía y mi tío estaban encargados de la Iglesia del pueblo. El párroco vivía en el pueblo cercano y venía los domingos, fiestas, y algún que otro día de la semana a celebrar la santa misa. Ellos tenían las llaves de la  Iglesia del pueblo. En aquellos tiempos, mi tío tocaba por las mañanas el Ángelus “al ser de día” y por las tardes se rezaba el Rosario. Tengo conocimiento de que existía un grupo de mujeres que cantaban con solemnidad, mientras mi tío tocaba el armonio, no con conocimientos musicales, sino de oído”.

 

            Antonio estaba siempre presente en todos éstos actos o ceremonias. Le llevaban su madre y su tía, pues ellas cantaban en este grupo (o coro) y aquí vienen los primeros encuentros con la música. “Ya sentía yo (mi edad 5 o 6 años) ese gusanillo que se dice, el interés despierto pero muy lejano y que sin saber va entrando por algo que parece difícil conseguir, pero con ojos infantiles, no imposible”.

 

            Por aquel tiempo venían los jóvenes del Seminario Mayor a dar el Catecismo a los niños. Algunos de ellos tocaban el armonio de la Iglesia que decían: “era bueno”. Aquellos encuentros semanales eran para él verdaderamente una fiesta musical. Algunos de aquellos seminaristas fueron, más tarde, sus maestros. Estos contactos con seminaristas, y también con algunos padres jesuitas que venían de la cercana Facultad de Teología de Cartuja a celebrar la misa, el ser monaguillo y ayudar al párroco del pueblo, pero sobre todo el buen ejemplo de sus padres y tíos, fue el factor decisivo para que entrase en el Seminario Diocesano de Granada. En el año 1946, estando de Cardenal en nuestra Diócesis, don Agustín Parrado y los PP Jesuitas de Regentes en el Seminario, entra en el curso de Preparatoria en el Seminario Mayor.

 

Todos los días hacía el trayecto a pie. Al poco tiempo moría el Cardenal. Al año siguiente, 1947, entra en el Seminario de Gracia, siendo Arzobispo don Balbino Santos y Olivera, el que ya puso de Superiores y Profesores a sacerdotes del clero secular. En este ámbito del Seminario, ya era para él, por el momento, un sueño cumplido. Se hacía música en todo momento y se respiraba sosiego por todas partes. El maestro de capilla de la Catedral don Valentín Ruiz-Aznar, don Antonio Molina Carretero y don José Martín Palma, fueron sus maestros. “Tuve la suerte de ser escogido para el Coro, y esto me ayudó a profundizar más en la música, no solamente coral y de armonio-órgano, sino en general en todo ese arte. Debo decir, que ya se iba perfilando en mí y concretando un poco más, mis deseos y sueños para la música. Las veladas musicales del Seminario, las actuaciones en los oficios de Semana Santa en la catedral, tantas ocasiones para vivir la música, hacía crecer más en mi esa vocación innata. Luego las amistades contraídas por el arte. Quién iba a pensar que después de tantos años, iba a reencontrarme de nuevo en la Catedral, con Juan Alfonso García, que aunque iba un curso mayor que yo, nos conocíamos bien por la música. Él quedó en Granada y yo fui al extranjero (Alemania). Al final hemos vuelto a coincidir. La música lo une todo, como yo digo siempre”.

 

BREVE BIOGRAFÍA CURRICULAR

 

            Antonio Linares Espigares nació en Jun, aunque buena parte de su vida, la pasó en Colonia (Alemania). Realizó estudios en el Conservatorio de Música de Granada, perfeccionándose y obteniendo el título oficial de profesor superior de órgano, en la Escuela Superior de Música de Westfalia en Colonia (Alemania). Fue organista y maestro de capilla, en la Iglesia de San Pius de Colonia, durante treinta y dos años.

 

            Tiene en su haber numerosos conciertos de órgano en Alemania, Bélgica y Francia. En España: Sevilla, Málaga, Jaén, Salamanca, Ávila, Burgos, Zaragoza, Santiago de Compostela, Madrid (en el Auditorio Nacional). Ha participado en los más importantes festivales internacionales de Bonn, Steinfeld, Montevideo, Buenos Aires, Segovia y Granada. Ha sido el concertista que inauguró el órgano del Auditorio Manuel de Falla. Como director de orquesta y coros han sido numerosos los conciertos en Alemania, Bélgica, España y Francia.

 

            Ha grabado diversos discos. Entre todos ellos, cabe destacar, el Réquiem de Mozart, obras de Beethoven, Bach, Gounod, Haydn, grabaciones para la WDR radio Alemana, la Deutse Welle para Iberoamérica  y TVE. Es miembro correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada y de la de San Fernando de Madrid. En marzo de 1999 ha sido nombrado organista honorífico y vitalicio de la Catedral de Granada, y en febrero del 2001, maestro de coro de la Catedral.

 

SIN LA MÚSICA NO PUEDE IMAGINAR

OTRO DESTINO EN SU VIDA

 

La música es, y será siempre, todo en su vida; sin ella, no puede imaginar otro destino en su existencia. “Sin tener ascendencia musical en la familia, fue desde la niñez, un acercamiento, un deseo vivo, un camino. Es una fuerza que siempre me ha llevado consigo. Sentía la música, sin embargo, la veía lejano. No tenía medios para ello. Pero volvamos a la “Divina Providencia” que ésta estuvo siempre a mi lado, gracias a Dios. Mis estudios en el Seminario granadino se terminaron en el primer curso de Filosofía del Seminario Mayor. En el período de tiempo, que va desde la convalidación de estudios del Seminario con los estudios oficiales en el Instituto Padre Suárez de Granada y en el Seminario de Maestros del “Ave María”, continuaba mis encuentros con don Valentín Ruiz-Aznar, que me costeó de su propio bolsillo, los primeros años de estudios oficiales en el Conservatorio de Granada: Solfeo, Armonía y Piano con don Francisco Carrillo”.

 

Pero al joven Antonio le llenaba más el órgano. De ahí, que sus encuentros en la Catedral eran más asiduos,  con don Antonio Mateo, organista entonces del Templo Catedralicio. “De nuevo la misma historia: ¡Quién iba a pensar que, años más tarde, iba a ser yo uno de sus sucesores en el órgano de la Catedral!. Por entonces, en plena juventud, ejercía el oficio de organista, en la Basílica de San Juan de Dios y llevaba también la Dirección de un coro de niños. Fue para mí una experiencia muy útil y provechosa, pues con los conocimientos que, no eran muchos, de tener que tocar el órgano y dirigir al mismo tiempo a los niños del coro, tenía que sacar fuerzas y recursos de donde se podía. Yo me enseñé a mi mismo. Esta actividad me hizo entrar en la vida musical de la ciudad, la de aquel tiempo”.

 

            Durante el servicio militar, en Huesca, tampoco olvidó la música. En la Iglesia de PP Jesuitas y en la Parroquia de San Lorenzo, patrón de la ciudad, tuvo la ocasión de pulsar el órgano en muchas ocasiones. Además, la música, le libraría de muchos servicios, dado que el Capitán de su compañía era un gran amante de la música. Una vez terminado el servicio militar, vuelve a Granada, y retorna de nuevo como organista, a la Basílica de San Juan de Dios y también en la Iglesia Parroquial de la Magdalena de Granada.

 

            Luego vendría su salida al extranjero, en un deseo ardiente de avanzar y de perfeccionarse en el campo de la música. “Mis conocimientos musicales no me bastaban a mi mismo. No teníamos, en aquel tiempo, un centro docente musical en donde hacer estudios más avanzados, sobre todo, en el campo de órgano y dirección de coro y orquesta. Y ésto, no solamente en Granada, sino en España. Madrid, por ejemplo, no me decía a mi mucho. Si debo salir de la tierra, debe de ser a un sitio –me decía- en donde verdaderamente merezca la pena todo el esfuerzo de “emigrar”. Lo tenía bastante difícil, pues, económicamente me era imposible. Mis padres no podían ayudarme, y me aconsejaban tomar un camino más seguro con un empleo, u otro estudio que tuviese un porvenir más claro y seguro. La música no les parecía a ellos el camino indicado. Para mí, en cambio, era el horizonte que quería tomar”.

 

TODO POR LA MÚSICA.  DESTINO: ALEMANIA

 

Estaba de organista en la Iglesia de la Magdalena (Granada, 1952-1961),  cuando el Coadjutor, (un compañero antiguo del Seminario), le presenta en el verano de 1961, a una familia alemana que conocía. Tuvieron diversos encuentros, y en uno de esos momentos, le expresa el deseo de irse a estudiar música a Alemania. Aquella insinuación no cayó en vacío. Meses más tarde, llegaría una carta de aquella familia, con una información completa sobre el modo y manera de hacer esos estudios. “Yo no lo pensé dos veces. En Mayo de 1962 llegué a Colonia, ciudad que sería para mí la segunda patria. Al llegar me encontré con todo distinto a lo que yo esperaba. Empezando por la lengua, las costumbres, la manera de ser de la gente, las comidas; y sobre todo: la puntualidad, exactitud y la seriedad”.

 

            En lo que se refiere a los estudios tuvo que hacer un examen de entrada en el que se pasaba un severo “numerus clausus”. “Me preparé concienzudamente para este examen de entrada. Tomábamos parte veinticinco candidatos, de los que sólo seis pasábamos. Debo decir que yo me lo jugaba todo a una carta. No sé lo que hubiera pasado de no haber aprobado aquel examen. Todo aquello fue muy duro para mí. Pero sí debo confesar que había otro motivo que podía más que todo. Había encontrado a mi ángel, la que sería mi esposa, que ya me acompañaría toda mi vida”.

 

Pasada esta difícil prueba, los estudios tuvieron una duración de ocho semestres, cuatro años, en la Escuela Superior de Música de Colonia, donde adquirió una formación muy completa. Todo el ambiente que lo rodeaba contribuía a la formación musical. Buenos compañeros, entre ellos también algunos españoles que perfeccionaban en piano o en violín y que hoy son grandes figuras. Estaba entonces allí como profesor, el célebre violocellista español Gaspar Casado, que era para ellos, los españoles, como su padre. Al final de los estudios, de aquellos seis que empezaron, solamente tres harían el examen final. Entre ellos: Antonio Linares Espigares. Con el certificado de examen, conseguido en el país de la música, que, por otra parte, siempre era necesario presentar para hacer oposiciones a una plaza, se le abre el primer horizonte.

 

            Después de finalizar los estudios, comienzan nuevos interrogantes. ¿Y ahora que?. ¿Volver a España?. “No veía yo claro un retorno a España y menos a Granada, después de tanto trabajo intelectual y artístico. El ambiente musical y el reconocimiento a mi labor lo veía aquí más posible.             De nuevo la “Divina Providencia” actuó.  Muy cerca de donde yo vivía, quedó vacante la plaza de organista y director del Coro de la parroquia de San Pius. Una vez más, fue ésto un motivo decisivo para mi futuro. Tres fueron los aspirantes a esta plaza y después de una presentación-examen me la concedieron- ¡Que suerte!. Ya tenía un campo de acción que era el que yo deseaba . En primer lugar, un órgano bueno y un  coro muy bien formado. Muchos de los habitantes de aquel distrito me eran conocidos. En un principio pensaban: “un español”. Pero duró poco tiempo esa duda, pronto nos enraizamos los unos con los otros. Yo decía, y digo, aquí todos somos europeos”.

 

            La música nos hace hermanos. Así comienza esa donación de una artista que lo es por la gracia de serlo. “En el Coro cultivábamos el canto gregoriano y el de la Polifonía en las acciones litúrgicas. En el campo de conciertos interpretábamos un gran repertorio clásico: El Réquiem de Mozart, el Oratorio “La Creación del mundo” de Haydn, Cantatas de Bach, El Oratorio de Navidad de Bach, El Te Deum de Charpentier y el de Händel, la misa de Beethoven, la misa de la Coronación de Mozart, etc. Todo en una Discografía de LP. En la parte de órgano tenía yo un campo amplísimo. Sobre todo me dediqué a dar a conocer el repertorio de órgano español, que estaba desconocido en Alemania. Junto a este variado y complejo número de actividades, siempre hubo en mi mente una idea más nívea: La música ha de servir como vehículo de alegría y paz”.

 

EN EL ATARDECER DE SU VIDA

REGRESA AL PUEBLO CON SU ESPOSA

 

            Hoy mora feliz con su esposa Roswitha en el pueblo natal de Jun, dejando pasar los días y las horas en compañía de todo aquello que les trae recuerdos y vida. “Ella fue el Ángel que me retuvo a su lado, ayudándome en tiempos difíciles y haciéndome la vida más soportable, sobretodo, en un país para mi extraño y que con el tiempo llegó a ser mi segunda patria. Ahora, aquí en Granada, recordamos más relajados y ya con más distancia de tiempo, el camino recorrido. Yo siempre digo “aquel concierto que dimos en tal sitio”... sí, pues ella –mi ángel- estaba siempre a mi lado para pasar la hoja, y darme consejos, sobre cual registro iba mejor en ésta o aquella pieza o que tiempo era el más adecuado teniendo en cuenta la acústica del recinto. ¡Siempre los dos!”.

 

            Antonio Linares Espigares, quiere y ama a Granada, porque es su tierra donde pasó la primera etapa de su vida, cuando veía todo lo que pasaba con los ojos de juventud y teniendo en cuenta aquellos tiempos. La segunda etapa de su vida, aunque la pasa en el extranjero, jamás la abandona ni la olvida. Prueba de ello, han sido sus continuas visitas a Granada, realizadas con los más importantes coros y orquestas alemanes, movido tan sólo por hacer cultura entre los pueblos.

 

            Preguntado qué es lo que más le gusta de Granada, nos expresa: “De Granada me gusta todo aquello que sea granadino, lo árabe y lo cristiano. La mezcla de ambos, en lo que respecta a su carácter y modo de ser-vivir de sus gentes. Granada tiene que gustar a todos porque Granada es así. Y quiero citar a este respecto el texto del himno que compuse para mi pueblo de Jun, haciendo un cambio de nombre, si se me permite: “Granada, mi tierra querida, / la que me vio nacer, / te quiero más que a mi vida, / por algo tiene que ser”. A un amigo de verdad, de siempre, lo quieres aunque pase algún tiempo sin verlo, debido a la distancia o quizás por descuido, pero al reencuentro todo vuelve como siempre. No hay reproches”.

 

            Tanto cuando acaricia el órgano como cuando dirige orquesta o coro, Antonio Linares Espigares, lo entrega todo, lo dona en un deseo de fundirse con el oyente. “La música ennoblece, dignifica, expresa y comunica la sensibilidad en todas sus facetas de tristeza, melancolía, jovialidad, alegría, expresa lo interior al exterior... son tantas cosas las que hace la música, que hasta al nacer nos anunciamos con un grito o lloro (un sonido) y al morir nos despedimos, con un último aliento o soplo. ¿Hemos pensado en ésto?.  Para mí una de las obras más significativa, llena de fuerza, sobrecogedora, bella y real es la Antífona “In Paradisum deducant Te Angeli” (los ángeles te introduzcan en el Paraíso, Antífona gregoriana que se canta en los sepelios). ¿Quién desea otra cosa más singular que los ángeles le introduzcan en el cielo, y ésto, cantando?. ¡Qué hondo!”. La música, que tan magistralmente interpreta y dirige nuestro invitado, siempre llega hasta el alma. Es capaz de acercarnos a Dios y llenarnos de gozo y hasta de hacernos saltar una lágrima de perdón. Hasta el próximo concierto.

Víctor Corcoba

CORCOBA@telefonica.net