¿QUÉ VIGENCIA TIENE AÚN EL ROMANTICISMO?

     

     

            Frente a un mundo cada día más tecnócrata, ¿qué vigencia tiene aún el romanticismo?. ¿En qué medida se valora la imaginación  y la sensibilidad frente a la razón y la intelectualidad?.  ¿Y el ansia de libertad se manifiesta en contra de todas las formas impuestas que coartan en el individuo la propia esencia de sí mismo?. ¿El instinto y la pasión conducen al ser humano a un entusiasmo exagerado o a un profundo pesimismo?. La historia –sobre todo la literaria y pictórica- nos dice, que en el caso de conducir al hombre al sentimiento pesimista, provoca en el romántico la huida que se puede plasmar en dos vías distintas: la de los viajes o la de los suicidios.

El romanticismo no es sólo literatura ni una forma estética, es una concepción del mundo y del comportamiento humano. A lo mejor nos falta, hoy en día, algo de romanticismo y nos sobra mucho de interés personal. Romántica fue la guerra de un pueblo contra Napoleón. Romántica han sido las Cortes de Cádiz en busca de esa paz duradera y de esos aires de libertad. Quizás también nos falte, la expresión de sentimientos más íntimos, menos codificables. La frialdad no propicia sosiego. Demasiada soledad hay en el mundo. Romántica debería ser la lucha para cambiar el botellón de los jóvenes, los zambombazos de las discotecas. Quizás habría que volver a descubrir esa primavera, y salir a recibirla, como antaño lo hicieron los poetas de Granada, con Juan de Loxa a la cabeza. “¿Saben si ha llegado, primavera?”,  con micrófono en ristre y en el andén de la estación, preguntaban estos soñadores y saludables poetas: Ladrón de Guevara, Guillén, Miguelón, Eulalia… Y repartían hojas de colores que eran poemas de luz, una forma de vivir la vida.  

Vivimos a golpe de reloj, corriendo por la vida, de acá para allá, aunque sea sin sentido, siempre en movimiento, y nos olvidamos de mirar a esa naturaleza que es todo arte. ¿Por qué será bello ver a un mono hacer el mono o a una mariposa navegar por el verso?. Realmente, lo sublime, es lo que nos emociona por su magnitud y energía superior a las facultades humanas; el cosmos, la grandeza y profundidad de pensamiento. ¿Tenemos tiempo para pensar?. ¿O piensa por nosotros la tele?.

El creciente interés por la naturaleza que caracterizaba al romanticismo encontró su expresión más viva en la música desde el comienzo. Muchas óperas de rescate otorgaban un papel destacado a la tormenta, la avalancha, el fuego, los hundimientos de barcos, las erupciones volcánicas y otras manifestaciones que colocaban al ser humano a merced de las fuerzas irracionales del universo. Necesitamos menos partes de sucesos y más poesía, que estimule otras sensibilidades y otras pasiones, en este mundo de siglos y de siglas, de pocas ideas y de muchos partidos, donde cada día son menos los que se afilian al del amor. Ni los jóvenes ya escriben cartas de amor. Ahora chatean y consienten que la sociedad les imponga morir a destiempo. Necesitan drogas para ponerse a tono, y la señora “pastilla” le siega la vida. Se caen, en una calle cualquiera más solos que la una, como marionetas. Demasiados fusilamientos al paredón de la vida. ¡Qué barbaridad!.  

Habría que poner de moda, insisto, la importancia del sentimiento y la imaginación. Y todos a crear y a creer en la vida. Y a trascender, que las bombas no tienen ojos y caen en los corazones del hombre más niño. Ya mismo llega la primavera con su baile de metáforas y aromas. En los parques y plazas hay pocas flores y mucho cemento, jeringas y litronas. Como ha poetizado la fuerte de Gloria Fuertes: “Los niños en el parque/ por los rincones/ ya no juegan/ a policías y ladrones,/ juegan muertos de risa/ a jeringuillas y condones”.

El amor, fue uno de los valores clave para nuestros románticos. No el amor racional y sometido al control de lo conveniente, sino un amor desatado, furioso y ciego, que tiene poco que ver con la realidad. La mujer es vista como un "ángel de amor", inocente, hermosa, fuente de ilusiones para el corazón del hombre, a quien lleva a cimas de felicidad y virtud. Es el ideal femenino. Pero también puede ser el polo opuesto, un demonio, perversa, criminal y vengativa, que arrastra a la muerte y a la destrucción. Hoy cuando tanto se habla de amor, nada se soporta. Son amores de usar y tirar, algo propio de la cultura actual. Se ha olvidado que el amor siempre va con el perdón a cuestas, con el corazón en la mano, con la verdad en los labios, con el beso en la mirada y con la afecto en el llanto para cambiar el efecto.

Las gentes de palabra y voz, han de comprometerse y gritar, para que con los gritos despierte el abrazo y se desintegren las luchas. Larra, en sus últimos artículos ("El día de difuntos", "La nochebuena de 1836") adopta la forma del Yo romántico alienado de los demás y de sí mismo por una excesiva conciencia de sí. El sujeto hablante de estos artículos se presenta como una intensa conciencia separada del mundo que le rodea:    "Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos. ¡Santo cielo! ¡También otro cementerio!. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice?. Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!" .

También hoy nos falta esa esperanza. Tenemos ya el Euro pero no tenemos la risa. Tenemos la justicia pero arden injusticias por todos los puntos cardinales. Tenemos la libertad pero nos mueve el ilustrísimo consumo a su libre mandar. Tenemos pluralismo pero nos damos de tortas. Tenemos estado social pero tenemos polígonos donde los niños se comen los mocos y las mamás caminan descalzas. Tenemos…Yo veo borroso el poema de la vida. Tenemos…los árboles que lloran.

 

 

Víctor Corcoba

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