MI PREGÓN
DE SEMANA SANTA AL PUEBLO GRANADINO DE ALFACAR VICTOR CORCOBA HERRERO |
Reverendo Señor, Don Antonio Ramos Salas, párroco de la Iglesia Parroquial de la Asunción de Alfacar. Ilustrísimo
Señor Alcalde del Municipio
de Alfacar, don Juan Caballero Leyva. Ilustre periodista, escritor y maestro de la palabra, y por encima de todo amigo, Enrique Seijas, al que le agradezco los elogios vertidos hacia mi persona, que aunque inmerecidos, los estimo muchísimo por su sinceridad. Él ha sido el enlace primordial entre ustedes y el pregonero. Dignísimas Autoridades e Ilustrísmo Hermano Mayor de la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores y nuestro Padre Jesús Nazareno de Alfacar, don Higinio Rojas Peinado y su Junta Directiva. Hermanos
Cofrades de Alfacar. Alfacareños,
señoras y señores, amigos todos. Feliz tarde noche; porque en esta tarde noche, repleta de gozos para quien les habla, deseo abrazarles a todos y a cada uno de ustedes en particular, por acudir a este encuentro de paz, donde voy a pregonar la Semana Santa de la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores y Nuestro Padre Jesús Nazareno de Alfacar. Es para mí un honor y una gran alegría compartir este momento de hermandad, unido a ese amor de Dios infundido en nuestros corazones, el único que puede transformar nuestro ser y nuestro obrar, haciéndonos ver esa auténtica Luz verdadera, que tanto necesitamos hoy en los pueblos, en las ciudades, en Europa, en el mundo entero. En
el mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la Cuaresma del año 2003,
que dio comienzo el pasado cinco de marzo, Miércoles de Ceniza, como
guía para la reflexión cuaresmal, nos ha preopuesto una frase de los
Hechos de los Apóstoles: “Hay mayor felicidad en dar que en
recibir”. No se trata de un simple llamamiento moral, ni de un
mandato que llega al hombre desde fuera. La inclinación a dar está
radicada en lo más hondo del corazón humano, donación a la que hoy
quiero entregrarme como pregonero de esta Hermandad, tan querida desde
hoy para mí, y para siempre.
Desde esta casa del pueblo, bajo la mirada del templo parroquial,
y viéndoles a ustedes en esta atmófera tan fervorosa, transparente y
convinciente, me satisface sobremanera destacar la Semana Santa de
Alfacar como una realidad que observo está muy metida en el corazón
del pueblo cristiano, a pesar del proceso de secularización que vivimos
en estos tiempos. Ya huele a Semana Santa, a la historia de la pasión y
muerte de Jesús, que sigue todavía conmoviendo a nuestras gentes.
Nuestra misión es la que traza la Hermandad de Nuestra Señora de los
Dolores y Nuestro Padre Jesús Nazareno, a la que actualmente pertenecen
doscientos sesenta y ocho hermanos, creada como asociación pública de
la Iglesia Católica, por decreto del Señor Arzobispo de Granada, con
fecha 25 de marzo de 1994, festividad de la Anunciación de Nuestra Señora,
y que no es otra su función, que llevar a los hombres el mensaje de
salvación que Cristo vino a traer a la tierra, y ofrecerlo a los
hermanos con un espíritu de servicio total, como Él lo hizo. Por
ello debemos aspirar a que los oficios, Vía-Crucis y Procesiones, se
lleven a cabo de tal modo que puedan suscitar aún en los espectadores
pasivos, la nostalgia de un mundo reconciliado y el anhelo del retorno a
la Casa del Padre. Los cristianos de verdad, los cofrades de esta
Hermandad, veo que nos movemos por la fe y el amor verdadero, y esa atmósfera
me llena de alegría. No podemos ceder a la tentación de las
apariencias, ni del lucimiento personal, ni caer en las redes de la
religiosidad folclórica y epidérmica. La Hermandad tiene unos fines
bien delimitados: el cultos público de sus Imágenes en Estación de
Penitencia, la fraternidad de sus miembros y el ejercicio de la caridad.
Algo demasiado serio, demasiado sagrado, para que los profanemos con
nuestra superficialidad, nuestras vanidades o nuestros intereses. Nos consta que la Hermandad procura ser lugar de encuentro de los Hermanos con Cristo, y para exhortar a la contemplación, nada mejor que recitar el Rosario, el más místico y sublime poema, porque nos trasciende a contemplar con María el rostro de Cristo. Este año, que es el Año del Rosario, comprendido en su pleno significado, nos conduce al corazón mismo de la vida cristiana y nos ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización. Porque el Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa, hago el siguiente brindis en verso: El
Rosario como el poema exige
un ritmo tranquilo y
un sosiego que rima con
los latidos del alma, y
un reflexivo remanso como
es el pueblo de Alfacar, que
hasta el aire le acompaña a
quien ora de corazón, a
quien ora el verbo amar en
todos los tiempos y personas. Se dice que la escucha y la meditación se alimentan del silencio. El redescubrimiento de su valor, ese profundo sigilo que debe ser guardado en la procesión de la Semana Santa, si cabe con mayor rigor, es uno de los secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Quizás hoy, más que nunca, necesitamos de esas pausas místicas, para tomar aliento y vivir. En el primer domingo de cuaresma en el que nos encontramos, ocasión providencial de conversión, nos ayuda a contemplar este estupendo misterio de amor. Es como un retorno a las raíces de la fe, porque meditando sobre el don de gracia inconmensurable que es la Redención, nos damos cuenta de que todo ha sido dado por amorosa iniciativa divina, y que se ensalza en los signos distintos de esta Hermandad, a través de su estandarte de terciopelo, de su hábito de color blanco con cinturón y antifaz azul, como el cielo de Alfacar, que es la más nívea medalla de esplendor bañada por sus poéticas aguas, alabadas y glorificadas por todos los artistas a través de su arte. Dicen
unos versos de Enrique Seijas, publicados en su reciente libro
“Rebeldía”, que por cierto fue distinguido con el IV Premio
Nacional “Federico Mayor”, una gran verdad, que con el permiso del
poeta, voy a evocar: “No es malo que nos mueva la inquietud/ de
darse a los demás en causa noble;/ el mundo necesita del esfuerzo/ de
cuantos teniendo algo que hacer/ desean hacerlo/. Y también precisa de
aquellos/ que se oponen a manejos,/ que se enfrentan al abuso de poder/
y a la amenaza...
Frente a este inquietante escenario, los cristianos no podemos
permanecer indiferentes. Esa caridad que la Hermandad destina a los más
pobres y necesitados, hemos de potenciarla, porque en la tierra hay
muchas necesidades. El
pregonero les pide a todos los Hermanos cofrades, que este tiempo de
penitencia y de reconciliación, les anime a pensar y a obrar bajo la
orientación de una caridad autentica, abierta a todas las dimensiones
del hombre. Esta actitud interior los conducirá a llevar los frutos del
Espíritu (cfr Gal 5, 22) y a ofrecer, con corazón nuevo, la
ayuda material a quien se encuentra en necesidad. Un corazón
reconciliado con Nuestra Señora de los Dolores y con Nuestro Padre Jesús
Nazareno, y con el prójimo, es un corazón generoso. Hemos de ser generosos ante tantas injusticias. Las deportaciones forzadas, la eliminación sistemática de pueblos y el desprecio de los derechos fundamentales de la persona son las tragedias que, desgraciadamente, aún hoy humillan a la humanidad. También en la vida cotidiana, en nuestro entorno, se manifiestan diversos modos de engaño, odio, aniquilamiento del otro y mentira, de los que el hombre es víctima y autor. La humanidad está marcada por el pecado. Ante tan amarga oscuridad, y ante la imposibilidad de que el hombre se libere por sí solo de esa pesada losa de lutos, aparece en todo su esplendor la obra salvificadora de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
El Señor prepara un banquete para todos los pueblos, también
para el hermoso pueblo de Alfacar. Un banquete que es signo de alegría
porque manifiesta la intensa comunión de cuantos participan en él.
Después llega la tarde del Viernes Santo donde se presenta el drama
inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el
mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza. Nos lo
recuerda la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores y Nuestro Padre
Jesús Nazareno de Alfacar, cuando el viernes santo, a las 21 horas, sale
de la Iglesia Parroquial Nuestra Señora de la Asunción, con sus
solemnes pasos: Nuestro Padre Jesús, que fue esculpido por José Risueño
en el siglo XVIII y que es llevado por costaleras, el Santo Sepulcro,
creación del escultor granadino Novas Parejo, y Nuestra Señora de los
Dolores con su manto protector de terciopelo bordado en oro, realizado
en 1900, precedidos todos ellos de una pequeña Cruz, la del
“Calvario”, que es portada por niños y niñas, discurriendo todos
ellos por las calles del pueblo acompañados de penitentes de blanco y
azul, además del acompañamiento musical. Con
la Pasión de Jesús, contemplamos el misterio del Crucificado, el
misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno,
solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La
densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente. Y los títulos de
Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título
de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde él reina. Es sacerdote
y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a
suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y
Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento
de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e
inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que
todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la
mirada. La Madre está allí, junto a la Cruz, madre y discípula que ha
seguido en todo la suerte de su Hijo. Majestuosa como una Madre, la
madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella
reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se
ensancha con la espada de dolor que la fecunda. La palabra de su Hijo
que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los
hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La
maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús.
María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa,
aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el
recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva.
Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos.
Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo. El soldado que
traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio
cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo
gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre
de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel
amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del
Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación
derrama sobre nosotros. ¿Qué
quiere decir tener parte en la cruz de Nuestro Padre Jesús Nazareno y
ser Hermano Cofrade? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el
amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer,
a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la
propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar... aunque
en estos momentos, la exclusión de Dios, la ruptura con Dios, la
desobediencia a Dios, sea un fenómeno que nos haga difícil el camino
de reencontrar la senda justa, imitando a Aquel que «soportó la cruz
sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios»
(Hb 12, 2). JESÚS
ES CONDENADO A MUERTE. A lo largo de los siglos, la negación de la
verdad ha generado sufrimiento y muerte. Son los inocentes los que pagan
el precio de la hipocresía humana. No bastan decisiones a medias. No es
suficiente lavarse las manos. Queda siempre la responsabilidad por la
sangre de los inocentes. Por ello Cristo imploró con tanto fervor por
sus discípulos de todos los tiempos: Padre, «Santificalos en la
verdad: tu Palabra es verdad» (Jn 17, 17). JESÚS
CARGA CON LA CRUZ A CUESTAS. Esta verdad sobre Dios se ha revelado a
través de la cruz. ¿No podía revelarse de otro modo? Tal vez sí. Sin
embargo, Dios ha elegido la cruz. El Padre ha elegido la cruz para su
Hijo, y el Hijo la ha cargado sobre sus hombros, la ha llevado hasta al
monte Calvario y en ella ha ofrecido su vida. «En la cruz está el
sufrimiento, en la cruz está la salvación, en la cruz hay una lección
de amor. Oh Dios, quien te ha comprendido una vez, ya no desea ni busca
ninguna otra cosa» La Cruz
es signo de un amor sin límites JESÚS
CAE POR LA PRIMERA VEZ. Jesús cae y se levanta. De este modo, el
Redentor del mundo se dirige sin palabras a todos los que caen. Les
exhorta a levantarse. «El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros
pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos
para la justicia; con cuyas heridas hemos sido curados”. JESÚS
ENCUENTRA A SU MADRE. Porque es madre, María sufre profundamente. No
obstante, responde también ahora como respondió entonces, en la
anunciación: «Hágase en mí según tu palabra». De este modo,
maternalmente, abraza la cruz junto con el divino Condenado.
En el camino hacia la cruz, María se manifiesta como Madre del
Redentor del mundo. «Vosotros, todos los que pasáis por el camino,
mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta». Es la
Madre Dolorosa, Nuestra Señora de los Dolores, la que habla, la Sierva
obediente hasta el final, la Madre del Redentor. SIMÓN
DE CIRENE LLEVA LA CRUZ DE JESÚS. Llevando la cruz, fue introducido en
el conocimiento del evangelio de la cruz. Desde entonces este evangelio
habla a muchos, a innumerables cireneos, llamados a lo largo de la
historia a llevar la cruz junto con Jesús. LA
VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS. El velo, sobre el que queda
impreso el rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros. En cierto modo
nos dice: He aquí cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero amor
hacia el prójimo aumenta en quien lo realiza la semejanza con el
Redentor del mundo. Los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de
bondad, de comprensión y de servicio deja en el corazón del hombre una
señal indeleble, que lo asemeja un poco más a Aquél que «se despojó
de sí mismo tomando condición de siervo». Así se forma la identidad,
el verdadero nombre del ser humano. JESÚS
CAE POR SEGUNDA VEZ. ¿Qué nos dice a nosotros, hombres pecadores, esta
segunda caída? Más aún que de la primera, parece exhortarnos a
levantarnos, a levantarnos otra vez en nuestro camino de la cruz.
Cyprian Norwid escribe: «No detrás de sí mismos con la cruz del
Salvador, sino detrás del Salvador con la propia cruz». Sentencia
breve pero que dice mucho. Explica en qué sentido el cristianismo es la
religión de la cruz. Deja entender que cada hombre encuentra en este
mundo a Cristo que lleva la cruz y cae bajo su peso. A su vez, Cristo,
en el camino del Calvario, encuentra a cada hombre y, cayendo bajo el
peso de la cruz, no deja de anunciar la buena nueva. Desde hace dos mil
años el evangelio de la cruz habla al hombre. Desde hace veinte siglos
Cristo, que se levanta de la caída, encuentra al hombre que cae. A lo
largo de estos dos milenios, muchos han experimentado que la caída no
significa el final del camino. Encontrando al Salvador, se han sentido
sosegados por Él: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la
debilidad» (2 Co 12,9). Se han levantado confortados y han transmitido
al mundo la palabra de la esperanza que brota de la cruz. JESÚS
CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN.
Cristo dirige a cada uno de nosotros
estas palabras del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si
alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con
él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi
trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. JESÚS
CAE POR TERCERA VEZ. Cristo se desploma de nuevo a tierra bajo el peso
de la cruz. La muchedumbre que observa, está curiosa por saber si aún
tendrá fuerza para levantarse. Cayendo a tierra por tercera vez en el
camino de la cruz, de nuevo proclama a gritos su misterio. ¡Escuchemos
su voz! Este condenado, en tierra, bajo el peso de la cruz, ya en las
cercanías del lugar del suplicio, nos dice: «Yo soy el camino, la
verdad y la vida» (Jn 14, 6). «El que me siga no caminará en la
oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). Que no nos
asuste la vista de un condenado que cae a tierra extenuado bajo la cruz.
Esta manifestación externa de la muerte, que ya se acerca, esconde en sí
misma la luz de la vida. JESÚS
ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS, LE DAN A BEBER HIEL Y VINAGRE.
Después de probarlo, no quiso beberlo».
No quiso calmantes, que le habrían nublado la conciencia durante la
agonía. Quería agonizar en la cruz conscientemente, cumpliendo la misión
recibida del Padre.
Consciencia y libertad: son los
requisitos imprescindibles del actuar plenamente humano. El mundo conoce
tantos medios para debilitar la voluntad y. ofuscar la consciencia. Es
necesario defenderlas celosamente de todas las violencias. Incluso el
esfuerzo legítimo por atenuar el dolor debe realizarse siempre
respetando la dignidad humana. JESUS
ES CLAVADO EN LA CRUZ. ¿Cómo explicar que, generación tras generación,
esta terrible visión haya atraído a una multitud incontable de
personas, que han hecho de la cruz el distintivo de su fe?. ¿De hombres
y mujeres que durante siglos han vivido y dado la vida mirando este
signo? Cristo atrae desde la cruz con la fuerza del amor, del Amor
divino, que ha llegado hasta el don total de sí mismo; del Amor
infinito, que en la cruz ha levantado de la tierra el peso del cuerpo de
Cristo, para contrarrestar el peso de la culpa antigua; del Amor
ilimitado, que ha colmado toda ausencia de amor y ha permitido que el
hombre nuevamente encuentre refugio entre los brazos del Padre
misericordioso. JESÚS
MUERE EN LA CRUZ. Jesús al morir quiere que el amor maternal de María
abrace a todos por los que Él da la vida, a toda la humanidad. Poco
después, Jesús exclama: «Tengo sed» (Jn 19,28). Palabra que deja ver
la sed ardiente que quema todo su cuerpo. Es la única palabra que
manifiesta directamente su sufrimiento físico. Después Jesús añade:
«¡Dios mio, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46; cf.
Sal 21 [22], 2); son las palabras del Salmo con el que Jesús ora. La
frase, no obstante la apariencia, manifiesta su unión profunda con el
Padre. En los últimos instantes de su vida terrena, Jesús dirige su
pensamiento al Padre. El diálogo se desarrollará ya sólo entre el
Hijo que muere y el Padre que acepta su sacrificio de amor. JESÚS
ES BAJADO DE LA CRUZ Y ENTREGADO A LA MADRE. Han devuelto a las manos de
la Madre el cuerpo sin vida del Hijo. Los Evangelios no hablan de lo que
ella experimentó en aquel instante. Es como si los Evangelistas, con el
silencio, quisieran respetar su dolor, sus sentimientos y sus recuerdos.
O, simplemente, como si no se considerasen capaces de expresarlos. EL
CUERPO DE JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO. El cuerpo sin vida de Cristo
fue depositado en el sepulcro. La piedra sepulcral, sin embargo, no es
el sello definitivo de su obra. La última palabra no pertenece a la
falsedad, al odio y al atropello. La última palabra será pronunciada
por el Amor, que es más fuerte que la muerte. El sepulcro vacío es
signo de la victoria definitiva, de la verdad sobre la mentira, del bien
sobre el mal, de la misericordia sobre el pecado, de la vida sobre la
muerte. El sepulcro vacío es signo de la esperanza que «no defrauda».
«Nuestra esperanza está llena de inmortalidad». Si
se examinan los problemas profundamente, que actualmente vivimos, se
debe reconocer que la paz no es tanto cuestión de estructuras,
como de personas. Estructuras y procedimientos de paz –jurídicos,
políticos y económicos– son ciertamente necesarios y afortunadamente
se dan a menudo. Sin embargo, no son sino el fruto de la sensatez y de
la experiencia acumulada a lo largo de la historia a través de
innumerables gestos de paz, llevados a cabo por hombres y mujeres
que han sabido esperar sin desanimarse nunca. Esa paz, que en procesión
portan, los Hermanos de Nuestra Señora de los Dolores y Nuestro Padre
Jesús Nazareno de Alfacar. En este sentido los cofrades tienen, tenemos
porque en vosotros me incluyo, un papel vital para suscitar gestos de
paz y consolidar condiciones que hagan florecer esa concordia que
necesita el mundo. Este papel lo puede desempeñar tanto más
eficazmente cuanto más decididamente se concentre ese hermanamiento
caracterizado por: la apertura a Dios, la enseñanza de una fraternidad
universal y la promoción de una cultura de solidaridad. Por ello, este pregonero pide que el conflicto de Irak y tantos otros desórdenes, causa de honda preocupación en todo el mundo y también en Alfacar, no se produzcan y cesen. Porque la paz, no nos engañemos, es posible; las guerras son evitables, pues no son ningún producto necesario del destino ciego, sino que tienen su raíz última en los pensamientos y las decisiones equivocadas de los hombres, que las incitan o las provocan. Ante la amenaza de la guerra, se pone de manifiesto la necesidad de la conversión del corazón, a la que nos llama la Cuaresma, para la promoción de una auténtica cultura de paz. La Eucaristía es el lugar privilegiado para el encuentro con Dios, en el que la Iglesia implora la paz para sí misma y para toda la familia humana. Por tanto, pido una vez más al pueblo de Alfacar que participe asiduamente en su celebración, y siguiendo las directrices del Papa, pongamos en práctica diaria al rezo del Rosario, en este año especialmente dedicado a esta “oración orientada por su naturaleza hacia la paz”, para que, interiorizando con María el misterio de Cristo, aprendamos “el secreto de la paz” y hagamos de él “un proyecto de vida”, que con sus acciones genere compromisos en favor de la verdad y la justicia de las que brota la paz. Con este pregón, que ya finalizo, espero haber contribuido a la reflexión, a fomentar el espíritu de conversión personal y una vida cristiana más profunda, al avance de una formación cristiana que responda a las necesidades actuales y a la necesaria integridad de fe y costumbres, asumiendo con espíritu misionero los compromisos apostólicos, sociales y cristianos, que en el campo familiar, profesional y social, debe desarrollar el católico consciente, dentro de la pastoral diocesana y parroquial, como los refrendan los Estatutos de la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores y Nuestro Padre Jesús Nazareno del paradisiaco pueblo de Alfacar. Muchas gracias.
Víctor Corcoba CORCOBA@telefonica.net
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