MEJORAR LA CALIDAD HUMANA

            Se han perdido tantas cualidades, que han afectado a la calidad humana, que suena bien eso de apostar por la calidad educativa, sobre todo en aquello de fomentar la cultura del esfuerzo –y no la del pelotazo como en otro tiempo- y el fomento del trabajo como derecho y deber.  Ahora se nos dice, por parte del Gobierno, que la futura ley de calidad fomentará la lectura y el aprendizaje de idiomas. Y eso nos llena de gozo sí así fuere; pues, ya me dirán cómo se va a fomentar la lectura sino se tiene una biblioteca en el Centro educativo, o si se tiene, permanece cerrada por falta de personal. En cualquier caso, por ejemplo, la enseñanza de la lengua materna conduce o despierta más de un valor.  Lo mismo sucede con la lectura que desarrolla una capacidad o una aptitud en el espíritu del educando, como pueden ser los bienes estéticos, éticos e históricos.

 

            ¿De dónde sacar esa “energía educadora” que nos haga crecer, sobre todo hacia los demás y hacia dentro?. El cambio por el cambio no es efectivo. Se necesita que a través de los materiales de formación, de las disciplinas curriculares como puede ser la historia del arte o las mismas ciencias matemáticas, el docente, que ha de ser vocacional y no funcionario, conduzca al educando hacia el valor que en ellos palpita: la verdad, la utilidad, la moralidad... A mi juicio, no hay otra forma de llevar al alumno a los valores  sino es por medio de un sistema globalizado que nazca de un centro de interés, como puede ser la propia vida. Un plan puede ser perfecto pero si no se adapta al entorno y se humaniza, es un fracaso. Obtendremos profesionales “endiosados” en el saber, pero ignorantes en humanidad, por esa pérdida de formación humana.

 

            Más que una educación de calidad se necesita una educación de cualidades, extensiva a todos los sectores y rincones, sobre todo a aquellos ámbitos con mayores dificultades y motivación por aprender. Un sistema educativo eficaz debe asumir el compromiso de elevar el nivel formativo de todo el alumnado, sea cual sea su origen social o procedencia y su situación de partida, sin segregar ni limitar sus posibilidades futuras. Más educación según los individuos que han de recibirlas, no más educación uniforme, sino múltiples educaciones según los educandos. Se debiera incidir, en que toda la población escolar, más que tantos conocimientos, adquiriese formación básica, o lo que es lo mismo, formación de vida, tanto para continuar estudios posteriores como para garantizar, en las mejores condiciones posibles, su inserción social y laboral.

 

            El educador, y los programas educativos, deben partir del conocimiento de las individualidades. ¿Pero el educando es sólo una individualidad o es algo más?. Efectivamente, el discente es, además de individuo, ser social. Esto no puede ser ignorado y ha de tenerse en cuenta para mejorar la calidad humana, sobre todo en el acto pedagógico, que más que una transmisión de contenidos, ha de ser un acto de amor, simpatía y afecto, un acto de autoridad, un acto de conocimiento, un acto de participación; actuaciones que me da la impresión están un tanto aletargadas en el momento actual a pesar de tantos proyectos y programaciones.

           

            La calidad humana se fomenta, pues, desde una educación integral; cuestión que se ha olvidado en los últimos años.  Ahondar en lo que somos, en la visión de lo humano, lleva consigo un potencial humanizador  que acrecienta otros saberes, como puede ser el saber-entregarse, hasta agrandar el ser. Si hubiese un clima de humanismo habría más comprensión. Apostar por lo humano es apostar por el hombre. Sobre la base de una educación que pretenda armonizar persona y entorno, con apertura y responsabilidad, fomentará una atmósfera más unida, más pacífica, más edénica. Juan P. Ramos, en su obra “Los límites de la educación”, expresa algo sumamente interesante y conmovedor: “La educación concebida con un criterio de amplitud humana no es el camino fácil y llano que imaginan quienes un día se ponen a enseñar a un niño con el auxilio de un poco de ciencia especial y de un método. Es una ruta con caídas a cada paso, abismos al costado por los que se derrumban muchas almas y una que otra cumbre lejana adonde llegan los elegidos del genio”.

 

            En consecuencia,  para mejorar la calidad  humana habrá que mejorar la calidad de los poderes educadores, que van desde el paisaje natural, hasta las tradiciones y la estructura misma de la sociedad con todas las convenciones e instituciones que la integran. Spranger considera que el educador debe ser incluido en el tipo social de vida, que se rige por la ley del amor a los semejantes. Pero no es sólo el amor al niño o al joven lo que define al educador, sino también su tendencia o su inclinación hacia los valores que debe inculcar o despertar en los demás. En suma, faltan maestros y sobran enseñantes. Algunos de éstos “profe-funcionarios” presumen de haber dado el programa completo. No les importa haber “machacado” al alumno. O haber olvidado lo más fundamental: pararse y enseñar el programa de la vida, el de vivir humanamente, que es la meta a la que hay que llegar.

 

 

     

Víctor Corcoba

CORCOBA@telefonica.net