LA MEMORIA LÚCIDA
Y EL ARTE COMO BELLEZA

           
 

            Lo ha dicho el Santo Padre, Juan Pablo II, en la carta a los ancianos, ellos nos ayudan a ver los acontecimientos terrenos con más sabiduría, porque las vicisitudes de la vida los han hecho expertos y maduros. Ellos son depositarios de la memoria colectiva y, por eso, intérpretes privilegiados del conjunto de ideales y valores comunes que rigen y guían la convivencia social. Excluirlos es como rechazar el pasado, en el cual hunde sus raíces el presente, en nombre de una modernidad sin memoria. Los ancianos, gracias a su madura experiencia, están en condiciones de ofrecer a los jóvenes consejos y enseñanzas preciosas.

 

            Días pasados, hemos podido recibir su cátedra de vida contemplando su propio arte pictórico, autodidacta en ocasiones, pero todas ellas obras artísticas singulares, nacidas del corazón, realizadas en el taller de pintura del aula de mayores de la Universidad de Granada, expuestas en la Corrala de Santiago. He aquí sus nombres: Conchita Bailén, Antonio Castellanos, Charo Castro, Conchita Díaz, Aurora Fernández, Manuel Fernández, María Luisa Guerrero, Miguel Guirao, Pilar Gutiérrez, Cándida Hernández, Rosario Liñán, María Dolores Márquez, Mapi Martín, Josefa Mesa, Blas Millán, Emilia Ortega, Sonsy Peña, Aurora Sáez, María Angustias Sánchez, Francisco Soto, Pablo Torné y Carmen Úbeda.

 

            Todos, ellas y ellos, nos entregan el color de la mirada en la poesía, un mar de sensaciones y sendas que nos llevan hacia la realidad íntima del hombre y del mundo, del universo y de la creación. Observando sus pinturas, se profundiza en la hermosura interna de las cosas. Se necesita ese retorno a la verdadera belleza, la que tanto escasea en el arte moderno, y que estos “jóvenes” artistas nos trasladan a través de sus obras ingeniosas y verdaderas.

 




 

Víctor Corcoba

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