LA GRAN MENTIRA

  A los partidos políticos les ha entrado la bulla, como si mañana los ciudadanos ya fuésemos a votar. Cuestión que no entiendo. Da la sensación, a juzgar por el agitado movimiento, que les preocupa más decir, que hacer cosas. Hacen lo imposible por quedar bien en todos los sitios, aunque para ello tengan que escenificar el cuento de la lechera y hacer de Gila, o mandar al destierro a los que no sigan la voz de su amo. La verdad, cuesta entender el desvelo y afán de tanta precampaña y campaña electoral, cuando falta tanto tiempo todavía, o tantos pueblos por llegar. Y no es que queramos quitarles el protagonismo a los partidos políticos, que tal como establece el artículo seis de la Constitución, ejercen funciones de trascendental importancia en el Estado actual, en cuanto expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Pero, sin perjuicio de la anterior, lo cierto es que el derecho a participar corresponde a los ciudadanos, y no a los partidos que a veces nos quieren vender la gran mentira con programas que no se lo creen ni ellos mismos. En todo caso, además, los representantes elegidos lo son de los ciudadanos, se deben a los ciudadanos, son servidores de los ciudadanos, jamás de los partidos y menos servidores para sí. Si esto fuese así, quizás no hablaríamos tanto del gran “chollo” que resulta dedicarse a la política. Avispados opositores se están dando cuenta que es más rentable profesionalizarse como político. ¡Lo que hay que oir!

 

La periódica llamada a las urnas para que elijamos a nuestros gobernantes en cualquiera de los niveles de la Administración, parece ponerles nerviosos a los políticos, como si fueran a unas oposiciones, cuando no debiera ser así, puesto que es ya una costumbre firmemente asentada en nuestra sociedad democrática. Si hemos de darle alguna importancia, debiera ser, a la de informar que es éste uno de los momentos más importantes de participación responsable de los ciudadanos en el gobierno de los pueblos y en la gestión pública. O la de avanzar en la democracia, porque la democracia no puede quedar estática. Y pongo un ejemplo: sería saludable que se pudieran votar a las personas individualmente y no a una lista cerrada que te obliga a hacerlo a un determinado partido político, que en la mayoría de los casos, impone los nombres no con demasiados criterios democráticos internos, a juzgar por los berrinches y los escándalos que se ven y se publican en los medios de información al respecto.

 

Y es cierto que votar en las elecciones no es sólo un derecho civil y constitucional, sino también una obligación de la que sólo por razones graves puede uno sentirse dispensado. Y que el  voto debe ser decidido con responsabilidad y depositado en libertad. No basta, sin embargo, votar libremente, sino desde la conciencia rectamente formada. Esto nos obliga a los ciudadanos, puesto que la permanencia en el cargo no puede depender de la voluntad de los partidos sino de la expresada por los electores a través del sufragio expresado en elecciones periódicas, a cumplir con la misión de analizar los hechos y actitudes. Y aquí está lo difícil, por una parte las listas cerradas nos dejan poco juego para elegir a las personas –esto habría que ir pensando en darle solución para que la democracia fuese cada día más verdadera y no tuviese ese límite-, y por otra, da la sensación que en campaña, o en precampaña como la que vivimos ahora, todo vale, hasta lo de ir contando y cantando mentiras. Incomprensiblemente todo se adelanta: las estaciones del año, la cantinela de los políticos y hasta las rebajas de las grandes multinacionales; menos lo que se tiene que adelantar para que sigamos avanzando.

 

Por consiguiente, a los políticos, debiera preocuparles más el servicio, la entrega incondicional, que pasa también, porque se sirva buena información a los ciudadanos, que les ilustre. De ninguna manera, estas precampañas descalificadoras e insultantes ayudan a conocer los programas electorales. Es más, generan violencia, y eso es grave. Ahí tienen los esperpentos que suceden en Parlamentos, que dan hasta vergüenza ajena. Por eso, se me ocurre invitar a los candidatos “precampanilleros”, y a los partidos políticos por ende, que expongan sus propuestas con honradez y de forma positiva. No es necesario calentar tantos motores, con tanto tiempo de adelanto para ejercer el derecho al voto, sí trabajamos día a día, como auténticos servidores y no como profesionales preocupados por perder el cargo, quizás porque lo hemos tomado como medio de vida. Habría que también poner cotas en los mandatos, a los representantes. Sería otra forma de avanzar en democracia. ¿Pero quién habla de listas abiertas o de mandatos de no más de dos legislaturas?. Debe haber demasiados intereses por medio. De esto es lo que hay que hablar ahora, para que el ciudadano en su momento pueda pronunciarse y ejercer, con auténtica libertad, lo que considera oportuno.

 

Y también es cierto, a la hora de juzgar los programas, que no podemos pretender que resuelvan inmediatamente todos los problemas que la sociedad tiene planteados, pero sí podemos y debemos pedirles que hagan propuestas para prosperar y no retroceder, corrigiendo aquellos que se han resuelto incorrectamente. O idem id: Que sean más responsables, en definitiva. Así la mentira no caminará a sus anchas y el político será más valorado en su justa medida. Porque hacer política de servir a los demás es una tarea difícil, muy difícil, que no se paga, cuando se ejerce con rectitud y honestidad, con todo el oro del mundo.

  

Víctor Corcoba

CORCOBA@telefonica.net