TOMA DE POSESIÓN DE
MONSEÑOR FRANCISCO JAVIER MARTÍNEZ FERNÁNDEZ
COMO ARZOBISPO DE GRANADA

           


La Iglesia de Granada acogió en multitud, que llenaba la Santa Iglesia Catedral, a su nuevo Arzobispo Monseñor Francisco Javier Martínez Fernández, acto que tuvo lugar el pasado día uno del actual. A la citada toma de posesión, que hace el número cuarenta y cuatro de los nombrados en Granada desde 1492, acudieron centenares de fieles de la Diócesis de Córdoba, donde ejerció como Obispo. “Los Obispos, como vicarios y legados de Cristo, gobiernan las Iglesias particulares que se les han confiado, con sus proyectos, con sus consejos y con sus ejemplos, que ejercen, sin embargo, únicamente para construir su grey en la verdad y santidad, recordando que el que es mayor debe hacerse como el menor, y el superior como el servidor” (cf. Lc 22, 26-27). Concilio Vaticano II. Constitución Dogmática Lumen Gentium n. 27.

 

BREVE BIOGRAFÍA APOSTÓLICA

 

Nació en Madrid el 20 de diciembre de 1947, hijo de padres asturianos. Recibió el bautismo en la parroquia de San José de Madrid el 28 de diciembre de 1947, y en esa misma parroquia hizo su primera comunión. Ingresó en el Seminario de Madrid en 1959. Allí realizó los estudios de Latín y Humanidades, y de Filosofía y Teología. Fue ordenado presbítero el 3 de abril de 1972. Ejerció su primer ministerio pastoral en Casarrubuelos, una pequeña población al Sur de Madrid, hasta finales de 1974.

 

Obtuvo la Licenciatura en Teología Bíblica por la Universidad Pontificia de Comillas en 1973. Becario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de 1975 a 1977. Completó sus estudios en la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa de Jerusalén durante el curso 1978-1979, y en la Universidad Católica de América, en Washington, D.C., desde 1979 hasta 1985. En Washington obtuvo el doctorado en filología semítica con una tesis sobre la apocalíptica cristiana en Oriente en el periodo del surgir del Islam.

 

Ha sido profesor de Introducción a la Biblia y de Cristología en el Seminario de Toledo (1976-1978). Profesor Adjunto a la Cátedra de Siríaco en la Universidad Católica de Washington (1972-1974). Profesor de Patrología y de Dios Uno y Trino en el Centro “San Dámaso” de Madrid (1985-1991), y de lengua y literatura siríaca en el Instituto “San Justino” de Filología Clásica y Oriental (1987-1991). Nombrado Obispo titular de Voli y Auxiliar de Madrid el 20 de marzo de 1985, recibió la ordenación episcopal el 11 de Mayo de ese mismo año. En la Conferencia Episcopal ha sido miembro de las Comisiones de Enseñanza y Catequesis, de medios de Comunicación Social, de Doctrina de la Fe, y de la Subcomisión de Universidades. Desde 1989 fue miembro del Consejo Pontificio para el Diálogo con los no creyentes, y desde 1993 es miembro del nuevo Consejo Pontificio de la Cultura, que ha sustituido al anterior.

 

El 15 de marzo de 1996 es nombrado por el Santo Padre Obispo de Córdoba, tomando posesión de la sede cordobesa el 18 de mayo de 1996. Actualmente en la Conferencia Episcopal Española es miembro de la Subcomisión para la Familia y Defensa de la Vida y de la Comisión para la Doctrina de la Fe. El 25 de febrero del 2002 es nombrado Miembro del Pontificio Consejo para los Laicos. El 15 de marzo es nombrado Arzobispo de Granada.

 

HOMILÍA EN LA TOMA DE POSESIÓN

DE LA ARCHIDIÓCESIS DE GRANADA

 

 

Querido Sr. Nuncio,

Sres. Cardenales,

Hermanos Arzobispos, Obispos,

Muy querido D. Antonio, mi antecesor en la sede granadina y amigo;

Querido Miguel, que con tanto celo y prudencia la has cuidado en nombre del Señor durante estos meses, y con tanta bondad me ha acompañado en estos pasos iniciales;

Muy queridos sacerdotes;

Religiosos y religiosas;

Autoridades;

Hermanos todos y amigos que habéis querido, unos acogerme y otros acompañarme, y en ambos casos, expresar junto a mí, junto al representante del Santo Padre y junto a los demás obispos que nos acompañan, ese tesoro de vida, de libertad y de alegría que es la comunión de la Iglesia:

 

1. Quiero que mis primeras palabras, al inaugurar mi ministerio en esta Archidiócesis de Granada, querida y deseada desde el momento mismo en que me fue comunicada la voluntad siempre buena y amable del Señor, sean de gratitud. Quiero expresar mi gratitud al Santo Padre por una confianza que me conmueve una vez más, al confiarme el ministerio apostólico y el cuidado de una parcela de la Iglesia de Jesucristo, que es la realidad más bella que existe en  el Universo. Y quiero expresarle también mi gratitud -y le ruego, Sr. Nuncio, que se la transmita usted al Santo Padre, junto con la expresión de mi comunión profunda- por su testimonio infatigable de que, viviendo por entero para esa carne en la que mora Cristo -totus tuus, referido a la Virgen Madre de Dios, “tipo” y figura de la Iglesia-, nuestra humanidad florece de tal modo, hasta en la extrema fragilidad de los muchos años, que se convierte en un testimonio y una llamada permanente al afecto por la vida, a la libertad y al gozo, a la comunión que es fruto de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Un testimonio que el corazón fragmentado y lleno de desasosiego de los hombres y mujeres de nuestro tiempo sabe comprender perfectamente como lo que es, como un milagro de la gracia, como el fruto de la redención de Cristo. Sí, ese milagro es la explicación última de la pasión por la vida de cada hombre –de cada uno de nosotros-, y de ese atractivo profundo que irradia la humanidad del Papa, pasión y atractivo que, sin discursos, alcanza a todos, y despierta lo mejor de la humanidad de cada uno, hasta en esos jóvenes a quienes la censura de lo humano dominante en nuestro tiempo les cierra los caminos de una educación verdadera.

 

2. Por eso, porque la humanidad del Papa es toda ella signo de la carne poseída por el Verbo de Dios, por la gracia de Cristo, mi gratitud se dirige, ante todo a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, origen y meta de esta historia de amor que sigue viva, viva y fresca como la mañana de Pascua, y que no terminará jamás, sino que desemboca -más allá del pecado, del dolor y de la muerte- en los nuevos cielos y la nueva tierra, en la Jerusalén del cielo, en esa ciudad toda ella resplandeciente porque Cristo es ya su indefectible luz, y porque en ella ya no hay luto, ni llanto ni dolor, y Dios mismo enjugará las lágrimas de nuestros ojos. Esa ciudad de la que nuestra asamblea de esta tarde, nuestra comunión de esta tarde, y la vida entera de nuestro pueblo, que es la Santa Iglesia, es ya pregusto y anticipo.

 

 

3. Hoy, en efecto, una vez que ha sido consumada la obra de Cristo en la tierra, esto es, ha sido consumado el camino que se había iniciado en la Encarnación, en el que el Hijo de Dios "ha caminado con nosotros", se ha hecho nuestro compañero de camino, y "se ha unido, en cierto modo, a todo hombre" (GS); una vez que ha sido consumado el don de su vida a nosotros hasta el "amor más grande" que hay, que es "el que da la vida por aquellos que uno ama", hasta el amor "más fuerte que la muerte" ; una vez que eso ha sucedido –y sucedió un día, a las afueras de Jerusalén, y ese día y esa hora, y ese lugar son desde entonces el centro del mundo-, eso que la Escritura llama "la carne", tan efímero y tan frágil como la flor del heno, ha entrado en el cielo, y el Espíritu de Dios, el Amor en persona que es el principio de la vida divina, y el anhelo profundo de todos los hombres, pero inaccesible a nosotros en cuanto nos tomamos la palabra “amor” en serio, está disponible para ser comunicado a los hombres, y para empezar con quienes quieran acoger su don una nueva historia, que ya no terminará jamás. Una historia, no de odio y de división, como la que empezó con Caín y Abel tras el pecado, sino una historia nueva de comunión y de justicia, de misericordia Regnat caro, "¡La carne reina!", grita  con asombro un viejo himno para la liturgia de hoy. “¡La carne reina!”. Decir que la carne reina es decir que la fragilidad participa de la inmortalidad divina. A la incapacidad de amar se le regala gratis Aquél que es el principio y la fuente de toda experiencia humana de amor, y el corazón de piedra se transforma en corazón de carne. Los siervos se hacen hijos. El temor es borrado del corazón humano, y sustituido por la libertad gloriosa de los hijos de Dios. “Donde hay amor, ya no reina el temor” (1Jn). Y el contenido de la vida y de las relaciones humanas –de todas ellas, desde las de los esposos hasta las del mundo laboral y hasta en la convivencia política-, en lugar de ser la esclavitud del temor a la muerte (cf. Hb), que llena la vida del temor al otro, es la charis, la charitas, la gratuidad libre y llena de afecto por el otro. A esa gratuidad, convertida en motor de la historia por obra de un pueblo para quien la frase del Salmista “tu gracia vale más que la vida” no sea una metáfora, sino una experiencia, está absolutamente vinculada la posibilidad misma de un futuro verdaderamente humano, que dé su debido puesto a la razón y a la libertad, y que haga posible amar la vida como es, y no sólo “cargar con ella”, y vivir y trabajar sólo para buscarse estrategias, técnicas o espacios de evasión cada vez más sofisticados que permitan a duras penas soportarla.

 

4. “¡La carne reina!” ¡La victoria de Cristo es ya nuestra victoria!. Nuestra humanidad ha sido hecha, por la inefable omnipotencia de la imaginación de Dios, por el poder de su amor, divinitatis consors, “consorte de la divinidad”, partícipes de su vida y de su ser comunional. Y por eso, mis queridos hermanos, la redención de Cristo es el bien más grande. Y la redención de Cristo es el mismo Cristo, no “unas cosas” que Cristo nos da. La redención de Cristo es nuestra relación con él, nuestra identificación con él por la fe que acoge el don de su Espíritu, en la comunión de la Iglesia. La redención de Cristo es vivir como “hijos” y con la libertad de los hijos en un mundo de esclavos, y la  experiencia de este vivir como hijos hace que el mundo sea percibido aún como un cosmos, como una casa, como un espacio para el asombro agradecido, y no simplemente como materia de explotación, y como un lugar de desazón y de violencia. La redención de Cristo no es algo añadido a la vida, sino lo que permite vivirla en la verdad. Y por eso, la redención de Cristo es el bien más grande para la vida humana, para nuestra vida y nuestra humanidad concretas, también en este momento de la historia, en que, insatisfechos y fatigados por el incumplimiento de las promesas de tantas utopías, el corazón de los hombres, que está hecho siempre para la verdad y el amor, se abre de nuevo a la búsqueda del sentido; y no quiere precisamente nuevas ideas, sino, como dice la encíclica Fides et ratio, “el hombre busca la verdad, y alguien de quien fiarse” (FR).

 

 

5. Pero tal vez para comprender que la redención de Cristo, y la vida de la Iglesia por tanto, no son una parte de la vida, ni un añadido a la vida, ni  pertenecen a uno de esos ámbitos irreales y opcionales que tienden a ser en nuestro mundo las ideas o los valores, sino que son la condición misma de posibilidad de una experiencia de la vida en plenitud, y para recuperar de nuevo en toda su verdad aquella vieja afirmación de un cristiano del siglo II, que "la gloria de Dios es la vida del hombre" (S. Ireneo), nos es necesario superar algunas fracturas que han marcado muy profundamente la experiencia cristiana en estos siglos, y que están en la raíz de no pocos de los problemas más graves que afectan a la fe y a la vida de la Iglesia en nuestro tiempo, y en nuestra relación con el mundo, y de los que rara vez somos conscientes. Me refiero, muy concretamente, a esa línea de pensamiento que atraviesa la cultura moderna desde sus orígenes, y que, en contra de lo que ha sido la tradición cristiana, sitúa a Dios, primero fuera del cosmos, y luego, fuera de la realidad, para terminar, con una lógica implacable, negando su realidad y convirtiéndolo en una fantasía humana.

 

 

6. En virtud, de esa línea de pensamiento -simplifico, por supuesto: junto evidentemente con otros muchos factores sociales y de sucesos en la vida de la Iglesia que la hicieron posible-; en virtud de esa línea de pensamiento de la que participamos todos, repito, sin darnos cuenta, pero mucho más de lo que somos conscientes, sucede que Cristo deja de ser la clave de comprensión de la vida humana, deja de formar parte de la definición del hombre y de su destino; y la vida cristiana es concebida también como un ámbito particular -ideológico, " construido" , y por lo tanto, opcional- que por supuesto, queda fuera de la vida real, de la tierra (relegado, en el mejor de los casos, a ese orden que se llama "sobrenatural"), lo que tiene dos tipos de consecuencias igualmente terribles: la primera, que cuando se quiere “volver a la dura tierra” , según el  grito de un pensador contemporáneo (Wittgenstein), el hombre piensa casi espontáneamente que el bagaje recibido de la tradición cristiana (aunque en realidad es sólo el bagaje de esa tradición maltrecha y deformada) le estorba, puesto que no tiene nada que ver con la vida real, y tiene que prescindir de él, y volverse hacia otras fuentes para comprender la existencia humana y para orientar la vida social; y a la vez, si Dios está fuera de la realidad y de la vida, en el sentido más fuerte del término, la realidad y la vida no pueden sino carecer de todo significado. El hombre está solo ante la existencia, que además ha sido vaciada de misterio, yeso significa sencillamente, que el hombre está solo ante el vacío, ante el poder del Poder. Es esta ruptura entre Dios y la realidad, entre Cristo y la realidad, lo que el Concilio Vaticano II puso las bases para superar,  cuando afirmaba que el Cristo, el Verbo Encarnado, “al revelar al hombre el Padre y su designio de amor, ha revelado también el hombre alhombre" (GS 22). Ésta es también sin duda una de las claves profundas del magisterio del Papa Juan Pablo II y esta es una de las tareas de fondo de nuestra iglesia en esta hora, también en Granada.

 

 

7.  Por eso, frente a estas tendencias que marcan tan profundamente la experiencia cristiana moderna, las fracturas de la Iglesia en Occidente, y la vida de los hombres de nuestro tiempo, yo quiero confesar de nuevo hoy ante vosotros, al inaugurar mi ministerio, como he hecho a la entrada de la catedral, la fe católica, la fe de la tradición, la fe del Credo Apostólico, lo que decimos cuando afirmamos la Encarnación del Verbo, y el don del Espíritu Santo, y la certeza del perdón de los pecados, y “1a esperanza que no defrauda” , esto es la esperanza en la resurrección de la carne y en la vida eterna. Y dejadme decirlo con unas palabras del Papa Juan Pablo II en su primera Encíclica, programática de su pontificado, la Encíclica Redemptor hominis: en lo que podríamos llamar -dice el Papa- “la dimensión humana” del misterio de la redención, "el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propio de su humanidad" (...) El profundo estupor respecto al valor ya la dignidad del hombre se llama evangelio, es decir, Buena Noticia. Se llama también cristianismo" (RH 10).

 

 

8. Igualmente, cuando en la liturgia de hoy conmemoramos que Cristo ha entrado victorioso " a lo más alto de los cielos", ha "retornado al Padre", no estamos diciendo que "se ha ido" de este mundo, sino que ha hecho retomar el mundo, ", nos ha introducido a nosotros, en el corazón del Misterio, en el corazón de la realidad real. Y por ello, también, la liturgia de la fiesta de hoy vincula tran estrechamente la ascensión del Señor, y la realidad sacramental  de su cuerpo, que es la Iglesia. Porque la Iglesia es el lugar de la presencia fiel de Cristo, el lugar donde El se queda, por el don de su Espíritu "todos los días, hasta el fin del mundo", el lugar donde Él se sigue dando y ofreciendo a los hombres: "la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal de la vocación del hombre a la íntima unión con Dios ya la unidad de todo el género humano" (LG 1).

 

9. Esto tiene una consecuencia pastoral importantísima. Si el camino de Cristo, en efecto, para introducir al hombre en la divinidad, ha sido descender hasta el abismo de nuestra humanidad pecadora, y “atarnos” con su amor hasta  arrebatarnos con él al cielo como “cautivos” de ese amor suyo, sería una pretensión vana y estéril pretender servirse de otro método para la evangelización, o para la misión de la Iglesia. No lo hay. Pretender que lo hubiera sería como pretender “poner otro cimiento” distinto a Cristo. Pero sería también una pretensión trágica, porque sería hacerse la ilusión de que sobre algo que no sea Cristo -el poder humano, los medios, las técnicas, los valores comunes-, puede sostenerse la existencia humana, o una vida social que responda a las exigencias profundas del corazón de los hombres. Esa pretensión, cuando se da, es trágica para nosotros, porque es la señal de que hemos perdido la fe y ya no comprendemos lo que significa ser cristiano, pero es sobre todo trágica para los hombres y para el mundo, ante quienes somos deudores de la fe y de la esperanza en Cristo, y ante quienes nos hacemos responsables por defraudar su esperanza. Como ha repetido incansablemente el Papa, el camino de la Iglesia es el hombre. No puede ser más que el hombre, si seguimos a nuestro maestro y Señor, si creemos en El como la revelación de Dios. La misión, la pastoral de la Iglesia sólo puede ser hacerse, como Cristo, compañera del hombre en el camino de la vida, estar cerca de su humanidad concreta para iluminarla y enriquecerla con la fuerza salvadora de Cristo.

 

10. Hace siete años, al iniciar mi ministerio en la Diócesis de Córdoba, decía que no era yo quien tomaba posesión de la Diócesis, que era la Iglesia en Córdoba la que tomaba posesión de mí. Eso ha sido verdad estos siete años, como algunos de vosotros sabéis bien. Nada me he reservado, nada ha sido mío, sino vuestro  amor. Y yo he sido vuestro con todo mí ser, tal como soy. Hoy, al iniciar mi ministerio en la Archidiócesis de Granada, repito exactamente las mismas palabras, y con la misma frescura, con el mismo anhelo de entregaros a Cristo, y con el mismo gozo que el día de mi ordenación sacerdotal: yo no tomo posesión de la Iglesia de Cristo en Granada. Es ella, sois vosotros, los que tomáis posesión de mí.

 

11. Mis queridos hermanos sacerdotes de la archidiócesis de Granada: quiera el Señor concedemos trabajar juntos, y en comunión, por la construcción de este pueblo de santos que el Señor ha confiado a mi ministerio, ya vosotros como colaboradores míos. Quiera el Señor darme parte en su corazón, para que sepa amaros como el Señor os ama. Quiera el Señor ayudarnos a desear la comunión, porque la comunión es precisamente el signo más transparente e inequívoco de que Cristo ha resucitado y vive entre nosotros, el único signo que el Señor puso como condición de la fe, porque la comunión es el lugar donde se hace inteligible la fe, como tal fe, y no como ideología, y donde se llenan de racionalidad y de buen sentido también los motivos para la esperanza. Quiera el Señor darnos a todos, a vosotros ya mí, un corazón sencillo, que desee y pida a Dios el don de la comunión, para que podamos revelar y no velar el rostro de Cristo a los hombres. Que él nos permita "imitar lo que conmemoramos" en la Eucaristía, y "conformar nuestra vida con el misterio de las pasión del Señor", como nos fue dicho en nuestra ordenación sacerdotal, al ser incorporados a Cristo de un modo especial por el Sacramento del Orden, para ser transformados en "iconos" de Cristo en medio de los hombres, para que nuestra humanidad y el don de nuestra vida pudieran ser signos persuasivos de que  Cristo vive, y la plenitud es posible. Nos ha confiado el Señor la tarea más apasionante que puede haber en la vida: construir y cuidar de un pueblo que es la esperanza del mundo, y defenderlo de la mentira o de todo aquello que dañe su libertad, y ser así, mediante la edificación y el servicio a la Iglesia (la esposa y el cuerpo de Cristo), "servidores de la alegría" de los hombres.

 

12. Antes de continuar con la celebración de la Eucaristía, que es el lugar, en esta tierra, donde cotidianamente la Iglesia se apropia de la redención de Cristo, donde cotidianamente el cielo y la tierra se unen, y nosotros, "comiendo la carne" de Cristo, nos transformamos en su Cuerpo, quiero decir una palabra a quienes con tanto afecto me habéis acompañado desde Córdoba: la Iglesia es una, como sabemos por el Credo y nos acaba de recordar S. Pablo, y uno es Cristo, como una es la Eucaristía, y "una la vocación a la que hemos sido llamados. Os repito lo que os he dicho tantas veces estos días: permaneced cerca de Cristo, todo lo cerca que podáis; cuanto más cerca estemos todos de Cristo, más cerca estaremos también unos de otros, para que "ninguno se pierda", ni falte ninguno el día de Cristo Jesús.

 

 

13. Una palabra también para vosotros, jóvenes. Desde el comienzo de mi ministerio sacerdotal, en un pequeño pueblo al sur de Madrid, y luego como Obispo auxiliar en Madrid, cuando el Cardenal Suquía me encomendó la pastoral en la Universidad y entre los jóvenes, y también en Córdoba, mi ministerio ha estado siempre vinculado a vosotros. Podría deciros, como os dijo el Papa en Cuatro Vientos hace unas semanas: "os abrazo a todos y a cada uno". Jesucristo es la respuesta a las preguntas ya los deseos de vuestro corazón, que el Señor mismo ha creado para que podáis reconocerlo al encontrarlo. Jesucristo, que no es un personaje del pasado, sino que vive misteriosamente en su cuerpo, que es la Iglesia, os quiere, y quiere vuestra felicidad y vuestra alegría. Quiere vuestra libertad y vuestra vida más incluso que vosotros mismos. No temáis. Buscad lo, allí donde él está, buscad los signos que hacen fácil reconocer su presencia, esto es, las personas de fe, los santos, la comunión en que la vida -con todas sus dificultades y torpezas- se hace grande y bonita como fruto de la dulce presencia del Señor.

 

 

14. Pedid al Señor, ya la Santísima Virgen -Virgen de las Angustias, a cuyos pies he podido postrarme esta tarde antes de venir a la Catedral- por mí. Que, mirándola a ella, cada día renueve mi “sí” al Señor, ya su designio bueno para con nosotros; que cada vez sea más consciente de que sólo perteneciendo a Cristo del todo, en la comunión de la Iglesia, la vida se hace digna de vivirse, y florecen en el corazón la libertad y la alegría.

 

 

DISTINTAS ENTREVISTAS REALIZADAS

DESDE EL MISMO TEMPLO CATEDRALICIO

 

            De entre las diversas entrevistas que realizamos, al finalizar el acto de toma de posesión, destaco las siguientes: Cardenal Rouco Varela, Monseñor Cañizares, Monseñor García Santacruz y Jóvenes de la Pastoral Universitaria.

 

MONSEÑOR ANTONIO MARÍA ROUCO VARELA,

CARDENAL-ARZOBISPO DE MADRID

Y PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

 

            A la salida de la sacristía del Templo Catedralicio, hemos podido realizarle algunas preguntas a Monseñor Antonio María Rouco Varela, Cardenal-Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española. Estas son sus palabras, las que hemos podido transcribir, en medio de tanta multitud, que quería saludarle.

 

- Monseñor Rouco Varela, usted que es el Presidente de la Conferencia Episcopal Española, díganos, ¿cómo es nuestro Arzobispo?

 

- (Se sonríe y nos contesta). Tengo que decir, sobre el nuevo Arzobispo, que es un gran Obispo, con mucha experiencia pastoral y misión evangelizadora para la familia y defensa de la vida, para los laicos. Lo subrayó en la homilía, frente a las fracturas de la Iglesia en Occidente y la vida de los hombres de nuestro tiempo, ha confesado de nuevo, al inaugurar su ministerio en la Iglesia de Granada, como ha hecho a la entrada de la Catedral, la fe católica, la fe de la tradición, la fe del Credo Apostólico. Porque no pueden los cristianos dejar a un lado su fe a la hora de colaborar en la construcción de la ciudad temporal. Han de hacer sentir su voz, como lo ha hecho el Arzobispo, coherente con los valores en los que creen y respetuosa con las convicciones ajenas.

 

- El Concilio pone ante los obispos la necesidad de ser ejemplos y modelos de vida cristiana; un ejemplo de donación, que Monseñor Martínez Fernández, subrayó al decir que “no toma posesión de la Iglesia de Cristo en Granada”, que somos nosotros, los que tomamos posesión de él, como Pastor. ¿Qué tiene que decir al respecto?.

 

- Se trata del ejemplo de una vida plenamente orientada según las virtudes teologales, de toda una manera de vivir y actuar basada en el poder de la gracia divina; y en ese sentido, apostó por trabajar en comunión, así lo reafirmó en la homilía.

 

- Por cierto, Monseñor Francisco Javier, apostaba por los jóvenes claramente en su homilía, ¿qué le habrá parecido ver tanta juventud en la Catedral?.

 

            Se habrá alegrado como yo mismo, seguro que sí, habrá creído que Cuatro Vientos se ha venido aquí y se ha encontrado en la Catedral de Granada, continuación simbólica de los jóvenes con el Papa. Su labor, además, desde el comienzo de su ministerio sacerdotal, ha estado siempre vinculada a la juventud.

 

MONSEÑOR ANTONIO CAÑIZARES LLOVERA,

ARZOBISPO PRIMADO DE TOLEDO

 

            Todo el pueblo de Granada quería ver a don Antonio para saludarle. “¿Habéis visto a don Antonio?. ¿Ha venido?” –se oía decir a unos y otros. Nuestro admirado Arzobispo, que estuvo entre nosotros, desde 1997 hasta finales del 2002, ha dejado una huella imborrable en la ciudad, muy difícil de olvidar. Se le quiere. Nos hemos quedado con el fruto de su espíritu, con su angelical sonrisa, y con su gran capacidad de trabajo y de servicio. Al final, también nosotros pudimos verle, hacer un hueco entre la muchedumbre, alargar el micrófono, y hacerle unas preguntas, que nos contestó muy gentilmente.

 

            - En sus palabras de despedida, nos decía que volviésemos los ojos hacia Dios, lleno de compasión, Padre de misericordia y Dios de toda consolación, el único Pastor y Obispo de nuestras almas, el que por nosotros da la vida y nos pastorea encaminándonos hacia la casa del Padre. Hoy, cuando gozosos celebramos la toma de posesión de Monseñor Francisco Javier Martínez Fernández, ¿qué recuerdos le vienen a la mente?

 

Son tantos, pero uno principal. Una acción de Gracias muy grande al Señor por los grandes dones con que Él ha enriquecido a esta Iglesia de Granada, y el último gran don con el que la enriquece, es con el nuevo Arzobispo que llega, don Javier; un Obispo que ciertamente marcará un hito dentro de esta Diócesis.

 

- ¿De la homilía qué resaltaría, Monseñor Cañizares?

 

Aquellas palabras, que también ha repetido incansablemente el Papa, en cuanto que el camino de la Iglesia es el hombre, la dimensión humana del misterio de la redención, la Buena Noticia.

 

- En sus palabras de despedida, también nos invitaba a mirar a Cristo y a seguirle, puesto que en Él tenemos todo el gozo, en Él solo está la vida, porque Él es el rostro de Dios. Siguiendo ese camino, ¿qué mensaje le trasladaría al pueblo de Granada hoy, que está radiante y alegre  de recibir a su nuevo Arzobispo?

 

Les digo, que sigan a Jesucristo con toda decisión, la clave, el centro y el fin de la historia, además de que colaboren estrechamente con el Señor Arzobispo y que vivan una comunión inquebrantable con él.

 

 

 

MONSEÑOR JUAN GARCÍA-SANTACRUZ ORTIZ,

 OBISPO DE GUADIX-BAZA

 

Por proximidad eclesial y cercanía geográfica, entrevistamos al obispo de Guadix-Baza, Monseñor Juan García-Santacruz Ortiz, para que nos diese esa primera impresión tras la celebración de la toma de posesión de Monseñor Francisco Javier Martínez Fernández, como Arzobispo de Granada. He aquí sus respuestas, a nuestras preguntas:

 

- Las primeras palabras en la toma de posesión de Monseñor Francisco Javier, han sido de gratitud. ¿Cuáles serían sus palabras como Obispo de Guadix-Baza?.

 

- Le doy la enhorabuena y le deseo, como va a ser así, un pontificado feliz y fructífero, puesto que trae consigo la verdad que viene de Dios, el principio de la auténtica liberación del hombre.

 

- ¿Qué subrayaría de la homilia?

 

- Desde luego, ha dado unas pautas formidables, de comunión eclesial como agente de concordia, cuestión que redundará en beneficio de toda la Iglesia de Granada, reproduciendo así la imagen del Buen Pastor, que va delante de sus ovejas conduciéndolas por caminos seguros, llevándolas a las fuentes de agua viva, cuidando de todas con amor de Padre.             Sin duda, en su homilía, ha sido un convencido y convincente proclamador de la palabra de Dios, y por ello mismo, educador en la fe, siervo y maestro de la Verdad revelada.

 

- ¿El recibimiento del Señor  Arzobispo, le ha emocionado?

 

Si, he sentido una emoción especial. Cuando un obispo llega a una Diócesis y tiene que hacer ese primer saludo, cargado de buenos deseos y de muy buenas intenciones, como edificador de la comunidad eclesial, y ve un pueblo que llena la Catedral para recibirle, eso ahonda en el corazón y empuja a ser Padre espiritual para todos.

 

GRUPO DE JÓVENES DE LA PASTORAL UNIVERSITARIA

 

 

Un grupo de jóvenes de la Pastoral Universitaria de Granada, acudieron a la toma de posesión de Monseñor Francisco Javier Martínez Fernández, que mostraron su alegría por la vinculación a los jóvenes, en distintos momentos de su vida pastoral, sobre todo cuando el Cardenal Suquía le encomendó la pastoral universitaria. Ellos, estos entusiastas universitarios granadinos, nos respondieron sin titubeos a nuestras preguntas.

 

- ¿Qué os ha movido a venir a la toma de posesión?.

 

- El deseo de ver al Arzobispo y ofrecerle nuestro apoyo, poniéndonos a su disposición. Le necesitamos para crecer, para tener ese empuje necesario, puesto que la pastoral universitaria, no tiene otra razón de ser que el encuentro con Cristo suceda una y otra vez entre los universitarios y de este modo sus corazones encuentren lo que desean.

 

- ¿Creéis que urge, que la Iglesia, de un modo concreto, esté presente en el campus universitario, con el Arzobispo a la cabeza?.

 

- Claro que sí. Se necesita favorecer la existencia de grupos de personas que vivan y se expresen como cristianos en la Universidad, que su fe en Cristo sea criterio de actuación en todo: en el estudio y la relación con los demás, en el tiempo de ocio, en su forma de actuar y vivir.

 

- ¿Qué es lo que más os ha emocionado de la toma de posesión?.

 

- La gran cantidad de personas jóvenes que han acudido, así como las palabras que nos ha dirigido en la homilía, y luego, en los saludos que hemos tenido con él, hasta hemos podido intercambiar palabras y participarle de nuestra plena disponibilidad. No le fallaremos. Eso esperamos.

 

EL SALUDO DE LOS FIELES DURÓ HORAS

 

            Mientras realizábamos las entrevistas, nos dio tiempo de saludar al nuevo Arzobispo de Granada, el saludo de los fieles duró horas. Al fondo se oían unas voces de unas monjas que entonaban cánticos de acción de gracias, mientras Monseñor Francisco Javier, tenía una sonrisa para todos, con especial dedicación a los niños y jóvenes, todo hay que decirlo. ¡Bienvenido, Arzobispo!.

 

Víctor Corcoba

CORCOBA@telefonica.net