EL
GOZO
DE
ENTREGARSE
A
LOS
DEMÁS
HE
AQUÍ UNA HISTORIA GOZOSA: Ignacio Pereda no es un escritor ni un
artista, y es un poco de todo. Es, más bien, una persona que vive y
trabaja intensamente por los últimos, por los que menos tienen. Lo ha
dejado todo –y también lo ha donado todo-, por los demás. Nuestro
invitado sabe que hay pobres en todas partes, pero que la pobreza mayor
consiste en no ser amados. Ese amor lo transmite en su alegre mirada,
signo de una personalidad generosa. Las televisiones y diarios más
importantes del mundo han hablado de su quehacer gozoso de darse a los
demás, sin condiciones. Los semanarios y revistas de mayor circulación
han dedicado, con sus cubiertas a color, reportajes vibrantes a su vida
y a su obra. En estas “Raíces Granadinas”, vamos a compilar esta
historia de un hombre de cuarenta años que desde los veintidós decidió
darse sin descanso, llevar esperanza donde hay desesperación, luz donde
hay oscuridad y armonía donde hay discordia. Sueña con hacer del mundo
una única familia y, para ello, todo su tiempo pertenece a los más débiles.
EL
ARTE DEL RECOGIMIENTO Y LA FUERZA DE LA ALEGRÍA
Convivir con Ignacio Pereda es descubrir lo importante
que es la cultura, entendida como opción humanística. Hay que vivirlo
para contarlo. Y así lo hicimos. Al irnos –de su hogar donde nadie se
siente extranjero- tuvimos que tragarnos las lágrimas ante las intensas
emociones vividas. Su última advertencia fue que habláramos lo menos
posible de su persona. “Dios tiene necesidad de nuestra pobreza y
no de nuestra plenitud” – nos subrayó-. Allí dentro, a pesar
de tantos problemas, impresiona el grado de amor que se pone en cada uno
de los gestos. No cesa el teléfono. Parece el de la esperanza. Todo el
mundo pide ayuda. Las casas de acogida se quedarán pequeñas pero habrá
sitio para toda la gente. Nuestro invitado no pasa de largo ni se
muestra indiferente ante alguien que extiende la mano. “No importa
quiénes son o dónde se encuentran: debemos ver en ellos a Dios”
–nos dice-.
Aunque presencié momentos a golpes de historias tristes,
respiraba una alegría grande, viendo como todas las montañas era
posible ascender por ellas. Ignacio Pereda siempre está cerca de
esos llantos que piden clemencia, cobijo. Pero a bien seguro, el lector
se estará preguntando: ¿Quién es esta persona que lo da todo sin
esperar recompensa alguna?. ¿Es algún cura?. ¿O algún Quijote?. ¿Qué
busca?. ¿Qué pretende, si nadie da nada a cambio de nada?. Son las
eternas preguntas, propias de una sociedad con estructuras económicas
injustas, que no pone en práctica medidas inspiradas en el amor
preferencial por los pobres. Nuestro invitado es simplemente un hombre,
que nace en Córdoba en el seno de una familia numerosa, de profundas raíces
morales. Su infancia es una infancia feliz. Cuenta con todo lo necesario
para serlo. De joven se viene a Granada –y aquí se queda- para
estudiar Derecho, estudios que finaliza, compatibilizándolos con
servicios de ayuda desinteresada en el Hogar de Nazaret, durante once años.
Tiene 22 años y una ilusión grande de ofrecer, a corazón abierto,
un servicio gratuito a los pobres más pobres de esta ciudad.
Al
finalizar la licenciatura de Derecho decide ampliar estudios, diplomándose
en Trabajo Social. Posteriormente, complementa su preparación académica,
–siempre en paralelo con la entrega a los demás, insisto- realizando
diversos cursos en la Facultad de Teología. En 1995 funda la Asociación
Sociocultural “El Bosque”, donde se pretende crear una dinámica
familiar en la que puedan desarrollarse los más débiles. Su fundador,
nos recuerda uno de los lemas: “Los pobres con los que trabajamos
están más necesitados de dar que de recibir; porque lo que nos hace
ser más, es nuestra capacidad de aportar, de ser útiles, creadores,
generadores de vínculos afectivos entre los hombres y mujeres. “El
Bosque” fue un trampolín de reinserción para muchos niños, hoy ya
mayores, un sueño posible”.
A
partir de 1997 esta Asociación de “El Bosque”, que fue una
auténtica oportunidad para enterrar el desarraigo social y la marginación,
amplia horizontes y cambia de nombre, convirtiéndose en “Fundación
Escuela de Solidaridad”. En
las diferentes casas de acogida que posee la citada Fundación, hay un
denominador común: El sentido de familia entre ellos. Son ya veinte años
de afán y desvelo de un hombre, que aspira a seguir entregado a las
personas que más lo necesiten. Lo tiene claro, se lo aseguro. Ahí está
Ignacio Pereda luchando –sin cansancio- por “construir un
nuevo mundo en el que es fundamental tener en cuenta a los más
desfavorecidos. Por eso, -nos subraya-, acoger la voz de los últimos es
acoger a los que no tienen voz, a esos niños desatendidos y sin
hogar”. Tanto en su corazón como en su hábitat siempre hay un
sitio para albergar a niños y mayores, a madres maltratadas o
adolescentes con graves problemas familiares; mientras la Administración
no le da ni una mísera subvención. Increíble, pero cierto. Aunque
–nos consta- que esa misma Administración, a veces, si solicita de su
ayuda. Son esas arbitrariedades difíciles de entender en un Estado
social de Derecho puesto que debiera encaminarse a garantizar el ámbito
existencial de todos los ciudadanos y especialmente de determinados
sectores sociales, otorgando al mismo tiempo especial protección a
determinados bienes (la salud, la vivienda, la cultura...) considerados
indispensables al efecto.
Aunque
el trabajo de Ignacio Pereda, que no es otro que el de servir a los
que nadie quiere servir, difícil tarea de entender en estos tiempos
de hipocresías y apariencias, no tiene precio, y además su grandeza es
la humildad; si, hemos de aplaudir la labor de algunos medios de
comunicación que, en este caso, han contribuido a esclarecer tan alta
entrega de darse sin descanso. Lo último fue el reconocimiento público
de la televisión andaluza con el aplauso de todos los andaluces.
COMUNIDAD
DE AMOR
HOGAR DE CULTURA
Dicen que si uno sueña solo, es sólo un sueño. El sueño
compartido es el amanecer de una nueva realidad. La Fundación
Escuela de Solidaridad es todo un ejemplo de familia, donde conviven
diversas generaciones y también distintas culturas. Lo respetamos todo.
En este sentido, Ignacio Pereda, nos dice: “Aquí todos
tenemos la posibilidad de encontrar nuestra familia, viviendo y
creciendo en armonía. Somos todos una familia. El otro día mismo teníamos
ciertas necesidades para comprar alimentos como puede ser leche o azúcar,
y uno de los jóvenes entregó sus ahorros. Gracias a él pudimos
desayunar al día siguiente. ¿Habrá cosa más gratificante que el
compartir?”.
En un momento histórico en que la familia es objeto de muchas
fuerzas contrarias, nos resultó chocante esta comunidad singular en la
que pudimos comprobar que todo hombre es amado por sí mismo, por lo que
es y no por lo que tiene. Allí todo el mundo cuenta lo mismo y a todo
el mundo se le escucha –“la escucha nos ayuda a incluir, no a
excluir”, nos apunta Ignacio- y
se le recibe como persona en su globalidad, como riqueza para el mundo y
la sociedad, con el sentido de pertenencia a un hogar.
El lenguaje de esta Escuela imprime pasión. Viendo estas
estampas de necesidad entiendes que el compromiso ha de ir más allá de
la simple limosna –para acallar la conciencia- o del simple
voluntarismo. Es urgente la atención a los niños y jóvenes que, por
haber nacido fuera de la institución familiar o vivir en situación de
abandono, crecen sin la tutela y ayuda de un padre o una madre, y que
difícilmente se integran en la sociedad, al estar marcados por graves
carencias afectivas y materiales. Siendo el hombre, hecho primario y
clave de la cultura, me pregunto: ¿ Cómo es posible permanecer
indiferente ante el sufrimiento de tantos niños y jóvenes?. Ignacio
Pereda apuesta por hacer de un grano, un granero; y que, su
solidaria Escuela, pueda ser vehículo que transporte a una realidad mejorable.
Así nos lo refrenda: “Quiero mantener viva la utopía de que se
puede. Hay que sacar todo lo bueno y maravilloso que tienen estos chicos
y ponerlo al servicio de los demás. En ello pongo toda mi vida”.
Por desgracia, ahí, en cualquier esquina, hay demasiados niños que
dicen ¡ay!. Y nos quedamos tan frescos.
El sufrimiento de tanta criatura –a veces tan próximos que son
vecinos nuestros- no puede dejarnos fríos. Resulta cada vez más
evidente que el progreso cultural está íntimamente vinculado a la
construcción de un mundo más justo y fraternal. Démosle a los pequeños
un futuro de paz. Es un derecho suyo y un deber de los mayores.
La
idea de crear la Fundación surgió en Ignacio tras reflexionar
sobre el sistema de acogida a menores. Sobre esto nos dice: “No se
puede dar cobijo sólo hasta los 18 años. ¿Qué padre deja a su hijo,
sino tiene futuro, a la deriva con esa edad? Es muy duro dejarles sin
ayuda alguna y sin medio de ganarse la vida.
Yo ésto, la Escuela, -insisto-, la concibo como una estructura
familiar, como la base necesaria para que el ser humano pueda
desarrollarse. En la familia es donde encontramos cariño y apoyo
incondicional. El único refugio seguro. No sólo es importante para los
niños, sino también para los mayores. Por eso decidimos que en la
Fundación todos tendrían cabida e intentaríamos que sintieran
esta casa como propia. Por eso, aunque el objetivo de la
organización es que todos se independicen y creen sus propias vidas,
siempre hay sitio para los que quieren regresar, aunque sea de visita.
Esto nos llena de gozo...”.
En
este momento Ignacio echa mano a su cartera y me muestra un montón
de fotos; me señala cómo ha sido la vida de estos niños y cómo es
hoy. Sus palabras me emocionan tanto que apenas puedo mirarle a los
ojos. Resisto como puedo. Me voy al baño... Desde luego, es como un
padre, hablando de sus hijos, de sus andanzas y también preocupado por
su futuro. Con el proyecto “Mejor con mamá”, -me dice-,
pretendemos evitar que la Administración intervenga en estas
situaciones de emergencia, para que las madres y sus hijos con
problemas, no se les separe. En el transcurso de esta convivencia para
relatarles lo vivido –un tanto difícil hacerlo con palabras- me
participan varios casos de mujeres que vivían en casas de derribo,
dedicadas a la prostitución o que acababan de salir de la cárcel. La Fundación
les ha proporcionado techo, comida y calor de familia. Algunas de
estas personas ya tienen empleo y viven con sus hijos.
UNA
GRAN FAMILIA,
CON VARIAS CASAS ABIERTAS
En
la Fundación Escuela de Solidaridad existe la gran familia para
todas las edades en situación de riesgo o desamparo. La incondicional
acogida, la atención, educación y desarrollo integral de persona, son
las señas de identidad que engrandecen
este proyecto. Detrás de Ignacio Pereda, un grupo de
personas desde la gratuidad, desarrollan la labor de paternaje y/o
meternaje de pequeños y jóvenes. A propósito, su fundador, nos señala:
“Actuamos como cualquier “padre o madre” naturalizado que
desempeñan su función libremente por vocación, sin percibir otra
compensación a su labor que la de conseguir sacar adelante su hogar, y
sin compensación económica. Aquí en la Zubia, como ves, está la
puerta abierta a todos como lo están en todas las casas que tenemos.
Queremos ayudar a todo menor desde cero años en adelante, también a
los adolescentes y jóvenes que no tienen cabida en otros centro o
instituciones, y, en suma, a toda persona en situación de apuro que
necesite recuperar el sentido familiar y sentirse querida”
En
el Camino de En medio número 7 de la Zubia (teléfono: 958590330), se
encuentra la Casa Madre. Dentro de ella todo es solidaridad. Así rezan
los meses de su calendario: Solidaridad es la esperanza de los
desfavorecidos y olvidados. Solidaridad es el compromiso de los humanos.
Solidaridad es el espíritu de Jesús. Solidaridad es compartir lo que
somos y lo que tenemos. Solidaridad es repartir entre todos lo que nos
ha dado la naturaleza. Solidaridad es dar sin esperar nada a cambio.
Solidaridad es el motor de los derechos humanos. Solidaridad es la voz
que mueve nuestras conciencias. Solidaridad es el espíritu fundamental
de los Evangelios. Solidaridad es apoyo, comprensión, ternura, estar
con el otro. Solidaridad es el sueño compartido de una generación
nueva. Solidaridad es un valor fundamental para la sociedad... Hacer
familia, y sentirse como una familia en este entorno solidario, es de lo
más fácil. Allí todo son proyectos de vida, ventanas de luz.
La
Fundación Escuela de Solidaridad, a pesar de ser una iniciativa
sin convenios ni subvenciones públicas, ha crecido en ese esfuerzo por
reconstruir familias. Desde la Zubia han germinado otras casas con los
mismos deseos: la de Granada capital (en la calle El Guerra, núm. 52)
que vino a sustituir en la medida de lo posible a la Resinera tras el
fatídico incendio, Brácana, Valverde del Camino –Huelva- y San José
de la Rinconada –Sevilla-. Hace falta el coraje y la valentía de un
soñador para construir un nuevo tipo de familia que rompa con el estilo
actual de vida acomodada, egocéntrica y consumista, abriéndose a los
verdaderos problemas del ser humano.
En
las casas de la Fundación nadie tiene un sueldo por la labor que
desarrolla y todo lo que se gana fuera es para el gasto de la casa,
salvo algunos ahorrillos mínimos, ni el propio Ignacio tiene
remuneración por vivir entregado a ellos. “A nadie le pagan por
cuidar de su familia –nos dice- y si tú te implicas en la marcha de
la casa ellos comprenden que la colaboración es necesaria. Tienes que
dejarte “incordiar”, que viene de “cordium” (corazón), ser
capaz de escuchar, de inquietarte por sus preocupaciones. Cuando te
dejas “incordiar” evitas la discordia”.
La
libertad que se respira es la habitual en una casa con hijos mayores. A
este respecto nos dice: “ Yo no voy a imponerme, no puedo decirles:
“vive como a mí me gusta que vivas”; pero, sí puedo decir: “yo
te acompaño”, y ser un referente fijo en su vida”. Al
atardecer, el patio de la casa de la Zubia –donde viven de veinte a
treinta personas, de un total de sesenta entre las diferentes casas- se
convierte en un trasiego de gente. Chicos, que ya se han emancipado
llegan con sus motos a hacer la visita después del trabajo: uno con
chucherías para el pequeño, otro que le hace bromas a la abuela, y un
siguiente que recoge a algún niño para llevarlo a dar una vuelta.
Algunos que tenían nueve años cuando empezaron a vivir con Ignacio
en el Centro de Menores, aunque tienen su profesión, han querido
quedarse a su lado porque quieren seguir echando una mano al proyecto.
En la Zubia está Tete que trabaja en un despacho de abogados y luego
compone y canta flamenco. Él y su mujer Sonia, junto con Mª. Jesús,
dan algo de libertad a Ignacio para poder moverse. Santi, que es
administrativo, y Paco, protésico dental, llevan la casa de Granada
capital. Los chicos que llegan nuevos pasan siempre primero por la Zubia
y luego se quedan en la casa que más conviene. Puede que traigan toda
su problemática y su desconfianza, pero al tiempo de estar allí, el
ambiente del grupo lo absorbe: “Vienen con un sentido exagerado de
la propiedad- comenta Ignacio-: mis cosas, mi cuarto... pero todo eso se
les viene abajo cuando se dan cuenta de que hay que compartir para
convivir, ejercicio por otra parte, que todos tenemos que hacer en
nuestras familias”.
MEJOR
OCUPADO:
ALGUNOS JÓVENES
ESTÁN CRECIENDO COMO ARTISTAS
Cuando en 1995 se trasladaron del piso del Centro de Menores a lo
que hoy es la Casa Madre, al reunir chicos de todas las edades perdieron
el convenio con Asuntos Sociales. Aquel primer año, Ignacio y sus
dieciocho primeros “hijos” tuvieron que hacer acopio de
imaginación para salir
adelante. Una de las brillantes ideas fue el programa “Mejor
ocupado”, que partió, ¡cómo no!, de un problema: el del fracaso
escolar en niños que han vivido en situación de estrés y les resulta
difícil la concentración. La solución fue montar talleres dirigidos
por especialistas, que se prestaron a ello. Hoy en día, funcionan los
siguientes: El taller de velas decorativas, de forja, cerámica, bicis,
cobre, pintura, carpintería, escayola. También tienen un pequeño
invernadero. Muchos de estos jóvenes son verdaderos artistas y algunos
ya cuentan con alguna obra artística premiada o distinguida. Todas las
ideas sirven para crear un nuevo taller y realizarse así. Aspiran a no
vivir de la limosna, prefieren trabajar y sentirse útiles, como
cualquiera de nosotros.
Si alguna vez Ignacio se ha sentido desanimado –me
confiesa “su gente”- nadie lo ha podido saber porque no se puede
permitir el lujo de dejarlo traslucir. Todos los ojos están puestos en
él. Es muy raro verle sólo. Cuando entra por la puerta todos le
llaman. Parece un juego de magia al ver cómo va resolviendo uno a uno,
con una serenidad pasmosa, todos los temas que le van planteando al
tiempo que coge a uno de los más pequeños en brazos y le hace alguna
carantoña. Hasta las tonterías de los más pequeños tienen respuesta.
Cuando te quedas admirado de su capacidad, su explicación es simple: “No
tienes un respiro pero tienes muchas satisfacciones. Hay momentos que
tienen tanto valor y tanta belleza que valen todo el esfuerzo. Siempre
he soñado con hacer algo así. Cuando nació la Fundación, empezó lo
que yo había querido hacer en la vida. Haberlo conseguido, aunque sea
un proceso largo y duro, sirve de retroalimentación”.
La familiaridad y solidaridad de este
proyecto aporta una secuencia generacional en la que los mayores son la
referencia y el estímulo para los más pequeños. El riesgo no es tanto
el arte de amar a chicos y adolescentes difíciles, sino el riesgo del “dejarse
amar”. Amor de ida y vuelta, de dos direcciones. Las diversas
Casas mantienen una filosofía de apertura, sin poner condiciones, en la
que se hace un esfuerzo por no decir “no”, caminando hacia adentro a
través del cultivo del arte.
UN
REVÉS MUY GRANDE:
LA
RESINERA SE DESTRUYE EN UN DESGRACIADO INCENDIO
Apenas había comenzado este año, justo eran las nueve de la mañana,
cuando quince personas de la Fundación Escuela de Solidaridad
comenzaban una jornada más en el antiguo cuartel de la Guardia Civil,
situado en un parque natural enclavado al borde mismo de la sierra de la
Almijara –bordeando la zona se encuentra el embalse de los Bermejales-
cuya rehabilitación iniciaron
en 1997. En poco tiempo las llamas reducían a cenizas este hermoso
edificio que tras permanecer abandonado veinticinco años estaba siendo
utilizado como casa de acogida por la citada Fundación.
Un espectador del incendio de la
Resinera –Manuel Rivas- nos evoca aquel fatídico suceso: “Para
la Fundación Escuela de Solidaridad, la Resinera era un símbolo
material en donde se habían invertido trabajos, esfuerzos, dinero y
ayudas tanto nacional como internacional.
El fuego no se pudo controlar pese al esfuerzo de todos. Hubo
dolor y angustia por la impotencia de no poder controlar el furor de las
llamas; en un mínimo tiempo, treinta minutos aproximadamente, como una
gran falla todo se había quemado”.
Para este observador de la vida que da
testimonio de lo que observa, la rehabilitación de la Resinera fue
también una ilusión muy grande. A raíz de una entrevista realizada
para un medio periodístico, yo también me propuse asistirles con la I
Convivencia Poético Musical. Cuando comprobé, con mis propios ojos, de
que un grupo de chicos, bajo los órdenes de un personaje especial,
estaba rehabilitando una serie de antiguas construcciones en una
abandonada “Resinera”, con la idea de convertirla en un aula
de naturaleza y campo de trabajo para desarrollar una serie de
actividades relacionadas con el medio natural, como el eco-turismo,
decidí sumarme a ese apasionante proyecto. Recuerdo la fecha: 2-5-1998.
Un autobús completamente lleno y una caravana de coches particulares,
salieron de Granada capital, para llenar el paradisiaco entorno de
esperanza. Por un módico precio de quinientas pesetas –que valía la
entrada- se ofreció poesía y música, desde un irrepetible entorno
natural, donde aún recuerdo las caricias de las aguas sin contaminar de
los ríos Cacín y Cebollón, que rodean la zona. Lo imposible había
sido posible. ¡Qué pena lo del incendio!. Entre esas cenizas, ¡cuánto
trabajo!. Adiós a una Casa donde todo era sueño, espejismo y
hermanamiento.
SIN
TESTIMONIOS, LO ESCRITO,
PUEDE
QUEDARSE EN LETRA MUERTA
Sin la prueba y sin la confirmación de
la señal, lo escrito corre el riesgo siempre de quedarse en letra
muerta, por aquello de la subjetividad. El hombre contemporáneo cree más
a los testigos que a los maestros, cree más en la experiencia que en la
doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. Por ello,
insertamos algunos testimonios:
*
Tengo treinta años y entré en la Fundación hace un año y medio.
Hicieron una excepción conmigo, no se acogía a personas con problemas
de drogas, por no saber cómo abordarlos. Mi familia natural, en esos
momentos, me podía pagar un centro pero esto no era lo que yo
necesitaba, sino el apoyo, la comprensión, el cariño, la aceptación.
Soy una persona que no quería ni dinero, ni poder, ni lujo como me exigía
mi familia. Desde mis quince años quise dedicarme a ayudar a los demás,
opción que no pude hacer realidad por no tener experiencia y por
meterme en problemas. Confiando en los demás me vi “con mierda
hasta el cuello”. No obstante mis valores humanos no me
abandonaron del todo. En un tiempo lo perdí todo: familia, trabajo,
dinero, reputación... Me vi en la calle. Allí tenía tres opciones:
Robar y prostituirme, seguir en la droga y pasar de todo, suicidarme, o
bien darme una última oportunidad. Gracias a las personas de la Fundación
he vuelto a la vida. (Nela).
*
Me siento a escribir, y al hacerlo las caras de los niños que me miran
desde el tapete de la mesa donde estoy, me transportan al ayer. Ellos,
con sus sonrisas y con sus circunstancias, fueron los que me dirigieron
hacia la vida que hoy comparto. Fue hace unos años cuando los conocí.
Yo, por aquel entonces, era concejala en el Ayuntamiento de Valverde del
Camino –Huelva-. Ignacio presentó una ponencia sobre voluntariado
dentro de unas jornadas que estábamos desarrollando, sugiriendo así
mismo la posibilidad de
hacer un encuentro al que denominamos: Valverde con la Fundación. Este
encuentro, lo hicimos realidad en el periodo navideño. Todos: niños, jóvenes,
responsables..., se quedaron en el hogar de alguna familia para pasar
algunos días. Recuerdo,
como al principio, hubo algún recelo entre la gente de mi pueblo. Tal
vez miedo al descubrimiento, a la cercanía... de ese sector de la
población a la que algunos definen como “el cuarto mundo”. Pero
poco después, como si se tratara de un abrir y cerrar de ojos, todo
cambió por una actitud de fraternidad y de intenso cariño, que provocó
finalmente un mar de lágrimas el día que tuvieron que regresar a
Granada. Viendo todo aquello, cambio mi vida. Hoy formo parte de esta
familia. (María Dolores Cejudo Cera).
*
Yo estuve en Marruecos, sin salir de la Zubia. Quizás el “viaje” no
sea tan turístico pero con la imaginación y el cariño, se puede
hacer, tomando contacto con los chicos marroquíes que tiene acogidos la
Fundación Escuela de Solidaridad en la casa de la Zubia. Se llaman
Josan, Moahamed, Mustafá y Abdelrrasad. Son cuatro chicos, entre los 17
y 22 años, con más o menos dominio del castellano que viven en la casa
con los demás miembros, trabajando en las tareas que se les encomienda.
Yo he visto algo de Marruecos, y viéndolos a ellos, veo a Casablanca, Tánger,
Fez o Nador. He entrado en sus vidas, que son más que una casa y ellos
han entrado en la mía. Hemos compartido la misma mesa y nos hemos
sentado al fresco del patio. Si alguna vez voy al Marruecos de las
Agencias de Viajes, no veré tantas cosas del país vecino como he visto
en los ojos de estos chicos. Las velas que ellos mismos hacen –y que
me entregaron- estará por siempre encendida en el corazón. (Rafael
Ruiz Olivares).
*
Desde hace unos años vivo en la Fundación, una gran familia, en
la que todos compartimos lo que tenemos y lo que somos. Cuando llegué
aquí, supe lo que era la alegría. Ignacio es el padre de todos y como
un hijo más de una familia cualquiera, así me recibió, con todo el
cariño del mundo. Bajo su protección, hoy soy monitor del taller de
bicicletas, un oficio que hace sentirme grande. Algunas de las bicis las
vendemos por un precio simbólico y otras las regalamos a chavales que
nunca han tenido. Me siento tan útil que soy feliz con este quehacer y
con la ayuda que puedo prestar a otros, sobre todo a los más pequeños.
Arreglando bicicletas me he dado cuenta lo bonito que es ver como lo
inservible puede volver a servir y a dar felicidad. (Manolo).
UNOS
HOGARES QUE CRECEN
La
novedad de esta Fundación reside en que persigue algo que sólo
se puede dar de modo altruista: la familia. Lo fundamental es recuperar
el núcleo familiar. Y allí, en el salón, está un tal Manolillo
–escayolista- viendo la tele con una abuela, y en la cocina Encarni,
preparando comida. “La constante regeneración, la ida y venida de
gente –dice Ignacio Pereda- crea problemas, pero ésta es la esencia
del proyecto”. Precisamente la Fundación se creo con la
idea de romper ciertas ataduras que impedían acoger a jóvenes mayores
de edad y a personas adultas. Después de su llegada
a la casa, el siguiente paso, consiste en establecer una
verdadera convivencia. Crear una ilusión por la que luchar para que no
quieran irse, algo muy difícil con chicos que ya han pasado por otros
centros.
Ignacio
Pereda, nos insiste en explicarnos que
los adolescentes que llegan son chicos sin ilusiones, acostumbrados a
robar para sobrevivir, con pocas ganas de seguir viviendo, muy quemados
para la edad que tienen. Suelen tener un desarraigo total y algunos no
saben leer ni escribir, ni cuentan con hábitos positivos. Todo esto hay
que reconducirlo. Los educadores les apoyan, salen con ellos, hacen
deporte, les transmites experiencias de la vida, les hacen sentirse útiles.
Los chicos, al principio, no se lo ceen. “Te ponen a prueba”,
comenta Ignacio Pereda. Es el día a día el que se encarga de
poner las cosas en su sitio. Pero hasta que se llega a eso pasa mucho
tiempo y se tienen que resolver muchas situaciones. No es un ambiente
irreal, sino que los conflictos están a la orden del día. El valor de
la citada Fundación, a mi juicio, está en que siempre se
afrontan todas las dificultades con mucho amor.
Tanto
a Ignacio, como a sus “Niños”, les gustaría contar
con todas aquellas personas que quieran ser parte activa en un proyecto
esencialmente solidario. Toda la colaboración es poca. En la Fundación
Escuela de Solidaridad hay que estar, vivir y convivir, oír y
escuchar. Aconsejo al lector, sí me lo permite, que vea como nosotros
vimos –y también vivimos-, que estos jóvenes abandonados, tienen
solución. Quizás para alguien –esperemos que para muchos- este
proyecto pueda llegar a ser importante. Acércate y participa.
Víctor Corcoba
E-mail: corcoba3@airtel.net
E-Mail: vchgl@hotmail.com
|