EL GOZO

 DE

 ENTREGARSE

 A LOS

 DEMÁS

            

HE AQUÍ UNA HISTORIA GOZOSA: Ignacio Pereda no es un escritor ni un artista, y es un poco de todo. Es, más bien, una persona que vive y trabaja intensamente por los últimos, por los que menos tienen. Lo ha dejado todo –y también lo ha donado todo-, por los demás. Nuestro invitado sabe que hay pobres en todas partes, pero que la pobreza mayor consiste en no ser amados. Ese amor lo transmite en su alegre mirada, signo de una personalidad generosa. Las televisiones y diarios más importantes del mundo han hablado de su quehacer gozoso de darse a los demás, sin condiciones. Los semanarios y revistas de mayor circulación han dedicado, con sus cubiertas a color, reportajes vibrantes a su vida y a su obra. En estas “Raíces Granadinas”, vamos a compilar esta historia de un hombre de cuarenta años que desde los veintidós decidió darse sin descanso, llevar esperanza donde hay desesperación, luz donde hay oscuridad y armonía donde hay discordia. Sueña con hacer del mundo una única familia y, para ello, todo su tiempo pertenece a los más débiles.

 

 

EL ARTE DEL RECOGIMIENTO Y LA FUERZA DE LA ALEGRÍA

        

         Convivir con Ignacio Pereda es descubrir lo importante que es la cultura, entendida como opción humanística. Hay que vivirlo para contarlo. Y así lo hicimos. Al irnos –de su hogar donde nadie se siente extranjero- tuvimos que tragarnos las lágrimas ante las intensas emociones vividas. Su última advertencia fue que habláramos lo menos posible de su persona. “Dios tiene necesidad de nuestra pobreza y no de nuestra plenitud” – nos subrayó-. Allí dentro, a pesar de tantos problemas, impresiona el grado de amor que se pone en cada uno de los gestos. No cesa el teléfono. Parece el de la esperanza. Todo el mundo pide ayuda. Las casas de acogida se quedarán pequeñas pero habrá sitio para toda la gente. Nuestro invitado no pasa de largo ni se muestra indiferente ante alguien que extiende la mano. “No importa quiénes son o dónde se encuentran: debemos ver en ellos a Dios” –nos dice-.

            Aunque presencié momentos a golpes de historias tristes, respiraba una alegría grande, viendo como todas las montañas era posible ascender por ellas. Ignacio Pereda siempre está cerca de esos llantos que piden clemencia, cobijo. Pero a bien seguro, el lector se estará preguntando: ¿Quién es esta persona que lo da todo sin esperar recompensa alguna?. ¿Es algún cura?. ¿O algún Quijote?. ¿Qué busca?. ¿Qué pretende, si nadie da nada a cambio de nada?. Son las eternas preguntas, propias de una sociedad con estructuras económicas injustas, que no pone en práctica medidas inspiradas en el amor preferencial por los pobres. Nuestro invitado es simplemente un hombre, que nace en Córdoba en el seno de una familia numerosa, de profundas raíces morales. Su infancia es una infancia feliz. Cuenta con todo lo necesario para serlo. De joven se viene a Granada –y aquí se queda- para estudiar Derecho, estudios que finaliza, compatibilizándolos con servicios de ayuda desinteresada en el Hogar de Nazaret, durante once años. Tiene 22 años y una ilusión grande de ofrecer, a corazón abierto, un servicio gratuito a los pobres más pobres de esta ciudad.

Al finalizar la licenciatura de Derecho decide ampliar estudios, diplomándose en Trabajo Social. Posteriormente, complementa su preparación académica, –siempre en paralelo con la entrega a los demás, insisto- realizando diversos cursos en la Facultad de Teología. En 1995 funda la Asociación Sociocultural “El Bosque”, donde se pretende crear una dinámica familiar en la que puedan desarrollarse los más débiles. Su fundador, nos recuerda uno de los lemas: “Los pobres con los que trabajamos están más necesitados de dar que de recibir; porque lo que nos hace ser más, es nuestra capacidad de aportar, de ser útiles, creadores, generadores de vínculos afectivos entre los hombres y mujeres. “El Bosque” fue un trampolín de reinserción para muchos niños, hoy ya mayores, un sueño posible”.

A partir de 1997 esta Asociación de “El Bosque”, que fue una auténtica oportunidad para enterrar el desarraigo social y la marginación, amplia horizontes y cambia de nombre, convirtiéndose en “Fundación Escuela de Solidaridad”.  En las diferentes casas de acogida que posee la citada Fundación, hay un denominador común: El sentido de familia entre ellos. Son ya veinte años de afán y desvelo de un hombre, que aspira a seguir entregado a las personas que más lo necesiten. Lo tiene claro, se lo aseguro. Ahí está Ignacio Pereda luchando –sin cansancio- por “construir un nuevo mundo en el que es fundamental tener en cuenta a los más desfavorecidos. Por eso, -nos subraya-, acoger la voz de los últimos es acoger a los que no tienen voz, a esos niños desatendidos y sin hogar”. Tanto en su corazón como en su hábitat siempre hay un sitio para albergar a niños y mayores, a madres maltratadas o adolescentes con graves problemas familiares; mientras la Administración no le da ni una mísera subvención. Increíble, pero cierto. Aunque –nos consta- que esa misma Administración, a veces, si solicita de su ayuda. Son esas arbitrariedades difíciles de entender en un Estado social de Derecho puesto que debiera encaminarse a garantizar el ámbito existencial de todos los ciudadanos y especialmente de determinados sectores sociales, otorgando al mismo tiempo especial protección a determinados bienes (la salud, la vivienda, la cultura...) considerados indispensables al efecto.

Aunque el trabajo de Ignacio Pereda, que no es otro que el de servir a los que nadie quiere servir, difícil tarea de entender en estos tiempos de hipocresías y apariencias, no tiene precio, y además su grandeza es la humildad; si, hemos de aplaudir la labor de algunos medios de comunicación que, en este caso, han contribuido a esclarecer tan alta entrega de darse sin descanso. Lo último fue el reconocimiento público de la televisión andaluza con el aplauso de todos los andaluces.

 

COMUNIDAD DE AMOR
HOGAR DE CULTURA

 

            Dicen que si uno sueña solo, es sólo un sueño. El sueño compartido es el amanecer de una nueva realidad. La Fundación Escuela de Solidaridad es todo un ejemplo de familia, donde conviven diversas generaciones y también distintas culturas. Lo respetamos todo. En este sentido, Ignacio Pereda, nos dice: “Aquí todos tenemos la posibilidad de encontrar nuestra familia, viviendo y creciendo en armonía. Somos todos una familia. El otro día mismo teníamos ciertas necesidades para comprar alimentos como puede ser leche o azúcar, y uno de los jóvenes entregó sus ahorros. Gracias a él pudimos desayunar al día siguiente. ¿Habrá cosa más gratificante que el compartir?”.

            En un momento histórico en que la familia es objeto de muchas fuerzas contrarias, nos resultó chocante esta comunidad singular en la que pudimos comprobar que todo hombre es amado por sí mismo, por lo que es y no por lo que tiene. Allí todo el mundo cuenta lo mismo y a todo el mundo se le escucha –“la escucha nos ayuda a incluir, no a excluir”, nos apunta Ignacio-  y se le recibe como persona en su globalidad, como riqueza para el mundo y la sociedad, con el sentido de pertenencia a un hogar.

            El lenguaje de esta Escuela imprime pasión. Viendo estas estampas de necesidad entiendes que el compromiso ha de ir más allá de la simple limosna –para acallar la conciencia- o del simple voluntarismo. Es urgente la atención a los niños y jóvenes que, por haber nacido fuera de la institución familiar o vivir en situación de abandono, crecen sin la tutela y ayuda de un padre o una madre, y que difícilmen­te se integran en la sociedad, al estar marcados por graves carencias afectivas y materiales. Siendo el hombre, hecho primario y clave de la cultura, me pregunto: ¿ Cómo es posible permanecer indiferente ante el sufrimiento de tantos niños y jóvenes?. Ignacio Pereda apuesta por hacer de un grano, un granero; y que, su solidaria Escuela,  pueda ser vehículo que transporte a una realidad mejorable. Así nos lo refrenda: “Quiero mantener viva la utopía de que se puede. Hay que sacar todo lo bueno y maravilloso que tienen estos chicos y ponerlo al servicio de los demás. En ello pongo toda mi vida”. Por desgracia, ahí, en cualquier esquina, hay demasiados niños que dicen ¡ay!. Y nos quedamos tan frescos.

            El sufrimiento de tanta criatura –a veces tan próximos que son vecinos nuestros- no puede dejarnos fríos. Resulta cada vez más evidente que el progreso cultural está íntimamente vinculado a la construcción de un mundo más justo y fraternal. Démosle a los pequeños un futuro de paz. Es un derecho suyo y un deber de los mayores.  La idea de crear la Fundación surgió en Ignacio tras reflexionar sobre el sistema de acogida a menores. Sobre esto nos dice: “No se puede dar cobijo sólo hasta los 18 años. ¿Qué padre deja a su hijo, sino tiene futuro, a la deriva con esa edad? Es muy duro dejarles sin ayuda alguna y sin medio de ganarse la vida.  Yo ésto, la Escuela, -insisto-, la concibo como una estructura familiar, como la base necesaria para que el ser humano pueda desarrollarse. En la familia es donde encontramos cariño y apoyo incondicional. El único refugio seguro. No sólo es importante para los niños, sino también para los mayores. Por eso decidimos que en la Fundación todos tendrían cabida e intentaríamos que sintieran  esta casa como propia. Por eso, aunque el objetivo de la organización es que todos se independicen y creen sus propias vidas, siempre hay sitio para los que quieren regresar, aunque sea de visita. Esto nos llena de gozo...”.

En este momento Ignacio echa mano a su cartera y me muestra un montón de fotos; me señala cómo ha sido la vida de estos niños y cómo es hoy. Sus palabras me emocionan tanto que apenas puedo mirarle a los ojos. Resisto como puedo. Me voy al baño... Desde luego, es como un padre, hablando de sus hijos, de sus andanzas y también preocupado por su futuro. Con el proyecto “Mejor con mamá”, -me dice-,  pretendemos evitar que la Administración intervenga en estas situaciones de emergencia, para que las madres y sus hijos con problemas, no se les separe. En el transcurso de esta convivencia para relatarles lo vivido –un tanto difícil hacerlo con palabras- me participan varios casos de mujeres que vivían en casas de derribo, dedicadas a la prostitución o que acababan de salir de la cárcel. La Fundación les ha proporcionado techo, comida y calor de familia. Algunas de estas personas ya tienen empleo y viven con sus hijos.

 

UNA GRAN FAMILIA, 
CON VARIAS CASAS ABIERTAS

 

En la Fundación Escuela de Solidaridad existe la gran familia para todas las edades en situación de riesgo o desamparo. La incondicional acogida, la atención, educación y desarrollo integral de persona, son las señas de identidad que engrandecen  este proyecto. Detrás de Ignacio Pereda, un grupo de personas desde la gratuidad, desarrollan la labor de paternaje y/o meternaje de pequeños y jóvenes. A propósito, su fundador, nos señala: “Actuamos como cualquier “padre o madre” naturalizado que desempeñan su función libremente por vocación, sin percibir otra compensación a su labor que la de conseguir sacar adelante su hogar, y sin compensación económica. Aquí en la Zubia, como ves, está la puerta abierta a todos como lo están en todas las casas que tenemos. Queremos ayudar a todo menor desde cero años en adelante, también a los adolescentes y jóvenes que no tienen cabida en otros centro o instituciones, y, en suma, a toda persona en situación de apuro que necesite recuperar el sentido familiar y sentirse querida”

En el Camino de En medio número 7 de la Zubia (teléfono: 958590330), se encuentra la Casa Madre. Dentro de ella todo es solidaridad. Así rezan los meses de su calendario: Solidaridad es la esperanza de los desfavorecidos y olvidados. Solidaridad es el compromiso de los humanos. Solidaridad es el espíritu de Jesús. Solidaridad es compartir lo que somos y lo que tenemos. Solidaridad es repartir entre todos lo que nos ha dado la naturaleza. Solidaridad es dar sin esperar nada a cambio. Solidaridad es el motor de los derechos humanos. Solidaridad es la voz que mueve nuestras conciencias. Solidaridad es el espíritu fundamental de los Evangelios. Solidaridad es apoyo, comprensión, ternura, estar con el otro. Solidaridad es el sueño compartido de una generación nueva. Solidaridad es un valor fundamental para la sociedad... Hacer familia, y sentirse como una familia en este entorno solidario, es de lo más fácil. Allí todo son proyectos de vida, ventanas de luz.

La Fundación Escuela de Solidaridad, a pesar de ser una iniciativa sin convenios ni subvenciones públicas, ha crecido en ese esfuerzo por reconstruir familias. Desde la Zubia han germinado otras casas con los mismos deseos: la de Granada capital (en la calle El Guerra, núm. 52) que vino a sustituir en la medida de lo posible a la Resinera tras el fatídico incendio, Brácana, Valverde del Camino –Huelva- y San José de la Rinconada –Sevilla-. Hace falta el coraje y la valentía de un soñador para construir un nuevo tipo de familia que rompa con el estilo actual de vida acomodada, egocéntrica y consumista, abriéndose a los verdaderos problemas del ser humano.

En las casas de la Fundación nadie tiene un sueldo por la labor que desarrolla y todo lo que se gana fuera es para el gasto de la casa, salvo algunos ahorrillos mínimos, ni el propio Ignacio tiene remuneración por vivir entregado a ellos. “A nadie le pagan por cuidar de su familia –nos dice- y si tú te implicas en la marcha de la casa ellos comprenden que la colaboración es necesaria. Tienes que dejarte “incordiar”, que viene de “cordium” (corazón), ser capaz de escuchar, de inquietarte por sus preocupaciones. Cuando te dejas “incordiar” evitas la discordia”.

La libertad que se respira es la habitual en una casa con hijos mayores. A este respecto nos dice: “ Yo no voy a imponerme, no puedo decirles: “vive como a mí me gusta que vivas”; pero, sí puedo decir: “yo te acompaño”, y ser un referente fijo en su vida”. Al atardecer, el patio de la casa de la Zubia –donde viven de veinte a treinta personas, de un total de sesenta entre las diferentes casas- se convierte en un trasiego de gente. Chicos, que ya se han emancipado llegan con sus motos a hacer la visita después del trabajo: uno con chucherías para el pequeño, otro que le hace bromas a la abuela, y un siguiente que recoge a algún niño para llevarlo a dar una vuelta. Algunos que tenían nueve años cuando empezaron a vivir con Ignacio en el Centro de Menores, aunque tienen su profesión, han querido quedarse a su lado porque quieren seguir echando una mano al proyecto. En la Zubia está Tete que trabaja en un despacho de abogados y luego compone y canta flamenco. Él y su mujer Sonia, junto con Mª. Jesús, dan algo de libertad a Ignacio para poder moverse. Santi, que es administrativo, y Paco, protésico dental, llevan la casa de Granada capital. Los chicos que llegan nuevos pasan siempre primero por la Zubia y luego se quedan en la casa que más conviene. Puede que traigan toda su problemática y su desconfianza, pero al tiempo de estar allí, el ambiente del grupo lo absorbe: “Vienen con un sentido exagerado de la propiedad- comenta Ignacio-: mis cosas, mi cuarto... pero todo eso se les viene abajo cuando se dan cuenta de que hay que compartir para convivir, ejercicio por otra parte, que todos tenemos que hacer en nuestras familias”.

 

MEJOR OCUPADO: 
ALGUNOS JÓVENES 

ESTÁN CRECIENDO COMO ARTISTAS

 

            Cuando en 1995 se trasladaron del piso del Centro de Menores a lo que hoy es la Casa Madre, al reunir chicos de todas las edades perdieron el convenio con Asuntos Sociales. Aquel primer año, Ignacio y sus dieciocho primeros “hijos” tuvieron que hacer acopio de imaginación  para salir adelante. Una de las brillantes ideas fue el programa “Mejor ocupado”, que partió, ¡cómo no!, de un problema: el del fracaso escolar en niños que han vivido en situación de estrés y les resulta difícil la concentración. La solución fue montar talleres dirigidos por especialistas, que se prestaron a ello. Hoy en día, funcionan los siguientes: El taller de velas decorativas, de forja, cerámica, bicis, cobre, pintura, carpintería, escayola. También tienen un pequeño invernadero. Muchos de estos jóvenes son verdaderos artistas y algunos ya cuentan con alguna obra artística premiada o distinguida. Todas las ideas sirven para crear un nuevo taller y realizarse así. Aspiran a no vivir de la limosna, prefieren trabajar y sentirse útiles, como cualquiera de nosotros.

            Si alguna vez Ignacio se ha sentido desanimado –me confiesa “su gente”- nadie lo ha podido saber porque no se puede permitir el lujo de dejarlo traslucir. Todos los ojos están puestos en él. Es muy raro verle sólo. Cuando entra por la puerta todos le llaman. Parece un juego de magia al ver cómo va resolviendo uno a uno, con una serenidad pasmosa, todos los temas que le van planteando al tiempo que coge a uno de los más pequeños en brazos y le hace alguna carantoña. Hasta las tonterías de los más pequeños tienen respuesta. Cuando te quedas admirado de su capacidad, su explicación es simple: “No tienes un respiro pero tienes muchas satisfacciones. Hay momentos que tienen tanto valor y tanta belleza que valen todo el esfuerzo. Siempre he soñado con hacer algo así. Cuando nació la Fundación, empezó lo que yo había querido hacer en la vida. Haberlo conseguido, aunque sea un proceso largo y duro, sirve de retroalimentación”.

            La familiaridad y solidaridad de este proyecto aporta una secuencia generacional en la que los mayores son la referencia y el estímulo para los más pequeños. El riesgo no es tanto el arte de amar a chicos y adolescentes difíciles, sino el riesgo del “dejarse amar”. Amor de ida y vuelta, de dos direcciones. Las diversas Casas mantienen una filosofía de apertura, sin poner condiciones, en la que se hace un esfuerzo por no decir “no”, caminando hacia adentro a través del cultivo del arte.

           

UN REVÉS MUY GRANDE:

LA RESINERA SE DESTRUYE EN UN DESGRACIADO INCENDIO

 

            Apenas había comenzado este año, justo eran las nueve de la mañana, cuando quince personas de la Fundación Escuela de Solidaridad comenzaban una jornada más en el antiguo cuartel de la Guardia Civil, situado en un parque natural enclavado al borde mismo de la sierra de la Almijara –bordeando la zona se encuentra el embalse de los Bermejales- cuya rehabilitación  iniciaron en 1997. En poco tiempo las llamas reducían a cenizas este hermoso edificio que tras permanecer abandonado veinticinco años estaba siendo utilizado como casa de acogida por la citada Fundación.

            Un espectador del incendio de la Resinera –Manuel Rivas- nos evoca aquel fatídico suceso: “Para la Fundación Escuela de Solidaridad, la Resinera era un símbolo material en donde se habían invertido trabajos, esfuerzos, dinero y ayudas tanto nacional como internacional.  El fuego no se pudo controlar pese al esfuerzo de todos. Hubo dolor y angustia por la impotencia de no poder controlar el furor de las llamas; en un mínimo tiempo, treinta minutos aproximadamente, como una gran falla todo se había quemado”.

            Para este observador de la vida que da testimonio de lo que observa, la rehabilitación de la Resinera fue también una ilusión muy grande. A raíz de una entrevista realizada para un medio periodístico, yo también me propuse asistirles con la I Convivencia Poético Musical. Cuando comprobé, con mis propios ojos, de que un grupo de chicos, bajo los órdenes de un personaje especial, estaba rehabilitando una serie de antiguas construcciones en una abandonada “Resinera”, con la idea de convertirla en un aula de naturaleza y campo de trabajo para desarrollar una serie de actividades relacionadas con el medio natural, como el eco-turismo, decidí sumarme a ese apasionante proyecto. Recuerdo la fecha: 2-5-1998. Un autobús completamente lleno y una caravana de coches particulares, salieron de Granada capital, para llenar el paradisiaco entorno de esperanza. Por un módico precio de quinientas pesetas –que valía la entrada- se ofreció poesía y música, desde un irrepetible entorno natural, donde aún recuerdo las caricias de las aguas sin contaminar de los ríos Cacín y Cebollón, que rodean la zona. Lo imposible había sido posible. ¡Qué pena lo del incendio!. Entre esas cenizas, ¡cuánto trabajo!. Adiós a una Casa donde todo era sueño, espejismo y hermanamiento.

 

SIN TESTIMONIOS, LO ESCRITO,

 PUEDE QUEDARSE EN LETRA MUERTA

 

            Sin la prueba y sin la confirmación de la señal, lo escrito corre el riesgo siempre de quedarse en letra muerta, por aquello de la subjetividad. El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros, cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. Por ello, insertamos algunos testimonios:

* Tengo treinta años y entré en la Fundación hace un año y medio. Hicieron una excepción conmigo, no se acogía a personas con problemas de drogas, por no saber cómo abordarlos. Mi familia natural, en esos momentos, me podía pagar un centro pero esto no era lo que yo necesitaba, sino el apoyo, la comprensión, el cariño, la aceptación. Soy una persona que no quería ni dinero, ni poder, ni lujo como me exigía mi familia. Desde mis quince años quise dedicarme a ayudar a los demás, opción que no pude hacer realidad por no tener experiencia y por meterme en problemas. Confiando en los demás me vi “con mierda hasta el cuello”. No obstante mis valores humanos no me abandonaron del todo. En un tiempo lo perdí todo: familia, trabajo, dinero, reputación... Me vi en la calle. Allí tenía tres opciones: Robar y prostituirme, seguir en la droga y pasar de todo, suicidarme, o bien darme una última oportunidad. Gracias a las personas de la Fundación he vuelto a la vida. (Nela).

* Me siento a escribir, y al hacerlo las caras de los niños que me miran desde el tapete de la mesa donde estoy, me transportan al ayer. Ellos, con sus sonrisas y con sus circunstancias, fueron los que me dirigieron hacia la vida que hoy comparto. Fue hace unos años cuando los conocí. Yo, por aquel entonces, era concejala en el Ayuntamiento de Valverde del Camino –Huelva-. Ignacio presentó una ponencia sobre voluntariado dentro de unas jornadas que estábamos desarrollando, sugiriendo así mismo la posibilidad  de hacer un encuentro al que denominamos: Valverde con la Fundación. Este encuentro, lo hicimos realidad en el periodo navideño. Todos: niños, jóvenes, responsables..., se quedaron en el hogar de alguna familia para pasar algunos días.  Recuerdo, como al principio, hubo algún recelo entre la gente de mi pueblo. Tal vez miedo al descubrimiento, a la cercanía... de ese sector de la población a la que algunos definen como “el cuarto mundo”. Pero poco después, como si se tratara de un abrir y cerrar de ojos, todo cambió por una actitud de fraternidad y de intenso cariño, que provocó finalmente un mar de lágrimas el día que tuvieron que regresar a Granada. Viendo todo aquello, cambio mi vida. Hoy formo parte de esta familia. (María Dolores Cejudo Cera).

* Yo estuve en Marruecos, sin salir de la Zubia. Quizás el “viaje” no sea tan turístico pero con la imaginación y el cariño, se puede hacer, tomando contacto con los chicos marroquíes que tiene acogidos la Fundación Escuela de Solidaridad en la casa de la Zubia. Se llaman Josan, Moahamed, Mustafá y Abdelrrasad. Son cuatro chicos, entre los 17 y 22 años, con más o menos dominio del castellano que viven en la casa con los demás miembros, trabajando en las tareas que se les encomienda. Yo he visto algo de Marruecos, y viéndolos a ellos, veo a Casablanca, Tánger, Fez o Nador. He entrado en sus vidas, que son más que una casa y ellos han entrado en la mía. Hemos compartido la misma mesa y nos hemos sentado al fresco del patio. Si alguna vez voy al Marruecos de las Agencias de Viajes, no veré tantas cosas del país vecino como he visto en los ojos de estos chicos. Las velas que ellos mismos hacen –y que me entregaron- estará por siempre encendida en el corazón. (Rafael Ruiz Olivares).

* Desde hace unos años vivo en la Fundación, una gran familia, en la que todos compartimos lo que tenemos y lo que somos. Cuando llegué aquí, supe lo que era la alegría. Ignacio es el padre de todos y como un hijo más de una familia cualquiera, así me recibió, con todo el cariño del mundo. Bajo su protección, hoy soy monitor del taller de bicicletas, un oficio que hace sentirme grande. Algunas de las bicis las vendemos por un precio simbólico y otras las regalamos a chavales que nunca han tenido. Me siento tan útil que soy feliz con este quehacer y con la ayuda que puedo prestar a otros, sobre todo a los más pequeños. Arreglando bicicletas me he dado cuenta lo bonito que es ver como lo inservible puede volver a servir y a dar felicidad. (Manolo).

 

UNOS  HOGARES QUE CRECEN

 

La novedad de esta Fundación reside en que persigue algo que sólo se puede dar de modo altruista: la familia. Lo fundamental es recuperar el núcleo familiar. Y allí, en el salón, está un tal Manolillo –escayolista- viendo la tele con una abuela, y en la cocina Encarni, preparando comida. “La constante regeneración, la ida y venida de gente –dice Ignacio Pereda- crea problemas, pero ésta es la esencia del proyecto”. Precisamente la Fundación se creo con la idea de romper ciertas ataduras que impedían acoger a jóvenes mayores de edad y a personas adultas. Después de su llegada  a la casa, el siguiente paso, consiste en establecer una verdadera convivencia. Crear una ilusión por la que luchar para que no quieran irse, algo muy difícil con chicos que ya han pasado por otros centros. 

Ignacio Pereda, nos insiste en explicarnos que los adolescentes que llegan son chicos sin ilusiones, acostumbrados a robar para sobrevivir, con pocas ganas de seguir viviendo, muy quemados para la edad que tienen. Suelen tener un desarraigo total y algunos no saben leer ni escribir, ni cuentan con hábitos positivos. Todo esto hay que reconducirlo. Los educadores les apoyan, salen con ellos, hacen deporte, les transmites experiencias de la vida, les hacen sentirse útiles. Los chicos, al principio, no se lo ceen. “Te ponen a prueba”, comenta Ignacio Pereda. Es el día a día el que se encarga de poner las cosas en su sitio. Pero hasta que se llega a eso pasa mucho tiempo y se tienen que resolver muchas situaciones. No es un ambiente irreal, sino que los conflictos están a la orden del día. El valor de la citada Fundación, a mi juicio, está en que siempre se afrontan todas las dificultades con mucho amor.

Tanto a Ignacio, como a sus “Niños”, les gustaría contar con todas aquellas personas que quieran ser parte activa en un proyecto esencialmente solidario. Toda la colaboración es poca. En la Fundación Escuela de Solidaridad hay que estar, vivir y convivir, oír y escuchar. Aconsejo al lector, sí me lo permite, que vea como nosotros vimos –y también vivimos-, que estos jóvenes abandonados, tienen solución. Quizás para alguien –esperemos que para muchos- este proyecto pueda llegar a ser importante. Acércate y participa.

 

 Víctor Corcoba

E-mail: corcoba3@airtel.net
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