EL SALUDABLE LENGUAJE CUARESMAL

 

 

 

A César Girón,
por su noble desvelo cuaresmal,
y por su incondicional entrega
para que salga el Nazareno
 esta Semana Santa.

 

 

            Aunque ninguna confesión, desde la actual Carta Magna, tiene carácter estatal; la fe cristiana sigue siendo la identidad del pueblo español. La inmensa mayoría, pues, de españoles, pertenecientes a la Iglesia Católica, se dispone a recorrer de nuevo el camino cuaresmal, que ha de conducirnos al gran fervor popular, sobre todo en el Sur, de las procesiones de Semana Santa, que no debieran ser otra cosa más que solemnes celebraciones del misterio central de la fe, el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Se dice que la Cuaresma es como un retorno a las raíces, y eso, siempre es saludable y propicio para la meditación, cuando nos inundan tantas absurdas luchas. España fue misionera de nuevos pueblos. También hoy debe esforzarse en ser evangelizada y evangelizadora, pues si bien es verdad que en su historia y en su tradición emerge una auténtica riqueza de espiritualidad, no es menos cierto que en nuestros días necesita reavivar sus raíces cristianas, para afrontar con esperanza y decisión, los retos de un futuro sin tantas fronteras. He aquí la gran asignatura pendiente: el mundo debe aprender a convivir con la diversidad.

 

            De un tiempo a esta parte, hemos perdido el don de saber mirar, contemplando el florecer de la vida; muy distinto al otro florecimiento, el de las desigualdades e injusticias. Por desgracia, el mundo –de la globalización- valora las relaciones con los otros en función del interés, dando lugar a una visión egocéntrica de la existencia, en la que no queda sitio para la acogida de los que nada tienen, ni nada son. Este fructífero tiempo de cuaresma, puede ayudar a reencontrar el camino, y a no ir a ciegas, ni a locas. El recuerdo de un pasado cristiano singular ha de darnos fuerzas para que brote un nuevo humanismo cristiano que injerte sentido pleno a la vida en un momento en el que hay tanta sed y hambre de Dios, mal que nos pese o cueste reconocerlo.

 

            La Cuaresma ha sido siempre el tiempo litúrgico más caracterizado del cristianismo. Es un conjunto de cuarenta días, cuya razón de ser originaria fue la de imitar el ayuno previo del Señor al comienzo de su Ministerio Apostólico. Los tiempos han cambiado como también el sentido de escucha interior que tanto hoy necesitamos para enmendar tantos desajustes sociales. Cada día de este tiempo cuenta con formularios litúrgicos propios, riquísimos en contenido. Por ello, van desfilando todos los acontecimientos de la historia de la salvación, desde la creación hasta la pasión de Cristo, pasando por el pueblo de Israel, el éxodo, la peregrinación por el desierto, la alianza y el exilio. Desde luego, sí profundizásemos en esa historia, quizás muchos de los acontecimientos migratorios actuales tendrían otro tratamiento y también otra acogida. Aliviar la miseria de los que sufren no sólo con lo superfluo, sino también con lo necesario, forma parte de la  enseñanza y de la praxis más antigua de la Iglesia.

 

            Sea como fuere, ante tantos inoportunos movimientos y turbaciones creadas, la Cuaresma puede hacernos reflexionar; puesto que, está pensada para intensificar ese aspecto de la vida que exige superación, esfuerzo, reconstrucción, purificación, transformación. Multitud de imágenes cuaresmales, nos invitan a sentir el camino y el horizonte, la soledad y el silencio; viviendo la austeridad y el desprendimiento. Desde la cotidianeidad de la vida, tanto el lenguaje como los signos entorno a la Cuaresma, ha de servirnos para interpelarnos, al menos, el sagrario íntimo del hombre. No olvidemos que cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y someterse a las normas objetivas de la moralidad.

 

            Toda la liturgia de la Cuaresma, tanto en sus aspectos rituales como en la misma liturgia de la palabra, está transida de hermosos símbolos que ayudan a la trascendencia y a la mística: El desierto con toda su carga simbólica y metafórica de sequedad, soledad, austeridad, rigor, peligros, tentaciones. La luz como tránsito de las tinieblas a la luz: Jesucristo es la luz del mundo. La salud o sanación de las gentes. La liberación como altura de vida. De la sed al agua viva. El perdón para acrecentar la convivencia. La cruz como signo y presencia permanente durante todo este tiempo. La resurrección  como verificación de aquella máxima “por la cruz a la luz”.

           

            En todo caso, el lenguaje de la Cuaresma, es un tiempo privilegiado para afirmar la meta de nuestra vida y repasar nuestros objetivos. Se trata de mirar hacia los demás para ensanchar nuestro corazón, de olvidar nuestra tristeza y caminar hacia la gran fiesta, hacia la gozosa alegría de la Santa Semana. Ese es el verdadero espíritu, centrado en la realidad del paso de la existencia terrena a la celestial, cuestión importante cuando vivimos como si Dios no existiese. “Durante la Cuaresma, todos debemos instalarnos en una Santa renovación de corazones, de palabras y obras, que nos llevará a una alegría auténtica, tal como Cristo la trajo al mundo y la renueva incesantemente en el tiempo de Pascua” (Juan XXIII).

 

            En suma, la invitación a participar en el tiempo cuaresmal es útil a todos y a todos se adapta, porque la ideología de la muerte de Dios es, en teoría y en la práctica, la ideología de la muerte del hombre. Arropados por este sigilo de inquietudes creadoras y creativas, late y pulsa lo que es más profundamente humano: la búsqueda de la verdad, la insaciable necesidad del bien, el hambre de libertad, la nostalgia de lo bello, la voz de la conciencia.

 

           

 Víctor Corcoba

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