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“Han llegado los días/ en
que se frena el pulso y se colman
las verdades”; dice una de las estrofas del poeta astorgano José
del Río Sánchez (Astorga, 1954), publicadas en el reciente libro: “La
espiral de durero”- Endimión. Madrid, 2001-. A propósito de
su lectura, se me ocurren ciertos pensamientos. El hombre es mucho más
que sus genes o sus genialidades. Algunos poetas, como el que cito, han
sabido conjugar la palabra con los números (es profesor de Matemáticas),
las ciencias con las letras, la conciencia con la ciencia de la vida,
dibujando el tiempo y trascendiendo en poesía: “Vuelve el
tiempo/ que es piedra sin memoria, / galería en llamas, / paisaje
detenido/ para tapiar de cielo las bocas/ dúctil telaraña, encina de
sangre./ Todo es ahora tierra del presente”. Desde
luego, el faro de la poesía es un sol en el corazón, que los poetas
como José del Río Sánchez, llevan consigo. Su voz, aparte de
ser necesaria para vivir, nos descubre la realidad. O al menos, nos hace
meditar. Pongamos por caso, la realidad de la muerte que hace que la
vida sea un proceso temporal, tema que preocupa (y ocupa) al poeta en
este libro. El hecho de la muerte convierte nuestra vida en una especie
de narración con principio, trama y fin. El hombre, como enseñó
Zubiri, ha de vivir construyendo su personalidad moral durante unos
plazos. No disponemos de un poema interminable. Nos lo evoca el mismo
poeta astorgano, cuando dice: “El día no pretende ser eterno, /
ni el mundo, ni el amor./ Eres tú el que imagina, /eres tú quien
desea/ suprimir el final”.
Lo más tremendo de la expiración es que, con ella, alcanzamos
la fijación definitiva de nuestro modo de ser, que se ha ido logrando a
través de nuestras decisiones libres. Nada puede cambiarse ya. Seremos
lo que hayamos sido hasta la muerte. “Entre la ciudad y la
alcoba/ una venta espera/ el cuerpo que la cruce./ Piedad con los
suicidas, / piedad con las palabras/ que giran y se pudren en la boca/
sin exhibir nunca su apuesta”. Se necesita tomar el pulso de la vida con su poemario de luz. Los ingredientes de la existencia mundana, el afán por crecer en bienes y no en versos, por coleccionar dinero para sentirse más grande, quedan relativizados por la fuerza destructora de la muerte. José del Rio Sánchez nos enseña, a través del libro anteriormente citado, la espiral para sobrevivir y eternizarte al compás de los más sublimes deseos. La frustración, la vaciedad, el hastío, el dolor y la muerte impiden el gozo duradero de la felicidad.
Víctor Corcoba E-mail: corcoba3@airtel.net
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