LA EDUCACIÓN ES AL MUNDO LO QUE EL SOL A LA VIDA

 

            Un nuevo curso escolar ha de ser ocasión propicia para hablar de educación y de esperanza; puesto que ayudar a vivir, ya es educar. La enseñanza es un universo que a todos nos implica y enraíza. Por eso todos hemos de aplicarnos en hacer extensiva la formación. El individuo instruido lleva en sí mismo la mayor de las riquezas y pasa de la distinción de clases que hoy tanto se valora en esta sociedad inculta que se deja comprar por el consumismo. Es pues, el concepto de educación, una frondosa arboleda cultural –bien de cultura, síntesis de la cultura, transmisión de cultura, individualización de la cultura, transformación de la cultura- que hemos de proteger y cultivar de manera integral, gradual y continua. Lo refrendó el insigne hombre de ciencia y pensador de letras, Pitágoras, cuando dijo: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”.  Ante tanto sangrante diluvio de odios, queda claro que aún no hemos aprendido a educar, a pesar de tantos planes curriculares. El sistema educativa actual no existe porque no educa, a lo mucho enseña; y, por cierto, bastante mal: sólo contenidos. En los proyectos educativos se ignora la presencia de los valores morales y de los mismos valores religiosos. Séame permitido reivindicar, para las familias católicas que son las más numerosas en España, el derecho perteneciente a todas las familias de educar a sus hijos en escuelas que corresponden a su propia misión en el mundo, y en particular al derecho estricto de los padres creyentes a no ver a sus hijos sometidos, en los centros educativos, a programas inspirados por el ateísmo. Se trata, en efecto, de uno de los derechos fundamentales de la persona y de la familia.

             En ese estadio de protecciones es muy importante no olvidar el lenguaje del alma. Además, en el citado poblado de las almas, no hay distinción alguna. Todos somos iguales. Necesitamos sembradores de ideas que favorezcan las edades de la vida, lejos del podrido bienestar que impide sentirse bien al bien ser. La educación, más que el intelecto, apunta a la personalidad total del educando. A veces da la sensación de que somos un barco a la deriva porque hemos olvidado las energías espirituales, y más que “hombres cabales”, cuestión sellada por el insigne maestro Don Andrés Manjón que dedicó su vida a la regeneración del pueblo y a su educación, hacemos “hombres caballos” que cabalgan pisoteando a todo hijo de vecino que le estorbe. Para esto es necesario cambiar lo que hoy “se vende”. Urge que la persona sepa “ser más”. No para estar por encima de los otros, sino para estar “con los otros y para los otros”. Y en la misma altura. La esclavitud del siglo XXI es tan cruel como la del pasado, mal que nos pese o se nos llene la boca de Estado Constitucional y de Derecho. ¿Para qué tanta jerarquía y tanto corporativismo?. ¿Dónde esta el Estado Social?.

            Hemos olvidado que la actividad educativa es una continua creación. Por eso, la educación, también tiene su pizca de arte. En todo caso, el educador, debe poseer ciertas condiciones de artista y nunca condición de funcionario. Ha de ser capaz de improvisar y responder a situaciones nuevas, a fin de interpretar la realidad cada día más compleja y deshumanizadora. Desde luego, no es nada fácil ser maestro hoy día, sobre todo con tantas familias disgregadas y tanta diversidad de caracteres. Spalding –el gran pedagogo del carácter- todo lo empuja a instruir al “hombre” formando su carácter. “Sólo es hombre de valor aquel que hace de la formación de su carácter el fin director de su vida”. Cuando todo el mundo se haya educado sabremos gobernarnos a nosotros mismos. Ciertamente en España hoy todo el mundo va a la escuela y puede ir a la Universidad, pero hemos olvidado escuchar a las personas mayores, a aquellos abuelos que tienen ganada, por años, la cátedra de la vida. Más que aprender gracias a los centros docentes, es la vida la que nos enseña sus talantes y talentos. Y por ello, es tan importante la sintonía con aquellos catedráticos eméritos que han sabido vivir, dando vida.

Resulta preocupante ver las estadísticas que apuntan entorno al papel del educador, que no es capaz de imponer a los educandos ni silencio a la hora de impartir sus clases, ni la autoridad debida para la docencia. Yo creo que necesitamos más que profesores de tantas especialidades y disciplinas, vocacionales maestros que enseñen a vivir a sus alumnos antes que a sacar nota para hacer carrera. ¿Dónde ha quedado la educación en valores?. Los padres no pueden quedar al margen de la educación de sus hijos, han de ser los primeros y principales educadores, y en este campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores por ser padres.

Convendría, pues, -sobre todo por lo saludable que puede ser para la vida-, que profundizáramos más en la historia de la pedagogía que, al fin y al cabo, es una parte integral de la historia de la cultura y sacásemos conclusiones para educar de la mejor manera posible.  Olvidamos que el pasado penetra en el presente. Es claro que interesa por variedad de razones educativas. En primer lugar, por su valor paradigmático o, lo que es lo mismo, por su valor ejemplar. Existieron unos pasados enraizados en nosotros que a la luz actual de nuestros exámenes particulares son verdaderos tratados de vida que hemos de analizar. Con harta razón pudo exclamar Cicerón que la Historia es maestra de la vida. Nunca la educación ha caído tan bajo como en estos momentos actuales que debiera someterse a la investigación histórica: historia de los sistemas o doctrinas pedagógicas, historia de los educadores, historia de los textos docentes e historia de las instituciones educativas. Está en juego nada menos que la educación, la mejor herencia que las generaciones adultas pueden ofrecer a los jóvenes y la mayor riqueza que una nación puede generar sin duda, el único tesoro que vale la pena acumular.

  Víctor Corcoba

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