Y DESPUÉS DEL CONOCIMIENTO, ¿QUÉ MÁS?

 

 

         Las aulas universitarias están concurridísimas de jóvenes y menos jóvenes. Supongamos por ello, que ya somos un pueblo culto, con sus investigadores y con sus hombres de letras. ¿Qué más se puede dar ante tanto saber?. ¿Está todo dicho o faltan todavía otros saberes no tan especializados?. ¿Nos humaniza o nos deshumaniza  la cantidad de especialización, separada de su arraigo antropológico y ético?. Creo que sería saludable para todos que “desde dentro” de la Universidad, y también “desde dentro” de nuestros modos de vivir, nos preguntáramos hacia dónde queremos ir y hacia dónde estamos caminando. A lo mejor nos damos cuenta, que no hace falta acumular saber, para no pecar de ignorancia y ser feliz.  Porque, realmente, ¿percibimos el discernimiento y somos capaces de evaluar tanto las aspiraciones como las contradicciones de la cultura moderna?. ¿Cómo puedo integrar toda esta intelectualidad en la vida de todos los días?.

 

            A pesar del elevado número de especialistas, la sociedad está desmoralizada. Las consultas de psicólogos y psiquiatras, se llenan igual que los centros universitarios. A pesar del mucho conocimiento e instrucción para, sobre todo “triunfar en la vida”, cualquier reto nos desborda y nos achica. He aquí, algunos ejemplos, que lo confirman: No sabemos qué hacer con los inmigrantes, con la corrupción, con los ancianos, con los drogadictos, con los presos... Ante las graves formas de injusticia social y económica, así como de corrupción política y de falta de diálogo, aumenta la indignada reacción de muchísimas personas oprimidas y humilladas en sus derechos fundamentales. Algo huele a podrido, a poco que se ahonde en el entorno más cercano. Así, en muchos pueblos, o tal vez en el que viva el lector, la ingobernabilidad es un hecho y, lo más grave, es la falta de interés por remediarlo: ahora estoy en esta opción política, mañana en la otra, y, al día siguiente, si puedo me vendo al que más permita “servirme a mí mismo” y no servir a los demás o lo que es lo mismo, al bien común, que pasa por el fomento de la cultura mediante Universidades Populares o Talleres Artísticos.

 

            Hoy todo sirve con tal de tener poder, casi siempre utilizado para aplastar a los débiles, no para servirles y ayudarles. ¡Qué casualidad!. La altura humana, por desgracia, no se fomenta como se debiera en la Universidad, ni tampoco se ejemplariza. Vivimos en una doble moral o en una moral en precario. Vivir en la atmósfera de la dignidad es un aire que tiene que alentar continuamente, es el oxígeno de la libertad inteligente. Quizás deberíamos crear, en paralelismo con los planes docentes, auténticos foros de debate capaces de crear sentimientos nuevos, donde el arte y la creación literaria, tuviesen gran influencia. Hay que recuperar, a mi juicio, el complemento de la educación sentimental. Porque los sentimientos nos permiten captar los valores y crearlos.

 

         El sentimiento de lo ético, tan unido a lo estético como contrapeso al excesivo materialismo del mundo contemporáneo, universaliza lo que algunos centros universitarios ignoran, como es: la capacidad de vivir moralmente, la felicidad humana encontrada en el bienestar de todos, la arraigada no-violencia y la ecuanimidad, el maduro autoconocimiento a través del arte y de la creación literaria, el servicio desinteresado y la acción compasiva, el compromiso en pro de la justicia y de la responsabilidad ante el medio ambiente.

 

            En el contexto de la actual situación de guerras y de transformación mundial, urge complementar los estudios docentes con otros tendentes a reducir la violencia y lograr así una sociedad más justa y solidaria. Hoy, por desgracia para todos, no se educa para la convivencia, ni para la tolerancia. No hay que ir lejos para verlo. O quizás para sufrirlo. Algunas históricas plazas o sufridos vecinos, son fedatarios de lo que aquí digo. No es un cuenta cuentos, es una realidad que se mueve al ritmo de la “miseria”. Han pasado centenares de jóvenes, o reencontrado de fin de semana, y esto es lo que han sembrado a su paso: Ninguna declaración de amor o de sueño por cambiar el mundo. Y sí docenas de  botellas, jeringas, condones, vasos... Todo lo inimaginable. Tal vez, alguien piense que exagero y que no toda la juventud es así. Eso también lo creía yo, hasta ayer. Las modas, ya se sabe, se imponen sobremanera si dejan “euros”. La realidad salta a la vista: Dense una vuelta por las plazas de los jóvenes y verán que corridas de bochorno. Las plazas de toros se quedan chicas. ¿ Por qué no interesa frenar estos desenfrenos?. ¿O qué hace la Universidad e Institutos, para que merme el número de alumnos que acuden a estas absurdas movidas donde nadie respeta a nadie y por donde ronda el alcohol a raudales?. ¡Qué me lo expliquen!.

 

            Los conocimientos actuales no enseñan que vale la pena trabajar por una sociedad más justa; que vale la pena defender al inocente y al pobre; que vale la pena sacrificarse para que triunfe la civilización de un estado social y democrático basado en el respeto a toda la pluralidad. Por eso, después del conocimiento, ha de germinar el consenso del compromiso para cambiar la sociedad y la cultura, y así sentirse todos más humanos, y, por ende, mejor. Ese es el verdadero poder, el poder de un mundo más humano, justo y compasivo.

           

 Víctor Corcoba

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