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VILLABLINO CANTA Y CAMINA... CON ESPERANZA

A TRAVÉS DE LA MÚSICA DE SUS JÓVENES

 

            Centenares de jóvenes de toda España, hermanados por el Festival de la Canción Misionera, se han reunido (y unido) en Granada,  para cantar hondo y profundo. Algunos han recorrido más de mil kilómetros. Es el caso del grupo de Villablino. La distancia no ha sido obstáculo para el encuentro. Tampoco les importa haber dormido en los fríos salones parroquiales, bajo el lecho de unos sencillos sacos de dormir. Su energía positiva es todo un proyecto de vida, que todo lo puede y comprende. Son tan comprensivos  como tolerantes.


Representantes de Villablino en la puerta del Perdón de la Catedral de Granada, antes de su actuación

Desean construir un mundo más humano, justo y compasivo. Su lema es bien claro: “canta y camina con esperanza. Canta con tu voz, con tu vida y con tu corazón, para llevar la esperanza de que un mundo diferente es posible y nosotros podemos hacerlo”. Tuve la oportunidad de convivir con ellos durante un tiempo, de sumarme a su alegría, y de ver que esa fuerza de esperanza, anunciada en sus canciones, la necesita el mundo entero.  Arropado por sus cantares, uno se crece más por dentro y se emociona de reencontrarse en la poesía, con el acento de mi niñez y años jóvenes, con esas raíces que siempre llevaré conmigo. A su lado, se ven otras luces y se reponen fuerzas, como si de un alimento se tratase, para defender, con más tesón, la dignidad de la vida e infundir ilusiones perdidas.


Grupo de música de Villablino en plena actuación en Granada

            Estas juventudes sin fronteras nos enseñan que la vida es comprensión y acción, tolerancia y solidaridad. Las letras de sus canciones versan sobre el respeto de los derechos y el amor universal. Han llevado todo ese fervor, gestado en la cuenca minera de Laciana, un paraíso todavía por descubrir, en el que tuve la suerte de escribir parte de mi obra literaria, a los pies de Cuetonidio, por las calles de la ciudad granadina y el emblemático auditorio Manuel de Falla. También estuvieron en la Capilla Real, donde se conservan los restos mortales de sus fundadores, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Sus músicas enganchan. Cuentan acontecimientos de la vida, llevan a Jesús como compañero, y radiografían el rostro de los últimos. Pudiera parecer que son jóvenes raros. Nada de eso.  Puedo dar fe, que sus alborozos  de palmas y voces, de todo tipo de instrumentos, sientan bien al corazón. Tienen alma y pureza. No hay amargura, y menos resentimiento, en sus formas de decir cantando. La ciudad de Granada quedó encantada (y encandilada) de oírles corear con tan buen tono y mejor timbre.

 

            Otra de las cosas que me entusiasmó de estos jóvenes, sobre todo de los lacianiegos con los que pasé más tiempo como es natural, fue su entrega incondicional, su vida compartida con todas las regiones de España. Se sentían alegres con la diversidad de pueblos reunidos. Nada de competitividad en sus canciones. Todas las músicas eran un todo de una misma misión. Llevar la esperanza. También resultaba fácil acercarse a los grupos, adentrarse en sus sueños, participar gozos. Un auténtico testimonio el de esta juventud, frente a una sociedad cada día tan intercomunicada  como distante. Villablino, crisol de culturas en los tiempos fuertes de la mina, hizo gentes en Granada como antaño lo hizo abriendo sus puertas a todas las personas. Hasta siempre y hasta pronto, siempre en el recuerdo, de este soñador de palabras.

 

Víctor Corcoba Herrero

 

 

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