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UN FUTURO DESORIENTADO

 

            Cuando no somos capaces de dignificar la educación, ni la función docente, difícilmente podemos avanzar en una dirección acertada. Ante tantas desorientaciones estamos construyendo una sociedad de fracasados, aunque los centros de enseñanza se encuentren dotados de medios personales y materiales como nunca lo han estado, pero faltan esas iniciativas rompedoras, acordes con los tiempos, que promuevan actuaciones innovadoras, capaces de entusiasmar a nuestros jóvenes. Todavía, enseñanzas tan integrales para la formación de la persona humana, como las enseñanzas artísticas, apenas se les presta atención. O la misma investigación científica, también carece de un verdadero apoyo, capaz de generar inversión empresarial que responda a los conocimientos adquiridos en la actividad universitaria.

 

            Quizás también sea cierto, que tengamos un sector de jóvenes muy bien formados, sobre todo en contenidos, pero si luego no se activa un entorno favorable al desarrollo de esa capacidad intelectual, la confusión es máxima. Tampoco se puede progresar cuando existen tantos desequilibrios autonómicos y la cohesión entre pueblos es más difícil cada día. Las ofuscaciones de cerrarnos las puertas unos a otros, nos llevan a la deriva. No hay modernización porque nuestro pensamiento no se moderniza. Necesitamos una reanimación de ánimo y un ánimo más entroncado en sistemas igualitarios. ¿Qué futuro tienen esas bolsas de pobreza en un mundo de ricos? Resulta esperpéntica esa realidad que nadie ataja de raíz. Precisamos, desde luego, un pueblo más cercano y más unido. Porque, yo me pregunto: ¿cómo se va a unir a Europa, sino se pone freno a la cultura de la desunión entre nacionalidades y regiones?

 

Resulta vital a mi juicio, que el ciudadano mejore su aptitud de vida, con una atmósfera más solidaria, en un clima de protección más equitativo, más racional de nuestros recursos naturales. Si ha de reducirse algo, que sea la contaminación, aquella que tanto nos atonta y aletarga, aprieta y asfixia. Requerimos, pues, cultivos que nos orienten en lo esencial: la razón de vivir. Es la más justa calidad educativa, la de la ley natural, ante tanto acomodaticio laberinto avasallador. Ya se sabe, las otras, las humanas leyes, dependen del político de turno, tan caprichoso como borrego, en demasiadas ocasiones. Y así nos luce el pelo.

 

Víctor Corcoba Herrero

 

 

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