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A LOS PONENTES DE LA PAZ

 

 

Pensaba el Gaitero de Gijón, de Campoamor, cuando, instantes después de haber enterrado a su madre, tocaba su gaita en el campo de la fiesta: “¡Madre mía, madre mía!/ ¡Cuánto alivia el suspirar!”.  Mientras recordaba tan ilustre letra, –medicina del sabio refranero-, que recomiendo tengan siempre en el bolsillo del corazón para llevársela a la boca cada vez que se dispara la tos del desespero,  leía una nota esperanzadora, una cita para atajar la violencia, en el que van a participar centenares de ponentes dispuestos a poner palomas sobre mortajas.

 

El lugar de la asamblea es propicio para el verso. Galicia es, aparte de un camino de concordia, un horizonte donde se concilia el verde esperanza con el silencio del universo, bajo una transparente armónica alianza. Por tanto, promover la reflexión intelectual y social sobre los valores de la convivencia, bajo un clima poético, siempre ayuda a mover almas. La cuestión es que se eternice el deseo y se enternezca el corazón, las bases se sostengan en el respeto a los derechos universales, que nadie desfallezca en el empeño de construir, a sabiendas que la paz se reconstruye con el amor.

 

No puede brotar la paz, si la atmósfera tampoco es propicia. Hemos de ceder y encender dispensas. En los funerales de Juan Pablo II todos los líderes mundiales olvidaron sus desencuentros y, así, se produjo el abrazo histórico. Bella lección de paz, oración de luz. Se necesitan, pues, sembradores auténticos, abonos de justicia. Que el sol de la libertad nos cautive y cultive con estima. El que surjan ahora unos ponentes empeñados en visionarnos el gozo de la paz, es de agradecer.

 

Ciertamente, la paz no es cuestión de una persona o de un gobierno vencedor que la impone a los vencidos, tampoco nace de promesas a favor de autogobiernos que dividen, más bien despunta de una solidaridad renovada donde se promueva, por encima de todo la unión, los valores esenciales del ser humano, el derecho a ser debidamente considerado y el deber a ser persona que pida perdón y sepa perdonar.

 

La paz –considero- es más agricultura que cultura, y más cultivo de vida diaria, y más diario de todos, que de especialistas. Sin embargo, doquier constructor de paz merece acogida como cualquier individuo deferencia. Hay que sumarse a los suspiros humanos para restar espiraciones inútiles. Es hora de que la familia humana se humanice, destierre furias y transforme en podaderas lo de salir al encuentro del prójimo, previo enterrar odios, con adioses de ¡nunca jamás!

 

 

 

Víctor Corcoba Herrero

- Escritor-