Jubileo de las misiones

Camerún: Los laicos se convierten en protagonistas de la misión

El soberano de la tribu de los Bangwa ilustra el trabajo de los Focolares

ROMA, 20 oct (ZENIT.org).- Las misiones han dejado de ser un asunto de sacerdotes y religiosos. Los laicos se han convertido ya en los protagonistas de la misión en África. Así lo ha testificado Lukas Njifua Fontem, soberano del pueblo Bangwa, que vive en el corazón de la selva camerunense, al concluir el domingo pasado una visita a Roma.

El líder tribal africano ofreció su testimonio al participar en un encuentro de los responsables del Movimiento de los Focolares, celebrado en el Centro internacional de Rocca di Papa (Roma). Durante esta visita, el señor Njifua Fontem se encontró también personalmente con Juan Pablo II durante una audiencia general.

Todo empezó hace poco más de 35 años. Parece una fábula: la tribu de los Bangwa corría el peligro de extinguirse debido a la mortalidad infantil que superaba el 90%. Ahora en lugar de aquella aldea perdida existe una pequeña ciudad, con hospital, escuelas, actividades laborales, fruto de la colaboración entre los médicos, profesores, técnicos del Movimiento de los Focolares y los Bangwa.

El 20% de la población es cristiana. El 80% animista. En mayo pasado Chiara Lubich, fundadora de los Focolares, regresó a Fontem después de 30 años a la aldea camerunesa. A la multitud que la acogió en la gran explanada (no todos son cristianos) le recordó la así llamada «regla de oro», presente en todas las religiones: «No hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a ti». E invitó a todos a darse la mano, para sellar un pacto de amor recíproco.

La evangelización de la tribu de los Bangwa ha tenido como protagonistas a los laicos y, en particular, a los mismos africanos. En primer lugar, tras encontrarse con Chiara el Fon de Fontem fue el primero en comprometerse ante su pueblo a vivir el espíritu de amor y de unidad del Evangelio.

«Era lo que mi pueblo esperaba» dice Njifua. A continuación el monarca tribal involucró a los jefes de las tribus y a los más reconocidos.

En los meses sucesivos se organizaron encuentros, primero con más de 650 personas de las distintas aldeas, después con 1.000, 1.200, 1.400. Con breves discursos, danzas, cantos, experiencias de vida, se comunicaba la gran verdad de Dios Amor, un Dios que nos ama personalmente. Para hacer llegar la nueva evangelización a todas las zonas rurales, el área se subdivide en zonas. Y a cada zona se le asigna, por turno, uno de los Diez Mandamientos para poner en práctica, para poner las bases del Evangelio. Se involucraron a unas 3.000 personas. Surgieron innumerables episodios de reconciliación, un nuevo estilo de vida.

«Cuando los Focolares llegaron a Fontem, no sabíamos quiénes eran --declara ahora el jefe de la tribu, Njifua--. Empezaron ayudándonos en nuestras necesidades vitales. Pero, de hecho, lo que nos han traído es mucho más que ayuda material: la espiritualidad, es lo que necesitábamos para vivir. De ella tienen necesidad los ricos y los pobres… Pienso que Dios nos está bendiciendo cada vez más y nos da la sabiduría para comprender… En poco tiempo hemos madurado hasta el punto de poder llevar este ideal evangélico a las otras aldeas…».

Pero el soberano de los Bangwa mira todavía más allá: a toda África. Por eso, ante la trágica situación que atraviesa el continente negro, propuso en Roma a los miembros del Movimiento de los Focolares comprometidos en la política que desarrollen una estrategia para promover la colaboración con los otros políticos, especialmente en África.

«Muchos de los errores de nuestros políticos africanos --afirmó-- son debidos a la ignorancia». Por eso pidió que se cree un centro de formación política. «Yo seré el primero en inscribirme».


 

¿Qué significa ser obispo y misionero en África hoy?

Habla el presidente del Simposio de las Conferencias Episcopales de África

ROMA, 20 oct (ZENIT.org).- Ser misionero en África se ha convertido en una de las vocaciones más peligrosas del planeta. En lo que llevamos del mes de octubre, cuatro misioneros italianos han sido asesinados. Pero los peligros no perdonan tampoco a los obispos, como confiesa uno de los prelados símbolo de este continente, monseñor Laurent Monsengwo Pasinya, presidente del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM).

«Ser obispo y misionero hoy en África se ha convertido en algo muy complicado», dice medio en serio medio en broma en declaraciones a Zenit este arzobispo de Kisangani (República Democrática del Congo) que en medio de la profunda crisis del régimen del presidente Mobutu, a mediados de los años noventa, se convirtió en presidente de la Asamblea Constituyente, pues era la única figura del país capaz de unir a todas las poblaciones, tribus y partidos.

Basta recordar, por ejemplo, el caso de dos de sus amigos, el obispo Augustin Misago, de la diócesis de Gikongoro (Ruanda), a quien el actual régimen quiso condenar arbitrariamente por participación con el genocidio de 1994 (el tribunal de Kigali le absolvió de todas las acusaciones) (Cf. «El Papa recibe al obispo que el Gobierno ruandés quiso condenar a muerte») o el caso de su compatriota, monseñor Emmanuel Kataliko, vicepresidente de la Conferencia Episcopal del Congo, fallecido en días pasados en Roma a causa de un ataque de corazón, a quien las fuerzas que se oponen al actual presidente, Laurent Kabila, habían desterrado de su arquidiócesis, Bukavu (Cf. «Congo: regresa el obispo de Bukavu tras siete meses de exilio»).

--Zenit: ¿Qué está pasando? Sucesos de este tipo no se daban antes.

--Monseñor Monsengwo: Ser obispo en África significa afrontar situaciones complejas. Cuando todo va bien, los obispos hacen un trabajo normal de catequesis, una actividad pacífica desempeñada con dinamismo en los campos de la evangelización, de la inculturación, del diálogo, de la justicia y de la paz. Pero, donde hay guerra, entonces se vive con el pueblo. El obispo vive en medio de su gente, tratando de alentarles para que no pierdan la esperanza. En mi caso, por ejemplo, una parte del Congo está ocupada por Uganda y Ruanda y otra parte por Burundi. ¿Qué debe hacer un obispo en estas circunstancias? ¿Cómo tiene que predicar el Evangelio?

El obispo tiene que ser patriota, pero también tiene que ser el pastor de todos, incluso de los soldados ugandeses, ruandeses y burundeses. No niego que en ocasiones se experimenta una tensión entre el sentimiento patriótico y el ministerio del obispo, padre de la Iglesia, maestro de la fe, que tiene que enseñar al pueblo la paz y la reconciliación. El obispo tiene que explicar que los ciudadanos de dos Estados en guerra son hermanos entre sí. Esto no es algo evidente, por lo que el obispo se convierte en signo de contradicción. De este modo, mientras enseña la hermandad y el amor de Dios, que supera los conflictos humanos, se convierte en objeto de críticas, o incluso de ataques, pues debe temperar las reacciones del pueblo.

--Zenit: ¿Cuáles son los principios que ustedes siguen en situaciones tan complicadas para estar realmente al servicio de su gente?

--Monseñor Monsengwo: Ante tantas dificultades, tantos miedos, en caso de guerra, el papel del obispo es decisivo para la comunidad humana. Tiene que representar a la Iglesia y ponerse al servicio del pueblo que sufre. La Iglesia ayuda siempre y en todo lugar al que sufre. Lo hace con todos los medios, ya sea con ayudas humanitarias o espirituales. El obispo está al servicio de los necesitados y, por tanto, nuestro mensaje debe ser el de evitar el odio, empujar a los cristianos para que sean hermanos de los demás, alentándoles a convertirse en testigos de la paz.

Sólo cuando los cristianos viven en armonía y reconciliación pueden convertirse en signo de esperanza.

De este modo, el ministerio del obispo se convierte en profético. Las situaciones pueden cambiar, pero el obispo debe ser siempre padre de todos, mantiene su tarea de maestro de la fe que no renuncia nunca a denunciar el mal. El obispo tiene que ser valiente, tiene que hablar cuando los políticos o los que están en guerra quisieran que nos quedáramos callados. Tenemos que hacer escuchar nuestra voz, alentar y ayudar a las poblaciones víctimas de la guerra.

--Zenit: Los medios de comunicación describen África como un continente ensangrentado, a la deriva, devastado por guerras, epidemias, carestía alimentaria, subdesarrollo... Sin embargo, los obispos africanos en sus encuentros hablan de signos de esperanza, de resurrección en este continente martirizado. ¿No cree que ustedes son un poco inocentes?

--Monseñor Monsengwo: Los medios de comunicación mundiales dan una imagen más bien negativa de África, pues se concentran sólo en los conflictos que están afectando a Congo, Ruanda, Somalia, Angola, Uganda, Sierra Leona, y Congo Brazzaville. La atención por estos acontecimientos clamorosos hace que todo lo demás se olvide. Cuando las cosas van bien, nadie habla y de África sólo queda la imagen negativa.

Hay muchas cosas buenas que se están haciendo en África, pero esto no les interesa a algunos medios de comunicación. Esta actitud refleja un prejuicio más profundo: «dejémosles en paz, pues son unos salvajes».

--Zenit: En este contexto, ¿cómo es la situación de la Iglesia en África?

--Monseñor Monsengwo: Gracias a Dios las vocaciones siguen creciendo. Ahora bien, hay que reconocer que la guerra crea desaliento y un cierto laxitud entre la gente. Es difícil pensar en el futuro. Se vive ocupados en sobrevivir hoy, y no es fácil hacer proyectos. Es difícil vivir en estas situaciones. Por eso, el gran desafío de los obispos, de los misioneros, está en suscitar la esperanza de quien cree en la Resurrección.


 

Voz femenina de la teología asiática: «Dios se nos da para que lo donemos»

Intervención de sor Maria Ko, biblista, en el Congreso Misionero Mundial

CASTELGANDOLFO, 20 oct (ZENIT.org).- En el Congreso Misionero Mundial, que ha preparado en esta semana el Jubileo de las Misiones (22 de octubre), resonó la voz de una de las teólogas asiáticas más originales: sor Maria Ko.

Ante los más de 1.200 representantes de todos los países del mundo, entre los que se cuentan 47 obispos y más de 300 sacerdotes, reunidos en el Centro «Mariápolis» de Castel Gandolfo, localidad cercana a Roma, la religiosa salesiana, especialista en Sagrada Escritura, afirmó: «Jesús es la verdadera novedad que supera toda la expectativa de la humanidad y permanecerá para siempre».

En la meditación bíblica propuesta ayer a los participantes en el Congreso, Maria Ko construyó su intervención en torno a la imagen evangélica de los ángeles que anuncian a los pastores el nacimiento del Salvador en la «ciudad de David».

Recibiendo el anuncio, los pastores de Belén se convierten a su vez en anunciadores. «De aquella noche de Belén en adelante --explicó sor Maria Ko-- la cadena del anuncio sigue desarrollándose en la sucesión del tiempo y en la extensión del espacio, de generación en generación y de lugar en lugar».

El anuncio es necesario «porque la venida de Dios en medio de nosotros ni es un conocimiento innato ni puede ser deducido por ningún razonamiento humano o causado por ningún esfuerzo humano». El hecho crucial del anuncio, ha dicho la biblista, es el nacimiento de Jesús.

«Las diversas vías de búsqueda de lo divino pueden llegar a la convicción de que Dios ama al hombre. Pero sólo el cristianismo relata que este amor lo ha empujado a hacerse hombre, a vivir en medio de los hombres, a morir y resucitar para salvar a la humanidad», añadió la teóloga.

Este hecho sólo puede ser conocido a través de las diversas formas de anuncio y testimonio, constató. «El Dios que conozco ahora, "mi" Dios, ha sido antes un "Dios de otros", que me ha sido presentado por otros». Es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. «Un Dios del que otros han tenido una experiencia personal, un Dios creído, amado por otros, un Dios anunciado, compartido, entregado por otros y un Dios que hay que entregar, hacer nacer y hacer crecer en el corazón de los otros».

Del anuncio del ángel en Belén se deduce el estilo con el que Dios salva a la humanidad, añadió Ko. «Ha querido renovar el mundo entrando en el mundo, salvar al hombre haciéndose hombre, transformar la historia tomando parte de ella. Con la encarnación el Dios infinito hace de un pequeño lugar su morada, el Dios eterno se encierra en un breve periodo de tiempo, el Dios invisible se revela en la naturaleza humana. De la encarnación nace una geografía de la salvación, una historia de la salvación y una geneaología de la salvación o una humanidad salvada».

Una salvación «que está destinada a todos, empezando por los pobres y sencillos, los que tienen un corazón abierto. La "gran alegría" es para "todo el pueblo" sin exclusión».

La religiosa salesiana concluyó explicando que: «Al entrar en el mundo, Jesús renueva el esplendor de la creación, entrando en el tiempo lleva la historia humana a su plenitud; entrando a formar parte de la humanidad, la naturaleza común a todo ser humano es elevada a una dignidad altísima».


 

George Karakunnel: El anuncio de Cristo no debe herir a los demás creyentes

Intervención del teólogo indio en el Congreso sobre teología de la misión

ROMA, 20 oct (ZENIT.org).- El contexto tan particular de la India «donde la armonía interreligosa está siendo reemplazada cada vez más por la enemistad y la rivalidad», dio particular resonancia a la intervención del teólogo indio, George Karakunnel, en el Congreso sobre la Teología de la Misión, celebrado en preparación del Jubileo de las Misiones.

En vísperas de la mayor cumbre misionera de la historia, que tendrá lugar el próximo 22 de octubre, el Congreso, concluido hoy en la Universidad Pontificia Urbaniana de Roma, se ha planteado la gran cuestión central de la reciente declaración vaticana «Dominus Iesus» sobre cómo anunciar la salvación traída por Cristo en una sociedad pluralista y, en ocasiones, relativista.

El interés de los presentes por India es particularmente significativo, pues algunos expertos en cuestiones teológicas, incluido algún cardenal de la Curia Romana, han afirmado en días pasados que la declaración «Dominus Iesus» ha sido escrita por la Congregación para la Doctrina de la Fe, pensando particularmente en algunos teólogos de India (Cf. «El cardenal Cassidy hace un llamamiento a los judíos a retomar el diálogo».

Entre los conferenciantes, intervino en el Congreso el profesor indio George Karakunnel, de la Facultad teológica de Aluve. El teólogo planteó precisamente la cuestión fundamental de la proclamación del «carácter único y universal de la salvación traída por Cristo» en las relaciones con las otras religiones.

Este tema, reconoció el catedrático, ha generado y sigue generando en India roces, en especial con el hinduismo. Está claro --afirmó-- que (a causa de la mentalidad hindú) el lenguaje de la unicidad de la salvación de Cristo verdadero diálogo, no siempre es bien entendido, pues cuando «el término es llevado al contexto interreligioso, proyecta una idea de "superioridad" del cristianismo respecto a las otras religiones».

El diálogo, añadió, «no significa la igualdad entre las religiones», sino más bien «implica una aceptación existencial del otro». Esto se expresa con el concepto que el sánscrito resume «muy felizmente» en el término «Sarvadharmasamabhavana» que «no es una teoría de la igualdad entre las religiones, ni tiene un significado de mera tolerancia». Expresa más bien «el resultado de la experiencia personal que cada uno hace del último misterio, a través de la cual se llega a ser capaces de comprender la experiencia similar del otro y a respetarla».

Por esto, ha añadido Karakunnel, «los teólogos indios, en general, tienen la sensación de que el término "unicidad" no ayuda a transmitir el mensaje que quieren hacer pasar». Por esto consideró que, tal y como afirma el documento post-sinodal «Ecclesia in Asia», «el único Salvador puede ser manifestado sólo a través de un único testimonio implicado en la acción».

Este compromiso, como demuestra el modelo de la Madre Teresa de Calcuta, constató el teólogo, es particularmente elocuente en la entrega total a los más pobres.

«La afirmación de la propia fe no debería herir la fe de los demás --añadió--. Cuando le preguntaban cómo se situaba frente a otras religiones, la Madre Teresa respondía con palabras simples pero ricas de contenido teológico: "Amo a todas las religiones, pero estoy enamorada de la mía". Amar a todas las religiones, pero vivir una situación de enamoramiento de la propia, haciendo de ella un testimonio que revele su carácter único».

«Este parece ser el desafío que tienen los cristianos en India», concluyó el teólogo.

Paralelamente, en el marco de la preparación del Jubileo de las Misiones, la Santa Sede, a través de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha organizado otro Congreso que concluirá mañana, de carácter propiamente misionero --una gran reunión de misioneros y misioneras de todo el mundo--, en Castel Gandolfo, la localidad cercana a Roma. El otro Congreso sobre la teología de la misión concluyó hoy en Roma.


 

Bruno Forte: El cristianismo, esperanza en un mundo náufrago

Intervención del teólogo en el Congreso Misionero Mundial

CASTELGANDOLFO, 20 oct (ZENIT.org).- El mundo, «salido del naufragio de los totalitarismos ideológicos», tiene necesidad ahora más que nunca del anuncio del amor de Cristo, afirmó ayer el teólogo Bruno Forte al intervenir en el Congreso Misionero Mundial que prepara el Jubileo de las Misiones.

El encuentro, que se concluirá mañana en la localidad de Castel Gandolfo, cerca de Roma, reúne a unos 1.200 misioneros, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos.

Este amor de Jesús, explicó el teólogo italiano de la Comisión Teológica Internacional --fue el redactor principal del histórico documento «Memoria y reconciliación: La Iglesia y las culpas del pasado», se convierte «caridad concreta, discreta y solidaria, que sabe hacerse compañía de la vida y sabe construir el camino en comunión, irradiando a Cristo Salvador».

Según el teólogo, la experiencia de la verdad, vista desde la perspectiva cristiana del Dios que se ha revelado, que se ha hecho libremente misionero entre los hombres muriendo en la Cruz, es la base para el anuncio de Cristo en el mundo de hoy.

Radiografía del hombre postmoderno Vivimos en una época --ha subrayado Bruno Forte-- que es cada vez más «aldea global», cargada de inquietudes y miedos «postmodernos». Un «siglo breve» en el cual el sueño de la razón progresiva y totalizadora de la modernidad se ha roto definitivamente. Y entre las ruinas se ha introducido el fantasma de la «crisis de sentido». «Es tiempo de naufragio y de caída», sintetiza el sacerdote napolitano.

Una «noche del mundo» «no a causa de la falta de Dios, sino motivada por el hecho de que los hombres no sufren ya por esta falta». Un tiempo de «indiferencia», en el cual se ha perdido el gusto de buscar la verdad, sustituida por diversas «máscaras». Un tiempo de exilio. Condición que no empieza «cuando se deja la patria, sino cuando ya no se queda en el corazón ninguna nostalgia de ella».

En esta oscuridad se perfila, dice Forte citando al teólogo evangélico alemán Dietrich Bonhoeffer, un rostro inquietante: la decadencia, entendida no sólo como «abandono de los valores» sino como aquél «proceso mucho más sutil que priva al hombre de la pasión por la verdad, quitándole el gusto de combatir por una pasión más alta».

En este naufragio, sin embargo, subraya Forte, todos los protagonistas son al mismo tiempo náufragos y espectadores. Hay una «deriva» y al mismo tiempo una «resistencia a ella». Volver a buscar el sentido perdido por tanto no es una «operación de la nostalgia», una «búsqueda del tiempo perdido».

La misión hoy ¿Cómo se puede ser misionero en un mundo así? El teólogo ofreció pistas interesantes.

Frente a «la cerrazón totalizadora de las ideologías», consideró, Cristo es Palabra revelada, que se hace «discreción» en la presencia personal de amor.

En segundo lugar, el Abandonado de la Cruz muestra a la Iglesia la exigencia de estar «libre de intereses mundanos» y de la propensión a juzgar según la mentalidad del éxito.

Por último, en la perspectiva de la resurrección, hace falta un «anuncio alegre y radiante de un horizonte de esperanza», la esperanza de la salvación en Cristo.