E S P E C I A L

JUBILEO EN LAS CÁRCELES

 

JUAN PABLO II A LOS ENCARCELADOS: «DIOS OS AMA»

Emocionante visita a la prisión de Roma «Regina Coeli»

CIUDAD DEL VATICANO, 9 julio (ZENIT.org).- En el día del Jubileo de la cárcel, Juan Pablo II visitó esta mañana a los detenidos de la prisión de Roma «Regina Coeli» y pidió en varias ocasiones para todos los que se encuentran detrás de las rejas en los cinco continentes un «gesto de clemencia» que debería materializarse reduciendo su castigo.

El Papa comenzó la misa celebrada en la prisión, a donde llegó a las 9.15, citando las palabras evangélicas: «Estaba encarcelado y me visitasteis». «Con la mente quiero dirigirme a todos los lugares del mundo donde hombres y mujeres se encuentran en prisión --añadió en medio de un intenso silencio de los presentes--. Pido a las autoridades competentes, en nombre de Cristo que vino a proclamar la liberación a los prisioneros, un signo de clemencia en ocasión del jubileo a favor de todos los detenidos».

Al llegar, recibieron al Papa las autoridades penitenciarias de Italia y el capellán de la cárcel. El altar de madera de olivo, en el que celebró la misa, había sido artísticamente realizado por un guardia carcelario; mientras que los ornamentos del pontífice estaban bordados por detenidos. Los cantos de la misa fueron interpretados por el coro de la cárcel, que participa en la misa de todos los domingos. Los presos abarrotaban el crucero central en el que se unen los brazos de esta cárcel, pensada para 600 personas, pero habitada por 900.

Liberación del corazón 
En la homilía Juan Pablo II quiso tocar el corazón de cada uno de los detenidos: «Vengo a deciros que Dios os ama, y desea que recorráis un camino de rehabilitación y de perdón, de verdad y de justicia. Quisiera ponerme a la escucha de la vicisitud personal de cada uno. Pero lo que yo no puedo hacer, lo pueden hacer vuestros capellanes, que se encuentran junto a vosotros en nombre de Cristo».

De este modo, el pensamiento del Papa se dirigió también a esos capellanes y voluntarios que pueden humanizar la cárcel y enriquecerlo con una dimensión espiritual tan importante para la vida del detenido.

Pero Juan Pablo II no sólo se dirigía a estas personas que se encuentran del otro lado de los barrotes, sino a cada hombre que, en cierto sentido, es «prisionero». En efecto, «la prisión del espíritu es el pecado». «Dios quiere la liberación íntegra del hombre --dijo--. Una liberación que no sólo afecta a las condiciones físicas y exteriores, sino sobre todo a la liberación del corazón»

Dimensión cósmica de los efectos del pecado 
«Nuestro pecado ha turbado el designio de Dios, y no sólo se ha visto repercutida la vida humana, sino toda la creación. Esta dimensión cósmica de los efectos del pecado se puede tocar casi con la mano en los desastres ecológicos. No menos preocupantes son los daños provocados por el pecado en la psiquis humana, en la biología misma del hombre. El pecado es devastador. Quita la paz del corazón y produce sufrimientos en cadena en las relaciones humanas».

«El Espíritu de Dios viene a liberarnos de esta esclavitud», afirmó. «Es necesario, por tanto, que el Espíritu Santo penetre en esta cárcel en la que nos encontramos y en todas las prisiones del mundo. Cristo, el Hijo de Dios, se hizo prisionero, dejó que le ataran las manos y que le clavaran en la cruz precisamente para que su Espíritu pudiera llegar al corazón de cada hombre».

El sentido del castigo 
«La pena, la prisión --dijo el Papa-- sólo tienen sentido cuando, afirmando las exigencias de la justicia y desalentando el crimen, sirven para renovar al hombre, ofreciendo a quien se ha equivocado una posibilidad para reflexionar y cambiar de vida, para volverse a integrar en plenitud en la sociedad».

El Santo Padre consideró que si los presos atraviesan este camino interior, «toda la sociedad se alegrará». «Las mismas personas a las que habéis causado dolor experimentarán que se les ha hecho más justicia al ver vuestro cambio interior que al constatar el castigo penal que habéis pagado».

Los detenidos, que hasta ese momento habían manifestado una actitud de lejanía ante todo lo que sucedía, al final de la homilía del Papa estallaron en un largo y emocionante aplauso. La mayoría de las intenciones de los fieles fueron leídas por los detenidos. Se rezó por quienes los que esperan ser ejecutados en la cárcel y para que sea abolido este castigo.

El agradecimiento de los presos 
En el ofertorio, los detenidos italianos y extranjeros (casi la mitad de los que abarrotan esta cárcel de Roma son emigrantes de países de religión islámica) ofrecieron varios simbólicos regalos al obispos de Roma: un crucifijo, un cuadro en el que se representan las plagas de nuestro tiempo y, quizá el más significativo, un catálogo con las más de quinientas tarjetas postales artísticas realizadas por presos de todo el mundo para Juan Pablo II con motivo de este Jubileo.

El momento más emocionante tuvo lugar cuando un encarcelado agradeció, en nombre de todos los detenidos, la visita del Papa. «Santidad, gracias por su presencia en este lugar de dolor que hoy representa a todos los lugares de detención del mundo», dijo con voz estremecida. Como no lograba continuar a causa de la conmoción, pidió perdón a todos los presentes. «Gracias --dijo después al Papa-- por haber celebrado el Jubileo con nosotros».

«En el día de nuestro Jubileo --concluyó el detenido--, queremos pedir a todos que se nos dé la posibilidad de vivir con la dignidad de seres humanos y que no se nos quite la esperanza de una vida diferente y mejor». Le volvió a acompañar un aplauso cuando, con las manos temblorosas, plegó la hoja en la que estaba escrito el texto y abrazó al pontífice.

Al final de la celebración, Juan Pablo II saludó personalmente a muchos de los detenidos, mientras éstos le intercambiaron con un larguísimo y sonoro aplauso.

Juan Pablo II quiso compartir la alegría que le ocasionó su visita a la cárcel al encontrarse, algo más tarde, a mediodía, con varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano. «Ha sido un emocionante momento de oración y de humanidad --confesó el pontífice--. He tratado de intuir, leyendo en sus ojos, los sufrimientos, las ansias, las esperanzas de cada uno. En ellos sabía que me encontraba con Cristo, quien en el Evangelio se identifica con ellos hasta decir: "Estaba encarcelado y me visitasteis"».

De este modo, el sucesor de Pedro recordó su llamamiento para que en este Jubileo se les ofrezca a los detenidos un «signo de clemencia» e invitó a los legisladores de todo el mundo a «replantear el sistema carcelario y el mismo sistema penal» para que sean «más respetuosos de la dignidad humana», pues la cárcel no es un lugar de simple castigo, sino sobre todo de redención.


 

EE. UU.: DOCUMENTO EPISCOPAL PARA DESBLOQUEAR EL SISTEMA CARCELARIO

El país tiene el porcentaje más elevado de detenidos en Occidente

WASHINGTON, 9 julio (ZENIT.org).- Lo importante es reconstruir las vidas; no la cárcel. Esta es la idea de fondo del documento que está preparando la Conferencia Episcopal de Estados Unidos sobre el espinoso argumento de la justicia criminal que será publicado en el próximo otoño.

El documento, titulado «Responsability, Rehabilitation and Restoration: A Catholic Perspective on Crime and Criminal Justice» (Responsabilidad, rehabilitación y restauración: una visión católica del crimen y de la justicia criminal), pide en definitiva una reforma total no sólo del sistema judicial y carcelario en Estados Unidos, si no también de la filosofía con la que el país afronta estos problemas.

«Como pastores, nos toca sepultar a muchos jóvenes a causa de la delincuencia, de la droga o de las bandas», ha afirmado el obispo de Spokane, William Skylstad, cuando presentó el borrador del documento el mes de junio pasado, durante un encuentro de la Conferencia Episcopal en Milwaukee.

«Vivimos en una sociedad con demasiado crimen y violencia --añadió monseñor Skylstad--, pero no podemos responder con más prisiones y ejecuciones».

El punto de partida del documento episcopal en elaboración es la dramática realidad estadounidense, donde desde 1972 hasta 1999 la gente que vive entre rejas ha pasado de 250 mil detenidos a casi 2 millones. En este mismo período de tiempo, más de 3 mil personas han sido condenadas a muerte y esperan la cita con el verdugo en los pabellones de la muerte. En 1998, había 668 prisioneros por cada 100 mil ciudadanos; es decir, entre 6 y 12 veces más que en el resto de los países occidentales.

El documento, recordando la doctrina de Tomás de Aquino, explicará que el castigo no tiene que ser un fin en sí mismo, sino que tiene que tener como objetivo la redención del condenado. Esto se aplica con particular claridad en el caso de la pena de muerte, una práctica que según se explicó en la rueda de prensa de junio, los obispos --uniéndose a Juan Pablo II-- consideran como cruel, innecesaria e incluso, en algunos casos, arbitraria.

El documento de los obispos pedirá que se afronte el problema de la delincuencia en Estados Unidos analizando sus causas sociales. En el país se gastan 35 mil millones de dólares al año en el sistema carcelario, pero --como se explicó en la rueda de prensa de junio-- el debate sobre cómo eliminar estas causas es casi ausente.

Según los obispos, un caso típico es el de la droga. El 40% de los detenidos se encuentra entre barrotes por delitos ligados a este fenómeno. Se calcula que entre el 60 y el 80% de los prisioneros consume sustancias estupefacientes. Hay estudios que demuestran que se puede intervenir para favorecer la rehabilitación de los toxicómanos. Y sin embargo, la sociedad estadounidense gasta muchísimo menos en estos programas que en la manutención y ampliación de cárceles.

El documento episcopal no se olvida de las víctimas de los delincuentes y pide que sean debidamente informadas sobre los procesos judiciales, pues así se puede demostrar que existe el derecho. Toda la sociedad tiene que hacerse cargo de sus sufrimientos y hacer de mediadora en su relación con los mismos culpables. La dignidad humana --afirma-- incluye tanto a las víctimas como a los criminales. E insiste para que haya auténtica justicia sin venganza.

La clave para resolver el problema, sin embargo, está en una auténtica revolución moral, añaden los obispos, pues los remedios políticos no serán eficaces si no están apoyados por la fuerza de los valores. 


 

ÁFRICA: MENORES VENDIDOS SEXUALMENTE EN LAS CÁRCELES POR 30 CENTAVOS

Historias de esperanza en las prisiones de Guinea-Conakry y Mozambique

ROMA, 9 julio (ZENIT.org-FIDES).- Treinta centavos de dólar por tener a una menor de edad como «esposa» en una celda. Esta es la denuncia que hace la agencia de la Santa Sede «Fides» al hablar de la situación de las cárceles de Malawi.

Los jóvenes prisioneros son víctimas de una banda de prostitución organizada por los guardias. A un prisionero adulto le basta pagar un puñado de centavos para llevar a su celda a un detenido de la cárcel de menores. Podrá abusar de él en la impunidad total.

El fenómeno lo favorecen las condiciones económicas de Malawi, donde el 60% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y la renta per capita era de 210 dólares en 1999. Un guardia de prisiones gana 30 dólares al mes, apenas suficiente para cubrir sus necesidades básicas.

Por desgracia, el fenómeno no se reduce a la situación de las cárceles en Malawi, sino que se experimenta también en buena parte de los países de África.

Pero en este año jubilar llegan también buenas noticias de Africa: el presidente de Madagascar, Didier Ratsiraka, ha liberado tres mil prisioneros en respuesta a la petición de la Iglesia católica como gesto para vivir este Jubileo en las cárceles que tuvo lugar el 9 de julio. El padre Angelo Buccarello, encargado por la Conferencia Episcopal malgache de la asistencia espiritual a los prisioneros ha declarado a «Fides»: «Es un resultado importante, pero habríamos podido obtener todavía mas. El drama es que en Madagascar dos de cada tres prisioneros están en espera de juicio, y hay gente está esperando en la cárcel ser juzgada desde hace 12 años».

En Africa muchas personas esperan tras las rejas un juicio que no llega nunca. En Ruanda, según el último informe de la LIPRODHOR (la Liga rwandesa para la promoción de los derechos del hombre), los encarcelados son unos ciento cincuenta mil. De ellos, el 89% (130.000) son detenidos por delitos relacionados con el genocidio de 1994: solo 1,5% de los sospechosos ha sido procesado. De los 1908 juzgados, 296 (el 15,%) han sido condenados a muerte: otros 600 (1,4%) han sido condenados a cadena perpetua, mientras el resto a diferentes penas.

Las cárceles de Sudán son posiblemente las que experimentan el índice más elevado de mortalidad en África a causa de las torturas. El padre Hilari Boma, un sacerdote arrestado sin pruebas en el verano de 1998 y puesto en libertad en diciembre pasado gracias a un «perdón presidencial», no quiere hablar de los meses pasados en la cárcel, pero recuerda que 5 de las 26 personas que fueron arrestadas con él han muerto a causa de las torturas.

En la capital de Guinea-Conakry, la «Maison Centrale» acoge a 300 detenidos. La comida y las medicinas, según las normas, corren a cargo de las familias de los detenidos. Quien no tiene familia se muere de hambre o de la primera enfermedad. Kpakilé Felemou es el responsable local de la Comunidad de San Egidio. Con sus 30 amigos visita dos veces por semana esta cárcel y lleva comida a quien no tiene familia. Una docena de prisioneros han sido liberados gracias a las garantías que ha ofrecido la Comunidad ante los tribunales.

«En la Maison Centrale se corre con frecuencia el riesgo de morir de hambre. Los detenidos extranjeros non tienen a nadie que les ayude», explica Kpakilé. «Para llegar a tener un proceso es necesario poder pagar a los abogados. Hay gente que está en prisión por haber robado una camisa o un paquete de periódicos. En ocasiones, hemos convencido a las personas que los han denunciado a retirar las acusaciones garantizando que los prisioneros trabajarían para ellos, hasta pagar el daño. Los acusadores han comprendido que la detención es solo una venganza inútil. Morir en la cárcel por una camisa es realmente demasiado inútil».

Muchas comunidades de San Egidio, sobre todo en Mozambique, Guinea, Costa de Marfil, Camerún, están comprometidas en la asistencia a los encarcelados, definidos por ellos como «los más pobres entre los pobres». 


 

UN MISIONERO CAMBIA EL PABELLÓN DE LA MUERTE DE YAOUNDE (CAMERUN)

Los condenados redescubren la esperanza

YAOUNDE, 9 julio (ZENIT.org-FIDES).- Hasta hace 12 años el pabellón de los condenados a muerte de la cárcel central de Yaoundé (Camerún) era un lugar de horror: los encarcelados vivían encadenados y sus guardianes entraban armados. La situación ha cambiado de manera radical desde que se nombró como capellán a Gabriel Mattavelli, un misionero carmelita.

El padre Gabriel fundó, en el pabellón de la muerte, la Fraternidad universal de san Maximiliano Kolbe, el protector de los condenados a muerte, canonizado por haber dado su vida en un campo de concentración nazi para salvar la vida de un padre de familia.

En estos momentos, casi todos los 40 condenados a muerte han pasado a formar parte de la Fraternidad, a pesar de que algunos son musulmanes o pertenecientes a religiones tradicionales. La Fraternidad ha cambiado el rostro de este pabellón de la muerte: uno de los condenados ha comenzado a dar clases a los demás; otro ha enseña el catecismo a quien lo desea, y dirige además un grupo de oración.

Los condenados han descubierto la esperanza. Tras estos cambios en la vida de los detenidos, el padre Gabriel ha exigido también cambios en las costumbres de los carceleros: de este modo, se les han quitado las cadenas de los pies y ahora los guardias entran desarmados. En los últimos años se ha roto incluso el aislamiento típico de los condenados a muerte: ahora pueden participar en la misa con los demás detenidos comunes de la cárcel --mas de tres mil--. Alguno forma parte del coro.

El cambio de vida que han mostrado algunos detenidos ha sido reconocido por los tribunales: en algún caso se ha revisado el proceso, conmutando la pena de muerte por cadena perpetua o por penas menores. Una religiosa ha enseñado a los condenados a bordar. Cuando el Papa viajó por última vez a Camerún, en 1995, celebró la misa con una estola bordada por los condenados de este pabellón de la muerte. 


 

KAZAJSTAN: LAS HIJAS DE LA MADRE TERESA EN LAS CÁRCELES DE MUJERES

Carta de agradecimiento del director de la prisión de Koksum

KARAGANDA, 9 julio (ZENIT.org-FIDES).- «Gracias por la obra de educación espiritual y por las visitas que hacéis a las mujeres encarceladas». El director de la prisión femenina de Koksum (Kazajstán) ha tomado papel y pluma para mandar estas líneas de agradecimiento al nuncio apostólico en el país y reconocer así el trabajo que hace la Iglesia católica en esa cárcel.

«Ayudáis a nuestras mujeres a entender y a encontrar una visión de futuro, vuestras conversaciones les preservan de los malos pensamientos y de las tentaciones, ayudándoles a hacer una justa elección», escribe el encargado de la cárcel.

Hace algunos años el sacerdote ortodoxo del lugar invitó a un sacerdote católico, el padre Johannes Trai, a visitar a las presas una vez a la semana. Más tarde se le unieron en esta labor otros dos sacerdotes así como las Misioneras de la Caridad, las religiosas de la Madre Teresa de Calcuta. Su perseverancia en este servicio ha llevado a numerosas conversiones y a mejorar las relaciones entre las detenidas, los guardias y los responsables de la cárcel.

En la carta se subraya que los sacerdotes difunden la Buena Noticia con seriedad y perseverancia, dialogando con respeto con aquellas que no creen: «Vosotros ilumináis en nuestras mujeres una vida espiritual, las ayudáis a entender los valores espirituales y les ofrecéis una nueva concepción de la moral, encontrando confianza tanto por parte de la administración como de las presas».

Considerando las graves dificultades económicas en las que se encuentra el país, los sacerdotes y las religiosas buscan ayudar también materialmente a las detenidas, distribuyendo medicinas y libros; asistiendo a sus hijos que se encuentran en las casas de acogida y en los orfanatos; manteniendo contactos con el exterior y buscando a posibles familiares de las detenidas. En algún caso siguen en contacto con las presas después de su liberación, buscándoles trabajo y cuidando gratuitamente a las enfermas, que padecen sobre todo tuberculosis y sida.

Los 6.530.200 de habitantes de esta ex República soviética son en su mayoría islámicos y ortodoxos, aunque tras los largos años de comunismo la práctica religiosa es muy baja. 


 

PERÚ: «MILAGRO ENTRE LOS BARROTES» EN LA CÁRCEL DE MENORES

El método educativo de don Bosco cambia el Centro de Maranga

LIMA, 9 julio (ZENIT.org-FIDES).- Más de trescientos jóvenes de la cárcel de menores de Maranga (Lima) han celebrado en este 9 de julio el Jubileo de los detenidos, participando espontáneamente a la misa dominical. La cárcel de Maranga, que alberga 480 prisioneros jóvenes, es un ejemplo de cómo las condiciones de vida en un centro penitenciario pueden hacerse más humanas y contribuir a la reinserción social de los jóvenes.

Desde hace casi tres años, el Centro de reeducación de Maranga, que recoge a jóvenes delincuentes, considerados «irrecuperables», se ha convertido en un centro social, con actividades culturales, religiosas, sociales y de formación profesional.

En su interior ha nacido también un centro de coordinación para la actividad religiosa, que organiza encuentros de oración, celebraciones litúrgicas, catequesis para la preparación a los sacramentos. Los adolescentes reciben el bautismo, la primera comunión y la confirmación.

«¡Los chicos vivirán su Jubileo especial en octubre, con motivo de la fiesta del Señor de los Milagros --explica a la agencia «Fides» el padre Vicente Santilli, misionero salesiano en Perú--. Lo que ocurre aquí detrás de las rejas, ¡es un auténtico milagro!». Desde el punto de vista de la fe, los jóvenes están muy motivados. En Cuaresma han organizado un Víacrucis y con motivo del Corpus Christi salieron en procesión por las calles que se encuentran junto al Centro.

Hasta hace tres años las condiciones en el instituto eran inhumanas: los muchachos sufrían torturas y castigos corporales; la alimentación y el vestido eran de pésima calidad. En 1998 se produjo un cambio decisivo, Luis Corante Pajuelo, educador y sicólogo, ex alumno de los salesianos de Don Bosco, fue nombrado director del instituto. Corante preparó un equipo de personas para aplicar en la cárcel el método educativo de Don Bosco. Comenzó hablando con los jóvenes, introduciendo mejoras en la comida y en el vestido, eliminando castigos corporales, poniendo en marcha cursos de educación física, laboratorios y sesiones de orientación personal con trabajo psicológico sobre autoestima y principio de responsabilidad.

«En tres meses --cuenta la agencia salesiana «ANS News»-- se restableció el principio de autoridad». Cinco meses después se inició un programa básico de formación profesional, con el fin de enseñar a los jóvenes una profesión y disuadirles de la actividad criminal. «Lo que no han obtenido las torturas y las celdas de rigor en 60 años, se ha alcanzado en menos de un año, aplicando el sistema preventivo de Don Bosco», anota la agencia.

Los primeros frutos del trabajo de Corante ya son de dominio público: de este Centro han salido muchos trabajadores especializados que trabajan en el puerto del Callao, en Lima. Unos veinte jóvenes, que ya están en libertad, trabajan en otras actividades artesanales. Luis Corante ya no es el director del centro penitenciario, pero sus planteamientos no han sido abandonados.

«En Perú --denuncia la agencia de la Santa Sede «Fides»--, la situación de las cárceles no es de color de rosa: miles de hombres y mujeres están en detenidos sin pruebas, por "traición" y "terrorismo", acusados de apoyar a los rebeldes del grupo guerrillero Sendero Luminoso». En 1998 entró en vigor una nueva ley para combatir los crímenes cometidos por bandas de jóvenes, definidos actos de «terrorismo especial». Amnistía Internacional define las condiciones carcelarias en Perú como crueles, inhumanas y degradantes. En julio de 1999 Perú se ha retirado de la jurisdicción del Tribunal Interamericano de los derechos humanos, dejando a las víctimas sin posibilidad de apelar y de poder recibir justicia por parte de un Tribunal Internacional.