ENTREVISTA

LA SANGRE DE LOS TESTIGOS DE CRISTO DA UN EMPUJON DECISIVO AL  ECUMENISMO

El Papa y líderes cristianos recuerdan juntos a los «mártires» del siglo XX

CIUDAD DEL VATICANO, 7 mayo (ZENIT.org).- La Conmemoración ecuménica de los  testigos de la fe del siglo XX ha sido uno de los momentos más importantes  y esperados del Jubileo del año 2000. En una ceremonia sin precedentes,  Juan Pablo II, acompañado por representantes de las diferentes confesiones  cristianas recordó, en el sugerente marco del Coliseo, el ejemplo de todos  esos hombres y mujeres que en este siglo han dado la vida por Cristo. Como  él mismo reconoció, éste es quizá el siglo que más mártires ha dado a la  historia en estos dos mil años de cristianismo.

Un empuje para el ecumenismo El recuerdo de estos testigos de la fe de todas las confesiones cristianas  permitió que la celebración se convirtiera en uno de los encuentros  ecuménicos más representativos de todos los tiempos. Significativamente  estaban presentes representantes del Patriarcado ortodoxo de Moscú, que por  motivos históricos recientes suele ser reticente a participar en encuentros  con el Papa. Estaba también presente la Alianza Reformada Mundial, cuya  ausencia se había dejado notar en la ceremonia ecuménica de apertura de la  Puerta Santa de San Pablo Extramuros, en Roma, en las primeras semanas de  este año santo. Ha sido, sin duda, el encuentro ecuménico más representativo.

El espectáculo era emocionante. Cuando el sol se ponía en Roma, en un día  cubierto por nubes y algo lluvioso, representantes de la Iglesia de oriente  con sus largas barbas y sus sotanas negras, anglicanos y protestantes con  sus vistosas estolas, cardenales de la Iglesia católica con sus hábitos de  color púrpura, junto a miles de peregrinos se reunieron para recordar  juntos a esos tres millones de personas que, según los expertos, han sido  asesinados por su fe. La Comisión jubilar para los «Nuevos mártires» ya ha  registrado los nombres y apellidos de 12.692, la lista provisional será  entregada al Papa en el próximo otoño.

El Papa llegó hasta el lugar del encuentro, junto al Arco de Tito, en  procesión, acompañado por los líderes cristianos que habían dado inicio a  la ceremonia. Entre los muros desnudos del anfiteatro, destacaba un  magnífico icono de Cristo crucificado.

Recuerdos de la segunda guerra mundial En la homilía, y contrariamente a su costumbre en estas ocasiones solemnes,  Juan Pablo II dejó espacio a sus recuerdos más íntimos. Al recordar a los  hombres y mujeres martirizados a mediados de este siglo, afirmó: «Yo mismo  fui testigo en los años de mi juventud, de tanto dolor y de tantas pruebas.  Mi sacerdocio, desde sus orígenes, ha estado inscrito en el gran sacrificio  de tantos hombres y de tantas mujeres de mi generación. La experiencia de  la Segunda Guerra Mundial y de los años siguientes me ha movido a  considerar con grata atención el ejemplo luminoso de cuantos, desde inicios  del siglo XX hasta su fin, experimentaron la persecución, la violencia y la  muerte, a causa de su fe y de su conducta inspirada en la verdad de Cristo».

«¡Y son tantos!», dijo con fuerza el Papa explicando el sentido de este  encuentro ecuménico sin precedentes en la historia. «Su recuerdo no debe  perderse, más bien debe recuperarse de modo documentado. Los nombres de  muchos no son conocidos; los nombres de algunos fueron manchados por sus  perseguidores, que añadieron al martirio la ignominia; los nombres de otros  fueron ocultados por sus verdugos. Sin embargo, los cristianos conservan el  recuerdo de gran parte de ellos». Quiso recordar dos nombres en concreto, y  ninguno de los dos era católico. El del metropolita ortodoxo de San  Petersburgo, Benjamín, martirizado en 1922, y el del pastor luterano Paul  Schneider, quien desde su celda del campo de concentración de Buchenwald  afirmaba ante sus verdugos: «Así dice el Señor, yo soy la Resurrección y la  Vida».

Patrimonio de todos los cristianos De este modo, mostró cómo la sangre de los testigos de Cristo «es un  patrimonio común de todas las Iglesias y de todas las comunidades  eclesiales». «Es una herencia que habla con una voz más fuerte que la de  los factores de división --añadió--. El ecumenismo de los mártires y de los  testigos de la fe es el más convincente; indica el camino de la unidad a  los cristianos del siglo XXI».

Tras rezar juntos el mismo «Credo», los cristianos de todas las confesiones  presentes en el Coliseo escucharon textos escalofriantes escritos por  testigos de la fe en Cristo de este siglo. Las lecturas y las oraciones que  les siguieron no buscaban ser una proclamación oficial de su martirio  --para ello la Iglesia realiza un proceso mucho más institucional y  detallado--, sino más bien una evocación de los momentos y situaciones de  este siglo en los que la sangre de los cristianos ha corrido de manera  irresistible.

Testigos de la fe del siglo XX 
Fueron recordados, por tanto, en grupos. El primero fue el de los  cristianos que testimoniaron la fe bajo el totalitarismo soviético. Entre  estos testigos, el más impresionante fue sin duda el de un testigo del  gulag que se creó en las Islas Solovki. En este recinto de suplicio y  muerte, fueron asesinados juntos, proclamando la misma fe, católicos y  ortodoxos.

En segundo lugar, se recordaron las víctimas del comunismo en otras  naciones de Europa. Una católica leyó las emocionantes palabras de un  obispo ortodoxo mártir; y un sacerdote ortodoxo recordó el ejemplo del  padre Anton Luli, jesuita albanés que pasó 17 años en la cárcel y 11 en  trabajos forzados.

A continuación se conmemoraron las víctimas del nazismo y del fascismo. Se  evocó, en ese momento, el testimonio del pastor luterano alemán Paul  Schneider, en el campo de concentración de Buchenwald, que ya antes había  recordado el mismo Papa. La segunda figura proclamada en ese período fue la  de monseñor Ignacy Jez, obispo polaco, uno de los tantos sacerdotes  católicos que murieron en los campos de concentración nazis --tan sólo en  Dachau fueron asesinados casi tres mil--.

Los testigos del anuncio del Evangelio en Asia y Oceanía fueron recordados  a través de la evocación de la vida de Margherita Chou, católica china, y  de un grupo de anglicanos asesinados en un campo de concentración en Japón.

Un capítulo especial se dedicó a los discípulos de Cristo perseguidos por  odio a la fe católica. En este sentido, se recordaron de manera particular  los mártires de la persecución religiosa en España y México. Para evocar  las víctimas de la persecución religiosa de los años treinta en España, se  leyó un texto del entonces ministro de la República, Manuel Irujo, en el  que constataba los registros en las casas que tenían por objetivo la  destrucción sistemática de toda referencia a la religión cristiana en la  vida íntima de las personas. En el caso de los mártires mexicanos, se evocó  el testimonio del obispo José de Jesús Manríquez y Zárate, pronunciadas  desde el exilio de Laredo (Texas) en 1927.

Testimonios de la evangelización de África y Madagascar resonaron en el  Coliseo. En concreto se rememoraron las palabras de un seminarista que  sobrevivió a la masacre que tuvo lugar en un seminario menor de Burundi, el  30 de abril de 1997, donde 44 seminaristas hutus y tutsis fueron asesinados  por no querer identificar ante sus agresores su propio grupo étnico. El  segundo testimonio de este grupo fue el de un joven misionero baptista  canadiense, W.G.R. Jotcham, quien trabajó en la leprosería de Kàtsina, en  una zona musulmana de Nigeria, y que fue víctima de la caridad en 1938.

El recuerdo de quien ha dado su vida en América fue destacado con los casos  del obispo misionero capuchino Alejandro Labaka, quien murió a flechazos en  1987, víctima de una tribu de aborígenes que trataba de evangelizar, y de  monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, obispo de Arauca, Colombia,  secuestrado y asesinado por un grupo de guerrilleros mientras realizaba una  visita pastoral a algunas parroquias rurales de su diócesis, el 22 de  octubre de 1989. En la oración conclusiva de este grupo, se recordó también  al arzobispo de San Salvador, Oscar Romero, quien murió celebrando la  Eucaristía en marzo de 1980.

Por último se revivieron los últimos instantes de los testigos de la fe en  varias partes del mundo. En concreto, se rememoró la trágica muerte de los  monjes trapenses de Tibirin, en Argelia, víctimas de los fundamentalistas  islámicos. El segundo testimonio fue el del patriarca armenio apostólico  Karekin I, fallecido en 1999, con el que quiso evocar los sufrimientos y el  genocidio del pueblo armenio.

La celebración fue larga (unas dos horas y media), pero quienes  participaron en este encuentro ecuménico del Coliseo salieron con la  sensación de haberse convertido en testigos de uno de esos momentos que  recordarán los libros de historia al analizar los grandes momentos del  diálogo entre las diferentes confesiones cristianas. Fue un 7 de mayo de 2000. 


 

COMUNISMO, NAZISMO, GUERRAS ETNICAS..., LAS ULTIMAS PERSECUCIONES

Habla Marco Gnavi, secretario de la Comisión vaticana de «Nuevos Mártires»

CIUDAD DEL VATICANO, 7 mayo (ZENIT.org-FIDES).- Son al menos 12.000 los  nuevos mártires del siglo XX documentados por una investigación encargada  por Juan Pablo II que ha exigido cinco años. «De ella emerge sobre todo una  invitación a la unidad y a vivir con audacia las virtudes cristianas»,  declara a la agencia vaticana «Fides» el padre Marco Gnavi, secretario de  la Comisión «Nuevos Mártires» que, desde 1995, recoge y cataloga estos  testimonios. La Comisión, que depende del Comité vaticano para el Jubileo  del 2000, está presidida por monseñor Michel Hrynchyshyn, exarca de los  Ucranianos de rito bizantino en Francia. A su lado en estos años, el padre  Gnavi ha seguido y organizado el trabajo cotidiano de investigación.

--¿Cómo surgió la idea de emprender esta investigación?

-- Marco Gnavi: Las premisas de este esfuerzo hay que buscarlas en la  voluntad de Juan Pablo II que, en la «Tertio Millennio Adveniente» (n. 73),  escribe: «Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a  ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes -sacerdotes,  religiosos y laicos- han supuesto una gran siembra de mártires en varias  partes del mundo. El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de  la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos  y protestantes, como revelaba ya Pablo VI en la homilía de la canonización  de los mártires ugandeses. Es un testimonio que no hay que olvidar» (n.  37). El Papa fue testigo de las vicisitudes ligadas al totalitarismo nazi,  al comunista, vivió de cerca la experiencia del Holocausto y el sufrimiento  del pueblo polaco. De todo esto nació la intuición del pontífice de que el  martirio de los cristianos del siglo XX es un testimonio elocuente y eficaz  en la encrucijada de la historia, en la que el mal parecía haber vencido  sobre el bien. Es una herencia que el Papa pide recoger con insistencia.  Por eso nos pidió a monseñor Hrynchyshyn, a mí y a otros miembros de la  Comisión de buscar material sobre el fenómeno de la persecución religiosa  en los cinco continentes y a lo largo de todo el siglo XX.

--¿Quiénes son los «nuevos mártires»?

--Marco Gnavi: El término «Nuevos Mártires» indica sobre todo la dimensión  nueva del martirio en el siglo XX. El acento no se pone tanto en cada uno  cuanto en las generaciones de cristianos que fueron perseguidos. Iglesias  enteras y grupos de fieles sufrieron por su fidelidad a Cristo, al  Evangelio y a la Iglesia en contextos en los que, antes de matar el cuerpo,  se trató de matar el alma. En este siglo XX se intentó eliminar la  capacidad de resistencia al mal, la voluntad de reconciliación y paz.

--¿Cómo se ha hecho la recopilación de testimonios?

--Marco Gnavi: Hemos recogido información sobre más de 12.000 nuevos  mártires utilizando los canales de las Conferencias Episcopales y  congregaciones religiosas. Hemos reconstruido una geografía de los  testimonios y del sufrimiento. Había lugares inexplorados donde se  perpetraron crímenes contra la fe y la vida cristiana: santuarios e  iglesias conservan las huellas de la resistencia ofrecida por hombres  inermes. Los testimonios sobre 12.000 «nuevos mártires» nos llegaron de al  menos 80 países, en 15 lenguas diversas. Fueron recogidos, catalogados y  analizados.

--¿Considera concluido el trabajo?

--Marco Gnavi: No, nos encontramos en un primer reconocimiento de la  memoria. El resultado estimulante es que se trata de una primera ventana  abierta sobre un fenómeno muy significativo. Pero, en términos relativos,  12.000 historias son pocas. Basta pensar en la Unión Soviética, donde se  calcula que los cristianos tuvieron más de un millón de muertos, de muchos  de los cuales no conocemos ni siquiera el nombre. No hay homegeneidad en  los datos que nos han llegado, lo que nos invita a continuar estudiando el  fenómeno. Este primer reconocimiento es un inicio, no puede considerarse  exhaustivo, sobre todo teniendo en cuenta que cristianos continúan muriendo.

--¿Puede ilustrar el panorama de la persecución de los cristianos en este  último siglo?

--Marco Gnavi: En la investigación predomina la experiencia europea que  corresponde por una parte al peso histórico de las persecuciones comunista  y nazi y, por la otra, a las capacidades estructurales de las Iglesias, que  en Europa están mejor preparadas para transmitir la memoria. Nos han  llegado también muchos testimonios de Asia: en China, el martirio ha tenido  lugar --si bien en circunstancias diferentes-- desde el inicio de siglo  hasta nuestros días. Luego hay grandes capítulos relacionados con  persecuciones religiosas, como la de los armenios, los casos de Vietnam, de  Camboya y de Laos. También sobre África hemos recogido mucho material sobre  el inicio del siglo, en tiempos de la llegada de los misioneros. Pero  tenemos también los mártires de la descolonización africana y los  vinculados al genocidio sucesivo al 1989, cuando misioneros optaron por  vivir lógicas contrapuestas al etnocentrismo, muriendo predicando la  reconciliación. De América Latina, por el contrario, hemos recibido poco  material.

--¿Qué es lo que más le ha impresionado de esta investigación?

--Marco Gnavi: Una de las más relevantes es que los nuevos mártires son  hombres y mujeres inermes frente a grandes cambios que han traído una  violencia inaudita. Son personas que se presentaban inermes ante un tirano  que no era --como en las primeras generaciones cristianas-- una persona  física, sino un sistema inhumano. Además, los cristianos del siglo XX  sufrieron con frecuencia juntos, aun proviniendo de confesiones diferentes.  En los gulags soviéticos sufrían juntos evangélicos, católicos, ortodoxos.  El Papa ha insistido con frecuencia en el martirio como factor de unidad.

--¿Se dan novedades en la manera de comprender el martirio tras el estudio  de estos testimonios?

--Marco Gnavi: El mártir del siglo XX es un cristiano, que testimonia su fe  junto con otros cristianos, inerme, víctima de sistemas totalmente  superiores a él. Además, hay signos de novedad que hay que recoger, aun sin  poner en tela de juicio la terminología clásica del martirio. Pensemos en  el testimonio de las Pequeñas Hermanas de Bérgamo fallecidas en Zaire a  causa del virus Ebola: no fueron asesinadas, pero son indudablemente  testigos de un amor consciente hasta la muerte. Eran conscientes de lo que  les sucedería si se quedaban asistiendo a las personas que habían contraído  una enfermedad letal y muy contagiosa. La defensa de la vida personal para  ellas no era más grande que el amor. Es un mensaje muy claro.

--¿Qué mensaje dejan estos nuevos testigos de la fe?

--Marco Gnavi: El mártir del siglo XX es un testigo del amor, de la caridad  y del Evangelio. Su opción es siempre por la vida, no por la muerte. Las  opciones ordinarias asumen carácter extraordinario por las condiciones  excepcionales de exposición al peligro de muerte. La caridad vivida por  misioneros y laicos en situaciones ordinarias puede ser peligrosa e  implicar la muerte. El mensaje de los «nuevos mártires»» es la traducción  en términos contemporáneos y eficaces de las bienaventuranzas: laicos y  religiosos, hombres y mujeres pertenecientes a Iglesias diferentes afirman  que vale la pena resistir al mal con opciones cotidianas de amor y caridad,  de reconciliación y fidelidad al Evangelio. Estos testigos de la fe nos  hacen una invitación apremiante a tener más audacia evangélica, incluso más  allá de las diversas afiliaciones confesionales. La invitación a la unidad  es sellada por la ofrenda de la propia vida, que es asimismo una invitación  a vivir valientemente las virtudes cristianas. 


 

TESTIGOS DE LA FE DEL SIGLO XX

Los cristianos en Argelia: en la mira de los fundamentalistas 

ARGELIA: «ABANDONAR AHORA EL PAIS NO SERIA UN EJEMPLO DE FIDELIDAD A LA  VOCACION»

Entrevista con monseñor Henri Teissier, arzobispo de Argel

ROMA, 8 mayo (ZENIT.org).- Monseñor Henri Teissier, arzobispo de Argel,  lleva consigo como un tesoro la lista de quienes han dado la vida por la fe  en el país, predominantemente musulmán, y crucificado por la violencia del  islamismo radical. Con el título «Nuestros mártires», junto al nombre, sólo  una cruz al lado de la fecha da cuenta del precio de la vida que todos  ellos, veinte, desde 1985, han debido pagar por ser testigos pacíficos,  servidores del Evangelio. Entre ellos, también un obispo, monseñor Pierre  Claverie, obispo de Orán, que fue asesinado el 1 de agosto de 1996.  Entrevistado por el diario «Avvenire», el arzobispo explica la permanencia  de la Iglesia Católica en un contexto hostil, siempre amenazada por el  terrorismo islámico, donde la fe se testimonia más con la vida y el  servicio y que con las palabras.

--¿Hay hoy una «necesidad» de martirio?

--Henri Teissier: En Argelia no queríamos hablar de martirio antes de que  fueran asesinados muchos religiosos y religiosas de nuestra comunidad,  porque no estamos en este país para fabricar mártires, sino para ser  amigos. Pensamos en Jesucristo que nos ha dicho: «Amaos como yo os amo». No  nos hemos quedado en Argelia para que pueda haber mártires sino para  construir amistad entre cristianos y musulmanes.

--Pero ha habido mártires.

--Henri Teissier: Construyendo este proyecto de amistad, algunas personas,  que no han aceptado esta fraternidad, piensan que la presencia cristiana no  se debe permitir en un país musulmán. El padre Christian de Chergé,  asesinado el 21 de mayo de 1996, con otros seis hermanos de congregación,  escribió en su testamento «Jamás querría que se hablase de martirio porque  cuando se habla de un mártir se habla también de un asesino. Quiere decir  que hay una persona que ha cometido un asesinato y nosotros querríamos que  ninguna persona matase a otra».

--Argelia demuestra que el martirio existe todavía en la Iglesia

--Henri Teissier: Nuestros mártires no han sido asesinados por su fe sino  por su amistad con los vecinos musulmanes. Hay grupos que no aceptan esta  relación positiva y han asesinado. Esta amistad la han elegido los mártires  porque fueron enviados a Argelia por la Iglesia del Vaticano II justamente  para construirla, para ser signo de la apertura de la Iglesia a todos los  hombres, hermanos los unos con los otros. Han sido mártires de la caridad y  de la esperanza. En Argelia hay también un «martirio del silencio».

Hemos conocido, además del de la sangre, este martirio del expolio, cuando  todas las estructuras de la Iglesia fueron confiscadas. El «martirio del  silencio» ha llevado, sin embargo, a una acogida más fuerte, porque,  después de tantos sufrimientos y tantos muertos, la gente ha comprendido la  fidelidad de la Iglesia a la vocación a la fraternidad. Esta Iglesia sin  medios, sin fuerzas, que vive en la debilidad, ha recibido una acogida  mucho mayor que en el pasado. La Iglesia argelina ha sido privada de todo,  pero ha demostrado que Dios «no nos ha quitado nuestra misión sino al  contrario, está más presente que nunca».

--¿Qué quiere decir?

--Henri Teissier: Estamos en la sociedad argelina porque tenemos la  convicción de que hay una Palabra de Dios en el Evangelio y que esta  Palabra la podemos compartir también con los hermanos musulmanes. Esta  Palabra es un tesoro para cada hombre. Especialmente en tiempos de crisis  hemos tenido ocasión muchas veces de vivir nuestro compartir respetando la  fe del Islam pero aportando nuestros valores a la vida de la sociedad.  Abandonar ahora una sociedad como la argelina, que vive un momento difícil  de crisis, no sería un ejemplo de fidelidad a la propia vocación.

--¿Cómo es la situación actual en Argelia?

--Henri Teissier: Ha mejorado en el último año. Se están llevando a cabo  muchos esfuerzos en favor de la concordia civil y algunos grupos han dejado  las armas. Pero sigue habiendo otros que matan en lugares aislados o  incluso en las principales carreteras, como sucedió hace pocos días en la  carretera que va desde Argel al sur. El problema de la seguridad se  relaciona con el del relanzamiento de la actividad económica. Es evidente  que no se pueden crear nuevas industrias si no hay condiciones de  seguridad. Pero, al mismo tiempo, si hay más trabajo y mayores  posibilidades para los jóvenes, los terroristas dejarán de encontrar  refuerzos y nuevos secuaces. Argelia, tras la independencia, con el  socialismo, había nacionalizado toda la economía; ahora hay que encontrar  los medios para entrar en la economía de mercado. No es fácil para ningún  país ex socialista y es todavía más difícil para un país, como Argelia,  donde no hay todavía la seguridad necesaria.

--¿Qué papel está desempeñando la Iglesia en este proceso de regreso a la  normalidad?

--Henri Teissier: No tiene ninguna fuerza «política» en una sociedad como  la nuestra, en la que toda la población es musulmana y nosotros somos un  pequeño grupo de algunos miles de personas. El único peso que podemos tener  es la fuerza moral de las relaciones con nuestros vecinos y con los  compañeros de trabajo. Tras esta última crisis, hay muchos argelinos que  aprecian nuestra presencia como compromiso de fidelidad con la sociedad  argelina. Nuestra presencia es una ayuda moral, un signo de fidelidad y de  solidaridad pero las soluciones a la crisis deben venir del país y del  pueblo mismos.

--La argelina es una Iglesia que no saluda sólo a los hermanos sino también  a los musulmanes, ¿cómo se ve a los católicos en la sociedad argelina?

--Henri Teissier: El problema no está en las relaciones entre los  musulmanes y los cristianos, sino en que se de una apertura a quien es  diferente. La crisis nace del hecho de que algunos han monopolizado el  Islam proclamándose los auténticos musulmanes. Han tratado de imponer su  modo de pensar a toda la sociedad, matando a todos aquellos que no han  aceptado su visión del Islam. Tras seis o siete años de esta violencia en  nombre de la religión, la mayor parte de la gente ha comprendido que debe  aceptar la diferencia y que nadie tiene el derecho de imponerla a los otros  y mucho menos con la fuerza de la violencia. En esta diferencia, nosotros  entramos como pequeños grupos cristianos porque somos una forma de la  diferencia. Nuestros amigos musulmanes se han comprometido en el diálogo  entre el Islam y el cristianismo y están a la búsqueda de una sociedad en  la que cada uno sea respetado. Respetando al cristiano, estoy seguro que  dan un paso importante para que, luego, el musulmán sea respetado por los  demás musulmanes. La evolución de la sociedad argelina se construye con el  respeto entre los diferentes miembros de la misma sociedad, en la que  vivimos como cristianos. ZS00050806 --------------------------------------------------------

TESTIGOS DE LA FE DEL SIGLO XX TESTIGOS DE LA FE DEL SIGLO XX Andra Riccardi: Un siglo de sangre y de fe --------------------------------------------------------

UN SIGLO DE SANGRE Y DE FE Andrea Riccardi publica un libro sobre los testigos del siglo XX

CIUDAD DEL VATICANO, 9 mayo (ZENIT.org).- «El siglo de los mártires», este  es el libro que acaba de publicar en italiano (Mondadori, 526 páginas)  Andrea Riccardi, un padre de familia que no sólo ha fundado la Comunidad de  San Egidio --uno de los movimientos eclesiales con mayor crecimiento en  estos momentos-- sino que además es catedrático de Historia.

El volumen tiene en cuenta el trabajo que ya ha realizado la Comisión para  los «Nuevos Mártires» constituida por el mismo Juan Pablo II con motivo de  este Jubileo. El 7 de mayo, en una celebración ecuménica sin precedentes,  fueron recordados por el Santo Padre y por representantes de todas las  Iglesias cristianas.

Martirio de masa El resultado de la comisión se concreta, por el momento, en un elenco de  12.692 «testigos de la fe del siglo XX». La lista será entregada al Papa en  otoño y será él quien decida el uso que se hará de ella. Obviamente se  trata de un número muy inferior a la realidad. Un estudio de los expertos  vaticanos calcula que estos hombres y mujeres que han dado su vida por  Cristo en el último siglo son unos tres millones.

El siglo de los derechos humanos a diseminado la muerte precisamente entre  los discípulos de Cristo. ¿Cómo ha podido suceder algo así? Al hojear el  libro de Riccardi, en el que se presenta el testimonio de estos «testigos»  de Cristo hasta la muerte --pocos llegarán a ser proclamados «mártires»  según el proceso canónico--, la primera impresión es de sorpresa; la  segunda de conmoción.

El primero en sorprenderse ha sido precisamente Riccardi: «No puedo decir  que no estuviera informado sobre la historia de las persecuciones de este  siglo --confiesa tras haber accedido al archivo de la Comisión vaticana  para los «Nuevos mártires»--. Pero no me había dado cuenta de su amplitud y  profundidad. No nos encontramos ante historias de cristianos valientes,  sino ante un martirio de masa».

«Martirio», un concepto complicado La palabra «martirio» es la que más dificultades ha presentado, tanto para  la Comisión vaticana como para el mismo Riccardi. Juan Pablo II la ha  asociado al siglo que termina, recuerda el autor del libro, «con la  intuición de un hombre y de un pastor que se ha formado en la época de los  dos totalitarismos ateos». Su experiencia personal le hizo comprender que  el siglo XX ha sido un período en el que «la Iglesia ha vuelto a ser  mártir, a través de las figuras "comunes" que han dado la vida para no  renegar de su identidad cristiana». Ahora bien, el haber recogido todos  estos testimonios y publicarlos de manera ordenada no equivale a «un  proceso de canonización de masa», sino que responde al deber de la Iglesia  de «recuperar la memoria». Se trata de situaciones sumamente diferentes  entre sí: se va desde los «gulags» soviéticos a los campos de concentración  nazis, de las misioneras que en África han dado su vida para curar a  enfermos hasta el exterminio de los armenios. Riccardi concluye  sorprendido: «Casi en todos los países, se cuentan víctimas que han muerto  para no renegar de la fe o a causa de una vida inspirada por ella: han sido  pueblos enteros, pobres e intelectuales, cardenales y obispos. En el siglo  XX se ha tratado de asesinar a un Papa...».

El fracaso de la razón Pero, ¿por qué se ha dado este fenómeno precisamente en nuestro siglo? «Por  que se creía que había llegado el triunfo de la razón --explica el fundador  de la Comunidad de San Egidio--: la modernidad tenía que ser laicista y  antirreligiosa, y no aceptó la supervivencia del hombre creyente. Bajo su  hoz han caído millones de cristianos, pero también fieles de otras religiones».

Pero hay otro fenómeno decisivo que también subraya Riccardi: «Nunca como  en este siglo ha sido predicado el Evangelio en regiones del planeta  alejadas de los países de raíces cristianas. En muchas zonas, como por  ejemplo en Asia, los cristianos han sido víctimas del odio desencadenado  por otras religiones contra su presencia».

Por qué hacer memoria Este Jubileo será recordado de manera particular por dos acontecimientos  sin precedentes que han tenido lugar en un breve intervalo de tiempo: la  petición solemne de perdón por los pecados cometidos por los hijos de la  Iglesia y la conmemoración de los testigos de la fe de las diferentes  confesiones cristianas. «La Iglesia pide perdón y al mismo tiempo lo ofrece  --explica Riccardi--. Los cristianos han sido asesinados por regímenes  violentos, así como por otros cristianos que les persiguieron en nombre de  una mal entendida "justicia". No se hace memoria para guardar rencor, sino  para aprender. La Iglesia en el siglo XX ha sido mártir como nunca antes en  la historia, pues ha sufrido un martirio de masa. El Papa nos pide que  meditemos en la lección de todo un pueblo de testigos, la mayoría de ellos  desconocidos. Como historiador, yo me limito a reconstruir los hechos y el  contexto: espero que otros se sientan motivados a explorar esta veta». ZS00050910 -


TESTIGOS DE LA FE DEL SIGLO XX
TESTIGOS DE LA FE DEL SIGLO XX
Coliseo: La sangre de los creyentes relanza el diálogo entre los cristianos
Testigos del s. XX: Habla el secretario de la Comisión de «Nuevos Mártires»
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