DOCUMENTACIÓN

CONFESIÓN DE LAS CULPAS Y PETICIÓN DE PERDÓN
Oración universal presidida por el Papa



La solemne petición de perdón por los pecados pasados y presentes de los hijos de la Iglesia ha sido, sin duda, uno de los momentos más característicos de este Jubileo. Un acto único que tuvo su expresión culminante en la Oración Universal que presidió Juan Pablo II esta mañana en la Basílica del Vaticano y en la que le acompañaron siete cardenales de la Curia romana. Ofrecemos el texto íntegro en castellano de la plegaria tal y como aparecía en el opúsculo que fue entregado a los peregrinos que participaron en la celebración.


* * *

Monición de entrada

El Santo Padre:
Hermanos y hermanas,
supliquemos con confianza a Dios nuestro Padre,
misericordioso y compasivo,
lento a la ira y grande en el amor y la fidelidad,
que acepte el arrepentimiento de su pueblo,
que confiesa humildemente sus propias culpas,
y le conceda su misericordia.

Todos rezan unos momentos en silencio.

I. CONFESIÓN DE LOS PECADOS EN GENERAL

Un Representante de la Curia Romana:
Oremos para que nuestra confesión y nuestro arrepentimiento
estén inspirados por el Espíritu Santo,
nuestro dolor sea consciente y profundo,
y, considerando con humildad las culpas del pasado
en una auténtica «purificación de la memoria»,
nos comprometamos en un camino de verdadera conversión.

Oración en silencio.

El Santo Padre:
Señor Dios,
tu Iglesia peregrina,
santificada siempre por ti con la sangre de tu Hijo,
acoge en su seno en cada época
a nuevos miembros que brillan por su santidad
y a otros que, con su desobediencia a ti,
contradicen la fe profesada en el santo Evangelio.
Tú, que permaneces fiel
aún cuando nosotros te somos infieles,
perdona nuestras culpas
y concédenos ser entre los hombres
auténticos testigos tuyos.
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amen.


El Cantor: Kyrie, eleison; Kyrie, eleison; Kyrie, eleison.
La asamblea repite: Kyrie, eleison; Kyrie, eleison; Kyrie, eleison.
Se enciende una lámpara ante el Crucifijo.


II. CONFESIÓN DE LAS CULPAS EN EL SERVICIO DE LA VERDAD

Un Representante de la Curia Romana:
Oremos para que cada uno de nosotros,
reconociendo que también los hombres de Iglesia,
en nombre de la fe y de la moral,
han recurrido a veces a métodos no evangélicos
en su justo deber de defender la verdad,
imite al Señor Jesús,
manso y humilde de corazón.

Oración en silencio.

El Santo Padre:
Señor, Dios de todos los hombres,
en algunas épocas de la historia
los cristianos a veces han transigido con métodos de intolerancia
y no han seguido el gran mandamiento del amor,
desfigurando así el rostro de la Iglesia, tu Esposa.
Ten misericordia de tus hijos pecadores
y acepta nuestro propósito
de buscar y promover la verdad en la dulzura de la caridad,
conscientes de que la verdad
sólo se impone con la fuerza de la verdad misma.
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amén.
R. Kyrie, eleison; Kyrie, eleison; Kyrie, eleison.
Se enciende una lámpara ante el Crucifijo.


III. CONFESIÓN DE LOS PECADOS QUE HAN COMPROMETIDO LA UNIDAD DEL CUERPO DE CRISTO

Un Representante de la Curia Romana:
Oremos para que el reconocimiento de los pecados
que han lastimado la unidad del Cuerpo de Cristo
y herido la caridad fraterna,
allane el camino hacia la reconciliación
y la comunión de todos los cristianos.

Oración en silencio.

El Santo Padre:
Padre misericordioso, la víspera de su pasión
tu Hijo oró por la unidad de los que creen en él:
ellos, sin embargo, en contra de su voluntad,
se han enfrentado y dividido,
se han condenado y combatido recíprocamente.
Imploramos ardientemente tu perdón
y te pedimos el don de un corazón penitente,
para que todos los cristianos, reconciliados contigo y entre sí
en un solo cuerpo y un solo espíritu,
puedan revivir la experiencia gozosa de la plena comunión.
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amén.
R. Kyrie, eleison; Kyrie, eleison; Kyrie, eleison.
Se enciende una lámpara ante el Crucifijo.

IV. CONFESIÓN DE LAS CULPAS EN RELACIÓN CON ISRAEL

Un Representante de la Curia Romana:
Oremos para que, recordando los padecimientos sufridos
por el pueblo de Israel en la historia,
los cristianos sepan reconocer los pecados
cometidos por muchos de ellos
contra el pueblo de la alianza y de las bendiciones,
y purificar así su corazón.

Oración en silencio.

El Santo Padre:
Dios de nuestros padres,
tú has elegido a Abraham y a su descendencia
para que tu Nombre fuera dado a conocer a las naciones:
nos duele profundamente el comportamiento de cuantos,
en el curso de la historia, han hecho sufrir a estos tus hijos,
y, a la vez que te pedimos perdón, queremos comprometernos
en una auténtica fraternidad
con el pueblo de la alianza.
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amén.
R. Kyrie, eleison; Kyrie, eleison; Kyrie, eleison.
Se enciende una lámpara ante el Crucifijo.


V. CONFESIÓN DE LAS CULPAS COMETIDAS CON COMPORTAMIENTOS CONTRA EL AMOR, LA PAZ, LOS DERECHOS DE LOS PUEBLOS, EL RESPETO DE LAS CULTURAS Y DE LAS RELIGIONES

Un Representante de la Curia Romana:
Oremos para que, contemplando a Jesús,
nuestro Señor y nuestra Paz,
los cristianos se arrepientan de las palabras y conductas
a veces suscitadas por el orgullo, el odio,
la voluntad de dominio sobre los demás,
la hostilidad hacia los miembros de otras religiones
y hacia los grupos sociales más débiles,
como son los emigrantes y los gitanos.

Oración en silencio.

El Santo Padre:
Señor del mundo,
Padre de todos los hombres,
por medio de tu Hijo nos has pedido amar a los enemigos,
hacer bien a los que nos odian
y orar por los que nos persiguen.
Muchas veces, sin embargo,
los cristianos han desmentido el Evangelio
y, cediendo a la lógica de la fuerza,
han violado los derechos de etnias y pueblos,
despreciando sus culturas y tradiciones religiosas:
muéstrate paciente y misericordioso con nosotros y perdónanos.
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amen.
R.. Kyrie, eleison; Kyrie, eleison; Kyrie, eleison.
Se enciende una lámpara ante el Crucifijo.

VI. CONFESIÓN DE LOS PECADOS QUE HAN HERIDO LA DIGNIDAD DE LA MUJER Y LA UNIDAD DEL GÉNERO HUMANO

Un Representante de la Curia Romana:
Oremos por todos aquellos a quienes se ha ofendido
en su dignidad humana y cuyos derechos han sido vulnerados:
oremos por las mujeres,
tantas veces humilladas y marginadas,
y reconozcamos la formas de connivencia
de las que también se han hecho culpables muchos cristianos.

Oración en silencio.

El Santo Padre:
Señor Dios, Padre nuestro,
tú has creado al ser humano, hombre y mujer,
a tu imagen y semejanza
y has querido la diversidad de los pueblos
en la unidad de la familia humana; sin embargo, a veces,
la igualdad de tus hijos no ha sido reconocida,
y los cristianos se han hecho culpables de actitudes
de marginación y exclusión,
permitiendo las discriminaciones
a causa de la diversidad de raza o de etnia.
Perdónanos y concédenos la gracia de poder curar las heridas
todavía presentes en tu comunidad a causa del pecado,
de modo que todos podamos sentirnos hijos tuyos.
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amén.
R. Kyrie, eleison; Kyrie, eleison; Kyrie, eleison.
Se enciende una lámpara ante el Crucifijo.


VII. CONFESIÓN DE LOS PECADOS EN EL CAMPO DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA

Un Representante de la Curia Romana:
Oremos por todos los seres humanos del mundo,
especialmente por los menores víctimas de abusos,
por los pobres, los marginados, los últimos;
oremos por los más indefensos,
los no nacidos destruidos en el seno materno
o incluso utilizados para la experimentación
por cuantos han abusado
de las posibilidades que ofrece la biotecnología,
falseando las finalidades de la ciencia.

Oración en silencio.

El Santo Padre:
Dios, Padre nuestro,
que siempre escuchas el grito de los pobres,
cuántas veces tampoco los cristianos te han reconocido
en quien tiene hambre, en quien tiene sed, en quien está desnudo,
en quien es perseguido, en quien está encarcelado,
en quien no tiene posibilidad alguna de defenderse,
especialmente en las primeras etapas de su existencia.
Por todos los que han cometido injusticias,
confiando en la riqueza y en el poder y despreciando
a los «pequeños», tus preferidos, te pedimos perdón:
ten piedad de nosotros y acepta nuestro arrepentimiento.
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amén.
R. Kyrie, eleison; Kyrie, eleison; Kyrie, eleison.
Se enciende una lámpara ante el Crucifijo.

ORACION FINAL

El Santo Padre:
Oh Padre misericordioso,
tu Hijo Jesucristo, juez de vivos y muertos,
en la humildad de su primera venida
ha rescatado a la humanidad del pecado
y, en su retorno glorioso, pedirá cuentas de todas las culpas:
concede tu misericordia y el perdón de los pecados
a nuestros padres, a nuestros hermanos y a nosotros tus siervos,
que impulsados por el Espíritu Santo
volvemos a ti arrepentidos de todo corazón,
Por Cristo nuestro Señor.

R. Amen.

El Santo Padre, como expresión de penitencia y de veneración, abraza y besa el Crucifijo.

(Celebración Eucarística - Primer Domingo de Cuaresma - «Jornada del
Perdón» - Basílica Vaticana, 12 de marzo de 2000).




¿POR QUE PIDE PERDON EL PAPAPOR
LAS CULPAS DE LOS HIJOS DE LA IGLESIA?

Así respondió el mismo pontífice al encontrarse con los peregrinos

CIUDAD DEL VATICANO, 12 mar (ZENIT.org).- La Iglesia no pide perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos por razones de imagen o con segundas intenciones. Lo hace porque, a pesar de que fue fundada por Cristo, sus hijos son hombres y mujeres, como todos, capaces de ofender a Dios y a sus hermanos. De este modo, con su comportamiento, en ocasiones empañan la belleza del mensaje de Jesús. Estas son las palabras con las que Juan Pablo II aclaró este mediodía, al encontrarse con los peregrinos con motivo del rezo de la oración mariana del «Angelus», los motivos que le han llevado a pronunciar esta inédita confesión de perdón.

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¡Queridos hermanos y hermanas!

1. En el marco de fe del Gran Jubileo, hoy hemos celebrado la Jornada del Perdón. En la Basílica de San Pedro he presidido esta mañana un sugerente y solemne acto penitencial. En este primer domingo de Cuaresma, obispos y comunidades eclesiales en las diferentes partes del mundo, en nombre de todo el pueblo cristiano, se han arrodillado ante Dios para implorar el perdón.

El año santo es tiempo de purificación: La Iglesia es santa porque Cristo es su Cabeza y Esposo, el Espíritu su alma vivificante y la Virgen y los santos su manifestación más auténtica. Sin embargo, los hijos de la Iglesia conocen la experiencia del pecado, cuyas sombras se reflejan en ella obscureciendo su belleza. Por este motivo, la Iglesia no deja de implorar el perdón de Dios por los pecados de sus miembros.

2. No se trata de un juicio sobre la responsabilidad subjetiva de los hermanos que nos han precedido: esto es algo que sólo le corresponde a Dios, quien --a diferencia de nosotros, seres humanos-- es capaz de «escrutar el corazón y la mente». El acto de hoy es un reconocimiento sincero de las culpas cometidas por los hijos de la Iglesia en el pasado remoto y en el reciente, y una súplica humilde del perdón de Dios. Esto no dejará de despertar las conciencias, permitiendo que los cristianos entren en el tercer milenio más abiertos a Dios y a su designio de amor.

Mientras pedimos perdón, perdonamos. Es lo que decimos todos los días a rezar la oración que Cristo nos enseñó: «Padre nuestro... perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». ¡Que esta Jornada jubilar traiga a todos los creyentes el fruto del perdón recíprocamente concedido y acogido!

Del perdón florece la reconciliación. Esto es lo que deseamos para toda comunidad eclesial para el conjunto de todos los creyentes en Cristo y para el mundo entero.

3. Perdonados y dispuestos a perdonar, los cristianos entran en el tercer milenio como testigos más creíbles de la esperanza. Tras siglos caracterizados por violencias y destrucciones, y tras este último, particularmente dramático, la Iglesia presenta a la humanidad que cruza el umbral del tercer milenio el Evangelio del perdón y de la reconciliación, como presupuesto para construir la auténtica paz.

¡Ser testigos de esperanza! Este es también el lema de los Ejercicios Espirituales que esta tarde comenzaré con mis colaboradores de la Curia romana. Desde ahora doy las gracias a quienes me acompañarán en estos días con la oración e invoco a la Virgen, Madre de la divina Misericordia, para que nos ayude a todos a vivir con fruto el tiempo de Cuaresma.


 

LA IGLESIA ANTE LA DEMOCRACIA

Mensaje del Papa a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales

CIUDAD DEL VATICANO, 12 mar (ZENIT.org).- La Academia pontificia de ciencias sociales, instituida por el Papa Juan Pablo II en 1994 con el fin de promover el estudio y el progreso de las ciencias sociales, económicas, políticas y jurídicas, para ofrecer a la Iglesia elementos aptos para el estudio y desarrollo de su doctrina social, celebró su sexta sesión plenaria la última semana de febrero. El tema fue: «Democracia, realidad y responsabilidad».

Juan Pablo II, que se encontraba de viaje en Egipto, quiso hacerse presente en el encuentro con un mensaje fechado el 23 de febrero en el que afronta de lleno la relación de la Iglesia católica con el sistema democrático. Ofrecemos la traducción realizada por «L'Osservatore Romano».

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1. Me alegra saludaros con ocasión de la VI sesión plenaria de la Academia pontificia de ciencias sociales. Agradezco a vuestro presidente, profesor Edmond Malinvaud, y a todos vosotros, miembros de la Academia, vuestra dedicación y vuestro compromiso en la labor que realizáis por el bien de la Iglesia y de la familia humana.

Como bien sabéis, la doctrina social de la Iglesia quiere ser un medio para anunciar el Evangelio de Jesucristo en las diferentes situaciones culturales, económicas y políticas que afrontan los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En este preciso ámbito la Academia pontificia de ciencias sociales da una contribución muy importante: como expertos en las diversas disciplinas sociales y seguidores del Señor Jesús, tomáis parte en el diálogo entre la fe cristiana y la metodología científica que busca respuestas auténticas y eficaces a los problemas y dificultades que afectan a la familia humana. Como decía mi predecesor el Papa Pablo VI: "Toda acción social implica una doctrina" («Populorum progressio», 39), y la Academia contribuye a asegurar que las doctrinas sociales no ignoren la naturaleza espiritual de los seres humanos, su profunda aspiración a la felicidad y su destino sobrenatural, que trasciende los aspectos meramente biológicos y materiales de la vida. La Iglesia tiene como misión, como derecho y como deber, enunciar los principios éticos básicos que regulan los cimientos y el correcto funcionamiento de la sociedad, en la que los hombres y mujeres peregrinan hacia su destino trascendente.

2. El tema elegido para la VI sesión plenaria de la Academia, "Democracia, realidad y responsabilidad", es de suma importancia para el nuevo milenio. Si bien es verdad que la Iglesia no ofrece un modelo concreto de gobierno o de sistema económico (cf. Centesimus annus, 43), "aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica" (ib., 46).

En el umbral del tercer milenio, la democracia afronta un problema muy serio. Existe una tendencia a considerar el relativismo intelectual como el corolario necesario de formas democráticas de vida política. Desde esta perspectiva, la verdad es establecida por la mayoría y varía según tendencias culturales y políticas pasajeras. Así, quienes están convencidos de que algunas verdades son absolutas e inmutables son considerados irrazonables y poco dignos de confianza. Por otra parte, los cristianos creemos firmemente que "si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia" (ib., 46).

Así pues, es importante ayudar a los cristianos a demostrar que la defensa de las normas morales universales e inmutables constituye un servicio que no sólo prestan a las personas, sino también a la sociedad en su conjunto: dichas normas "constituyen el fundamento inquebrantable y la sólida garantía de una justa y pacífica convivencia humana y, por tanto, de una verdadera democracia" («Veritatis splendor», 96). En efecto, la democracia misma es un medio y no un fin, y "el valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve" («Evangelium vitae», 70). Estos valores no pueden basarse en una opinión cambiante, sino únicamente en el reconocimiento de una ley moral objetiva, que es siempre el punto de referencia necesario.

3. Al mismo tiempo, la Iglesia evita adherirse al extremismo o al integrismo que, en nombre de una ideología que pretende ser científica o religiosa, se arroga el derecho de imponer a los demás su concepción de lo que es justo y bueno. La verdad cristiana no es una ideología. Por el contrario, reconoce que las cambiantes realidades sociales y políticas no pueden encerrarse en estructuras rígidas. La Iglesia reafirma constantemente la dignidad trascendente de la persona humana, y defiende siempre los derechos humanos y la libertad. La libertad que la Iglesia promueve sólo se desarrolla y expresa plenamente en la apertura y la aceptación de la verdad: "En un mundo sin verdad la libertad pierde su consistencia y el hombre queda expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos patentes o encubiertos" («Centesimus annus», 46).

4. No cabe duda de que en el nuevo milenio continuará el fenómeno de la globalización, el proceso por el que el mundo se convierte cada vez más en un todo homogéneo. En este marco es importante recordar que la "salud" de una comunidad política se mide en gran parte según la participación libre y responsable de todos los ciudadanos en los asuntos públicos. De hecho, esta participación es "condición necesaria y garantía segura para el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres" («Sollicitudo rei socialis», 44). En otras palabras, las unidades sociales más pequeñas --naciones, comunidades, grupos religiosos o étnicos, familias o personas-- no deben ser absorbidos anónimamente por una comunidad mayor, de modo que pierdan su identidad y se usurpen sus prerrogativas. Por el contrario, hay que defender y apoyar la autonomía propia de cada clase y organización social, cada una en su esfera propia. Esto no es más que el principio de subsidiariedad, que exige que una comunidad de orden superior no interfiera en la vida interna de otra comunidad de orden inferior, privándola de sus funciones legítimas; al contrario, el orden superior debería apoyar al orden inferior y ayudarlo a coordinar sus actividades con las del resto de la sociedad, siempre al servicio del bien común (cf. «Centesimus annus», 48). Es necesario que la opinión pública adquiera conciencia de la importancia del principio de subsidiariedad para la supervivencia de una sociedad verdaderamente democrática.

Los desafíos globales que debe afrontar la familia humana en el nuevo milenio sirven también para iluminar otra dimensión de la doctrina social de la Iglesia: su lugar en la cooperación ecuménica e interreligiosa. En el siglo que acaba de terminar hemos asistido a un enorme progreso en la defensa de la dignidad humana y en la promoción de la paz, gracias a múltiples iniciativas. Es preciso proseguir dichos esfuerzos en la era que estamos comenzando: sin la acción concertada y conjunta de todos los creyentes, y también de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, poco puede hacerse para que la democracia genuina, basada en los valores, se convierta en una realidad para los hombres y mujeres del siglo XXI.

5. Distinguidos y estimados académicos, os expreso una vez más mi aprecio por el valioso servicio que prestáis iluminando cristianamente las áreas de la sociedad moderna donde la confusión sobre los aspectos esenciales a menudo oscurece y ahoga los nobles ideales arraigados en el corazón humano. Orando por el éxito de vuestro encuentro, os imparto cordialmente mi bendición apostólica, que complacido extiendo a vuestras familias y a vuestros seres queridos.