Santa Sede

Juan Pablo II, «angustiado», trabaja por la paz y exige paz en Oriente Medio

Shimon Peres visitó ayer el Vaticano para hablar sobre la situación actual

CIUDAD DEL VATICANO, 11 oct (ZENIT.org).- «Angustia». Este es el sentimiento que han suscitado en Juan Pablo II los episodios de violencia que tienen lugar en estos días en Oriente Medio y que están poniendo en tela de juicio los avances que había dado el proceso de paz en los últimos años.

Al encontrarse esta mañana con 38 mil peregrinos en la plaza de San Pedro del Vaticano con motivo de la audiencia general, el pontífice no pudo esconder la preocupación: «Con gran angustia estamos siguiendo la grave tensión que existe en Oriente Medio, que una vez más vuelve a estar sacudido por acontecimientos que han causado numerosas víctimas. No han quedado libres ni siquiera los lugares sagrados».

Ante una situación tan dramática, el pontífice reconoce: «no puedo dejar de exhortar a todos a que terminen cuanto antes con este torbellino de violencia».

Al mismo tiempo, invitó a «todos los creyentes» a «rezar a Dios para que los pueblos y los responsables de esa región sepan retomar el camino del diálogo para volver a encontrar la alegría de sentirse hijos de Dios, su Padre común».

El 2 de octubre pasado, al encontrarse con los peregrinos que habían llegado a Roma para participar en la canonización de 120 mártires chinos, tras los primeros enfrentamientos sangrientos, el obispo de Roma hizo un llamamiento público a los responsables de los pueblos involucrados y a la comunidad internacional «para que callen las armas, se eviten las provocaciones, se retome el camino del diálogo» (Cf. «Juan Pablo II: ¡Que "callen las armas" en Tierra Santa!» ).

Pero el compromiso de Juan Pablo II a favor de la paz en Tierra Santa no se detiene en los llamamientos públicos. La Santa Sede está desplegando todas sus energías para promover el diálogo. Ayer por la tarde, Shimon Peres, ministro de la Cooperación Regional de Israel y Premio Nobel para la Paz (1994), visitó el Vaticano para encontrarse con el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estados, y con el arzobispo Jean-Louis Tauran, secretario para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado.

Según revela un comunicado publicado por Joaquín Navarro-Valls, portavoz vaticano, «en el coloquio tuvo lugar un intercambio de opiniones sobre la dramática situación de Oriente Medio».

«Por parte vaticana --continúa explicando Navarro-Valls en un comunicado oficial-- se ha confirmado la prioridad de acabar con los enfrentamientos armados y la urgencia de una reanudación del diálogo entre las partes, en el respeto de las legítimas aspiraciones de los dos pueblos y de los acuerdos firmados»

En declaraciones ofrecidas ayer a la prensa italiana, Shimon Peres reconoció que el proceso de paz en Oriente Medio «no está muerto», aunque hay que reconocer que está «en el hospital en condiciones gravísimas».

Antes de visitar el Vaticano, Peres consideró en una rueda de prensa celebrada en Roma que «el conflicto tiene dos dinámicas, una política y otra religiosa; creo que al visitar Israel el Papa demostró que las religiones pueden encontrarse».

Para el Premio Nobel no existe el riesgo de un conflicto generalizado en Oriente Medio, pues «una sexta guerra en la región no resolvería nada». Además, subrayó que Israel ha logrado establecer óptimas relaciones con Jordania y Egipto y que ha retirado las fuerzas armadas del sur del Líbano. 


Juan Pablo II: La Eucaristía, abrazo culminante entre Dios y el hombre

Continúa las meditaciones sobre el milagro más grande del cristianismo

CIUDAD DEL VATICANO, 11 oct (ZENIT.org).- La unión plena con Dios es posible y se da en un misterioso sacramento: la Eucaristía. Este fue el tema de la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general que ofreció esta mañana.

Al encontrarse con 38 mil peregrinos de todos los continentes (había representaciones de Albania, Uganda y Vietnam), el pontífice continuó con la serie de meditaciones que ha emprendido en esta segunda parte del Jubileo del año 2000 sobre el milagro más grande del cristianismo: la presencia de Cristo en la Eucaristía.

Un misterio, que sólo se puede comprender con los ojos del amor. «En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo», dijo el Papa recordando un sugerente pasaje del Catecismo de la Iglesia Católica. De este modo, «una misma vida une Dios con el hombre, Cristo crucificado y resucitado por todos y el discípulo llamado a entregarse totalmente a Él». En definitiva: el abrazo místico al que han aspirado todos los grandes buscadores de Dios.

El tema no era fácil. El pontífice alternó citas de la Escritura, referencias teológicas y pinceladas místicas. Para explicarse, el Santo Padre citó unos versos del poeta y dramaturgo francés Paul Claudel (1868-1955), quien supo describir de manera genial este abrazo entre Dios y el hombre, poniendo en boca de Cristo estas palabras: «Ven conmigo, donde yo estoy en ti mismo, / y te daré la llave de la existencia. Allá donde estoy, allá eternamente/ está el secreto de tu origen... / (...). ¿Acaso no son tus manos las mías? / Y tus pies, ¿no están clavados en la misma cruz? / ¡Yo he muerto, yo he resucitado de una vez para siempre! Nosotros estamos muy cerca el uno del otro / (...). ¿Cómo es posible separarte de mí/ sin que tú me rompas el corazón?».

Pero, ¿cómo es posible algo así? ¿Qué lógica explica esta locura de amor de Dios por el hombre que le ha llevado a unirse con él a través del sacrificio de su hijo? Juan Pablo II explicó precisamente que no se puede entender nada sin comprender el misterio de Jesús.

De hecho, recordó, «En la Eucaristía se actualiza, ante todo, el sacrificio de Cristo. Jesús está realmente presente bajo las especies del pan y del vino, como él mismo nos asegura: "Este es mi cuerpo... Esta es mi sangre"»

Para tratar de hacer comprender lo que realmente es incomprensible, el pontífice se remontó al Antiguo Testamento, y más en concreto al pasaje de Isaías en el que se habla del Siervo del Señor que: con su sacrificio, «entregándose a sí mismo a la muerte», «cargó con el pecado de muchos».

De este modo, con el sacrificio de su Hijo, como recordó hoy el Papa, Dios hizo una nueva alianza con el hombre. La Biblia, al evocar la epopeya de Moisés, recuerda la alianza que hizo Dios con su pueblo, cuando el profeta derramó la mitad de la sangre de las víctimas del sacrificio sobre el altar, símbolo de Dios, y la otra mitad sobre la asamblea de los hijos de Israel (cf. Éxodo 24, 5-8). «Esta "sangre de la alianza" unía íntimamente a Dios y al hombre en un lazo de solidaridad --explicó Juan Pablo II--. Con la Eucaristía la intimidad se hace total, el abrazo entre Dios y el hombre alcanza su culmen. Es el cumplimiento de la "nueva alianza" que había predicho Jeremías: un pacto en el espíritu y en el corazón».

Por eso, añadió, «los fieles participan con mayor plenitud en el sacrificio de acción de gracias, propiciación, de impetración y de alabanza no sólo cuando ofrecen al Padre con todo su corazón, en unión con el sacerdote, la víctima sagrada y, en ella, se ofrecen a sí mismos, sino también cuando reciben la misma víctima en el sacramento». En definitiva: el abrazo culminante con Dios. 


Juan Pablo II rinde homenaje al poeta Paul Claudel

Utiliza sus versos para explicar el misterio de la Eucaristía

CIUDAD DEL VATICANO, 11 oct (ZENIT.org).- Juan Pablo II rindió esta mañana homenaje al poeta y dramaturgo francés Paul Claudel, citando sus versos al concluir su intervención en la audiencia general.

Karol Wojtyla, que antes de ser elegido Papa escribió numerosas poesías, publicadas en varias antologías, quiso explicar el misterio de amor de la Eucaristía citando este pasaje de «La Messe là-bas» de Claudel:

«Ven conmigo, donde yo estoy en ti mismo, / y te daré la llave de la existencia. Allá donde estoy, allá eternamente/ está el secreto de tu origen... / (...). ¿Acaso no son tus manos las mías? / Y tus pies, ¿no están clavados en la misma cruz? / ¡Yo he muerto, yo he resucitado de una vez para siempre! Nosotros estamos muy cerca el uno del otro / (...). ¿Cómo es posible separarte de mí/ sin que tú me rompas el corazón?».

Paul Claudel (1868-1955), aunque provenía de una familia católica, era un intelectual escéptico influenciado por Arthur Rimbaud hasta que, tras una tormentosa crisis, abrazó definitivamente el catolicismo. Desde 1890 hasta 1935 ejerció como diplomático. Llegó a ser cónsul y embajador en Estados Unidos, China, Checoslovaquia, Alemania, Japón y Bélgica.

Elegido académico de Francia en 1946, mantuvo una brillante correspondencia con André Gide (1869-1951). Claudel reconcilió poesía y teatro, rechazó las formas tradicionales y sustituyó las rimas y los metros fijos por el verso cadenciado, a la manera de las versiones bíblicas.

Sus obras maestras son «La anunciación de María» (1912) y «El zapato de raso» (1929), poema dramático de la vida y la muerte entendidas como secretos de Dios.

Los argumentos dramáticos se desarrollan de forma lineal alrededor de núcleos reducidos, de los que emerge un mensaje de fe concebido como posibilidad de solucionar el abismo que separa lo humano y lo sobrenatural, el mundo y Dios. 


Vaticano: Algunos países encubren la prostitución en documentos de la ONU

Denuncia de la representante papal ante la asamblea general

CIUDAD DEL VATICANO, 11 oct (ZENIT.org).- La Santa Sede ha constatado ante la ONU que cinco años después de la celebración de la Conferencia internacional de las Naciones Unidas sobre la Mujer, celebrada en Pekín, la situación de las niñas y las mujeres sigue siendo grave.

Como ya ha sucedido en otras ocasiones, una mujer tomó la palabra el lunes pasado en nombre del Papa Juan Pablo II, ante el Tercer Comité de la LV sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas que está revisando «la Declaración de Pekín y la Plataforma de Acción» que surgió de aquella polémica conferencia. El tema específico de esta sesión especial de la Asamblea General de la ONU era «Mujeres 2000: Igualdad, Desarrollo y Paz en el siglo XXI».

Lisa D’Urso, miembro de la delegación de la Santa Sede, fue clara: «A pesar de los esfuerzos para poner en práctica la Plataforma de Acción de Pekín, persisten los azotes de la pobreza, el analfabetismo, las desigualdades sociales, políticas y económicas, la injusticia, la violencia y la discriminación».

Después de los centenares de millones de dólares que se han destinado tras esta Conferencia mundial, la situación sigue siendo dramática. D’Urso constató: el «número creciente de mujeres separadas de sus hogares y de sus familias por la guerra», el impacto de la globalización y la difusión del sida.

La representante pontificia manifestó la satisfacción de la Santa Sede por algunos de los resultados la Asamblea especial de las Naciones Unidas que acabó con frenéticas negociaciones a las 4 de la mañana del pasado 10 de junio. En aquella ocasión, los delegados y delegadas de «Pekín+5» (se le dio este nombre a la cumbre, pues pretendía revisar la aplicación de la Conferencia sobre la mujer que se celebró en la capital china hace cinco años) no acogieron las propuestas de grupos de presión de grandes organizaciones internacionales y de algunas delegaciones de países occidentales que querían imponer derechos humanos nunca antes codificados, como el de «derechos sexuales» (que contemplan programas de promoción del aborto en el mundo o el reconocimiento jurídico de las parejas de hecho) (Cf. Zenit, 11 de junio de 2000).

Lisa D’Urso reconoció que «la Santa Sede muestra su agrado con el reciente documento adoptado por la Sesión Especial» del que forman parte «una visión global» de las necesidades sanitarias de las mujeres, así como las «medidas para afrontar la violencia contra las mujeres y el tráfico de mujeres y niñas».

La representante vaticana agregó que la Santa Sede estaba «especialmente complacida porque nota una comprensión clara de la necesidad que tienen todas las mujeres de acceder a los servicios sociales básicos, entre ellos la educación, el agua potable, la nutrición adecuada y los servicios sanitarios seguros».

Ahora bien, D’Urso manifestó también que es «desconcertante observar los determinados esfuerzos de algunos países» para eliminar las referencias a esos asuntos y a otros como «el papel crucial de las mujeres en la familia, la célula básica de la sociedad», la aportación general de las mujeres a la sociedad y la necesidad de «programas que permitan a los hombres y mujeres compaginar el trabajo y las responsabilidades familiares».

«En todo el mundo y en toda circunstancia --constató la delegada-- la familia desempeña un papel crucial, ya sea como elemento de estabilización en situaciones de conflicto ya sea en la educación y en el servicio de la sociedad. Todas las mujeres, prescindiendo de sus diferentes realidades, forman parte de una familia y este papel no puede ser ignorado».

«Un número creciente de países se ha comprometido firmemente a afrontar los factores profundos del tráfico de mujeres y niñas para la prostitución y otras formas de comercio sexual, matrimonio y trabajos forzados», constató con entusiasmo la representante vaticana. Ahora bien, a esta corriente se opone otra formada por «unos pocos países que han intentado, aunque sin éxito, limitar las referencias a la prostitución y a minimizar el lenguaje de Pekín para poderlo acoplar a la situación nacional propia».

D’Urso expresó su malestar porque no se haya alcanzado consenso en algunas cuestiones importantes, como la de «proteger el derecho de cualquier profesional o servicio sanitario que se niegue a cumplir, cooperar o facilitar servicios que para ellos presenten objeciones sobre la base de creencias religiosas o convicciones morales o éticas». Este derecho, afirmó, «está garantizado entre otros, por el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos». 


Fallece el cardenal Pietro Palazzini, protagonista del Concilio

Impulsó decisivamente la Congregación para las Causas de los Santos

CIUDAD DEL VATICANO, 11 oct (ZENIT.org).- A primeras horas de esta mañana, falleció en una clínica de Roma, donde se encontraba internado desde hace tiempo, el cardenal Pietro Palazzini, figura eminente del Colegio cardenalicio, prefecto emérito de la Congregación para las Causas de los Santos, ilustre jurista y teólogo moralista. Desde hace años padecía problemas cardiovasculares y recientemente había sufrido un derrame cerebral.

Nacido hace 88 años, en la provincia italiana de Las Marcas, había sido profesor de teología moral en la Universidad Pontificia Lateranense de Roma. Juan XXIII, en diciembre de 1958, le nombró secretario de la que entonces era llamada Congregación del Concilio, desempeñando un papel decisivo en la preparación del Vaticano II, en el que participó con numerosas e importantes intervenciones.

Pablo VI le creó cardenal en 1973 y Juan Pablo II, en 1980, le nombró prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, encargo que desempeñó con dinamismo y entusiasmo hasta 1988. Concluyó un número extraordinario de procesos de beatificación y canonización, entre los que se encuentran el de Maximiliano Kolbe, y el del padre Damián de Molokai.

A él se debe la concepción de la «Biblioteca de los Santos» («Biblioteca Sanctorum»), una ambiciosa obra de doce volúmenes sobre la vida de los santos y beatos. Como teólogo moralista había dado respuesta a los problemas éticos de nuestro tiempo con intervenciones claras y siempre inspiradas en la doctrina del Magisterio.

Juan Pablo II, en un telegrama de pésame enviado al primo, Lino Palazzini, recuerda su figura con pinceladas esenciales: «Insigne jurista y moralista, que durante tantos años sirvió a la Iglesia con fidelidad, competencia y admirable espíritu sacerdotal».

El mismo pontífice presidirá las exequias del cardenal Palazzini el viernes por la tarde, en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro en el Vaticano.

Tras la muerte del cardenal Palazzini, el Colegio de los cardenales queda compuesto por 142 cardenales, de los cuales 98 son electores y 44 ya han superado los ochenta años. Los cardenales italianos son 34, 17 de ellos electores.


El Vaticano a la ONU: Basta con la masiva distribución de armas ligeras

Monseñor Martino: En ocasiones, acaban en manos de los mismos niños

NUEVA YORK, 10 oct (ZENIT.org).- La Santa Sede denuncio ante la asamblea general de las Naciones Unidas la contradicción que supone prohibir el tráfico y venta de armas «ilícitas» y de hacer la vista gorda a la distribución de barmas de pequeño calibre, que acaban hoy día con un mayor número de vidas humanas.

La advertencia fue presentada por el arzobispo Renato Martino, nuncio apostólico y observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, al intervenir ante el primer comité de la LV sesión de la asamblea general de la ONU sobre el artículo 74, Desarme Completo y General, el pasado 6 de octubre.

El representante de Juan Pablo II ante el palacio de cristal de las Naciones Unidas en Nueva York recordó que el año 2000 es «el Año Internacional para la Cultura de la Paz». Ahora bien, para construir esa cultura «hace falta una acción global en los ámbitos educativos, sociales y civiles».

El panorama actual, según constató el mismo arzobispo, en este año 2000 es francamente desolador: «el número de guerras creció de manera significativa en 1999, cuando se combatieron no menos de 40 conflictos armados en los territorios de 36 países».

«Estos conflictos --denunció--, alimentados por traficantes de armas con apetitos monetarios rapaces, son un escándalo de la civilización moderna».

Martino está convencido de que «la vasta disponibilidad de armas ligeras y de pequeño calibre contribuye a la intensificación de estos conflictos».

«Es una vergüenza todavía más grande que muchas armas de pequeño calibre estén al alcance de los niños que, con una nueva forma de esclavitud, son utilizados como combatientes o porteadores por los grupos en lucha», denunció.

La contradicción es evidente: «Al mismo tiempo que se establecen normas y medidas internacionales --dijo-- para frenar el tráfico de armas lícitas e ilícitas, es necesaria ante todo una voluntad política a nivel mundial. Los estados deben ejercer su responsabilidad con respecto a la exportación, importación, tránsito y traslado de armas ligeras y de pequeño calibre».

Al concluir su intervención, monseñor Martino aplaudió el pasaje de «la Declaración de la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas en la que se reafirma "el esfuerzo para eliminar las armas de destrucción de masas, sobre todo las armas nucleares"». Se trata de un prueba de que «la cultura de paz es posible fomentando antes la voluntad moral y política». 


El obispo no es un «manager», es un «misionero de la esperanza» cristiana

Presentado a la prensa el encuentro internacional de Obispos en Roma

CIUDAD DEL VATICANO, 10 oct (ZENIT.org).- Doscientos obispos de los cinco continentes se han reunido tres días en Roma para reflexionar sobre el próximo Sínodo general del año 2001 que afrontará precisamente el tema de «la identidad y misión del obispo».

Para explicar los objetivos y alcance del encuentro, se celebró esta mañana en el Vaticano una rueda de prensa en la que participó, entre otros, el secretario de la Congregación vaticana para los Obispos, el arzobispo Francesco Monterisi.

El prelado explicó que «esta iniciativa del Ateneo universitario Pontificio "Regina Apostolorum" ha sido apoyada por la Congregación para los Obispos, que lo ha considerado como una ayuda para la preparación del Sínodo». Y aclaró que no se trata de un encuentro institucional, pues los obispos participan a título personal.

Al afrontar los argumentos que se están discutiendo en la preparación del Sínodo del año 2001, Monterisi explicó que «el obispo no es un "manager", en el sentido que no sólo gestiona una diócesis, sino que ante todo es un misionero y un servidor de la Esperanza» cristiana.

En la rueda de prensa de presentación de este encuentro, único en la historia, intervino el padre Caesar Atuire, director de la revista «Sacerdos», quien constató que en la renovación traída a la Iglesia católica, por este año santo, el Papa ha querido organizar este Jubileo de los obispos, --el lo llamó «un gran cenáculo» con los sucesores de los apóstoles reunidos en oración junto a María--. La cita se ha convertido, de este modo, en un momento decisivo para «que tenga lugar la primavera del cristianismo deseada por el Santo Padre».

El arzobispo de Bombay (India), monseñor Ivan Dias, quien también intervino en el encuentro con la prensa, explicó que «este congreso es muy útil, pues permite profundizar en el papel del obispo, como padre de todos, no sólo de los católicos: pastor de todos aquellos que se encuentran en el territorio de su diócesis».

Para explicarse, puso como ejemplo el caso de su inmensa arquidiócesis. «Es verdad que sólo somos el 3 por ciento de la población, pero cubrimos el 20 por ciento de la educación primaria, el 10 por ciento de los programas de alfabetización, el 30 por ciento de los programas de acogida y asistencia a los enfermos de sida, a los leprosos y a los discapacitados. Por este motivo, somos respetados y cada vez más personas quieren mandar a sus hijos a las escuelas católicas».


«Dominus Iesus»: Problemas ficticios y problemas reales

Opinión del obispo de Bombay sobe las polémicas en torno al texto vaticano

CIUDAD DEL VATICANO, 10 oct (ZENIT.org).- La discusión que ha surgido tras la publicación de la declaración «Dominus Iesus» de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe sobre el carácter único y universal de la salvación en Cristo salió a relucir en la rueda de prensa de presentación del congreso que reúne a unos doscientos obispos en Roma. El encuentro con los periodistas tuvo lugar esta mañana en el Vaticano

Muchos expertos consideran que el documento está dirigido en particular a los teólogos católicos asiáticos y, en particular, a los de la India. Por este motivo, era lógico el que los periodistas dirigieran prioritariamente sus preguntas al arzobispo de Bombay, monseñor Ivan Dias.

El arzobispo dejó muy claro que la declaración «Dominus Iesus» «ha sido escrita para toda la Iglesia y no sólo para los teólogos asiáticos». A continuación, confesó que no ve «nada raro en el hecho de que también nosotros, los católicos, tengamos el derecho a decir lo que somos y a anunciar lo que creemos. Decir que Jesucristo es el único salvador del mundo no significa excluir a los demás».

De hecho, explicó, en la diócesis «tengo una óptima relación con los demás grupos religiosos, que acogen con respeto nuestra identidad».

En su país, las críticas no han venido de los no cristianos, sino de algunos ambientes teológicos católicos. Monseñor Dias explicó que «se trata sobre todo de grupos que giran en torno a algunos seminarios y a alguna orden religiosa femenina. Ahora bien, estos grupos no tienen ninguna influencia sobre el pueblo de Dios. De las 115 parroquias de mi diócesis, 73 hace oración al Santísimo todos los días. Las Iglesias están llenas hasta los topes y la gente pide que se exponga el sacramento también por la noche. Nuestra comunidad católica es pequeña, pero tenemos un índice de crecimiento superior al de los países católicos, incluida Filipinas».

«Por este motivo --concluyó--, tenemos que creer en el Santo Padre, que ve en Asia el continente en el que más crecerá la evangelización en el tercer milenio».


El Papa y Roma se despiden de la Virgen de Fátima

Inesperada oración de los peregrinos al atardecer

CIUDAD DEL VATICANO, 9 oct (ZENIT.org).- La blanca imagen de la Virgen de Fátima dejó esta mañana Roma y ya se encuentra de nuevo expuesta a la veneración de los fieles en la Capilla de las Apariciones en la Cova da Iria, en Portugal.

Juan Pablo II quiso que la estatua se expusiera de nuevo ayer, en el atrio de la Basílica vaticana, con motivo de la oración de la tarde de los peregrinos del Jubileo, en la que por primera vez participó personalmente.

La noticia de este nuevo acto público con la Virgen de Fátima había corrido por Roma a toda velocidad y ya, a partir de las primeras horas de la tarde, la plaza de San Pedro se llenó de peregrinos y romanos que quisieron despedirse de María. Para las siete de la tarde ya eran varias decenas de miles. Llevaban, como se hace en Fátima y Lourdes, velas en la mano, creando así un mar de luces que iluminó el inicio de la noche romana. El Papa no habló; se limitó a rezar y a participar en la oración, guiada por el decano del Colegio de los cardenales, el purpurado beninés Bernardin Gantin.

«Hemos concluido estas estupendas jornadas marianas dedicadas al Santo Rosario con la sagrada imagen de la Virgen de Fátima entre nosotros --dijo el cardenal Gantin al saludar a los presentes--. La hemos acogido con corazón de hijos; y ahora elevamos hacia ella, hacia nuestra Madre, oraciones y cantos, en esta plaza que une los corazones, pensamientos, expectativas y angustias, los proyectos de todos los hombres y mujeres de buena voluntad».

Al final de la oración, el Santo Padre dio su bendición al mar humano, que para aquel momento ya llenaba completamente la Plaza de San Pedro. Tras una breve procesión, entre el entusiasmo y la conmoción de los fieles, la imagen de la Virgen entró en el Vaticano por el Portón de Bronce y, desde allí, fue llevada a la capilla privada del Papa, donde permaneció durante toda la noche.

Esta mañana, a las 8:30, el patio de San Dámaso, en el Vaticano, estaba vestido de fiesta para dar el último adiós a la Virgen peregrina, antes de su regreso a Fátima. Estaban presentes peregrinos portugueses, acompañados por el obispo de Leiria-Fatima, monseñor Serafim de Sousa Ferreira e Silva, quienes vinieron a acompañar a su «Vigencita» de regreso a su patria.

El cardenal Sodano, en nombre de todos los presentes, saludó a la Virgen de Fátima con estas palabras: «Virgen Santa, tu venerada imagen regresa a tu bello santuario de Fátima. Nosotros la hemos acogido con profundo sentimiento de amor, pensando en ti, que una vez más has querido decir al Santo Padre, Juan Pablo II, y a todos nosotros, sus colaboradores, que cuidas con amor de esta casa, la casa del sucesor de Pedro... Todos nosotros, oh María, queremos vivir el mensaje que nos dejaste, al aparecerte a los tres pastorcillos en Cova de Iria, comprometiéndonos a renovarnos interiormente en la fidelidad a nuestra vocación».

La Virgen fue llevada, a continuación, al aeropuerto de Ciampino, desde donde partió rumbo a Lisboa.


Peregrinos húngaros festejan en Roma el milenio del cristianismo en su país

Juan Pablo II: una ocasión única para la conversión

CIUDAD DEL VATICANO, 9 oct (ZENIT.org).- La crisis de la familia, la cultura de la vida, la esperanza que transmite la fe de los jóvenes hoy... Estos fueron los temas que trató Juan Pablo II esta mañana al encontrarse, en la Basílica de San Pedro del Vaticano con 4 mil peregrinos húngaros, llegados a Roma bajo la guía del cardenal Làszlò Paskai con motivo de su peregrinación nacional.

El momento tenía una particular solemnidad por la «feliz coincidencia», como observó el pontífice, entre dos acontecimientos extraordinarios: el gran Jubileo del año 2000 y el Milenio del cristianismo magiar, que comenzó con la entrega de la corona del Papa Silvestre II al rey San Esteban.

Durante la eucaristía que precedió la audiencia papal esta mañana, se inauguró en la misma Basílica vaticana una lápida en recuerdo de la casa para peregrinos húngaros que creó el mismo San Esteban junto a la tumba del apóstol Pedro.

Hablando del Jubileo, «como una ocasión única de conversión», en su discurso, leído por un sacerdote húngaro, Juan Pablo II recordó el compromiso de los creyentes para afrontar la «difícil crisis» que atraviesa hoy la familia y que «parece manifestar el olvido de los valores fundamentales humanos y cristianos, factores indispensables para el progreso civil y moral de la humanidad».

«Las complejas problemáticas que afectan a la institución familiar --escribió en este sentido el Papa en el discurso-- tienen que llevar a los creyentes a redescubrir y a vivir los valores del matrimonio y de la familia, tal y como son propuestos por la Iglesia, para imprimir un nuevo empuje a la construcción de la civilización del amor».

Precisamente la atención por la familia llevará a «promover a todos los niveles la cultura de la vida --añadió-- que exige la defensa de la persona humana desde la concepción hasta su ocaso, la promoción del valor de la paternidad y de la maternidad, así como el reconocimiento del papel fundamental desempeñado por la mujer en el trabajo doméstico y en la educación de los hijos».

El Papa recordó, a continuación, la reciente Jornada Mundial de la Juventud, en la que participaron varios miles de jóvenes húngaros, indicado en su testimonio y entusiasmo, en su fe jovial «un signo de esperanza para todos, que difunde aliento y exhorta a no tener miedo ante el futuro».

En el contexto de las celebraciones con motivo del milenio del cristianismo en el Estado húngaro, Juan Pablo II recibió el pasado 22 de septiembre al presidente de la República Ferenc Màdl, que al día siguiente ofreció un concierto en el Vaticano como signo de gratitud por todo lo que el Papa y la Santa Sede han hecho a través de la historia por la nación magiar (Cf. «Hungría celebra los mil años de su fundación con Juan Pablo II»).

El cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado vaticano, hizo una visita a Budapest, donde el 20 de agosto pasado presidió una solemne celebración en memoria de San Esteban (Cf. «53 años después, Budapest sale en procesión en el día de su santo patrón»). 


Juan Pablo II pone el tercer milenio en manos de María

Conmovedora ceremonia ante la imagen de la Virgen de Fátima

CIUDAD DEL VATICANO, 8 oct (ZENIT.org).- La Iglesia universal, representada por 1.500 obispos, reunidos en torno a Juan Pablo II, puso esta mañana en manos de la Virgen María el tercer milenio.

El Papa pronunció las solemnes palabras ante la imagen original de la Virgen de Fátima, que había sido traída a la plaza de San Pedro del Vaticano para esta ocasión. En el centro de la corona, se podía ver la bala que a punto estuvo de quitar la vida al pontífice el 13 de mayo de 1981. En la mano, estaba el anillo que el cardenal Stephan Wiszinski entregó al Papa Wojtyla el día de su elección y que el Santo Padre entregó a la Virgen el 12 de mayo pasado, durante su peregrinación a Fátima.

La plaza de San Pedro estaba llena hasta los topes. Los peregrinos comenzaron a llegar a primeras horas de la mañana. Un entusiasta aplauso acogió la imagen de la Virgen, traída en una procesión seguida por Juan Pablo II. No es fácil describir el entusiasmo y la alegría de la gente, cuando la estatua de la Virgen recorría los espacios de la plaza de San Pedro que habían quedado libres para que pudiera pasar: los rostros radiantes de quienes agitaban pañuelos contrastaban con las lágrimas de personas conmovidas. El sucesor de Pedro tampoco escondió su conmoción.

En la homilía, Juan Pablo II definió el espectáculo de fe y oración que tenía delante de él como un «gran cenáculo». Dirigió, ante todo, unas palabras especiales a los obispos, que en este día celebraban su Jubileo. Ha sido la reunión de obispos más grandes después del Concilio Vaticano II, clausurado hace más de 35 años.

«Ante el relativismo y el subjetivismo que contaminan buena parte de la cultura contemporánea --dijo--, los obispos están llamados a defender y promover la unidad doctrinal de sus fieles. Atentos a toda situación en que se pierde o ignora la fe, trabajan con todas las fuerzas a favor de la evangelización, preparando con este objetivo a los sacerdotes, religiosos y laicos».

Pero el momento más esperado vino al final: «Radio Vaticano» lo ha definido como una «especie de zenit» del año santo. A mediodía, el pontífice pronunció el acto de entrega de la humanidad entera a la Virgen María en la aurora del tercer milenio.

El Papa se hizo intérprete de todos los pastores del mundo al pedir a María su protección materna, implorando con confianza su intercesión ante los desafíos que esconde el porvenir: «Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera, rogándote que nos acompañes en nuestro camino. Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria, tan apasionante como rica de contradicciones».

«La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita --continuó diciendo el Santo Padre--. Puede hacer de este mundo un jardín o reducirlo a un cúmulo de escombros. Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir en las fuentes mismas de la vida: Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral, o ceder al orgullo miope de una ciencia que no acepta límites, llegando incluso a pisotear el respeto debido a cada ser humano».

«Hoy, como nunca en el pasado, la humanidad está en una encrucijada. Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente, oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús», proclamó el Papa recordando el significado profundo de este Jubileo.

El Santo Padre confió a la Madre de Dios a todos los hombres, comenzando por los más débiles: «a los niños que aún no han visto la luz y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento; a los jóvenes en busca de sentido, a las personas que no tienen trabajo y a las que padecen hambre o enfermedad. Te encomendamos a las familias rotas, a los ancianos que carecen de asistencia y a cuantos están solos y sin esperanza».

«Oh Madre, que conoces los sufrimientos y las esperanzas de la Iglesia y del mundo --concluyó--, ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas que la vida reserva a cada uno y haz que, por el esfuerzo de todos, las tinieblas no prevalezcan sobre la luz».

Al final, cuando la Virgen fue llevada a la Basílica de San Pedro, Juan Pablo II se fue subido en el «papamóvil», saludando a los miles de peregrinos que agitaban sus pañuelos. La gran mayoría, sin embargo, no se fue. Miles de personas esperaron el tiempo necesario, a veces horas, para poder ver quizá por última vez en Roma la imagen de la Virgen que mañana regresará a Portugal.


«Rosario Mundial»: Los cinco continentes reunidos en torno a María

Juan Pablo II volvió a dar gracias por su vida a la Virgen

CIUDAD DEL VATICANO, 8 oct (ZENIT.org).- La imagen de la Virgen de Fátima reunió ayer por la tarde, en torno a la plaza de San Pedro, los cinco continentes. Simultáneamente, comunidades cristianas de 150 países rezaron junto al Papa y 1.500 obispos la oración mariana por excelencia: el Rosario.

Los cinco continentes también estaban representados en Roma en el momento en que se rezaron los misterios de Gloria. Un cardenal, un obispo y una familia dirigieron un misterio en este orden: Oceanía, Asia, América, África... Al llegar el turno de Europa, la encargada de dirigir la meditación fue sor Lucía dos Santos, de 93 años, la única de los tres pastorcillos que vieron a Virgen y que todavía vive, conectada con su comunidad por satélite desde el monasterio carmelita de Coimbra.

Los niños que acompañaban a sus padres en la plaza de San Pedro, ante la imagen de la Virgen, jugaban o bailaban despreocupados, sin darse cuenta de la solemnidad del momento.

En la breve alocución que pronunció el Papa al final de la ceremonia, afirmó refiriéndose a María: «No ha habido siglo ni pueblo al que Ella no haya hecho notar su presencia, llevando a los fieles especialmente a los pequeños y a los más pobres luz, esperanza y consuelo».

El «Rosario Mundial», como ha comenzado a llamarse, coincidió en el tiempo con el primer Jubileo de los Obispos de la historia, que este fin de semana reunió en torno al Papa a 1.500 obispos, entre cardenales y prelados, pertenecientes a un centenar de conferencias episcopales.

Juan Pablo II afirmó que las plegarias del rosario están en la onda del «mensaje de Fátima», los secretos desvelados por la Virgen a los tres pastorcillos lusos Lucía, Francisco y Jacinta, y que el contenido del mismo «ayuda a la reflexión sobre la historia del siglo XX».

El mensaje, según precisó la Congregación para la Doctrina de la Fe, es una exhortación a la oración como camino para la salvación de las almas y una llamada a la penitencia y la conversión. El mensaje de Fátima está dividido en tres partes y fue revelado por la Virgen en 1917 a los tres niños en las apariciones del 13 de junio, 13 de julio y 13 de octubre de ese año.

En total, la Virgen se apareció a los pequeños en seis ocasiones, cinco en Cova da Iria --siempre los días 13 de mayo, junio, julio, septiembre y octubre-- y una el 19 de agosto en Valihnos, cerca de la Cova da Iria.

El famoso «tercer secreto de Fátima», fue desvelado este año por el Vaticano y se refiere al atentado que sufrió Juan Pablo II en la plaza de San Pedro del Vaticano el 13 de mayo de 1981, a la lucha del comunismo ateo contra la Iglesia y los cristianos y describe el inmenso sufrimiento de las víctimas de la fe en el siglo XX.


El encuentro de obispos más grande después del Concilio Vaticano II

Juan Pablo II les recuerda que Cristo no duerme, está con su Iglesia

CIUDAD DEL VATICANO, 8 oct (ZENIT.org).- No sucedía algo así desde tiempos del Concilio Vaticano II, hace más de 35 años. Ayer en la mañana se reunieron en el Vaticano, en la sala de audiencias generales, más de 1.500 obispos católicos (en todo el mundo, entre eméritos y en cargo hay 4.430) para encontrarse con Juan Pablo II con motivo del primer Jubileo de los obispos de la historia.

Fue el mismo Papa quien recordó aquellos días del Concilio ecuménico, en el que monseñor Karol Wojtyla desempeñó un papel sumamente activo: «Nuestra reunión de hoy me lleva con la mente a aquellos años de gracia, en los que se siente con fuerza, como el escalofrío de un nuevo Pentecostés, la presencia del Espíritu de Dios».

El Jubileo de los Obispos ha generado particular interés. Las presencias han superado todas las previsiones (los organizadores esperaban un máximo de 1.200 prelados). Nunca antes se había celebrado algo así: un encuentro que, como recordó el nuevo prefecto de la Congregación para los Obispos, monseñor Giovanni Battista Re, en declaraciones publicadas por Zenit, constituye un llamamiento a la conversión interior de los obispos, pues no por ser obispos dejan de ser cristianos como los demás.

El obispo hoy Por este motivo, Juan Pablo II aprovechó, en su encuentro con los prelados, para trazar los rasgos que deberían calificar el ministerio del obispo hoy: «En cuanto personas configuradas sacramentalmente a Cristo, pastor y esposo de la Iglesia, estamos llamados, queridos hermanos en el episcopado, a volver a vivir con nuestros pensamientos, con nuestros sentimientos, con nuestras decisiones, el amor y la entrega total de Jesucristo por su Iglesia».

Subrayando que toda actividad pastoral del obispo tiene como objetivo último la santificación de los fieles, Juan Pablo II afirmó que es necesario redescubrir lo que enseña precisamente el Concilio Vaticano II sobre la vocación universal a la santidad: «No es casualidad el que el Concilio se dirija ante todo a los obispos, recordando que tienen que cumplir con santidad y empuje, con humildad y fortaleza su propio ministerio, pues si lo viven así serán también un excelente medio de santificación».

Cristo no duerme Pero ser obispo hoy no es fácil, como reconoció el mismo sucesor de Pedro en la sede episcopal de Roma. En ocasiones, parecería que Cristo duerme y deja a sus ministros a la merced de las olas agitadas, como en el episodio evangélico de la tempestad calmada: «Sin embargo, nosotros sabemos que Él está siempre listo para intervenir con su amor omnipotente y salvífico. Él sigue diciéndonos: "confiad; yo he vencido al mundo"».

En la tarde de ese mismo día los 1.500 obispos volvieron a reunirse con el Papa para rezar juntos, ante la estatua de la Virgen de Fátima, que ha sido traída a Roma con esta ocasión, el Rosario Mundial, cuyo último misterio fue dirigido por Sor Lucía dos Santos, una de las tres videntes de las apariciones de María en Portugal (1917). Después, el domingo por la mañana, como conclusión de su propio Jubileo, los prelados se unieron al pontífice en un acto de oración en el que pusieron el tercer milenio en manos de la Madre de Dios.


El Papa a Guatemala: El Jubileo, momento para la reconciliación

Recibe a la peregrinación nacional del país centroamericano

CIUDAD DEL VATICANO, 8 oct (ZENIT.org).- Juan Pablo II hizo ayer, sábado, un llamamiento a la reconciliación en Guatemala con motivo de este Jubileo del año 2000, al recibir a una delegación de 150 peregrinos del país centroamericano, quienes vinieron acompañados por sus obispos.

Con los acuerdos de paz de 1996, en los que la Iglesia católica desempeñó un papel decisivo, Guatemala dejó a sus espaldas 16 años de sangrienta guerra civil que costó la vida a unas 150 mil personas.

El Papa, que definió la peregrinación guatemalteca como una «profunda experiencia de reconciliación con Dios y con los hermanos», recordó que «con el significativo gesto de entrar por la Puerta Santa, la Iglesia invita a sus fieles a dejar atrás toda huella de pecado, gustar de la infinita misericordia de Dios y, alentados así por su gracia, volver los ojos hacia Cristo, el único Salvador del género humano».

«Por eso --añadió-- el Jubileo refuerza y da nuevo impulso a nuestra esperanza, al liberarnos del peso de las esclavitudes pasadas y permitirnos levantar la vista hacia lo alto, donde, como en el cielo estrellado indicado a Abraham, se manifiesta la grandeza inconmensurable de las promesas divinas y el auténtico futuro de la humanidad liberada».

La esperanza de Guatemala, alentada por la nueva era de paz, fue descrita por Juan Pablo II al recibir al nuevo embajador de Guatemala ante la Santa Sede, Acisclo Valladares Molina (Cf., Zenit, 15 de junio de 2000), quien ahora se ha desvivido para hacer posible esta peregrinación nacional.

El obispo de Roma, que visitó dos veces el país centroamericano, en 1983 y en 1996, exhortó a los guatemaltecos a aprovechar «el legítimo sentimiento patrio para promover el compromiso común de construir un futuro mejor para todo el pueblo, libre de tensiones internas y discriminaciones, solidario en las necesidades de cada persona o grupo, fuerte ante las adversidades y creador de nuevos espacios para la civilización del amor».

«Esto será un precioso fruto jubilar --concluyó el pontífice--, pues abrirá las puertas a nuevas esperanzas de transformar el mundo y hacer posible, con la gracia y el poder de Dios, que "las espadas se cambien por arados y al ruido de las armas le sigan los cantos de paz", como dice la Oración del Jubileo».


Cardenal Ratzinger: Se critica la «Dominus Iesus» sin haberla leído

Responde a las críticas en una entrevista al «Frankfurter Allgemeine»

CIUDAD DEL VATICANO, 8 oct (ZENIT.org).- El cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, asegura que las polémicas suscitadas por la declaración «Dominus Iesus», redactada por el organismo vaticano que preside, han sido provocadas por quienes no han comprendido el significado del documento o no lo han leído.

El purpurado bávaro hace estas declaraciones en una amplia entrevista concedida al diario alemán «Frankfurter Allgemeine». Significativamente el diario oficioso de la Santa Sede, «L’Osservatore Romano», publica hoy extensos pasajes de la misma.

Con tanta polémica, explica Ratzinger, algunos han perdido el sentido de la declaración: «un solemne reconocimiento de Jesucristo como Señor en el momento culminante del año santo», recordando así lo esencial de este Jubileo, por encima de los grandes encuentros o manifestaciones externas. La redacción del texto, aclara, «ha sido seguida momento a momento con gran atención» por el Papa.

Ahora bien, este argumento central y primario del documento, parece haber sido totalmente olvidado por las reacciones que siguieron a su publicación (5 de septiembre). El cardenal confiesa que se ha «aburrido» al escuchar algunas reacciones basadas en un vocabulario repetitivo y lleno de conceptos como «fundamentalismo, centralismo romano, absolutismo, que nunca faltan», pero que no afrontan las cuestiones concretas planteadas. Se trata de «una crítica predefinida» hacia todo lo que publique la Congregación para la Doctrina de la Fe, independientemente del tema.

De hecho, revela que no todo el mundo protestante (no es casualidad que la entrevista la haya ofrecida a un periódico con un elevado número de lectores cristianos de esta confesión) ha reaccionado de este modo a la publicación de «Dominus Iesus». Según Ratzinger, han entendido lo esencial del texto personajes como Manfred Kock, presidente del Consejo de las Iglesias Evangélicas Alemanas, el teólogo Eberhard Jüngel y el doctor George Carey, primado anglicano.

Los temas del ecumenismo y de la eclesiología se han convertido en asuntos centrales del debate surgido tras la publicación de la declaración, mientras que en el texto sólo se tocan brevemente.

El entrevistador constata en la entrevista que los luteranos se han ofendido por el hecho de que el documento no les considera como parte de una «Iglesia» sino más bien de «una comunidad eclesial». Se trata de una polémica absurda, reconoce. «No ofendemos a nadie al decir que las estructuras evangélicas (es decir, luteranas n.d.r.) efectivas no son Iglesia en el sentido en que lo quiere ser la Iglesia católica. Ellas no quieren serlo». Los mismos evangélicos o luteranos rechazan un concepto así de Iglesia, por considerarlo demasiado tradicional (sucesión apostólica) o institucional. La cuestión, por tanto, «no es si las Iglesias existentes son Iglesia en un mismo modo, algo que evidentemente no es así, sino más bien en qué consiste (o en qué no consiste) la Iglesia».

El purpurado explica que el Concilio Vaticano II no utilizó la expresión de Pío XII, según la cual, «la Iglesia católica romana es la única Iglesia de Jesucristo», sino que prefirió la expresión «La Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él», porque quería afirmar «que el ser de la Iglesia en cuanto tal es una identidad más amplia que la Iglesia católica romana», pero esto no significa que lo sea de manera parcial o menor.

Entre los motivos que han impedido comprender el significado de la declaración, Ratzinger atribuye una gran importancia a la «politización» de las cuestiones doctrinales: «El Magisterio es considerado como un poder al que hay que contraponer otro poder», es decir, la opinión pública en la que, según esta visión, los teólogos desempeñan un papel decisivo.

Ante estas críticas, el cardenal alemán confiesa, sin embargo, que «se conmovió» al encontrarse con dos misioneros en África que le dijeron que estaban esperando esas palabras «desde hace mucho tiempo».

Por lo que se refiere a la redacción de la declaración, el purpurado responde a las críticas de quien considera que se escribió sin contar con la opinión del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Recuerda que los máximos responsables de ese organismo vaticano «han participado activamente en la redacción» y, si se han ausentado de alguna sesión por otros compromisos, «han recibido toda la documentación y han expresado sus observaciones por escrito».

El cardenal refuta las opiniones de quien afirma que el texto carece de diplomacia. Afirma que «la verdad siempre da fastidio y nunca es cómoda». Concuerda con el arzobispo alemán Walter Kasper, secretario del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, quien considera que la polémica suscitada por la declaración se debe a «un problema de comunicación», pues no es fácil conciliar el lenguaje teológico con el de los periódicos. «Pero, entonces, el texto tiene que ser traducido, no despreciado», considera.


El Papa premia a los doce niños vencedores del concurso literario del Jubileo

Los padres de uno de los ganadores reciben el Bautismo en el Vaticano

CIUDAD DEL VATICANO, 12 oct (ZENIT.org).- Juan Pablo II recibió esta mañana en audiencia a los vencedores del concurso para niños y muchachos sobre el gran Jubileo convocado por el Comité vaticano para este año santo. Se trata de nueve chicos y chicas de los cinco continentes, que llegaron acompañados por sus padres. El premio consistía precisamente en un viaje con estancia en Roma y en una medalla del pontificado, que les entregó personalmente el mismo Santo Padre.

Se trataba de un concurso literario convocado en la primavera de 1999, que preveía tres categorías: la reservada a los niños, en la que se han clasificado en los tres primeros lugares Pedro Cervantes Rubio (España), Karel Beldad (Perú) y Kristine Calado (Estados Unidos); la de los pre-adolescentes en la que ganaron Jeffry Yap (Indonesia), Jessica Healy (Australia) y Pierre Dinba (Camerún), quien no ha podido viajar a Roma; y la de los adolescentes, en la que vencieron Antonio Salzano (Italia), Eva Capkovicova (Eslovaquia) y Stephanie Cherenfant (Haití).

Sin esconder la emoción, los muchachos y sus familias agradecieron la acogida que les ofreció el Papa con aplausos y alguna que otra lágrima de los papás.

Las mejores composiciones han sido recogidas en un libro, que presentó hoy a Juan Pablo II el cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité vaticano para el Jubileo. En sus escritos, los pequeños cuentan la manera en que su familia, amigos, parroquia... está viviendo el Jubileo.

Antes de que el Papa entregara los premios a los pequeños, los vencedores del concurso participaron en una misa celebrada por el arzobispo Crescenzio Sepe, secretario general del Comité vaticano para el Jubileo, en la Capilla Paulina del Vaticano. Durante la eucaristía, los padres indonesios de Jeffry Yap, de 12 años, primer clasificado en la categoría de los pre-adolescentes, recibieron el bautismo. Han escogido, como nombres cristianos, José y María.

«Vosotros sois testigos de que la Iglesia católica, universal, misionera, está viva en el mundo. Sois testigos de que Cristo nos sigue llamando a cada uno de nosotros, incluso a través de un medio tan sencillo como es un concurso», les dijo monseñor Sepe en la homilía.

Jeffry Yap, viene de la diócesis de Atambua, donde han encontrado refugio muchos de los cristianos perseguidos en el conflicto que tiene lugar en las Islas Molucas. Habla de la oración como «la comunicación entre los hombres y Dios... Además, no sé si sabéis --explica-- que a través de la oración podemos ayudar a nuestros amigos, especialmente a los que sufren; por ejemplo a nuestros amigos de Ambon, Dili, Sambas, Aceh, y de otros sitios».

El encuentro con el Papa ha sido el momento culminante de la «peregrinación-premio» ofrecida por el Comité central del Jubileo a los nueve vencedores y a sus familias. El martes pasado, tras llegar a Roma, visitaron las Catacumbas de San Calixto y después continuaron recorriendo las basílicas jubilares. El miércoles visitaron Nápoles y sus estupendos alrededores. El viernes viajarán a Asís. El sábado, 14 de octubre, tendrán tiempo para admirar los Museos Vaticanos antes de unirse a muchos niños como ellos en el Jubileo de las familias.