DOCUMENTACIÓN


JUBILEO DE LOS PERIODISTAS

 

EL PAPA AGRADECE A LOS PERIODISTAS LA MANERA EN QUE LE HAN TRATADO

Concluye el Jubileo de siete mil profesionales de la comunicación

CIUDAD DEL VATICANO, 4 junio (ZENIT.org).- El Jubileo de los periodistas, en el que han participado unos siete mil profesionales del mundo de la comunicación, culminó poco después de este mediodía con un encuentro con el Papa.

Durante el encuentro, que tuvo lugar en la sala de audiencias del Vaticano, Juan Pablo II confesó: «He deseado vivamente tener este encuentro vosotros, queridos periodistas, no sólo por la alegría de unirme a vuestro camino jubilar, como estoy haciendo con otros muchos grupos, sino también por el deseo de zanjar una deuda personal de gratitud que tengo con los innumerables profesionales que, a través de los años de mi pontificado, han trabajado para dar a conocer las palabras y los hechos de mi ministerio».

«Por todo este compromiso, por la objetividad y la cortesía que han caracterizado gran parte de este servicio, estoy profundamente agradecido y pido al Señor que le dé a cada uno de ustedes una adecuada recompensa», les dijo el pontífice.

En representación de todos los presentes, dieron la bienvenida al Santo Padre, el arzobispo John Foley, presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales y Teresa Ee-Chooi, presidente de la Unión Católica Internacional de Prensa (UCIP).

Ética y periodismo
El pontífice se detuvo a analizar el sentido de la vocación de esos cristianos que están comprometidos en el mundo de la comunicación, para poner de manifiesto un punto fundamental de la cuestión ética propia de su trabajo. Observó que «con su enorme y directa influencia en la opinión pública, el periodismo no puede ser guiado sólo por fuerzas económicas, por el provecho o por intereses partidistas. Tiene que ser sentido, por el contrario, como una tarea en cierto sentido sagrada, ejercida con la conciencia de que los poderosos medios de comunicación son confiados a los periodistas para el bien de todos, y en particular para el bien de las capas más débiles de la sociedad: desde los niños hasta los pobres, desde los enfermos hasta las personas marginadas y discriminadas».

«No se puede escribir o transmitir sólo en función del índice de audiencia, a despecho de servicios verdaderamente informativos --añadió el Santo Padre--. Tampoco se puede apelarse de manera indiscriminada al derecho da la información sin tener en cuenta los demás derechos de la persona. Ninguna libertad, incluida la libertad de expresión es absoluta: tiene su límite en el deber de respetar la dignidad y la libertad de los demás».

Juan Pablo II quiso agradecer también al Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales por el documento que acaba de publicar sobre la ética en las comunicaciones y aseguró que es posible ser al mismo tiempo auténticos cristianos y excelentes periodistas. Es más, concluyó, «el mundo de los medios de comunicación tiene necesidad de hombres y mujeres que día a día se esfuercen por vivir mejor esta doble dimensión».

Poco antes, en la misma sala de las audiencias del Vaticnao, los periodistas que procedían de 60 países de todos los continentes, participaron en la misa jubilar, celebrada por el cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité central del Gran Jubileo. El purpurado vasco-francés, en la homilía, explicó la manera en que el Evangelio puede iluminar su profesión periodística: una profesión que no deja de cambiar especialmente tras la irrupción de las tecnologías multimediales que anulan el tiempo y la distancia. «Algunos han llegado a predecir que entramos en una era de información sin periodistas --recordó--. A veces os sentís frustrados o incluso desposeídos de vuestra función ancestral de escoger, verificar, interpretar los acontecimientos».

Tras exponer los nuevos interrogantes que plantea el mundo de la información, el cardenal se detuvo a analizar la complicada relación entre la Iglesia y los medios de comunicación. Se trata de una relación difícil, «pues la Iglesia, como su Señor, siempre será colgada en la picota de la opinión pública. Y si es verdad que el Evangelio es una Noticia, una "Buena Noticia" que debe ser confiada a todos los medios de comunicación, la paradoja de la Iglesia con respecto a los medios de comunicación consiste en que ella nunca es tan fiel a su misión como cuando invita al misterio y lleva a la interioridad, a la contemplación; pero también entonces cada periodista está llamado a ser en cada circunstancia el ángel del Altísimo».


 

PERIODISMO: LA PROFESION DEL TESTIMONIO

Encuentro de líderes de la Iglesia con periodistas de los cinco continentes

CIUDAD DEL VATICANO, 4 junio (ZENIT.org).- Ningún periodista, creyente o no creyente, ningún medio de comunicación, independientemente de su orientación, tiene derecho a rechazar una ley elemental: «el respeto de la verdad y la libertad». Lo afirmó el cardenal Angelo Sodano, brazo de derecho de Juan Pablo II en la guía de la Santa Sede, como secretario de Estado vaticano, al intervenir el viernes pasado en un encuentro con periodistas que se encontraban en Roma para participar en su propio Jubileo.

Se trataba de un encuentro sin precedentes organizado en el sala de audiencias generales del Vaticano. Las butacas del público estaban ocupadas por unos mil periodistas de los cinco continentes, que pudieron exponer sus preguntas. El satélite debía conectarles con otros colegas de Washington, Johannesburg, Manila y Ciudad del México. Sin embargo, como frecuentemente sucede en estas ocasiones, las nuevas tecnologías fallaron en el último momento, y tan sólo funcionó la conexión con Estados Unidos y Sudáfrica. En la mesa de la presidencia, junto al cardenal Sodano, se encontraba el arzobispo John Foley (presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales), François Xavier Nguyen Van Thuan (su homólogo en el Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz), Diarmuid Martin (secretario de ese mismo organismo vaticano) y monseñor Celestino Migliore, (subsecretario para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado vaticana).

La Iglesia, en primera fila en el frente de la paz
Ante un público tan internacional, el cardenal Sodano, al introducir el encuentro, habló sobre el compromiso de la Santa Sede a favor de la paz en el mundo, asegurando que «no disminuirá nunca». «Está en juego el destino de la humanidad», subrayó el secretario de Estado. De modo que, también en el siglo XXI, la acción de la Iglesia continuará con la línea que han seguido cada uno de los Papas del siglo XX --desde Benedicto XV hasta Juan Pablo II--. El pontífice debe ser «un buen samaritano en el camino del mundo que ayuda, en primer lugar, al que sufre a causa de las guerras y que interviene para prevenir nuevos conflictos».

Por lo que se refiere al trabajo realizado por la diplomacia vaticana, el purpurado observó: «Algunos querrían que actuáramos en la escena mundial de manera más batallera, otros prefieren una acción discreta y metódica, según el método clásico de la diplomacia internacional; alguno querría denuncias públicas; otro preferiría que la Santa Sede se dedicara a una acción profunda y silenciosa para asistir a quienes gobiernan. Los métodos pueden variar, pero hay algo seguro: el compromiso de la Santa Sede a favor de la paz no disminuirá nunca. Está en juego el destino de la humanidad».

Una de las preguntas de los periodistas presentes en la sala vaticana versó sobre el problema de la deuda externa. «¿Están ustedes contentos con los resultados alcanzados?», se le preguntó a monseñor Martin, secretario de Justicia y Paz. El prelado, aunque recordó que el tema ha llamado la atención de la opinión pública internacional en los últimos años («la condonación es experimentada cada vez más como una necesidad económica y moral»), confesó su desilusión ante el comportamiento de las naciones ricas. «Los resultados no han estado a la altura de nuestras expectativas --constató--. Ni siquiera se han respetado las promesas hechas nada más y nada menos que en tres encuentros del G8».

Cristo, el gran periodista
Ese viernes, segunda jornada del Jubileo de los periodistas, había comenzado con una conferencia sobre «Verdad y testimonio» dictada por el cardenal Darío Castrillon Hoyos. Según el prefecto de la Congregación vaticana para el Clero, los periodistas del año 2000 pueden inspirarse incluso en su actividad profesional del ejemplo de Cristo, «el gran comunicador del Dios Padre, el gran periodista de la historia». Pues, concluyó el purpurado colombiano, «también el periodismo tiene necesidad de santos».


 

 JUBILEO DE LOS EMIGRANTES

JUAN PABLO II: NO SE PUEDE SER RACISTA Y CRISTIANO

Concluye el Jubileo del sexto continente: emigrantes, refugiados, gitanos...

 

CIUDAD DEL VATICANO, 4 junio (ZENIT.org).- El 2 de junio pasado, la plaza de San Pedro del Vaticano se convirtió en el escenario de una fiesta multiétnica en la que participaron 30 mil emigrantes, refugiados, gitanos, trabajadores del mundo del circo, marineros, etc., conformando así una imagen plástica del carácter «católico» de la Iglesia. En la eucaristía con la que culminó el Jubileo de los emigrantes e itinerantes, Juan Pablo II dejó muy claro que no se puede ser católico y racista al mismo tiempo.

«Todavía hoy no faltan en el mundo actitudes de cerrazón e incluso de rechazo, debidas a injustificados miedos y al repliegue en los propios intereses», denunció el pontífice. Sin embargo, se trata de «discriminaciones que no son compatibles con la pertenencia a Cristo y a la Iglesia. Es más, la comunidad cristiana está llamada a difundir en el mundo el fermento de la fraternidad y de la convivencia en las diferencias».

En la plaza de San Pedro escuchaban al Santo Padre unas treinta mil personas que enarbolaban banderas de diferentes países y estandartes de las ciudades portuarias. Personas de color, indígenas, gitanos, vestidos con colores intensos, daban vida al encuentro con el Papa. El acompañamiento musical fue protagonizado, en diversos momentos, por melodías latinoamericanas, coros sagrados y por un nostálgico violín gitano. La mayoría de los presentes eran filipinos, pues constituyen la comunidad de emigrantes católicos más numerosa de Italia.

Juan Pablo II subrayó dos conceptos. El primero retomaba las palabras que pronunció Pablo VI en la clausura del Concilio Vaticano II: «Para la Iglesia católica nadie es extranjero, nadie es excluido, nadie está lejos». En la Iglesia, «no hay extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios».

El segundo concepto lo formuló con una petición: «en una sociedad como la nuestra, compleja y marcada por múltiples divisiones, la cultura de la acogida requiere ser conjugada con leyes y normas prudentes y de amplios horizontes» que permitan valorar «los aspectos positivos de la movilidad humana, previniendo sus posibles manifestaciones negativas».

Al concluir la homilía, el Papa afirmó que la Iglesia tiene una propuesta precisa: trabajar para que nuestro mundo, al que se le suele definir como una aldea global, «sea de verdad más unido, más solidario y más acogedor».

Durante el ofertorio, representantes de los más de 22 millones de refugiados y de los 50 millones de prófugos que hay en el mundo, entregaron al Papa una «Carta jubilar de los derechos de los refugiados y de los prófugos», en la que se reclama, entre otras cosas, el derecho a no ser expulsados de las fronteras, el derecho a ser escuchados por una autoridad competente, el derecho a vivir de manera digna, el derecho de los países más pobres a ser ayudados por los países más ricos, el derecho de las familias separadas por la emigración a volver a unirse, el derecho de los menores de edad y de los ancianos a una protección social, el derecho de los niños y adolescentes a la educación, a la asistencia médica, al derecho de los refugiados a un regreso digno y seguro a su patria, el derecho de los apátridas a una patria.

Uno de los regalos que ofreció la Santa Sede a los participantes en el Jubileo de los Emigrantes fue un concierto que tuvo lugar en la sala de las audiencias generales del Vaticano. Por primera vez en la Ciudad Eterna se ejecutó la edición integral de «Mass», obra de Leonard Bernstein, que mezcla con un lenguaje intensamente comunicativo varios géneros musicales: desde el rock hasta el blues, desde el pop hasta la música sinfónica.