ATENÁGORAS DE ATENAS

 

Atenágoras debió de convertirse al cristianismo después de haber seguido estudios de retórica y de filosofía: sus escritos están llenos de erudición y de los recursos estilísticos propios de los oradores y escritores de la época. Se conserva de él una Súplica en favor de los cristianos y un tratado Sobre la resurrección. La primera de estas obras fue escrita hacia el año 177 e iba dirigida a los emperadores Marco Aurelio Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, con el intento de mostrar que las doctrinas de los cristianos eran plenamente razonables y su modo de vida inocente.

En particular se ocupa de refutar tres de las calumnias más graves de que se acusaba a los cristianos: la de que son ateos, pues no dan culto a los dioses comúnmente reconocidos; la de que practicaban el canibalismo, y la de que se entregan a uniones incestuosas. Para ello explica la naturaleza una y trina del Dios de los cristianos y la gran elevación moral de su modo de vida. El tratado Sobre la resurrección intenta mostrar la razonabilidad de esta creencia por medio de argumentos filosóficos y congruencias analógicas.

JOSEP VIVES-JOSEP

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ATENÁGORAS DE ATENAS, contemporáneo de Taciano, se conserva una Súplica en favor de los cristianos, escrita hacia el 177 y dirigida a Marco Aurelio y a su hijo Cómodo, asociado al Imperio; está escrita con elegancia y moderación, con abundantes citas paganas, y en ella refuta las acusaciones acostumbradas: los cristianos no son ateos, sino monoteístas, como algunos de los mejores pensadores paganos; no son culpables de canibalismo, pues aborrecen el asesinato, y por eso no van al circo y respetan la vida del niño más pequeño; no sólo no organizan las orgías de que se habla, sino que tienen en gran aprecio la castidad. De este mismo autor se conserva además un discurso Sobre la resurrección de los muertos, donde explica que lejos de ser imposible o inconveniente para Dios que los muertos resuciten, es muy razonable, para que el cuerpo reciba con el alma el premio o el castigo de las obras en cuya ejecución también participó.

Trata Atenágoras, por primera vez, de demostrar filosóficamente que sólo puede haber un Dios. Explica, con más claridad que los anteriores, la divinidad del Logos, evitando aun las apariencias de subordinacionismo; utiliza también alguna expresión especialmente afortunada al hablar de la Trinidad, aunque usa el término «emanación» al referirse al Espíritu Santo. Habla también de la existencia de los ángeles. Al explicar cómo los cristianos han recibido la doctrina que profesan, contrapone la inseguridad de las enseñanzas de los filósofos con la certeza de la revelación hecha por Dios a unos hombres elegidos. Trata también del aprecio a la virginidad y de la indisolubilidad del matrimonio, que está orientado hacia la procreación.

MOLINÉ



TEXTOS

 

I. Dios uno y trino.

80 Que el Dios creador de todo este universo es uno desde el principio, podéis considerarlo de la siguiente manera, para que tengáis el razonamiento de nuestra fe. Si desde el principio hubiese habido dos o más dioses, hubiesen tenido que estar o bien los dos en un mismo lugar, o cada uno separado en el suyo. Pero no podían estar en un solo y mismo lugar, porque, si son dioses, no son semejantes, sino que, siendo increados han de ser desemejantes. En efecto, las cosas creadas son semejantes a sus modelos, pero las increadas ni se asemejan a nadie, ni proceden de nadie, ni tienen relación alguna con nadie... Y si cada uno de ellos ocupa su propio lugar, el que creó el mundo estará más alto que todas las cosas creadas, por encima de las cosas que él creó y ordeno. ¿Dónde estará el otro, o los otros? Si el mundo tiene figura esférica y está limitado por los círculos celestes, y el creador de este mundo está por encima de todo lo creado manteniéndolo con su providencia, ¿cuál es el lugar propio do otro o de los otros dioses? No está en este mundo, pues es del otro; ni está alrededor del mundo, porque sobre el mundo está el Dios creador del mundo, pues todo lo que está alrededor del mundo está mantenido por éste. ¿Dónde está? ¿Por encima del mundo y del mismo Dios, en otro mundo y alrededor de otro mundo?... Entonces ya no está alrededor de nosotros, ni tiene poder sobre nuestro mundo, ni es grande en su propio poder, pues lo ejerce en un lugar limitado...

Sin embargo, si nos contentaremos con estos argumentos de razón, se podría pensar que nuestra doctrina es humana; pero son las palabras de los profetas las que dan credibilidad a nuestros razonamientos, y pienso que vosotros, que sois amicísimos del saber e instruidísimos, no dejáis de estar iniciados en los escritos de Moisés, de Isaías, de Jeremías y de los demás profetas, que saliendo de sus propios pensamientos y movidos del Espíritu divino, hablaron según eran movidos, pues el Espíritu se servia de ellos como el flautista de la flauta en que sopla. ¿Qué decían, pues, los profetas? «El Señor es nuestro Dios: ningún otro será tenido por Dios junto a él» (Ex 20, 2-3). Y en otro lugar: «Yo soy Dios primero y después, y fuera de mí no hay otro Dios» (Is 44, 6)...

He mostrado, pues, suficientemente que no somos ateos: admitimos un solo Dios, increado, eterno, invisible, impasible, incomprensible, inmenso, que sólo puede ser alcanzado por la razón y la inteligencia, rodeado de luz, de belleza, de espíritu, de fuerza inexplicable. Por él ha sido hecho el universo, y ha sido ordenado y se conserva, por medio de su Verbo. Y creemos también en un Hijo de Dios. Que nadie tenga por ridículo eso de que Dios tenga un Hijo. Porque no pensamos sobre Dios Padre o sobre su Hijo a la manera de vuestros poetas que hacen fábulas en las que presentan a dioses que en nada son mejores que los hombres, sino que el Hijo de Dios es el Verbo del Padre en idea y operación, pues con relación a él y por medio de él fueron hechas todas las cosas, siendo el Padre y el Hijo uno solo. Y estando el Hijo en el Padre y el Padre en el Hijo, en unidad y potencia de espíritu, el Hijo de Dios es inteligencia y Verbo del Padre. Y si se os ocurre preguntar con vuestra extraordinaria inteligencia qué quiere decir «hijo», os lo diré brevemente: El Hijo es el primer brote del Padre, pero no como hecho, ya que desde el principio Dios, que es inteligencia eterna, tenía en si al Verbo y era eternamente racional, sino como procediendo de Dios cuando todas las cosas materiales eran naturaleza informe y tierra inerte y estaban mezcladas las más pesadas con las más ligeras, para ser sobre ellas idea y principio activo. Y concuerda con este razonamiento el Espiritu profético que dice: «El Señor me crió como principio de sus caminos para sus obras» (Prov 8, 22). Y en verdad, el mismo Espíritu Santo que obra en los que hablan proféticamente, decimos que es una emanación de Dios, que emana y vuelve como un rayo de sol. Realmente uno no puede menos de maravillarse al oir llamar ateos a los que admiten a un Dios Padre, y a un Dios Hijo y a un Espíritu Santo, mostrando su potencia en la unidad y su distinción en el orden. Y no se acaba aquí nuestra doctrina teológica, sino que afirmamos que se da una multitud de ángeles y ministros, a quienes el Dios creador y artífice del mundo, por medio del Verbo que está en él, distribuyó y ordenó para que tuvieran cuidado de los elementos y de los cielos y del mundo y de las cosas que en él se contienen, para mantener todo ello en buen orden...1.

II. La vida de los cristianos.

Entre nosotros fácilmente podréis encontrar gentes sencillas, artesanos y viejezuelas, que si de palabra no son capaces de mostrar con razones la utilidad de su religión, muestran con las obras que han hecho una elección buena. Porque no se dedican a aprender discursos de memoria, sino que manifiestan buenas acciones: no hieren al que los hiere, no llevan a los tribunales al que les despoja, dan a todo el que pide y aman al prójimo como a sí mismos. Ahora bien, si no creyéramos que Dios está por encima del género humano, ¿podríamos llevar una vida tan pura? No se puede decir; pero estando persuadidos de que de toda esta vida presente hemos de dar cuenta al Dios que nos ha creado a nosotros y que ha creado al mundo, escogemos la vida moderada, caritativa y despreciada, pues creemos que no podemos aquí sufrir ningún mal tan grande, aun cuando nos quiten la vida, comparable con la recompensa que recibiremos del gran Juez por una vida humilde, caritativa y buena. Platón dijo ciertamente que Minos y Radamanto tenían que juzgar y castigar a los malos; pero nosotros decimos que ni Minos ni Radamanto ni el padre de ellos escaparán al juicio de Dios. Además, vemos que son tenidos por piadosos los que tienen como concepto de la vida aquello de «comamos y bebamos, que mañana moriremos» (Cf. Is 22, 13; Sab 2, 6) y tienen la muerte por un sueño profundo; en cambio nosotros tenemos la vida presente como de corta duración y de pequeña estima y nos movemos por el solo deseo de llegar a conocer al Dios verdadero y al Verbo que está en él, cuál es la comunión que hay entre el Padre y el Hijo, qué cosa sea el Espíritu, cuál sea la unidad de tan grandes realidades y la distinción entre los así unidos, el Espíritu, el Hijo y el Padre; nosotros sabemos que la vida que esperamos es superior a cuanto se puede expresar con palabras, si a ella llegamos puros de toda iniquidad, y llevamos hasta tal extremo nuestro amor a los hombres, que no sólo amamos a nuestros amigos, pues dice la Escritura: «Si amáis a los que os aman y prestáis a los que os prestan, ¿qué recompensa podéis esperar?»; pues bien, a nosotros que somos tales y vivimos tal género de vida para evitar la condenación, ¿no se nos ha de tener por religiosos? 2

El matrimonio cristiano.

Teniendo, pues, esperanza de la vida eterna, despreciamos las cosas de la vida presente y aun los placeres del alma: cada uno de nosotros tiene por mujer a la que tomó según las leyes que nosotros hemos establecido, y aun ésta en vistas a la procreación. Porque así como el labrador, una vez echada la semilla a la tierra, espera la siega y no sigue sembrando, así para nosotros la medida del deseo es la procreación de los hijos. Y hasta es fácil hallar entre nosotros muchos hombres y mujeres que han llegado célibes hasta su vejez con la esperanza de alcanzar así una mayor intimidad con Dios. Ahora bien, si el permanecer en virginidad y celibato nos acerca más a Dios, mientras que el mero pensamiento y deseo de unión aparta, si huimos aun de los pensamientos, mucho más rechazaremos las obras. Porque no está nuestra religión en cuidados discursos, sino en la demostración y la enseñanza de las obras: o hay que permanecer tal como uno nació, o hay que casarse una sola vez. El segundo matrimonio es un adulterio decente. Dice la Escritura: «el que deja a su mujer y se casa con otra, comete adulterio» (cf. Mt 19, 9; Mc 10, 11), no permitiendo abandonar a aquella cuya virginidad uno deshizo, ni casarse de nuevo. El que se separa de su primera mujer, aunque hubiera muerto, es un adúltero encubierto, pues traspasa la indicación de Dios, ya que en el principio creó Dios un solo hombre y una sola mujer... 3

El aborto.

Los que saben que ni soportamos la vista de una ejecución capital segun justicia, ¿cómo pueden acusarnos de asesinato o de antropofagia? ¿Quién de vosotros no está aficionado a las luchas de gladiadores o de fieras y no estima en mucho las que vosotros organizáis? Pero en cuanto a nosotros, pensamos que el ver morir está cerca del matar mismo, y por esto nos abstenemos de tales espectáculos. ¿Cómo podremos matar, los que ni siquiera queremos ver matar para no mancharnos con tal impureza? Al contrario, nosotros afirmamos que las que practican el aborto cometen homicidio y habrán de dar cuenta a Dios del aborto. ¿Por qué razón habríamos de matar? No se puede pensar a la vez que lo que lleva la mujer en el vientre es un ser viviente, y, por ello, objeto de la providencia de Dios, y matar luego al que ya ha avanzado en la vida; no exponer al nacido, por creer que exponer a los hijos equivale a matarlos, y quitar luego la vida a lo ya crecido. Nosotros somos siempre y en todo consecuentes y acordes con nosotros mismos, pues obedecemos a la razón y no le hacemos violencia 4.

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1. ATENÁGORAS, Súplica en favor de los cristianos, cap 8-10.

2. Ibid., cap. 11-12.

3. Ibid., cap. 33.

4. Ibid., cap. 35.


ATENÁGORAS


Legación en favor de los cristianos

Los cristianos no son ateos:

Ahora bien, que no seamos ateos -voy a entrar en la refutación de cada una de las acusaciones-, mucho me temo que no sea hasta ridículo pararse a contestar a quienes tal dicen. A Diágoras, sí, le reprochaban con razón los atenienses su ateísmo. Pues no sólo exponía públicamente la doctrina órfica y divulgaba los misterios de Eleusis y los de los Cabiros y hacía pedazos la estatua de Heracles para cocer con las astillas sus nabos, sino que derechamente afirmaba que Dios no existe en absoluto; pero a nosotros, que distinguimos a Dios de la materia y demostramos que una cosa es Dios y otra la materia y que la diferencia entre uno y otra es inmensa -pues la divinidad es increada y eterna, sólo contemplable por la inteligencia y la razón, mas la materia es creada y corruptible-, ¿no es irracional darnos el nombre de ateos? Si, en efecto, pensáramos como Diágoras, teniendo tantos argumentos para la creencia en Dios -el orden, la armonía universal, la grandeza, el color, la figura, la disposición del mundo-, entonces sí tendríamos con razón reputación de impíos y habría motivos para perseguirnos; pero nuestra doctrina admite a un solo Dios, Hacedor de todo este mundo, y ése no creado -pues no se crea lo que es, sino lo que no es-, sino creador Él de todas las cosas por medio del Verbo que de Él viene; y, por tanto, ambas cosas padecemos sin razón, la mala reputación y la persecución.

(4; BAC 116, 652-653)


Por qué no sacrifican los cristianos:

Mas ya que quienes nos acusan de ateísmo -vulgo que no sabe ni por sueño qué cosa es Dios, tan ignorantes y tan ajenos a la contemplación de la razón teológica como de la física, que miden la religión por ley de sacrificios-, nos reprochan no tener los mismos dioses que las ciudades, considerad, os ruego, oh emperadores, uno y otro punto del siguiente modo, y, ante todo, el reproche de no sacrificar. El Artífice y Padre de todo este universo no tiene necesidad ni de sangre ni de grasa, ni del perfume de flores e inciensos, como quiera que Él es perfume perfecto; nada le falta y de nada necesita. Para Él, el máximo sacrificio es que conozcamos quién extendió y dio forma esférica a los cielos y asentó la tierra a manera de centro, quién congregó las aguas en mares y separó la luz de las tinieblas,, quién adornó con astros el éter e hizo que la tierra produjera toda semilla, quién creó a los animales y plasmó al hombre. Teniendo, pues, al Dios artífice que todo lo contiene y todo lo mira con la ciencia y arte con que todo lo dirige, y levantando a Él nuestras manos puras, ¿qué necesidad tiene ya de hecatombes?


A
ellos con sacrificios y suaves plegarias, con libación y grasa, tratan los hombres de doblarlos, suplicándoles, cuando alguno comete transgresión y pecado.

¿Qué falta me hacen a mí los holocaustos de que Dios no necesita? ¿Y qué falta me hace presentar ofrendas, cuando hay que ofrecerle sacrificios incruentos, que es culto racional?

(13; BAC 116, 684-685)