VII

PARÁBOLAS


10.
Las parábolas de Jesús

10.1. Preámbulo

Jesús aparece en los Evangelios como un maestro que enseña con autoridad1, o como un profeta que anuncia el Reino. Sus palabras orientan el sentido que tienen sus hechos y gestos salvadores y, a la vez, explicitan sus creencias y actitudes básicas que informan toda su vida como cumplimiento de la voluntad de Dios. Se puede trazar una línea divisoria entre sus palabras que manifiestan más un estilo profético, como las bienaventuranzas, las increpaciones o aquellas frases y dichos que aclaran su misión, y las palabras que enuncian un estilo más sapiencial, como los proverbios, las sentencias, las semejanzas, los enigmas, las paradojas, las parábolas. Por lo general, los Evangelios sitúan las palabras de Jesús en el ámbito de la enseñanza a sus discípulos más cercanos o la gente que le sigue, y las parábolas se orientan a sus adversarios y en un clima de polémica, aunque no siempre sucede exactamente así. En cualquier caso, los Sinópticos usan el término parabolé, en hebreo mashal, para todas las formas de relato figurado o traslaticio, desde el enigma y el proverbio hasta la parábola2.

1 Cf. supra, 5.2., 201.

2 Marcos agrupa las parábolas de Jesús en los capítulos 4 y 13,28-37; Mateo en 13; 21-22 y 24-25; y Lucas en la sección que cubre la larga marcha de Jesús hacia Jerusalén: 9,51-19,28.

Este lenguaje imaginario corresponde a la manera de formular un discurso la cultura semita y, por tanto, la de Jesús. El mashal es el término que se emplea para expresar una verdad por una imagen; es una enseñanza que se hace por una comparación. Israel es un pueblo de pastores, de agricultores, de artesanos, etc., y no tienen la mentalidad que subyace al mundo griego, que se pregunta por la identidad de una cosa, o intenta definir a los seres para comprenderlos, antes que describirlos, como sucede con el pensamiento hebreo. La metafísica está muy lejos del horizonte mental semita. Por eso el mashal, que pertenece a la literatura sapiencial, es la forma de enseñar al pueblo por medio de imágenes que se recogen de su vida cotidiana.

Entonces mashal puede ser un refrán o un proverbio: «Los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera» (Ez 18,2); o «la maldad sale de los malos» (1Sam 24,14); o «nadie canta victoria al ceñirse la espada, sino al quitársela» (1Re 20,11). Cuando se elaboran estas enseñanzas, resultan aforismos o proverbios literarios compuestos a partir de comparaciones y metáforas y creados por una escuela sapiencial con un sentido ético. Es la finalidad del libro de los Proverbios: «Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel, para adquirir sensatez y educación, para entender máximas inteligentes, para obtener una educación acertada: justicia, derecho y rectitud, para enseñar sagacidad al incauto, saber y reflexión al muchacho, [...] para entender proverbios y refranes, máximas y enigmas. Respetar al Señor es el principio del saber; los necios desprecian la sensatez y la educación» (Prov 1,1-6).

También se puede incluir dentro del mashal las alegorías, que son relatos con finalidad didáctica y en los que se desarrolla una metáfora, la cual necesita una interpretación, porque es una trasposición o la forma de decir en que una cosa representa a otra. Por ejemplo, en Ezequiel (19,2-9) se dice que una leona amaestra a sus cachorros para que devoren a los hombres, con lo que se describe la perversión y la cautividad de Israel3. Den-

3 Ez 19,2-9; cf. 16,3-63; 17,3-10; 21,1-5; 24,3-5.

tro de este género literario se incluye la parábola, que se usa con frecuencia cuando se destruye el templo y al Israel de la diáspora del año 70 d.C. sólo le queda la Torá como único referente en las relaciones con Dios y como fortalecimiento básico de su estructura como pueblo. La parábola, que tiene sus precedentes en la Escritura4, va a ser el medio didáctico por medio de comparaciones para acercar la Palabra de Dios al pueblo por parte de los rabinos, y se forma sólo por un relato que termina con una moraleja5. Los relatos introducen al interlocutor dentro de la narración al tener que responder a una interrogación, con lo que originan un proceso personal de enseñanza. Por otro lado, con la práctica de las parábolas se salva la absoluta trascendencia de Dios, ya que según la tradición judía no se pueden confeccionar imágenes o representaciones divinas.

Jesús emplea este medio, muy vivo en su tiempo, aunque no tanto como se da desde la destrucción del templo. Sin embargo, se advierte una clara diferencia en algunos relatos parabólicos. Jesús no parte de una frase de la ley para componer una parábola con la finalidad de comprenderla mejor. Las parábolas que Jesús construye no están al servicio de la Torá. Además Jesús no ha estudiado en ninguna escuela rabínica donde haya aprendido las técnicas propias de la enseñanza de la Ley, aunque domine parte de la Escritura. Por otro lado, las parábolas de Jesús comportan mucha más libertad sobre las tradiciones de Israel que las alegorías que traen los escritos secretos apocalípticos

4 Se cuentan en el AT la fábula de Jotán (Jue 9,7-21); la oveja del pobre (2Sam 12,1-7); la de los dos hermanos (2Sam 14,5-7); el prisionero desaparecido (1Re 20,39-40); el cardo y el cedro (2Re 14,9); el canto de la viña (Is 5,1-7) y las alegorías de Ezequiel citadas en la nota anterior.

5 He aquí una parábola rabínica: «Decía R. Meir: ¿Qué es lo que se enseña en el texto del Deuteronomio: "Un colgado es una maldición de Dios"? Es lo que sucedió con dos hermanos gemelos exactamente iguales. Uno era el rey de todo el mundo. El otro era un bandido. Con el tiempo, el bandido fue detenido y crucificado. Los que pasaban por delante del crucificado decían: Parece que el rey ha sido crucificado. Por eso está escrito: 'Un colgado es una maldición de Dios'». Tosefta Sanedrín, 9,7; cf. Jos 8,29; 10,27; Gál 3,13.

que introducen en los misterios divinos por medio de jeroglíficos, más propios para iniciados que para toda clase de personas.


10.2. Estructura de las parábolas de Jesús

Los Evangelistas traducen el mashal por la parábola; por tanto la parábola evangélica incluye toda la variedad literaria o fenómenos lingüísticos de aquél, regidos todos ellos por la comparación. Se pueden reducir a cinco los tipos fundamentales de formas parabólicas que aparecen en los Evangelios.

1. Los refranes, dichos o comparaciones, o proverbios y máximas: «... sed cautos como serpientes, cándidos como palomas» (Mt 10,16); «Seguro que me diréis el refrán: médico, cúrate tú» (Lc 4,23).

2. La semejanza es un relato no muy extenso, pero la imagen está más desarrollada que en la comparación, y la argumentación conduce a una aplicación inmediata. Así tenemos la del reino dividido: «Él les hablaba en comparaciones: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir. Una casa dividida internamente no puede mantenerse...»6.

3. La narración ejemplar se introduce en un discurso para ilustrar un principio; por ejemplo, la parábola del buen samaritano muestra quién es el prójimo y quién se hace prójimo (Lc 10,29-37); o el que atesora riquezas para sí y no se enriquece para Dios (Lc 12,16-21).

4. La alegoría es una metáfora, por tanto se cambia la cosa por la imagen, que es artificial, y cada elemento que la compone simboliza la realidad que se quiere significar. Así tenemos la visión de las bestias de Daniel7, en la que su interpretación se

6 Mc 3,23-26; cf. Q/Lc 11,17; Mt 12,25.

7 «Tuve una visión nocturna [...] cuatro fieras gigantescas salían del mar [...] La primera era como un león con alas de águila [...] La segunda era como un oso medio erguido [...] vi otras fieras como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro cabezas [...] vi una cuarta fiera [...] tenía diez cuernos. Miré atentamente los cuernos y vi que entre ellos salía otro cuerno pequeño [...] Aquel cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería insolencias. Durante la visión vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó: su vestido era blanco como nieve [...] Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Yo seguía mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta que mataron a la fiera [...] A las otras les quitaron el poder [...] Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él. Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin». Dan 7,2-15.

hace necesaria, como en toda alegoría8. Con el tiempo se introducen en algunas parábolas de Jesús elementos alegóricos, es decir, se alegorizan; como también se interpretan alegóricamente las parábolas, que es la forma que el cristianismo usa para transmitirlas. Es lo que se llama alegoresis. Tenemos el texto de Marcos sobre la parábola del sembrador (Mc 4,3-9par). En la siembra cae la semilla en distintos sitios: en el camino, y se la comen las aves; en terreno pedregoso, y no puede crecer la raíz; en los abrojos, y éstos le impiden crecer; en buena tierra, y da mucho fruto. Después se interpreta alegóricamente (Mc 4,13-20): El sembrador siembra la palabra: los que escuchan en el camino, viene después Satanás y se lleva la palabra; los segun-

8 «Esas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mundo. Pero los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán por los siglos de los siglos. Yo quise saber lo que significaba la cuarta fiera [...] hasta que llegó el anciano para hacer justicia a Ios santos del Altísimo y empezó el reino de los santos. Sus diez cuernos son diez reyes que habrá en aquel reino; después vendrá otro, diverso de los precedentes, que destronará a tres reyes [...] El poder real y el dominio de todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos». Dan 7,16-28. Las cuatro bestias son los imperios de Babilonia, de Ios medos, de los persas y los griegos. Los diez cuernos son los reyes seléucidas. El cuerno pequeño es Antíoco IV Epífanes (175-163 a.C.). Los libros son donde se anotan las obras de los hombres y mujeres. El que viene sobre las nubes parece un hombre superior a los humanos, que puede ser los santos del Altísimo o quien los representa.

dos reciben la palabra con alegría, pero al no tener raíces cualquier contratiempo les lleva la palabra; los terceros son aquellos a los que las preocupaciones del mundo les ahogan la palabra; los últimos son aquellos que la escuchan, la acogen y dan fruto.

5.- Finalmente están las parábolas propiamente dichas. La parábola es un relato que se construye sobre una comparación entre lo artificial y lo real; se describen acontecimientos o situaciones muy cercanas a la vida cotidiana de los oyentes, de forma que no necesitan explicación ulterior alguna. Este relato es artificial, o es creado por el que pronuncia la parábola, aunque existan elementos tomados de la realidad o de la historia, mas su valor no proviene de la posible veracidad narrada, sino de su lógica interna. Se construye el relato para establecer una relación entre el que expone y el que escucha, de manera que haya una intencionalidad manifiesta de influir sobre el oyente y que éste reaccione. Para que esto sea así, se narra la parábola y se solicita del oyente su opinión y juicio, y después el relator aplica dicha valoración a la realidad, que es la base de la confección del relato y que no se desvela hasta entonces, pero que constituye, sin embargo, el objetivo y finalidad de su elaboración. Hay, pues, un movimiento que va desde la realidad de la vida a la composición de la ficción, y una vuelta de nuevo o retorno a la realidad desde la ficción. Con esto se consigue con mucha mayor facilidad que el oyente se aplique a sí mismo la opinión que él emite y no se vea descubierto por el juicio de otro. Se necesita, no obstante, tener claro un ámbito común, o un punto de confluencia, o donde se toquen y unan la parábola y la realidad, y es lo que debe descubrir el que escucha la parábola. Por tanto, se requiere que el relato posea un férrea estructura interna a fin de que conduzca al oyente a emitir el juicio deseado. A la vez, debe ser distante y cercano al hecho real, para que no capte su relación antes del juicio y pueda aplicarlo sin más problemas a su propia vida o al objetivo que señale el relato parabólico.

Para comprender la estructura y dinámica de la parábola propiamente dicha siempre se ofrece la que Natán dijo a David (2Sam 12,1-7). Aquí se ve paso por paso lo expuesto. La realidad fue que David se unió con la mujer de Urías, y la dejó embarazada (11,2-5). Enterado Urías, no vuelve a su casa (11,9.13). De esta manera hace público y contesta de alguna forma al abuso de poder del Rey, que ha intentado por todos los medios que Urías retorne con su mujer (11,6-8.10-12). Entonces «a la maña-na siguiente David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la carta era: "Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera» (11,14-15); y así sucedió (11,17). David, no sólo comete un adulterio, sino también induce a un asesinato. El rey poderoso y con muchas mujeres se impone a un simple soldado y marido de una sola mujer.

Enterado el profeta Natán elabora el relato parabólico o ficticio. «Había dos hombres en un pueblo: uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, tomó la cordera del pobre y convidó a su huésped» (12,2-4). El ámbito común o de confluencia entre la realidad y la parábola es cómo el poderoso abusa y violenta al pobre.

La implacable lógica del relato conduce al juicio de David, que «se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán: — ¡Vive Dios, el que ha hecho eso es reo de muerte! No quiso respetar lo del otro, pues pagará cuatro veces el valor de la cordera» (12,5-6).

Después que David emite el juicio, Natán transfiere el relato ficticio a la realidad de nuevo: «¡Eres tú!» (12,7), de manera que el Rey comprende inmediatamente que el rico y poderoso ganadero era él, y Urías el pobre de la cordera. Y es aquí donde se identifica la parábola y la realidad; es donde se descubre el ámbito común que desea Natán y que provoca ¡por fin! que David sea consciente del adulterio y asesinato cometidos, y que tal con-ciencia le conduzca a un cambio de vida: «¡He pecado contra el Señor!» (12,13).

Con este sentido pretende Jesús en los relatos parabólicos introducir a sus oyentes en la realidad nueva del Reino y mostrarles las características y las exigencias de este mundo nuevo. Por eso, como los maestros judíos, usa narraciones sencillas cuyos personajes y demás elementos constitutivos son extraídos de la vida cotidiana judía para que todo el mundo pueda entender las claves en las que se descifra el Reino. Los elementos que hay en la creación, en la vida familiar, en el trabajo, en las instituciones sociales y religiosas con sus finalidades y hábitos y que están al alcance de la comprensión de todos, se dan la mano y configuran las siluetas de los actores de las parábolas. A diferencia de las alegorías (Mc 4,11-12par), las parábolas son un género literario accesible a todo el mundo. Por eso, muchas veces dan a entender, al ser tan plásticas, que contienen el mensaje en vez de conducir, llevar y hacer comprender el contenido del Reino, que es uno de sus objetivos.

Pero también las parábolas de Jesús muestran de una forma inmediata las posiciones que viven y defienden los que escuchan, y la mayoría de las veces en forma de contraste con el Reino. No siempre se reacciona como David. Las parábolas expresan que son dos mundos los que se enfrentan, o un mundo nuevo que se introduce en uno viejo (como el paño sin tundir en el vestido viejo; o el vino nuevo en pellejos viejos, Mc 2,21-22par). Las parábolas en boca de Jesús parecen las armas que tiene para defenderse o justificar su visión de Dios, del hombre y del mundo; o las usa como dardos arrojadizos contra los que se le presentan como enemigos. Entonces ellas encabritan y radicalizan a los oyentes más que introducen al Reino, porque descubren la maldad humana y desenmascaran las intenciones perversas. El problema que tenemos en la exposición es que se han transmitido de una forma descontextualizada, y muchas veces ya interpretada en forma de alegoresis, y no es tan fácil imaginar la situación vital que provoca la elaboración de la parábola por Jesús. De todos modos, indicamos algunas hipótesis que permiten imaginar el punto de encuentro entre la parábola y la realidad, sobre todo examinando la reacción de los oyentes.

A pesar de esto, formulan estos relatos el diálogo y la oferta permanente de Dios al hombre para que pase de la vieja dimensión a la nueva, porque las parábolas remiten a las palabras y a los hechos de Jesús, en los cuales se comunica el Reino que está actuando en la historia. Las parábolas no son la Palabra que el hombre acoge en su fe; son los caminos que llevan y colocan a la persona en el umbral del encuentro con Jesús ya que aclaran cuestiones, eliminan prejuicios, despejan los nubarrones que impiden observar las auténticas actitudes e intenciones de Dios, que está enseñando a través de Jesús o mostrándolas por medio de sus milagros. El mensaje que contienen es de Dios para los hombres. Por eso en la parábola es Dios quien se presenta a modo humano y ofrece un orden nuevo que exige una opción arriesgada y no siempre segura de éxito. Es la respuesta radical al Reino que va en la línea del que lo vende todo para comprar el tesoro que ha encontrado en el campo o la perla fina9, porque ha visto algo nuevo de la realidad por medio de las imágenes.


10.3. Los relatos parabólicos de jesús

La presencia del Reino en la historia10 proviene de la inmensa bondad divina que abre la salvación a todo el mundo11. Se ha comprobado con el relato de las parábolas de los obreros de la viña (Mt 20,1-16), del siervo sin entrañas (18,23-33), del hijo perdido y el hijo fiel, o el hijo pródigo y el padre misericordioso (Lc 15,11-31). Dios esta lleno de bondad y dirige y abarca en su Reino a los pobres, a los pequeños, a los pecadores y a los paganos. Por consiguiente, el Reino se dirige a y parte de un grupo de gente marginal. Esto crea un conflicto, al romper los moldes tradicionales de la salvación, y conduce a un juicio12 de discernimiento sobre la novedad del Reino que invita a fundamentar la vida sobre roca (Q/Lc 6,47-49; Mt 7,24-27) y optar por recorrer los caminos que Jesús indica y él mismo anda. Así relatamos las parábolas del juicio final (Mt 25,31-46), de los invitados a la cena (Q/Lc 14,16-23; Mt 22,1-14) y de la cizaña y el trigo (Mt 13,24-30).

9 Mt 13,44-46; EvT 109.76.
10 Cf. supra, 8.4.2., 242-243.
11 Cf. supra, 8.5.1., 255.
12 Cf. supra, 8.5.2.,
269.

Las parábolas que describimos ahora iluminan ciertos aspectos del Reino; en otros casos amplían sus horizontes o ahondan algunas exigencias afirmadas antes; o explicitan y desarrollan sus contenidos para matizar el mensaje central de Jesús y fijar mucho mejor su talante. Podíamos haberlas insertado en el capítulo del Reino como salvación y juicio, o en otros capítulos posteriores, pero hemos preferido agruparlas para ver mejor esta forma de enseñar de Jesús y comprender con más claridad su mensaje, a pesar de que la mayoría están transmitidas fuera de su contexto vital.


10.3.1. El Reino es don y potencia de Dios

1. La parábola del sembrador, o del grano o la semilla, o del campo (Mc 4,3-9par)13, según se interprete, inicia la exposición doctrinal de Jesús, que Marcos encuadra con esta forma literaria, diferente del sencillo y urgente aviso de la inminente venida del Reino y la necesaria atención y disposición para recibirlo. La parábola ya se ha tratado14. Un agricultor, en este caso en la función de sembrador, tira a voleo el grano por el campo. Se esparce por todo el terreno y parte se pierde. Esta pérdida se concreta en que el grano cae en el camino y entre piedras y abrojos (4,4-7). Sin embargo el que las aves, el sol y las malas hierbas impidan que germine y crezca contrasta y se contrapone al

13 Marcos describe con más detalle cómo es la enseñanza de Jesús, de forma que enmarca las tres parábolas sobre el Reino (c.4) en su ministerio junto al lago de Galilea, y rodeado de tanta gente que se tiene que subir a una barca para ser escuchado mejor, y les habla con parábolas para ser entendido con más claridad: 4,1-2. Además hay que tener en cuenta que los Sinópticos ya han señalado el creciente rechazo que oponen los fariseos a la misión de Jesús: Mc 2,23-3,6.22par.

14 El EvT narra así la parábola: «Jesús dijo: Mirad, el sembrador salió, llenó su mano y arrojó [las semillas]. Unas cayeron sobre el camino. Vinieron los pájaros y las cogieron. Otras cayeron sobre la roca y no arraigaron en la tierra ni hicieron subir espiga hacia el cielo. Y otras cayeron sobre espinas que sofocaron la semilla y el gusano las comió. Y otras cayeron sobre tierra buena, que dio buen fruto hacia el cielo. Produjo sesenta por medida y ciento veinte por medida». 9.

resultado final de la parábola: «Otros cayeron en tierra fértil y dieron fruto, brotaron, crecieron y produjeron, unos treinta, otros sesenta, otros cien» (4,8).

A los inicios insignificantes del Reino, a lo que se le añaden las incomprensiones, persecuciones y fracasos se avisa de su triunfo final, al contrario de lo que le ha pasado a Juan Bautista. O también puede referirse Jesús a que, a pesar de los obstáculos, su labor continúa, como se ve en la cantidad de oyentes y seguidores, y los frutos se verán al final cuando se revele por completo el Reino. Porque éste no viene como si irrumpiera de pronto y con violencia en la historia, de manera que la destruya o pulverice, dejando aparte la colaboración humana, sino que el Reino transforma a la humanidad haciendo germinar una novedad vital en la que es fundamental la libertad. Por eso el Reino se hace historia en un proceso gradual. En todo caso, la cosecha final depende de Dios, que puede superar cualquier contratiempo potenciando el grupo humano que haya oído la palabra de Jesús.

2. Hay dos parábolas en las que se describe que el Reino comienza con unas dimensiones insignificantes, pero que al final alcanza un desarrollo enorme. La percepción del Reino de Dios se parece al contraste que se da entre un grano de mostaza, pequeño como la punta de un alfiler, pero que con el tiempo se hace grande hasta poder anidar los pájaros en sus ramas y alcanza hasta tres metros en las orillas del lago de Genesaret (Mc 4,30-32par)15; o a «la levadura que una mujer toma y mezcla con tres medidas de masa, hasta que todo fermenta» (Q / Lc 13,20-21; Mt 13,33)16; es un trozo muy pequeño que se pierde en una masa de harina de alrededor de 70 kilos; pero pasado el día, o la

15 El texto del EvT es el siguiente: «Los discípulos dijeron a Jesús: Dinos, el Reino de los cielos ¿a quién se asemeja? Les dijo: Se asemeja a un grano de mostaza, que es pequeño entre todas las semillas; pero cuando cae en la tierra labrada produce una gran rama y llega a ser abrigo de las aves del cielo». 20.

16 «Jesús [dijo]: El Reino del Padre se asemej[a a una] mujer que cogió un poco de levadur[a], la [escondió] en la masa (e) hizo unos gran[des] panes. El que tenga oídos, [que] oiga». EvT 96.

noche, hace que todo fermente y pueda dar pan para unas cien personas. Contemplado el principio y el término de una misma cosa, el grano de mostaza y la levadura, se ofrece un contraste absoluto, y se relata con imágenes del campo y de la vida doméstica, del trabajo ordinario de los hombres y las mujeres de Palestina, que simbolizan el insignificante inicio del Reino echando una mirada a quien lo proclama y a quienes le siguen, gentes sencillas y nada poderosas. Sin embargo, su principio débil con la predicación y hechos de un Jesús, de origen y vida conocidos, está avalado por la potencia inscrita en la debilidad (mostaza y levadura) al ser una realidad de Dios, más poderoso que los grandes y vetustos árboles. Y Él hará que al final de los tiempos, cuando llegue definitivamente su tiempo, en el árbol de su Reino se cobijen las naciones a su sombra17.

3. La presencia gratuita del Reino en la historia se evidencia en la parábola siguiente. «El Reino de Dios es como un hombre que sembró un campo: de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, después la espiga, después grana el trigo en la espiga. En cuanto el grano madura, mete la hoz, porque ha llegado la siega» (Mc 4,26-29).

Jesús presenta en primer plano que la gran cosecha de trigo no depende de la actividad y trabajo del sembrador. Es algo que sus oyentes conocen bien, porque es una labor muy corriente en Galilea. El agricultor esparce la semilla sobre el campo y, una vez que realiza su trabajo, sabe de antemano que todo depende

17 Recuerda la imagen del cedro frondoso que Ezequiel aplica a la grandeza del faraón, pero cuyo esplendor será oscurecido. Este hermoso reino es como un árbol en cuyas ramas anidan los pájaros y en su sombra se sientan las naciones; árbol hermoso en su grandeza, en su despliegue de ramaje, que levanta su copa por encima de las nubes, pero, por haberse engreído, el Señor lo entregará en manos de sus enemigos y lo talarán (31,1-14). Sin embargo, este final no será igual al del Reino que nace de Dios, pues tiene otra evolución, pues el árbol que crece tendrá mucho fruto y en su ramas se cobijarán toda clase de pájaros, cf. Ez 17,22-24; texto, supra 8.4.2.5°, nota 62, 251.

de la naturaleza, sobre todo de que llueva en el tiempo oportuno y haga el sol necesario para que crezca la espiga. No es necesario que se mencione la tarea ordinaria del campesino, como el labrar, quitar los cardos, ahuyentar los pájaros, los saltamontes, etc. Es consciente que lo fundamental no depende de él. Por eso se declara sólo el curso que sigue el grano dentro de los acontecimientos naturales: de hierba a espiga, y de espiga a grano, mientras él «vive» sin incidir en la trama de la creación que le posibilita el comer para «vivir». La siembra termina en la cose-cha, y con ella llega la alegría de los segadores que la recogen como un regalo de la naturaleza, es decir, de Dios18.

Y el Reino viene aunque el hombre pase de él, o se oponga, o trabaje con denuedo para que aparezca, como se puede pensar de los violentos o ansiosos que luchan por liberar definitiva-mente a Israel del yugo romano. Jesús recalca que el Reino es una cuestión que está más allá de las fuerzas humanas, pero que también abre un campo de libertad a sus seguidores, ya que su venida no depende del empeño cotidiano de los hombres, sino del poder y soberanía de Dios que se lo regala (la cosecha) para que lo disfruten y vivan en él. Está en la línea de «no andéis angustiados por la comida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo...» (Q/Lc 12,22; Mt 6,25).

Se explicita la plena confianza que Jesús tiene en la venida progresiva del Reino, en la incipiente presencia de Dios que le llena de esperanza, quizás en medio de las adversidades que está experimentando. Él sabe que el Reino es un don cuya implantación en la historia es una cuestión que le compete a Dios, a pesar de la evidente contradicción de su debilidad como portador del mensaje ante la potencia de los hombres. Pero es el estilo de Dios, muy diferente a las demostraciones espectaculares y triunfantes de los gobernantes a que están acostumbrados los pueblos. Jesús está convencido de que al final se impondrá

18 Esta alegría contrasta con la siega que hará el Señor en el día final, un juicio que se siente amenazador: «Mano a la hoz, madura está la mies: venid y pisad, repleto está el lagar; rebosan las cubas, porque abunda su maldad, turbas y más turbas en el valle de la Decisión; porque llega el día del Señor en el valle de la Decisión». Joel 4,13-14.

Dios para beneficio de sus criaturas. Él puede sentir el eco de Isaías (28,23-29): «El que ara, ¿se pasa los días arando, abriendo surcos, desterronando, para sembrar? Cuando ha igualado la superficie, siembra hinojo y esparce comino, echa trigo y cebada y en las lindes escanda y mijo; su Dios lo instruye, le enseña las reglas. Pues el hinojo no se trilla con el trillo ni las ruedas del carro se pasan sobre el comino: el hinojo se trilla con varas y el comino con látigo [...] También esto es disposición del Señor»19.


10.3.2. El Reino crea confianza

Los comienzos débiles del Reino y su final potente, al ser una obra de Dios y depender de Él su implantación, suscita la actitud de confianza antes referida. Y esta actitud la muestran las parábolas del amigo importuno (Lc 11,5-8) y del juez inicuo (18,2-8).

1. El primer relato se construye sobre el deber sagrado de la hospitalidad oriental que implica una relación de amistad para los conocidos o vecinos20. Uno de ellos necesita del otro ante la presencia de un huésped que no espera. Y expone Jesús interrogando: «Supongamos que uno tiene un amigo que acude a él a media noche y le pide: —Amigo, préstame tres panes, que se ha presentado de viaje un amigo mío y no tengo qué ofrecerle. El otro desde dentro le responde: —No me vengas con molestias; estamos acostados yo y mis niños; no puedo levantarme a dártelos» (11,5-7).

Una situación corriente cuando se camina en tiempo de mucho calor. Entonces se prefiere viajar, o muy temprano, o al caer la tarde. Se explica la posición delicada de quien recibe, porque al atardecer o de noche sólo quedan restos de las provisiones del sustento diario. Los tres panes solicitados es la comida de una persona, no necesariamente pan, que muchas veces se

19 Cf. Os 2,23; Jer 31,27.

20 La parábola está inserta en la enseñanza lucana sobre la oración (Lc 11,1-13), de forma que la concluye con el convencimiento de la eficacia del que ora de una manera insistente, perseverante y confiada: «Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y os abrirá...». Lc 11,9.

cocía para varios días o una semana. Es lógica la reacción de aquel que está descansando con la familia. Él no es el que recibe al huésped y, por tanto, no tiene el compromiso ni la responsabilidad de tan importante deber. Se puede permitir la opción de rehuir las molestias de despertar a la familia, que estaría toda durmiendo en una misma estancia, y descorrer la barra de madera o hierro que atranca la puerta y asegura la casa durante la noche. Pero esto es imposible e inimaginable que suceda en los ambientes orientales. Por eso se levantará y le dará todo lo que necesite para solventar el deber de hospitalidad. Así se comporta Dios, como el padre de familia que está durmiendo; Él escucha a los necesitados, se levanta y va en su ayuda. Es la confianza extrema que suscita en el hombre el Dios del Reino21.

2. En la misma línea se relata la parábola del juez injusto22: «Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en la misma ciudad una viuda que acudía a él para decirle: Hazme justicia contra mi rival. Por un tiempo se negó, pero más tarde se dijo: Aunque no temo a Dios ni res-peto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar a golpes conmigo» (Lc 18,2-5). Una situación habitual entonces en la que se conculcar la justicia a los débiles con frecuencia.

21 Al encuadrarse en la oración se hace hincapié en la petición perseverante e insistente ante Dios: «Os digo que, si no se levanta a dárselos por amistad, se levantará por su importunidad a darle cuanto necesita»(Lc 11,8). Mas quien solicita la ayuda insiste, es pertinaz en su petición, es descarado, atrevido, inflexible (anaides), ya que no puede romper las reglas de la hospitalidad. Naturalmente, quien está descansando con la familia ter-mina por acceder. A esta actitud de insistir es a la que invita Lucas ante Dios, aunque Él sabe de sobra lo que hace falta a los creyentes, incluso antes de que se lo pidan (Mt 6,8); por eso la certeza de que toda petición será escuchada.

22 El verso de introducción de Lucas orienta la parábola en la misma perspectiva que la del amigo importuno: La oración debe ser perseverante. «Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse» (18,1). En este caso el personaje central es la viuda que insiste ante el juez hasta crearle un problema y aburrirle y conseguir que se le haga justicia.

Por consiguiente, nada hay que temer en las situaciones de persecución o de incomprensión que pueda acarrear a Jesús y a sus discípulos el compromiso por el Reino, porque, si el que no cree en Dios y es insolente con los hombres hace justicia, cuánto más hará Dios, que es la justicia personificada. Por eso, no hay que preocuparse, porque Él saldrá en defensa de sus elegidos (18,7), que es una actitud largamente probada en la historia de Israel. El grito de la viuda se puede unir al de los elegidos: «Señor santo y veraz, ¿cuándo juzgarás a los habitantes de la tierra y vengarás nuestra sangre?» (Ap 6,10). Y la respuesta suena a lo que oyen los corazones creyentes: «[El Señor] es un Dios justo que [...] escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja [...] La reclamación del pobre no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia» (Eclo 35,15-21).


10.3.3. El Reino es un don misericordioso

La actuación de Jesús en favor de los marginados trastoca las ideas y previsiones que los garantes de la fe y religión judías tienen sobre la venida y contenido del Reino. Por eso Jesús debe valorar y defender ante ellos su postura y la elección que hace Dios de estos colectivos despreciados por los justos de Israel.

1. La parábola de los dos hijos describe esta situación: «Un hombre tenía dos hijos. Se dirigió al primero: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Le respondió: Sí, señor; pero no fue. Después fue y dijo lo mismo al segundo. Éste respondió: No quiero; pero luego se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad del padre? Le dicen: —El último» (Mt 21,28-31)23. La descripción de los pecadores —el primer hijo— apunta un hecho, que no el

23 La parábola se inserta en la actividad de Jesús en Jerusalén, que si es mucho más amplia que en Marcos, sobre todo la mayor parte de los capítulos 23,24 y 25, no por ello equilibra el ministerio ejercido en Galilea. Para Mateo sigue siendo Galilea el centro de su misión y Jerusalén la ciudad donde lo rechazan y matan.

principio absoluto de que todos los pecadores cumplen la voluntad de Dios y ningún jerarca religioso la sigue, sino que la actuación de Jesús les lleva a la conversión y penitencia. Los pecadores pueden tener la capacidad de escuchar y arrepentir-se, algo impensable para los justos el creerse y estar convencidos de poseer y defender la verdad, y esto les conduce inexorablemente a su ruina definitiva. De ahí la creencia de que no es posible su conversión, pues el hombre puede cambiar de lugar pero no de corazón. Los pecadores son los que no observan la Ley y omiten las prescripciones rabínicas, por lo que no tienen parte en el mundo futuro de Dios, aunque en este caso comprenden el amor de Dios por la cercanía y comprensión de Jesús y «van a la viña»24.

Recuerda la prioridad de las obras sobre las palabras: «¿Por qué me invocáis ¡Señor, Señor!, si no hacéis lo que os digo?»25. No vale para la salvación la credencial de pertenecer a Israel considerado en su conjunto «hijo de Dios» (Ex 4,22), ni siquiera saberse justos porque observan la Ley. Jesús sitúa ahora la salvación en la bondad divina y en la aceptación humana de esa bondad con signos evidentes de orientación hacia la nueva actitud de Dios. Por eso la parábola funda el perdón ilimitado de Jesús y la incorporación de los pecadores a la comunidad de salvación. La hipocresía de decir el bien y negarlo en las obras que no se ajustan a esa bondad, hace que sentencie Jesús: «Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el Reino de Dios» (Mt 21,31).

24 La conversión y relación con Dios, sólo es factible con una perspectiva personal y no por la práctica religiosa que avalan los colectivos religiosos. Es posible rectificar en el ámbito personal: «Si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos y practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la justicia que hizo vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor- y no que se convierta de su conducta y que viva?». Ez 18,21-23.

25 Q/Lc 6,46; Mt 7,21; cf. Mc 3,35.

2. El acercamiento de Dios a los pecadores pone de relieve su actitud amorosa y misericordiosa. Dios los reconoce y ama personalmente y, por tanto, es lógico que se dé la alabanza y el agradecimiento de los que se veían excluidos de la salvación al no pertenecer a la estructura religiosa. En este sentido, Jesús cuenta a Simón una parábola: «Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta. Como no podían pagar, les perdonó a los dos la deuda. ¿Quién de los dos le tendrá más afecto? Contestó Simón: —Supongo que aquel a quien le perdonó más. Le replicó: —Has juzgado correctamente» (Lc 7,41-43)26.

El contexto es la invitación que hace el fariseo Simón a Jesús, y lo más probable es sea una vez que ha terminado de predicar en la sinagoga. La costumbre de invitar a los maestros transeúntes (cf. Mc 1,29-31) lleva consigo que se continúe en casa la exposición o comentario que se ha dado en el recinto de oración y enseñanza religiosa. La sorpresa viene cuando se presenta en el convite un invitado no esperado y, quizás, no deseado: una pecadora conocida por la gente, que «acudió con un frasco de perfume de mirra, se colocó detrás, a sus pies, y llorando se puso a bañarle los pies en lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra»27. Estas acciones equívocas de la mujer con las que Jesús se deja tocar por una pecadora pública, lo que, por otra parte, da a entender su acogida personal, provocan, por las reglas de impureza, un juicio del fariseo con el que descalifica a Jesús por no conocer la clase de persona que le está besando los pies, no obstante la opinión positiva que tiene de él al invitarle y llamarle «profeta» y «maestro» (Lc 7,39-40): «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase

26 Con esta parábola cierra Lucas una sección que comienza con el dis-curso de la llanura (Q/6,20-49), sección en que se expone una serie de temas propios como la resurrección del hijo de la viuda de Naín, 7,11-17, el testimonio de Jesús sobre Juan Bautista y la prueba que le remite al Bautista sobre sus acciones mesiánicas, Q/7,18-30.

27 Lc 7,37-38; cf. Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8.

de mujer lo está tocando, que es una pecadora» (7,39). Es entonces cuando Jesús le propone la parábola a Simón, que compren-de su intención por la respuesta que le da: amará más aquél a quien ha perdonado más.

Después de la parábola, Jesús explica a Simón que Dios ha sido muy benevolente con la mujer al perdonarle sus pecados: «Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra» (Lc 7,47). Esta es la razón del porqué responde la pecadora a Dios con tanto afecto mostrado en la unción, el perfume y, en definitiva, el gesto de besarle los pies como símbolo de amor a Jesús que se ofrece como intermediario de la salvación de la mujer. Esta, arrepentida, y sintiendo la cercanía del amor misericordioso de Dios, encauza su amor y lo manifiesta en signos externos que explicitan la relación íntima que existe entre el amor y el perdón en Dios, la «misericordia entrañable» divina28, y entre el amor y la fe como respuesta del hombre a Dios. Por eso le dice Jesús a la mujer: «Tu fe te ha sal-vado. Vete en paz» (7,50), como antes se ha observado en las curaciones de la hemorroisa (8,48), del leproso (17,19) y del ciego de Jericó (18,42), donde el que percibe la misericordia y se siente perdonado y revitalizado puede caminar en la paz.

3. Simón, como fariseo, basa la fe en la relación legal con Dios. Se fija en el creyente para que sus actos respondan a las exigencias de la Ley. Jesús pone su mirada en Dios, por eso viendo a la pecadora y hablándole a Simón, fundamenta la fe en el amor, que es la respuesta a una Persona que ama previamente. Y con esta visión tan diferente es como Jesús, de nuevo, cuenta que un fariseo y un publicano suben al templo para orar (Lc 18,10-14)29. Y los presenta de una manera contrapuesta en cuanto per-

28 «Pero tú Dios del perdón, clemente y compasivo, paciente y misericordioso». Neh 9,17; cf. Flp 2,1.

29 El viaje de Jesús a Jerusalén (9,51-18,14) termina con el valor de la oración confiada y perseverante. Antes hemos expuesto la parábola de la viuda defraudada que insiste ante el juez que se le haga justicia y al final se ve recompensada al ser escuchada y resolver el juez su litigio (18,1-5), cf. supra, nota 13. Lucas expone a continuación la oración de un fariseo y un publicano, aunque la frase de partida es diferente y se entronca mejor con el capítulo 15: Las tres parábolas de la misericordia: «Por algunos que con-fiaban en su propia honradez y despreciaban a los demás, les contó esta parábola». 18,9.

tenecen a dos tipos sociorreligiosos distintos. El fariseo, mirándose a sí mismo, hace una oración de acción de gracias con una orientación horizontal, en este caso comparándose con el publicano. Es la berakd judía con la que se bendice a Dios por los dones que se reciben de Él. Y comienza su oración negativa-mente y fundada en el propio orgullo: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador» (18,11). El fariseo observa las leyes del decálogo (Éx 20; Dt 5), y a continuación expone sus obras: «Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo» (Lc 18,12), un ayuno que se cumple el lunes y el jueves30 y los diezmos debidos al Señor como dueño legítimo de la tierra de Israel según prescribe el Deuteronomio31.

El publicano es el que recauda para sí y para el Imperio, que no para Dios. Sin embargo su oración es vertical, su término es Dios. Por tanto tiene una compostura diferente al fariseo. Jesús lo describe externamente con signos que remiten a una actitud interior humilde y arrepentida. Distante de la presencia del Señor, en la puerta del atrio de Israel en el templo, no se atreve a levantar los ojos al cielo y se da golpes de pecho (cf. Lc 23,48). Y esta compostura externa responde a la oración que hace, que no es de acción de gracias, sino de súplica: «Oh Dios, ten piedad de este pecador!» (18,13), y según la pauta que marca el Salmo (51,3): «Misericordia, oh Dios, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa». Su oficio le hace ser una persona

30 BILLERBECK, 11 243.

31 «Todos los años apartarás el diezmo de los productos de tus campos [...] para que aprendas a respetar al Señor, tu Dios, mientras te dure la vida». 14,22-23; cf. 12,6-7.17; Lev 27,30-32. Si el camino es largo y la carga pesada se puede cambiar por dinero «y lo llevarás al lugar que elija el Señor, tu Dios». Dt 14,24-25.

impura en contraste con la pureza que rígidamente cumplen los fariseos.

La solución que da Jesús es contraria a la opinión común de la gente: «Os digo que éste volvió a su casa absuelto y el otro no. Porque quien se ensalza será humillado, quien se humilla será ensalzado» (Lc 18,14), y en línea con lo que antes subraya el Evangelista sobre los fariseos: «Vosotros pasáis por justos ante los hombres, pero Dios os conoce por dentro. Pues lo que los hombres exaltan lo aborrece Dios» (Lc 16,15). El publicano, por la confesión de su pecado, es declarado justo ante Dios, es decir, comprende y cree a Dios por el amor misericordioso que le restablece su condición de justo. El fariseo, por el contrario, se hace justo a partir de sus propias obras e invoca la presencia de Dios para que ratifique lo que él ya ha conquistado. Son dos imágenes de creyentes muy diferentes las que Jesús expone en los personajes de la parábola.

4. La parábola o relato ejemplar del buen samaritano (Lc 10,29-37) se relaciona con una pregunta que un jurista le hace a Jesús sobre cómo se puede conseguir la vida eterna, la misma que más tarde le hará el joven rico (Lc 18,18par). Jesús le remite a la Ley, en la que se afirma el amor a Dios y al prójimo: «Amaras al Señor tu Dios de todo corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas, con toda la mente, y al prójimo como a ti mismo» (Dt 6,5; Lev 19,18); es la oración de la Shemd, que se recita dos veces al día, por la que todo creyente y todo el creyente reconoce el señorío divino, y en este amor se incluye al prójimo32. De aquí arranca otra pregunta del maestro de la ley sobre «Y ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10,29), o ¿dónde está el límite del amor?, o ¿hasta dónde debe uno amar?, porque si está claro el amor a los de la misma raza y religión, que se presentan como próximos, no lo está tanto el amor a los extraños33. Entonces Jesús le responde con un texto comparativo que pone en relación al maestro que interroga a

32 Tenemos testimonio de este doble mandamiento en TesBen.,, 3,3-5, V 152; Teslsa., 5,2, V 95; Jub., 20,2, II 129.

33 Cf. Mt 5,43; 1QS 1,10, 49.

Jesús y a un samaritano, y que se enmarca dentro de la imagen que da Lucas de la actitud misericordiosa de Jesús como signo de la nueva relación que Dios establece en estos tiempos finales de la actual historia humana. Es un relato de tal fuerza que estructura y explicita por sí mismo el comportamiento de Dios y de Jesús y de todo el que le siga.

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos bandoleros que lo desnudaron, lo cubrieron de golpes y se fue-ron dejándolo medio muerto. Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, dio un rodeo. Lo mismo un levita, llegó al lugar, lo vio y dio un rodeo» (Lc 10,29-32). Se entiende que un judío recorre la distancia de 28 km. que media entre las dos ciudades a través de la calzada romana, que está llena de desfiladeros y parajes desérticos y pedregosos. El camino se hace descendiendo más de mil metros. Jerusalén está a ocho-cientos metros sobre el nivel del mar y Jericó a unos trescientos bajo dicho nivel. El camino es peligroso como lo muestra el relato34. Pasa un sacerdote y un levita que dan un rodeo (antiparerchomai) para no tocarle debido al aspecto cadavérico con que dejan los ladrones al viajero y no caer en la impureza ritual (cf. Lev 21,1). Esto puede o no puede ser así, pero lo innegable es la espantosa indiferencia que muestran ante el malherido. Y lo hacen dos judíos cuyos oficios de servicio al templo, en los sacrificios y en el orden y limpieza, están tocando el centro sagrado por antonomasia del judaísmo, en el que se concentra el núcleo fundante e identificador de Israel y se debe practicar la misericordia por el Dios misericordioso al que se da culto35.

A continuación Jesús narra que «un samaritano que iba de camino llegó adonde estaba, lo vio y se compadeció. Le echó

34 También Josefo dice que los esenios «viajan sin llevar encima absolutamente nada, sólo armas para defenderse de los bandidos». Guerra, 2,125, 281.

35 En la dedicación del templo por Salomón «... los sacerdotes [...] y levitas cantores [...] alababan al Señor diciendo "porque es bueno, porque es eterna su misericordia"». 2Crón 5,11-14; cf. Sal 136,1; 6,5; 56,2; 57,2; 106,1.7; 107,1; Dt 5,9-10; 1Cró 16,33; lSam 20,12-17; Ne 13,15-22; Tob 3,2; 13,6; etc..

aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al posadero y le encargó: Cuida de él y lo que gastes te lo pagaré a la vuelta» (Lc 10,33-35). Hay un contraste brutal, debido a que un samaritano, —los samaritanos son tenidos por los judíos como extranjeros y herejes, y el mismo Jesús ha experimentado su enemistad36—, es el que atiende al judío apaleado y medio muerto. Y siente compasión (splagkhnizomai) por él, como Jesús la siente por la viuda de Naín37, o el padre cuando divisa al hijo perdido que retorna38, o, en general, el Señor por sus criaturas. Y el samaritano, que también caía en impureza legal, le da todo lo que tiene como expresión de la compasión para recuperarle la vida: Parte de su turbante o de su túnica interior para taparle las heridas; el aceite, como ungüento para aliviar el dolor (Is 1,6); el vino para desinfectar; la cabalgadura para transportarlo a un lugar seguro; el dinero para sanarlo y devolverle la salud. Al no evitar al apaleado, sino ir en su busca por la compasión, recupera una vida.

36 «[Jesús] despachó por delante unos mensajeros. Ellos fueron y entraron en una aldea de samaritanos para prepararle posada. Pero éstos no le recibieron, porque se dirigía a Jerusalén» (Lc 9,52-53). Las relaciones entre judíos y samaritanos eran muy tensas (Jn 4,9), de forma que los judíos evitaban pasar por su territorio (Mt 10,5). Tal odio mutuo es probable, aunque no son seguros los datos, que se deba a cuando los judíos reconstruyeron el templo en Jerusalén después del destierro de Babilonia. Y encontraron una feroz oposición de los habitantes de Samaría, que había sido colonizada por gentes venidas de Asiria y que se habían separado de los judíos (cf. 2Re 17,24; Esd 4,2-24; Neh 2,19; 4,2-9). Tal enemistad creció en el período helenístico y perdura en tiempos de Jesús. Ellos retienen sólo como Escritura Sagrada el Pentateuco, dan culto al Señor en el Garizín y poseen una literatura y liturgia propia. Valga esta cita del Eclesiástico (50,25-26) para comprender el sentir judío sobre los samaritanos: «Dos naciones aborrezco y la tercera ya no es pueblo: los habitantes de Seír y Filistea y el pueblo necio que habita en Siquén»: Los edomitas, los filisteos y los samaritanos.

37 Lc 7,13; cf. supra, 9.3.2. 5°, 315.

38 Lc 15,20; cf. supra 8.5.1., 255.

Después de la narración, Jesús se dirige de nuevo al escriba cambiando la pregunta originaria y la cita de la Escritura sobre el amor, pues según ésta prójimo es el judío apaleado, el objeto de la posible atención de los tres viandantes, el que solicita en su penoso estado un acto de misericordia, el que en su estado de extrema gravedad está pidiendo que se le rescate de la muerte por encima de cualquier diferencia que afecta a una relación de ayuda y de servicio. Pero ahora la pregunta la hace Jesús en estos términos: «¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que tropezó con los bandoleros?» (Lc 10,36), es decir, ¿quién se hizo prójimo, quién se aproximó y se acercó a la víctima de los salteadores? Porque la cercanía no crea la ayuda, como es patente en el sacerdote y levita, sino la compasión, que es la que mueve al samaritano a ayudar y convertirse en «próximo». Jesús cambia el objeto por el sujeto del amor. Este amor de misericordia, la nueva actitud de Dios para con los hombres, jamás puede delimitar su objeto, Dios es el «prójimo» de todo el mundo y el amor compasivo es lo que lo convierte en una proximidad salvadora39, justamente todo lo contrario de lo que sucede en cualquier ámbito que no tiene espacio para el amor. Por eso todo aquel que se inserta y sigue este nuevo movimiento amoroso de Dios es el que realmente participa en la eternidad divina (10,25). El escriba acierta contestando: «el que lo trató con misericordia» (10,37), sin citar al samaritano, porque sería una injuria que un judío tenga encima que admitir que con quien tiene que identificarse sea con un samaritano, pues es el que ha cumplido perfectamente con la ley judía del amor generoso y desinteresado. Pero Jesús remacha: «Ve y haz tú lo mismo» (10,37).

Los hijos del dueño de la viña, Simón y la pecadora, el fariseo y el publicano, y el buen samaritano establecen el corte y la división entre los que se creen salvados, porque son conscientes de su fidelidad a la Ley y, por tanto, a la voluntad divina, y los que se abren al amor misericordioso de Dios que les hace ver su estado pecaminoso y les da la capacidad para rehacer su vida

39 Cf. supra, 8.5.1., 255.

amando a los demás. Jesús orienta todas estas parábolas y, como antes expusimos, las del hijo pródigo, los obreros contratados y el siervo cruel, para defender ante el Israel religioso el nuevo rumbo y movimiento que toma Dios en las relaciones con sus criaturas: «Los fariseos y letrados murmuraban y preguntaban a los discípulos: —¿Cómo es que coméis y bebéis con recaudado-res y pecadores? Jesús les replicó: —Del médico no tienen necesidad los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a a justos, sino a pecadores para que se arrepientan» (Lc 5,30-32; cf. Mt 9,12).

5. Jesús proclama un Dios misericordioso que busca al pecador y se alegra con una alegría infinita cuando da con la oveja o la dracma perdida: «Alegraos conmigo, porque encontré la oveja perdida [...] Alegraos conmigo, porque encontré la dracma perdida. » (Lc 15,4-10; cf. Mt 18,12-14). Es el mensaje de estas dos parábolas del capítulo 15 de Lucas: «Os digo que lo mismo habrá en el cielo más fiesta por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse» (Lc 15,7)40.


10.3.4. La cercanía del Reino exige atención

Jesús anuncia un juicio de Dios que cree muy cercano con otras parábolas41. La proximidad del juicio, la urgencia para que el hombre se decida a favor o en contra del Reino, las connotaciones que lleva consigo, el premio y el castigo, la exclusión del Reino, etc., las ha ilustrado con las parábolas del hombre que fundamenta su casa sobre roca (Q / Lc 6,47-49; Mt 7,24-27), del encuentro del hombre con Dios al final de los tiempos (Mt 25,31-46), de los invitados que se excusan de asistir al banquete (Q / Lc 14,16-24; Mt 22,1-14), de los viñadores homicidas (Mc 12,1-12par), del administrador infiel (Lc 16,1-8), de los talentos (Q/Lc 19,15-24; Mt 25,19-28), de la cizaña (Mt 13,24-30) y de la

40 Cf. supra, 8.5.1., texto en nota 73, 259.
41
Cf. supra, 8.5.2., 269.

red (Mt 13,47-50). Veamos las connotaciones que tiene la inminencia del juicio en las parábolas que exponemos a continuación.

1. La parábola del rico insensato (Lc 12,16-21)42 se introduce con una seria advertencia que hace Jesús sobre la codicia o avaricia (pleonexia). La cuestión surge cuando un desconocido se le acerca para pedirle que medie entre su hermano y él en orden a repartir la herencia (12,13-14). Jesús rechaza constituirse en árbitro entre partes contendientes de una familia o grupos sobre problemas económicos, pues esto corresponde a los rabinos. Es más, reacciona contra los litigios sobre bienes. Las peleas no se solucionan por la ley, sino luchando contra el fundamento o base de tales disensiones, que es el apetito desordenado de las cosas; ese querer y desear siempre más. Por eso sentencia: «Guardaos de cualquier codicia», e introduce la parábola con la afirmación «que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes» (12,15), en la línea de «¿qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se malogra él?» (9,25; Mt 16,26), o en la dimensión física de la vida de «¿quién de vosotros puede, a fuerza de cavilar, prolongar un tanto la vida?»43. La acumulación de bienes no es garantía alguna para salvaguardar la integridad de la vida, sea biológica, sea espiritual.

Entonces Jesús avisa de la codicia con esta parábola: «Las tierras de un hombre dieron una gran cosecha. Él se dijo: ¿qué haré, que no tengo dónde meter toda la cosecha? Y dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros mayores en los cuales meteré mi trigo y mis posesiones. Después me diré: Querido, tienes acumulados muchos bienes para muchos años; descansa, come y bebe, disfruta. Pero Dios le dijo: ¡Necio!, esta

42 Texto del EvT 63: «Jesús dijo: Había un hombre rico que poseía una gran fortuna. Dijo: Usaré mi fortuna para sembrar, cosechar, plantar, llenar mis almacenes de frutos de modo que no falte nada. Éstos eran pensamientos en su corazón. Y esa noche murió. El que tenga oídos que oiga».

43 Q/Lc 12,25; EvT 36; cf. Eclo 14,3-10; cf. Prov 1,19; Sab 10,11.

noche te reclamarán la vida. Lo que has preparado ¿para quién será?» (Lc 12,16-20).

Jesús otea el Reino tan cercano, que reconvierte por entero el uso y, en este caso, el abuso como acumulación de los bienes, aunque sólo sea para llevar una vida serena y sin sobresaltos sobre su mantenimiento físico. De hecho es un consejo que da la sabiduría veterotestamentaria: «Yo alabo la alegría, porque el único bien del hombre es comer y beber y alegrarse; eso le que-dará de sus fatigas durante los días de su vida que Dios le conceda vivir bajo el sol» (Ecl 8,15).

El horizonte de la muerte personal, desconocido para el protagonista de la parábola, como el de la inminente venida definitiva del Reino, arruina todas las previsiones del hombre que sólo programa para esta vida y según los moldes del sustento diario que procura asegurar por muchos años. El muro de la muerte que supone para toda clase de vida, y el muro más amplio del juicio venidero de Dios, hace que se le tenga en cuenta para vivir afincados en Él. El problema está en la seducción que entraña la riqueza, que reduce la vida al principio de la búsqueda del bien propio y la inutiliza con relación a los demás y a Dios hundiéndola en la pobreza del propio egoísmo. Jesús con-templa los bienes en la perspectiva de la disponibilidad44, que lleva a fundamentar la vida en Dios orientándola hacia su verdadera dimensión que es la gratuidad, y, a partir de aquí, dis-ponerla y donarla por entero a los hombres, incluidos los bienes: «... al que te quite el manto no le niegues la túnica; al que te pida, dale, al que te quite algo, no se lo reclames» (Q/6,29; Mt 5,40); por eso «no andéis buscando qué comer o qué beber; no estéis pendientes de ello. Todo eso son cosas que buscan las gen-tes del mundo. En cuanto a vosotros, vuestro Padre sabe lo que os hace falta. Basta que busquéis el reinado de él y lo demás os lo darán por añadidura»45.

44 Todo esto tiene su precedente también en una corriente de espiritualidad hondamente arraigada en el judaísmo. La defensa y ayuda de los pobres preservan del mal, multiplican los bienes y supone cumplir los preceptos del Señor, cf. Eclo 29,8-13; Tob 4,9-11; SalSal, 9,5, III 39.

45 Q/Lc 12,29-31; Mt 6,31-33; cf. supra, 8.4.2.5°, nota 60, 251.

2. La parábola versa sobre una advertencia a la vigilancia, que se expone en esta otra ante el tiempo escatológico que se está viviendo: «¡Atención, estad despiertos, porque no conocéis el día ni la hora! Es como un hombre que se ausentaba de su casa y se la encomendó a sus criados, repartiendo las tareas, y al portero le encargó que vigilase. Así pues, velad, que no sabéis cuán-do va a llegar el amo de casa, al anochecer o a media noche o al canto del gallo o de mañana; que, al llegar de repente, no os sor-prenda dormidos. Lo que os digo a vosotros se lo digo a todos: ¡Velad!» (Mc 13,33-37par). O la parábola donde es el mismo señor quien tiene que vigilar: «Sabéis que, si el amo de casa supiera a qué hora iba a llegar el ladrón, no le dejaría abrir un boquete en su casa»46.

3. Hay que evitar las sorpresas. Lo que aquí está en juego es lo imprevisible de la llegada del señor o del ladrón. Para ello la actitud mejor que se puede adoptar es la de la fidelidad. La vigilancia se fundamenta y debe ir acompañada de la responsabilidad frente a los deberes impuestos por el señor, porque, aunque éste esté ausente, no por ello se debe cambiar el sentido de vida que supone depender de él, alterando las normativas de servicio por las de prepotencia y autonomía que introducen la división, el enfrentamiento y el sometimiento de los más débiles. Es una seria admonición que Jesús hace a los responsables de la vida religiosa y social del judaísmo que abusan de los pobres por el poder que les dan las instituciones que gobiernan, cuando ellos sólo son representativos del amor de Dios a su pueblo. Por eso les insta a abrirse a la novedad del Reino, desinstalarse y saber leer, oír y ver a quien tienen ante sus ojos: «¿Quién es el criado fiel y prudente a quien el amo pondrá al frente de la servidum-

46 Q/Lc 12,39; Mt 24,43; es el día del Señor anunciado por los profetas, que con el tiempo se orientaron hacia la intervención final del Señor que suponía un rectitud moral apta para encontrarse con Él, cf. Is 13,6; Ez 30,3; JI 1,15; 2,1; Am 5,18; Sof 1,14-18. Texto del EvT: «... Por eso os digo: Si sabe el dueño de la casa que viene el ladrón, vigilará hasta que venga y no le dejará hacerse una entrada en la casa de su reino para llevarse sus bienes». 21, cf. 103.

bre, para que les reparta las raciones a su tiempo? Dichoso el criado a quien el amo, al llegar, lo encuentre actuando así. Os aseguro que le encomendará todas sus posesiones. Pero si el criado, pensando que el amo tarda en llegar, se pone a pegar a siervos y siervas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo del criado el día y la hora que menos lo espera y lo hará trizas, dándole el destino de los desleales»47. El presente es el que hay que atender por la novedad que aporta Jesús.

Pero la fidelidad del presente al Señor se justifica por el premio o castigo que Él dará en el futuro cuando venga y que se percibe como algo inminente, o también como una fidelidad en los trabajos que no tiene el «señor» por qué recompensar. Esto va contra la autojustificación farisaica, o la convicción de que Dios debe corresponder o pagar los méritos acumulados en la existencia de los «justos». No vale, como veremos, la relación contractual entre Dios y el creyente sobre la salvación, y menos la vanagloria de haber cumplido con las obligaciones pertinentes a las responsabilidades de cada cual. Al creyente le basta con cumplir su deber, y la recompensa es pura «gracia»: «Si uno de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando, cuando éste vuelve del campo, ¿le dirá que pase en seguida y se ponga a la mesa? Más bien le dirá: prepárame de comer, cíñete y sírveme mientras como y bebo, después comerás y beberás tú. ¿Tendrá que agradecer al siervo que haga lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho cuanto os han mandado, decid: Somos siervos inútiles, hemos cumplido nuestro deber» (Lc 17,7-10).

47 Q/Lc 12,42-46; Mt 24,45-51; cf. Mc 13,36; véase el paralelismo con la comunidad del Qumrán: «... quien entra en esta alianza dejándose ante sí su tropiezo culpable para caer en él. Cuando escucha las palabras de esta alianza, se felicita en su corazón diciendo: "Tendré paz, a pesar de que marcho en la obstinación de mi corazón". Pero su espíritu será destruido, lo seco con lo húmedo, sin perdón. Que la ira de Dios y la cólera de sus juicios lo consuman para la destrucción eterna. Que se le peguen todas las maldiciones de esta alianza. Que Dios le separe para el mal, y que sea cortado de en medio de todos Ios hijos de la luz por apartarse del seguimiento de Dios a causa de sus ídolos y de su tropiezo culpable. Que se ponga su lote entre los malditos para siempre». 1QS 2,12-17, 51.

4. Es incomprensible, por consiguiente, preocuparse y luchar por una situación de prestigio en el ámbito social, donde se alcanza siempre a costa de o sobre los demás. Más bien el aprecio es algo que viene de fuera, que se recibe, es un don que Dios sabrá conceder a quien se mantiene en sus deberes y en la fidelidad a él. De ahí que Jesús advierta a los fariseos con ocasión de un banquete: «Observando cómo escogían los puestos de honor, dijo a los invitados la siguiente parábola: —Cuando alguien te invite a una boda, no ocupes el primer puesto; no sea que haya otro invitado más importante que tú y el que os invitó a los dos vaya a decirte que cedas el puesto al otro. Entonces, abochornado, tendrás que ocupar el último puesto. Cuando te inviten, ve y ocupa el último puesto. Así, cuando llegue el que te invitó, te dirá: Amigo, sube a un puesto superior. Y quedarás honrado en presencia de todos los invitados. Pues quien se ensalza será humillado, quien se humilla será enaltecido»48. No es una cuestión, por tanto, del cómo se debe estar en un convite con una postura educada49, sino que se trata de descalificar la manía farisaica del protagonismo social y la afirmación de sí mismos ante los demás50, contra la cual Jesús se manifiesta repetidas veces según la tradición judía51

5. La proximidad imprevisible del Reino y el juicio que entraña exige también una conversión, un estar atentos. Antes se ha explicado cuando se trató el juicio52. Los sucesos (Lc 13,1-9) en

48 Lc 14,7-11; cf. 18,14; Mt 23,12.

49 «Ante el rey no gloriarse, ni colocarse con los grandes: más vale escuchar "Sube acá"». Prov 25,6-7; cf. 23,1; Eclo 31,12; BILLERBECx, II 204.

50 También aparece esta opinión en la literatura sapiencial: «Porque Él humilla a Ios arrogantes y salva a los que se humillan» (Job 22,29); «... si se burla de los burlones, concede su favor a los humildes» (Prov 3,34); «La soberbia de un hombre lo humillará, el humilde conservará su honor» (29,23).

51 Cf. Lc 22,26; 18,14; y recuérdese el Cántico de María transmitido por Lucas (1,51-52): «Su poder se ejerce con su brazo: desbarata a los soberbios de sus planes: derriba del trono a los potentados y ensalza a los humildes»; cf. ISam 2,1-10; Sal 89,11; Job 12,19.

52 Cf. supra, 8.5.2. 3°, 272-274.

los que Pilatos mató a varios galileos y el derrumbamiento de la torre de Siloé hace preguntar a Jesús: «¿Pensáis que aquellos galileos, dado que sufrieron aquello, eran más pecadores que los demás galileos?» (13,2), «¿pensáis que eran más culpables que el resto de los habitantes de Jerusalén?» (13,4). Y Jesús mismo se contesta que tales acontecimientos obedecen a la necesidad de una conversión colectiva, porque la situación es tal que origina por doquier injusticia, esclavitud y muerte (13,3.5), de forma que, ante la venida del Reino o de la misma muerte personal, es necesaria una actitud recta en la que Dios, al llegar de una manera inesperada, pueda reconocernos como hijos. No vale, pues, la explicación tradicional de que cada desgracia viene porque se ha cometido previamente un pecado.

Entonces Lucas relata esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su huerto. Fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo al hortelano: —Llevo tres años viniendo a buscar fruta en esta higuera y no la hallo. Córtala, que encima está esquilmando el terreno. Él le contestó: —Señor, déjala todavía este año; cavaré alrededor, la abonaré, a ver si da fruto. Si no, la cortas el año que viene»53. Jesús invita a un arrepentimiento antes del juicio; al estilo de Juan Bautista ofrece otra oportunidad (cf. Lc 3,8-9). Pero la parábola, a diferencia de las muertes que provocó Pilatos y la torre de Siloé, pone el acento en las vidas improductivas, en las que la obligación recae sobre el propio individuo; por eso se le da una última oportunidad antes de cortarlas definitivamente. Jesús exhorta a dar fruto. Es como la semilla que cae en tierra buena que simboliza a «los que con dis-

53 Lc 13,6-9. La parábola se parece al relato de la higuera maldita. La perícopa no es una parábola, sino una acción simbólica o el así llamado milagro de castigo que recuerda a Miqueas (7,1), cf. Os 9,10, Jer 24,1-10; etc. Se expresa la desilusión que siente Jesús por su pueblo que no le recibe y rechaza su mensaje. El Evangelista concluye que Israel ya pertenece a un tiempo pasado por hacer caso omiso de Jesús: «Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. Al ver de lejos una higuera frondosa, se acercó para ver si encontraba algo; pero no encontró más que hojas, pues no era la estación de higos. Entonces le dijo: —Nunca jamás coma nadie frutos tuyos. Los discípulos lo estaban oyendo». Mc 11,12-14; cf. Mt 21,18-19.

posición excelente escuchan la palabra, la retienen y dan fruto con perseverancia» (Lc 8,15). De lo contrario les pasará como a la generación que oye su mensaje y no le hace caso; entonces «los ninivitas se alzarán en el juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se arrepintieron por la predicación de Jonás, y hay aquí uno mayor que Jonás» (Lc 11,32; cf. 10,13-16). Lo que pide Jesús es introducirse en el movimiento salvador que Dios ha iniciado y que no deben dejar pasar (cf. Lc 15).

6. El problema que aparece cuando no se está vigilante en el cometido de las tareas cotidianas y la apertura de la vida a la vida del Reino que despunta en el horizonte, es que se llegue tarde y las puertas de acceso al Reino se encuentren cerradas. Es el mensaje de la parábola de las diez vírgenes (Mt 25,1-12) que salieron con sus lámparas encendidas a la espera del novio (cf. 1Mac, 9,37-39). Unas eran necias y, al tomar sus lámparas o can-diles, no se proveyeron de aceite; otras eran prudentes y junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas (Mt 25,3-4). Recuerda al que edifica la casa sobre roca o sobre arena (Q / Lc 6,47-49; Mt 7,24-27).

Otra vez aflora la situación de sorpresa. El novio se hace esperar, pasa el tiempo, se quedan dormidas y al aviso de la llegada del novio «las muchachas se despertaron y se pusieron a preparar los candiles. Las necias pidieron a las prudentes: —Dadnos algo de vuestro aceite, pues se nos apagan los candiles. Contestaron las prudentes: —A ver si no basta para todas; mejor es que vayáis a comprarlo a la tienda» (25,7-9). Mientras fueron a comprar el aceite, llegó el novio y entró al banquete con las que tenían los candiles encendidos «y la puerta se cerró» (25,10). Cuan-do intentaron pasar las necias ya no pudieron entrar. El aceite simboliza la fuerza, la fiesta, la alegría, es la fe que se traduce en la práctica del amor, de las buenas obras, por las cuales hace que en las casas exista la luz y con ella la vida y la esperanza54. Por

54 «Pero el Señor no quiso aniquilar a Judá, en atención a su siervo David, según su promesa de conservarle siempre una lámpara en su presencia». 2Re 8,19; cf. 2Cró 21,7; Es 29,21.23; 30,34; Sal 23,5; 45,8; 104,15; 132,17; 133,2; etc.

eso los jefes religiosos, como los fariseos y los escribas, también son llamados «necios», como las muchachas imprudentes de la parábola, que se entretienen con la casuística en la solución de los problemas para eludir la voluntad de Dios manifestada en el servicio al pueblo (23,17), además de practicar la injusticia (cf. Lc 13,27; Sal 6,99).

Jesús insta de nuevo a estar vigilantes, preparados, para no llegar fuera de tiempo y que no suene en los oídos la voz: «No os conozco» (Mt 25,12), que evoca la respuesta dada a los falsos discípulos: «Nunca os conocí»55. Una escena que reproduce la parábola sobre la exclusión de Israel del Reino y la entrada del mundo de los gentiles: «Apenas se levante el amo de casa y cierre la puerta, os pondréis por fuera a golpear la puerta diciendo: —Señor, ábrenos. Él os contestará: —No sé de dónde venís» (Q/Lc 13,25; Mt 7,23).

7. Llegar tarde, haber dejado pasar la oportunidad de convertirse y recibir a Dios aboca a una condena. Todo esto se narra en la parábola del rico y el mendigo Lázaro (Lc 16,19-31). Jesús traza una línea divisoria entre lo que los hombres consideran como valioso y lo que Dios estima (Lc 16,15). Alude a la posesión de las riquezas y la vida de pobreza que se describe en las bienaventuranzas: Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino, y malditos los ricos, porque ya tienen su consuelo (Q/Lc 6,20.24; Mt 5,3). E invita a los que poseen bienes a que los compartan con los pobres a fin de que éstos los reciban en las moradas eternas (Lc 16,9). Esto sucede ante un auditorio que Lucas señala poco antes: «Oían todo esto los fariseos, muy amigos del dinero, y se burlaban de él» (16,14).

La separación drástica que se muestra en la vida entre ricos y pobres funda el relato de la parábola del rico y el mendigo Lázaro, cuyas condiciones vitales y destinos históricos contrapuestos los describe Jesús muy gráficamente: «Había un hombre rico, que vestía de púrpura y lino, y banqueteaba espléndidamente cada día. Y había un mendigo, llamado Lázaro, cubierto de llagas y

55 Q/Lc 13,25; Mt 7,23; cf. supra, 8.5.2. 3°, 272-274.

echado a la puerta del rico. Querría saciarse con lo que caía de la mesa del rico. Hasta los perros iban a lamerle las llagas» (Lc 16,19-21). A ello se añade que el mismo significado de su nombre, Lázaro, «Dios ayuda» para nada tiene una verificación histórica, como lo muestra su estado de postración y abandono. Hay, sin embargo, un momento que comparten los dos protagonistas: el de la muerte (16,22). Nada más morir cambian sus destinos: «Murió el mendigo y los ángeles lo llevaron junto a Abrahán. Murió también el rico y lo sepultaron» (16,22), experiencia que aparece con frecuencia en los Evangelios56. Jesús no indica la causa por la que van a lugares tan contrapuestos, porque ni el rico aparece como un malvado ni el pobre como un bendito, sino la aplicación del principio dicho más arriba: compartir los bienes57.

El rico entabla un diálogo con Abrahán en el que se subraya que no basta el estatuto de filiación de Israel para asegurarse los judíos la salvación58, además de comprobar que la situación escatológica impide cualquier comunicación entre los salvados y condenados y con ello la dificultad de cambio alguno (Lc 16,26). Es entonces cuando pide al Patriarca que avise a sus her-manos para que no corran la misma suerte que él: «Entonces, por favor, envíalo [Lázaro] a casa de mi padre, donde tengo cinco hermanos; que los amoneste para que no vengan a parar también ellos a este lugar de tormentos» (Lc 16,27-28). Lo que está aquí en juego es la futura condena de la familia. Por esto el

56 Como ha subrayado Lucas en el citado Cántico de María (1,51-53); o «... muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros» (Mc 10,31par); o la conclusión de la parábola referida del fariseo y el publicano que suben al templo a orar: «Pues todo el que se ensalza será humillado, y quien se humilla será ensalzado». Q/Lc 14,11; Mt 23,12.

57 La Misnd suscribe esto: «José, hijo de Yojanán, de Jerusalén, solía decir: esté abierta tu casa de par en par, que Ios pobres sean familiares de tu casa». Abot 1,5, 838.

58 Una identidad que ya Juan había negado: «Dad fruto válido de arrepentimiento y no os pongáis a deciros: —Nuestro padre es Abrandn; pues os digo que de esas piedras puede sacar Dios hijos para Abrahán. El hacha está ya aplicada a la cepa del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego». Q/Lc 3,7-9; Mt 3,7-10; cf. Jn 8,39; supra, 4.2., 174-178.

rico solicita que vaya Lázaro para convertirla, ya que en la historia aún es posible la comunicación entre las personas en condiciones vitales diferentes y, por consiguiente, se ofrece la probabilidad de una enmienda. Abrahán contesta que escuchen la Palabra de Dios; no hay necesidad de que Lázaro vaya en busca de los cinco hermanos, porque en la Escritura se encuentran los elementos suficientes para discernir lo que es el compartir lo bienes con los necesitados, no volverles la espalda (Eclo 4,4) y darse la conversión (Lc 16,29; Is 58,6-7). Se entiende que la ayuda a los necesitados entraña una dimensión escatológica: «Quien se apiada del pobre presta al Señor y Él le dará su recompensa»59. No es necesario hacer signo alguno extraordinario para provocar la conversión, por ejemplo resucitar un muerto (Lc 16,31), como solicitan el rico o los escribas y fariseos; basta la consabida respuesta que da Jesús a los mensajeros de Juan Bautista: «Ciegos recobran la vista, cojos caminan,...»60.

8. En la parábola del invitado sin traje de bodas (Mt 22,11-13)61, Jesús hace hincapié de nuevo en la exclusión del Reino y consiguiente condena de una parte de Israel, en el contexto ya seña-lado de sus enfrentamientos con los jefes de los sacerdotes, fariseos o principales del pueblo (Mt 21,45; Lc 19,47). Sucedió que un rey invitó a una serie de personas a la boda de su hijo, pero cuando entró el rey a la sala del banquete reparó que uno de los

59 Prov 19,17; cf. Tob 4,4-10; Eclo 4,1-6; Dt 15,7-8.11.

60 Q / Lc 7,22; Mt 11,4; supra, 8.4.2. 1°, 243-244.

61 Este relato está colgado de la parábola de los invitados que se excusan para asistir al banquete (Q/Lc 14,16-24; Mt 22,1-14; cf. supra, 8.5.2. 4°, 274-277). El enlace entre las dos parábolas está mal construido, ya que cuando el rey envía a los criados a recoger a todos lo que encuentren por los caminos, según Mateo: «... reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales» (Q/Mt 22,10), o según Lucas (Q/14,21) «a los pobres y lisiados, a ciegos y cojos», toda esta gente invitada sin previo aviso no tenía por qué llevar el vestido apto para estas celebraciones; y si todos menos uno lo traen, tampoco se aclara cómo los demás han podido vestirse con el traje adecuado. El vestido, por cierto, es un don (Gén 45,22; Jue 14,12; 2Re 5,22); si se entrega a los invitados, se da a todos. De ahí la incongruencia que hay entre las dos parábolas.

comensales no llevaba traje de boda. El rey «le dijo: —Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje apropiado? Él enmudeció. Entonces el rey mandó a los camareros: Atadle de pies y manos, y echadlo fuera, a las tinieblas. Pues son muchos los invitados y pocos los escogidos» (Mt 22,11-14).

La escena del juicio y la condena por orden del rey parte de no llevar el vestido adecuado para estos acontecimientos. En la tradición bíblica el traje es signo de la dignidad de una persona, que incluye las cualidades morales y religiosas. En el libro de Isaías simboliza la protección de Dios a Israe162; en el Apocalipsis el vestido blanco indica la pertenencia a la comunidad de sal-vados (Ap 3,4-5). Sea esto así o no, en todo caso el vestido hace referencia a las obras que una persona realiza por su propia responsabilidad, y puede que correspondan a una fe que introduce al creyente en la dimensión divina religando su vida y obras a Dios, de forma que toda la actividad es la prolongación y la expansión de su presencia en la historia. Y las obras humanas remiten a Dios en el momento en que sean obras de amor hacia los hombres, y cuando se insertan en el juicio son tabla de salvación (Mt 25,33-40). Por eso el vestido en el reino celeste son las obras de los justos: «... porque ha llegado la boda del Cordero, y la novia está preparada. La han vestido de lino puro resplandeciente (el lino son las obras buenas de los santos)» (Ap 19,7-8). Estas obras son posibles en la medida en que el oyente se une a Jesús para mantenerse fiel al Reino que anuncia. Es una adhesión que implica un seguimiento, o un seguirle que termina en una adhesión: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame»63.

La exclusión del banquete relatada de una forma tan plástica recuerda al libro de la Sabiduría que dramatiza las tinieblas de la novena plaga del Éxodo: «Pensaban los malvados que controlaban a la nación santa, mientras yacían ellos prisioneros de las

62 «Desbordo de gozo con el Señor, me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona o novia que se adorna con sus joyas». Is 61,10; cf. 1Hen., 62,15-16, IV 86.

63 Mc 8,34; cf, Q/Lc 14,27; Mt 10,38; EvT 55.

tinieblas, en el calabozo de una larga noche, recluidos bajo sus techos, prófugos de la eterna Providencia...» (Sab 17,2; cf. Éx 10,21-23). La sentencia apocalíptica final, que de alguna manera resume el relato, no corresponde al secretismo tan querido al pensamiento apocalíptico sobre quiénes y cuántos serán los salvados64. Son elegidos los miembros del pueblo de Dios, especial-mente los que escuchan su palabra y la ponen en práctica (Q / Lc 6,47-49; Mt 7,24-27), o cumplen la voluntad de Dios (Q / Lc 6,46; Mt 7,21), u obran con amor (Mt 25,33-40), o le siguen (Mc 8,34par). Lo cierto es que hay una contradicción aparente entre la sentencia y la parábola, porque en ésta es sólo uno el excluido y todos los demás disfrutan del banquete. Que muchos o todos sean llamados pero pocos los salvados, hace relación a una comparación de superioridad propia del pensamiento judío: hay más convocados que elegidos. En la parábola, el expulsado del banquete representa a los excluidos.


10.4. Jesús y las parábolas

La narraciones sencillas de las parábolas evidencian y aclaran los núcleos fundamentales del Reino. El Reino es un don de Dios que se expande en la historia por la misma dinámica y potencia que lleva consigo cuando se inserta en la vida humana. En correspondencia a esto, los hombres deben abrir su corazón a la nueva actitud que Dios ha tomado, lo que suscita una confianza extrema en su desarrollo e incidencia en el cambio de las relaciones que configuran toda la existencia creada. Este dejarse llevar el hombre por Dios no proviene de la acción humana exclusiva del creyente, sino de la iniciativa misericordiosa del Dios de Jesús, que sale al encuentro del pecador, le perdona y le origina la posibilidad de una respuesta adecuada para que el encuentro con Él se convierta en un diálogo amoroso y, en cuanto tal, salvador.

64 ApoAbra., 29,17. La Bible. Écrits Intertestamentaires. Avant-propos par M. Philonenko. Introduction Général par A. Cagnot et M. Philonenko (Paris 1987) 1728 (=EI); 4Esdr., 8,41, El 1435; 8,1.3, El 1431; 9,15, El 1439.

Este movimiento divino no obsta para que se dé una exigencia; exigencia que conlleva una decisión y un estar atentos para introducirse en la racha gratuita de bondad divina que se está dando en estos momentos de la predicación de Jesús. Por eso la vigilancia y la pronta disponibilidad del hombre hacia su Señor, que está al llegar, se significa en la fidelidad y responsabilidad a los deberes impuestos, que son aquellos que tratan de repartir los bienes con los más necesitados, lo cual es posible en la medida en que exista una conversión desde Dios hacia los demás para compartir la existencia. La conversión descubre y desmonta todo el andamiaje religioso y social que se construye para poner al abrigo y salvaguardar aquellos intereses que tapan el rostro auténtico de Dios. Y quien se mantenga en esta actitud será excluido del Reino.

Las parábolas acentúan con fuerza la urgencia de la conversión y la decisión ante el Reino que conducen a centrarse en unos cuantos valores, los imprescindibles para sobrevivir hasta la venida definitiva de Dios. El clima escatológico en el que Jesús inserta sus relatos parabólicos hace que la vida humana se oriente con decisión hacia Dios, y evita la información y doctrina en las que se encierra el estilo parabólico.

Las parábolas de Jesús no son autónomas; no forman un cuerpo doctrinal o exigencia vital en unos valores intemporales y que se acomodan a cualquier generación y a todo tiempo. Las parábolas que pronuncia Jesús estan vinculadas al reino de Dios y a su persona. Hablan de Dios y de sus relaciones con Ios hombres, pero Jesús está al servicio de este mensaje, y remontándose a las actitudes y comportamientos divinos es como él justifica su obrar. El mensaje de las parábolas objetiva cómo Jesús experimenta a Dios y le involucra en los hechos y dichos que remiten a una incipiente presencia renovadora de la creación donde despunta el tiempo final escatológico. Jesús no es un rabino que está al margen de las exigencias éticas de la doctrina y se limita a aclarar los lados oscuros de la Ley y a enseñar cómo se transmite y aprende. La vida de Jesús es el criterio de veracidad de la parábola. Si los comienzos del Reino son insignificantes, es porque Jesús no se presenta con el poder de los reyes de la tierra (Mc 4,30-32par; 10,42par); si el dueño de la viña paga al último que fue a trabajar lo mismo que al primero, que ha soportado el calor de todo el día, es porque Jesús está prometiendo a los publicanos y pecadores la salvación que Dios está a punto de brindar, o porque él vive la experiencia de Dios como una bondad infinita que hace salir el sol por igual para todo el mundo, para justos e injustos65; si el prójimo es quien siente compasión por el herido, es porque Jesús sufre y se compadece del dolor ajeno, se introduce en la fuente de donde mana la desesperanza de su pueblo con el que se encuentra en su corto ministerio público, estableciendo la bondad de Dios en la corriente humana que padece el dolor y vive en pecado, y en este espacio infernal proclama la salvación a todo el mundo (Lc 10,19-37; 7,11-17).

La conducta de Jesús hace real el mensaje de las parábolas, de forma que los oyentes sienten la cercanía divina con la presencia del mensajero. La habilidad de Jesús está en que la novedad de su mensaje lo arropa, y transmite de una forma sorprendente, y sólo se puede comprender por la sorpresa que supone que Dios está dispuesto de nuevo, y de forma definitiva, a rehacer a quien se abra y vuelva a Él por la relación con Jesús. Como se ha citado más arriba: «Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echarían a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos» (Mc 2,21-22).

Esto invalida la escucha de su mensaje a distancia, como quien asiste a una fiesta sin implicarse en el desarrollo de la acción que se está realizando. Sería transformar la fiesta en un espectáculo. La parábola concluye en el encuentro o rechazo de la persona de Jesús, en la inserción o alejamiento del Reino, que Jesús anuncia y hace presente. La vinculación de las parábolas a Jesús provoca que reaccionen contra él los que no escuchan ni

65 Cf. Mt 20,1-16; Q/Lc 6,35; Mt 5,45

admiten las exigencias del Reino. Esto se observa en la conclusión que pone Marcos a la parábola de los viñadores homicidas situada en el ministerio de Jesús en Jerusalén cuando pronuncia su mensaje ante los sumos sacerdotes, escribas y ancianos (Mc 12,1-10par): «Intentaron arrestarlo, porque comprendieron que la parábola iba por ellos. Pero, como temían a la gente, lo deja-ron y se fueron» (10,12). Y es que el Reino es un acontecimiento histórico, no una doctrina o un conjunto de valores organizados dentro de un sistema de pensamiento. Y dicho acontecimiento lo une y simboliza Jesús mismo con su persona y su comportamiento.

Con el tiempo, después de los sucesos de la Pascua, la comunidad cristiana primitiva convierte a Jesús en lo que se ha venido en llamar «parábola de Dios» en la medida en que la confesión de fe en él supone el creerle como el Cristo o Enviado del Padre y como un indicador más de su identidad personal. Por eso, cuando se forman las tradiciones evangélicas y con ellas las interpretaciones de las parábolas, pasan muchas de ellas a reformular la vida y el mensaje de Jesús y acomodarlo a las situaciones de las comunidades y a los proyectos que los evangelistas tienen para la redacción de sus obras.

Marcos ve en las parábolas la presencia del Reino de una manera diáfana y, a la vez, oculta, como sucede con la vida de Jesús, cuya identidad se descubre al final, después de mantener el secreto mesiánico y el fracaso en la cruz. Jesús puede dar las claves para su comprensión y vivencia: «A vosotros se os comunica el secreto del Reino de Dios; a los de fuera todo se les propone en parábolas» (Mc 4,11). Pero las parábolas se deben escuchar en la perspectiva que les da Jesús, al cual hay que abrirse para percibir su plenitud de sentido que se funda en Dios (Mc 4,13-20). Aquí se juega el hombre su destino, al que accede paulatinamente, igual que la identidad de Jesús que se desvela poco a poco a sus seguidores. Y esto se consigue por un conocimiento especial que da Dios. Por eso las parábolas y la vida de Jesús permanecen como enigmas hasta que Dios revela su verdadero significado, menos a Israel que, a la altura del tiempo de Marcos, ya ha perdido su lugar dentro de la historia de salvación por cerrarse a Jesús, siendo sustituido por la comunidad cristiana: «...a los de fuera todo se les propone en parábolas, de modo que por mds que miren, no vean, por mds que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados» (Mc 4,10; Is 6,9-10). Dios ha decidido esto, pero también ha tenido que ver el rechazo al mensaje de Jesús por parte de los dirigentes de Israel66. Entonces el futuro de Dios pertenece al nuevo pueblo reunido por el acontecimiento pascual. Israel forma parte del pasado.

Las parábolas en Mateo versan sobre este rechazo de Israel en una primera fase. Jesús no es comprendido en el discurso que hace sobre el Reino (cc.11-12). Por eso es repudiado por los suyos67. Con esta base, las parábolas se dirigen a los discípulos y a la gente de manera diferente: «Se le acercaron los discípulos y le dijeron: —¿Por qué les hablas contando parábolas? Él les respondió: —Porque a vosotros se os concede conocer los secretos del Reino de Dios, a ellos no se les concede. Al que tiene, le darán y le sobrará; al que no tiene le quitarán aun lo que tiene. Por eso les hablo contando parábolas, porque miran y no ven, escuchan y no oyen ni comprenden» (Mt 13,10-15). Y lo justifica el Evangelista con la parábola reseñada de los viñadores: Ellos han rechazado a los profetas y al hijo, a lo que se une su cerrazón a los mensajeros cristianos. Todo esto hace que Dios los aleje de su Reino, destruyendo Jerusalén que ha matado a su Hijo fuera de la ciudad. Es la frase del rey de la parábola del ban-

66 Es la adaptación de la parábola de los viñadores homicidas (Mc 12,1-12), en la que los labradores maltratan a los criados del amo y matan al hijo, como una narración alegórica de la historia de la salvación. Por eso el dueño de la viña dará muerte a Ios viñadores (cf. Mc 4,2; 3,9) y entregará la viña a otros, es decir, al nuevo pueblo de Dios, para que dé frutos.

67 «Cuando Jesús terminó estas parábolas, se marchó de allí, se dirigió a su ciudad y se puso a enseñarles en su sinagoga. Ellos se preguntaban asombrados: —¿De dónde saca éste su saber y sus milagros? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Sus hermanos ¿no viven entre nosotros? ¿De dónde saca todo esto? Y lo sentían como un obstáculo. Jesús les dijo: —A un profeta lo desprecian sólo en su patria y en su casa. Y, por incredulidad, no hizo allí muchos milagros». Mt 13,53-58; cf. Mc 6,1-6; Lc 4,16-24.

quete nupcial: «El rey se encolerizó y, enviando sus tropas, acabó con aquellos asesinos e incendió su ciudad»68. Pero también existe en las parábolas de Mateo una perspectiva salvadora universal, donde se contraponen los creyentes y no creyentes a partir de su conducta, cuyo criterio ético sólo es el amor (25,35-40). Y en este ámbito también entran los seguidores de Jesús, a los cuales no les vale su estatuto jurídico de cristianos (cf. 22,11-13; 25,41-46).

Lucas abandona el uso de las parábolas como explicación de la historia de salvación. Deja el rechazo de Jesús por parte de Israel de Marcos y Mateo y se adentra en la ética cristiana, quizás determinada por una cierta debilitación de la fuerte expectativa escatológica que se dio en tiempos de Jesús. Lucas prefiere introducir la tensión escatológica del Reino en la vida cotidiana. En ella se debe dar la conversión y el testimonio del Resucitado, mostrados por una confianza en la escucha de la Palabra y el compartir los bienes con los más necesitados. Las parábolas son entonces paradigmas ejemplares que el cristiano reproduce en su conducta. Se ha visto en la exposición de la parábola de los que ocupan en un banquete los primeros puestos en la mesa (Lc 14,8-11), o en la de la oración del fariseo y el publicano en el templo (18,10-14), o en la del buen samaritano (10,29-37). El Evangelista inserta las parábolas en la vida pública de Jesús. Por consiguiente, se contextualizan en su propio ambiente, como provenientes del mismo Jesús en su proclamación del Reino. Por ello se indican detalles como el lugar, las personas, el ambiente. Al final del testimonio de Jesús sobre Juan Bautista, parafrasea Lucas un texto de «Q»: «Todo el pueblo que escuchó y los recaudadores dieron la razón a Dios aceptando el bautismo de Juan; en cambio los fariseos y jurisperitos rechazaron lo que Dios quería de ellos» (Q/Lc7,29-30; cf. Mt 21,32); y el dis-curso sobre el abandono en la providencia divina lo concluye así: «Vended vuestros bienes y dad limosna. Procuraos bolsas

68 Mt 22,7; cf. supra, 8.5.2. 4°, 274-277.

que no envejezcan, un tesoro inagotable en el cielo, donde los ladrones no llegan ni los roe la polilla. Pues donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón» (Lc 12,33-34).

En definitiva, las parábolas no se desligan de Jesús, pero se les da una nueva orientación muy enriquecedora para las nuevas circunstancias que viven las comunidades, además de los motivos redaccionales que tienen los Evangelistas. Así las parábolas se adecuan a los nuevos interlocutores, perdiendo la urgencia que mantenían en tiempos de Jesús ante la venida inminente y definitiva de Dios. Ellas se adentran con vigor en la explicación de la última fase de la historia de la salvación y en las exigencias éticas a las que debe ser fiel la comunidad cristiana. La vigilancia ante la venida del día del Señor se mantiene, porque se puede dar en cualquier momento de un tiempo final, ciertamente prolongado, pero, en cuanto tal, ya selectivo: «Venid, benditos de mi Padre, a heredar el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y acudisteis» (Mt 25,34-37).