V

REINO DE DIOS

 

8. El mensaje central de Jesús

8.1. Escenario del ministerio de Jesús

Los Evangelios no transmiten con exactitud el tiempo que Jesús dedica a proclamar el Reino. Se suele citar a Marcos para defender que la actividad pública de Jesús dura alrededor de un año, ya que en su Evangelio sólo relata una estancia en Jerusalén para celebrar la fiesta anual judía de la Pascua (Mc 14,1-2). Por otra parte, Mateo y Lucas dan a entender que Jesús visita varias veces Jerusalén (Mt 23,37; Lc 13,34), incluso que recorre toda Judea, o todo el territorio de Palestina, cuando Marcos limita su ministerio exclusivamente a Galilea1. Juan indica con claridad que Jesús viaja tres veces a Jerusalén para celebrar la Pascua2. Si la primera visita la hace al poco de iniciar la proclamación del Reino, se supone que éste dura al menos dos años y medio.

Tampoco sabemos con precisión el recorrido que hace por las ciudades y pueblos de Palestina. Es cierto que muchos pasajes evangélicos sitúan a Jesús alrededor del mar o lago de Galilea, o mar o lago de Tiberíades. Es probable que, después de su estancia en el entorno de Juan, vuelva a las orillas del lago, donde seguramente ha trabajado en la construcción de la ciudad de

1 Cf. Mc 1,35-39; cf. Lc 4,42-44; 23,5.
2 Jn 2,13; 6,1-4; 11,55-57; cf. 12,1.12; 13,1; 18,28.

Tiberíades y formalizado algunas relaciones, ya que no podría desplazarse a su pueblo como antes lo pudo hacer a Séforis, pues la nueva capital de Herodes Antipas dista unos 27 km de Nazaret3.

No se conoce con exactitud el itinerario que hace en estos comienzos de su actividad pública. Si se toma, por ejemplo, el Evangelio de Marcos, Jesús llega a Cafarnaún desde Nazaret (1,14-2,1). Camina por el Valle de las Palomas, pasa por Magda-la y llama a los primeros discípulos en la región de Magadán: «Y dejando Nazaret, vino a residir en Cafarnaún [elthón katókésen eis Kapharnaoum] junto al mar» (Mt 4,13). Cafarnaún significa «finca de Nahún» y es centro de relaciones de las pequeñas poblaciones que rodean el lago de Galilea, y tiene buenas comunicaciones con las regiones de Fenicia y la Decápolis como con Séforis y Tiberíades, las dos capitales de Herodes Antipas. Cafarnaún, Betsaida y Corozaín forman un triángulo al norte del mar de Galilea en donde Jesús desarrolla gran parte de su ministerio. Pero Cafarnaún es la ciudad de Jesús, donde tiene su casa4.

3 Herodes Antipas construye Tiberíades en honor del emperador Tiberio. Se decreta su construcción entre los años 18 al 20 de nuestra era. Josefo escribe que la funda «en el lugar más hermoso de Galilea, a orillas del lago de Genesaret. [...] Y la habitaron gentes llegadas allí y entre ellos había no pocos galileos. [...] Él [Herodes] les dio la libertad y les concedió numerosos beneficios en numerosas circunstancias, imponiéndoles la necesidad de no abandonar la ciudad, no sólo con la construcción de viviendas costeadas por él mismo, sino también con la entrega de tierras de las suyas propias...». Ant., 18,36, II 1085; cf. supra, 2.1.4., 111.

4 Mc 2,1: «AI cabo de unos días volvió a Cafarnaún y se corrió que estaba en casa»; 3,20: «Entró en casa, y se reunió tal multitud que no podían ni comer»; Mt 9,1: «Subió a una barca, cruzó a la otra orilla y llegó a su ciudad». Aquí es donde se le reclama su tributo anual para el templo (Mt 17,24-27), elige a Pedro, Andrés, Santiago y Juan (Mc 1,17par), llama a Leví de Alfeo (Mc 2,14par), visita la casa de Pedro y cura a su suegra (Mc 1,33par), sana a un endemoniado (Mc 1,21-28; Lc 4,33-37), a un leproso (Mc 1,40-45par), a un paralítico (Mc 2,3-12par), a la hemorroisa (Mc 5,25-34par), al siervo del centurión (Q/Lc 7,1-10; Mt 8,5-10; Jn 4,43-54), a la hija de Jairo (Mc 5,36-43par). A Cafarnaún viene su familia, porque cree que está loco (Mc 3,21par), cuando su madre y hermanos lo mandan llamar (Mc 3,31-35par); allí le acompañaron su madre, sus hermanos y sus discípulos (Jn 2,12). En la sinagoga de Cafarnaún enseña con autoridad (Mc 1,21-28; Lc 4,31-37) y el evangelio de Juan sitúa en ella el discurso del pan de vida (6,22-66). Sin embargo, la maldice junto a Corozaín y Betsaida (Q/Lc 10,13-15; Mt 11,20-24). A partir de este rechazo el evangelio de Juan no la nombra, y el documento «Q» sólo lo hace para resaltar su incredulidad: «Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os desprecia a mí me desprecia; quien a mí me desprecia, desprecia a quien me envió». Q/Lc 10,16; Mt 10,40.

Viaja de Cafarnaún a la tierra de Gerasa, en la región de la Decápolis, al este del lago o mar de Galilea (Mc 4,35-5,21). Según Marcos (6,31-8,10) se embarca en Cafarnaún, arriba a Tabigha y sigue después a Betsaida, que no puede alcanzar, ter-minando en los alrededores de Genesaret. Con los discípulos recorre los lugares habitados de la orilla del lago hasta Fenicia. En Tiro cura a la hija de una mujer pagana y pasa a la Decápolis. Más tarde regresa a la ciudad de Dalmanuta, en Magadán. En el tercer recorrido, siempre según Marcos (8,13-9,33), se dirige al norte, hacia Betsaida. De aquí parte a Cesarea de Filipo, donde Pedro hace su profesión de fe y comunica a sus discípulos la posibilidad de su ajusticiamiento. Por último (10,1), cuan-do tiene noticias de que Herodes quiere asesinarlo (Lc 13,31), abandona Galilea, camina hacia Batanea, situada ya en Judea, al oriente del río Jordán. Desde aquí viaja a Jerusalén para celebrar la Pascua.

8.2. La proclamación del Reino

«Cuando arrestaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea a pro-clamar la buena noticia de Dios. Decía: —Se ha cumplido el plazo y está cerca el Reino de Dios: arrepentíos y creed la Buena Noticia» (Mc 1,15par). Así se inicia el ministerio de Jesús. Es más, el Reino de Dios (Hé basileia tou theou) es el hilo conductor de toda su actividad, o el núcleo central de su misión5. El Evangelio de Mateo prefiere usar el Reino «de los cielos» (Hê basileia

5 Basileia tiene tres traducciones: «realeza», referida a la cualidad, cf. Jn 18,36; «reinado» a la actividad, Mc 1,15; y «reino» a los destinatarios de la acción, cf. Mt 23,13. De hecho aparece Reino de Dios, o Reino de los cielos, o Reino del Padre, sesenta y nueve veces en los Sinópticos dicho por Jesús o atribuido a él; en los Hechos de los Apóstoles siete veces (1,3; 8,12; 14,22; 19,8; 20,25; 28,23.31); también siete en las cartas de Pablo (Rom 14,17; 1Cor 4,20; 6,9.10; 15,50; Gál 5,21; 1Tes 2,12); cuatro en las cartas deuteropaulinas (Col 4,11; 2Tes 1,5; 2Tim 4,1.18); dos en Juan (3,3.5) y una vez en el Apocalipsis (12,10). Con matiz cristológico, según Mateo (16,28): «Os lo aseguro: hay algunos de los que están aquí que no sufrirán la muerte antes de ver venir al Hijo del Hombre como rey» (cf. 13,41; 20,21), y Lc 22,29-30; Jn 18,36; Ef 5,5; Col 1,13; 2Pr 1,11; Ap 11,15.

ton ouranon) para evitar el nombre de Dios según la tradición judía de entonces6. Con «reino» se comprende el territorio o el ámbito donde gobierna un rey. Pero, sobre todo, se entiende la acción de Dios mediante la cual gobierna su creación. Es un ejercicio, por consiguiente, o una acción dinámica que mira directa-mente al hecho del reinar de Dios sobre la historia humana y la naturaleza que la cobija.

8.3. El Reino en la tradición de Israel

Cuando Jesús emplea Reino de Dios en sus dichos o en sus hechos, dicha expresión evoca en sus conciudadanos una experiencia concreta de Dios, o concepciones distintas nacidas de ciertas actuaciones históricas reseñadas en la amplia y rica tradición religiosa judía. Todo ello se narra en la Biblia hebrea, en la liturgia o en los escritos apocalípticos anteriores o contemporáneos a la época de Jesús, de forma que prueba que él está familiarizado con las diferentes interpretaciones del Reino que se dan en este tiempo. Otra cosa es el sentido y contenido concreto que quiere dar a este tema.

En primera instancia, se nombra a Dios como rey con referencia a un poder permanente que ejerce sobre la creación. «El Señor

6 No obstante cita también Reino de Dios recogido de otras tradiciones: «Pero si yo expulso los demonios con el Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios» (Q/Mt 12,28; Lc 11,19); «Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el reino de Dios» (Mt 21,31); «Por eso os digo que os quitarán el Reino de Dios y se lo darán a un pueblo que dé los frutos debidos» (Mt 21,43).

reina eternamente y los paganos se han marchado de su país» (Sal 10,16); «el Señor afirmó en el cielo su trono y su Reino gobierna el universo» (103,19); «el Señor dentro de ti es el rey de Israel y ya no temerás nada malo» (Sof 3,15); «el Señor será rey de todo el mundo. Aquel día el Señor será único y su nombre único» (Zac 14,9)7. Y esto es así, porque la creación salió de sus manos y de la bondad de su corazón, además mantiene su presencia en ella por medio de su cuidado, providencia y gobierno. La comprensión de esta experiencia es como si la creación le perteneciera a Dios por derecho propio, y da lo mismo que aquélla se coloque en posición de obediencia o en actitud de rebeldía.

El Señor es el que salva a Israel de Egipto y establece la Alianza en el Sinaí, es decir, es el que crea al Pueblo y mantiene su fidelidad en la medida en que lo gobierna y conserva en la historia, y los ecos de esto resuenan tanto en el culto desarrollado en el templo sito en la ciudad santa de Jerusalén, como en el nacimiento, confirmación y, a la vez, instancia crítica que supo-ne la realeza del Señor cuando Israel elige la monarquía como institución de gobierno8.

Mas la infidelidad de Israel hace reaccionar a Dios con castigos, y la simple lejanía de su presencia aboca al pueblo a la humillación ante las naciones. Son los silencios, o ausencias del ejercicio real de Dios, que provocan la condena de Israel. Es cuando aparece un gobierno de Dios pleno de acciones misericordiosas, una vez experimentado el fracaso de la realeza humana con los descendientes de David y la dura estancia en el destierro de Babilonia. Entonces Dios ejerce el poder, no al estilo de los soberanos de las naciones, imponiendo pesadas cargas a sus

7 Existen infinidad de citas al respecto en el AT, cf. Sal 47,2-3; 93,1-4; 47; 96-99; 145,13; 1Sam 12,12; Is 15,18; 24,23; etc.

8 «Samuel dijo a los israelitas: —Ya veis que os he hecho caso en todo lo que me pedisteis y os he dado un rey. [...] Pues bien, ahí tenéis al rey que pedisteis y que habéis elegido; ya veis que el Señor os dado un rey. Si respetáis al Señor y le servís, si le obedecéis y no os rebeláis contra sus man-datos, vosotros y el rey que reine sobre vosotros viviréis siendo fieles al Señor, vuestro Dios». 1Sam 12,1.13-14; cf. 9,1-10,16; 2Sam 7,8-17; Is 6,1-13; 7,10-14; 9,6-7.

súbditos, o persiguiendo sin compasión a los enemigos, sino mediante su presencia misericordiosa, que da la vida y produce la alegría de entrever la posibilidad de la rehabilitación de Israel: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: —Ya reina tu Dios!» (Is 52,7)9. El Reino de Dios se divisa en este caso como una realidad futura, pero ya al alcance de la mano del pueblo.

Tras el fracaso de la restauración de Israel después del destierro, surge la idea de un Reino de Dios sobre todos los pueblos de la tierra en Jerusalén, en la que la creación volverá al paraíso original (Zac 14,9). Es, pues, en Sión donde el Señor ejercerá su gobierno sobre todo el mundo: «Los supervivientes de las naciones que invadieron Jerusalén vendrán cada año a rendir homenaje al Rey, al Señor de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de las Chozas» (Zac 14,16), fiesta en la que se celebra la realeza de Dios10. Realidad que no se cumplió, y de nuevo, por las persecuciones de Antíoco IV Epífanes11, surge la esperanza ante las visiones de Daniel en las que preconiza una victoria final de Dios sobre todas las naciones (Zac 1-7), victoria que en este caso incluye la resurrección: de los justos para el premio, de los injustos para el castigo: «Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para la vida eterna, otros para la ignominia perpetua» (Dan 12,2)12. Con esto, la dimensión apocalíptica se

9 «Su glorioso principado y la paz no tendrán fin, en el trono de David y en su reino; se mantendrá y consolidará con la justicia y el derecho desde ahora y por siempre. El celo del Señor de los ejércitos lo realizará». Is 9,6; cf. Éx 15; 19,6; Dt 33,5; 1Sam 8,6-22; Is 7,10-14; 24,23; 43,1-8.15; 44,6; Jer 8,19; 10,7.10; 31,1; Ez 20,33; Abd 21; Miq 2,12-13; 4,9; Sof 3,15; etc.

10 Cf. supra, 2.2.3., 128.

11 Cf. supra, 2.3.1., 133.

12 La esperanza de la futura victoria del Señor está presente también en Tob 13; Eclo 36,1-17; Jud 9,12-14: «¡Sí, sí! Dios de mi padre y Dios de la heredad de Israel, dueño de cielo y tierra [...] concédeme hablar seductora-mente para herir de muerte a los que han planeado una venganza cruel contra tus fieles. [...] Haz que todo tu pueblo y todas las tribus vean y conozcan que tú eres el único Dios, Dios de toda fuerza y de todo poder, y que no hay nadie que proteja a la raza israelita fuera de ti».

añade a la esperanza escatológica de los profetas, lo que conlleva una separación entre la realidad de la esperanza, encuadrada en los parámetros de la creación primera de Dios, y un mundo nuevo en el que el Reino de Dios sobre todos los pueblos, y asentado en Jerusalén, encierra un condominio eterno de Israel que, ciertamente, trasciende la dimensión histórica. Es el paso de esta creación, a una creación nueva.

Sin esta idea de la resurrección, -pues se cambia por la inmortalidad del alma, pero en la línea de que Dios es un Juez que premia y castiga tras un juicio escatológico-, el libro de la Sabiduría se une al de Daniel en el sentido de que el Señor es ese Rey que impondrá al final de los tiempos un Reino en el que gobernará eternamente (3,8). Hay que subrayar que el disfrute de tal Reino se da más allá de la historia, es transhistórico, aunque se puede pregustar en esta vida en la medida en que los gobernantes estén al servicio de este Reino eterno; de lo contrario recibirán un justo castigo (6,4-6). No obstante esto, la expresión «Reino de Dios» se une a la del justo perseguido, a quien la sabiduría «lo guió por sendas llanas, le mostró el Reino de Dios y le dio a conocer la ciencia de los santos» (10,10)13.

Por otro lado, hay que reseñar que en la literatura del Qumrán e intertestamentaria se ofrece también la esperanza en un Reino de Dios con la dimensión apocalíptica en la que se relata la lucha de Dios con los reinos paganos y, además, con Satanás: «... el segundo batallón estará armado con un escudo y una espada para hacer caer a los muertos por el juicio de Dios y para humillar la línea del enemigo por el poder de Dios, para pagar la recompensa de su maldad a todas las naciones de vanidad. Pues la realeza pertenece al Dios de Israel, y por los santos de su pueblo obrará proezas»14. Pero junto a este antagonismo es significativo que se acentúe el acto del reinar de Dios en su gloria de

13 Cf. en la línea del Sal 22 e Is 52,13-53,12.

14 1QM 6,6, 150. En Regla de la Guerra se dice que Dios reinará sobre todos y que Israel participará de ese gobierno en la guerra que se tendrá al final de los tiempos entre el bien y el mal: «¡Abrid las puertas siempre para que entren] las riquezas de las naciones! Te servirán sus reyes, se postrarán ante ti [todos tus opresores, y lamerán el polvo de tus pies]. [¡Hijas] de mi pueblo, gritad con voz de júbilo! ¡Adornaos con arreos de gloria! ¡Dominad sobre el go[bierno de...] [...] Israel, para reinar por siempre». 1QM 19,5-8, 165; cf. 6,6, 150; «Hará la guerra a Beliar y otorgará una venganza victoriosa de nuestros enemigos [...] porque el Señor está en medio de ellos y el Santo será su rey». TesDan., 5,10. Versión de L. Vegas Montaner, en A. DIEZ MACHO (ED.) Apócrifos del Antiguo Testamento (Madrid 1987) V 107. En la misma línea, TesMoi., 4,2; 10,1-10, Ibíd., V 261.268-270; SalSal., 5,17-18. Versión A. Piñero Sáenz, Ibíd., (Madrid 20022) III 33.

una forma permanente, llevado a cabo por los ángeles en su «palacio del cielo»: «Los jefes de las alabanzas de todos los dioses, alabad al Dios de las alabanzas espléndidas, porque en el esplendor de las alabanzas está la gloria de su Reino. De ella vienen las alabanzas de todos los divinos junto con el esplendor de toda su majestad», ya que es exclusivamente suyo el mismo ejercicio de ser rey15. Esto supone que el reinar y el espacio del Reino se circunscriben al cielo, que es la sede de Dios y el lugar donde lleva a cabo su realeza, quedando su actuación y ejercicio en la tierra como contenido de la esperanza; por tanto, como una realidad futura.

En definitiva, este Reino de Dios, tal y como se presenta sal-picando toda la tradición veterotestamentaria y en la literatura intertestamentaria, entraña una dimensión futura, bien en un ámbito histórico o transhistórico, bien presente en el templo de su gloria. Conforme Israel se hunde en las distintas vicisitudes históricas, siendo dominado o vencido por sus enemigos, aparece con más ímpetu el gobierno de Dios como signo de esperanza, con una dimensión escatológica y apocalíptica, no sólo porque es capaz de reunir a un Israel disperso y dividido, sino también porque puede imponerse y dominar a los poderosos reinos de la tierra y a Satanás.

8.4. El Reino del Dios de Jesús

8.4.1. La dimensión de futuro del Reino

Jesús parte del entorno de Juan. El mensaje central de su ministerio público, el Reino de Dios, toma desde el principio una dimensión escatológica que en los escritos examinados se describe como un triunfo apoteósico de Dios sobre las potencias enemigas de Israel y sobre Satanás, pero sin olvidar que el Señor ya reina en el cielo.

Existen muchas referencias en los Evangelios sobre la dimensión de futuro del Reino de Dios que anuncia Jesúsl16. El Reino comporta una impronta temporal y espacial, es decir, una persona puede acceder a ese Reino y residir en él17. Sin embargo, se ha de afirmar que, no sólo lo temporal y lo espacial define el Reino, sino que es Reino precisamente el futuro y la medida, en el sentido en que el mismo Dios cualifica, precisa y cubre el contenido de la esperanza humana que lleva consigo. Este contenido no se experimenta en el presente, ni se ha disfrutado en el pasado, pero se espera como la venida de Dios, mediante la cual, tanto la creación, como la humanidad, alcancen su destino final, sea cual fuere el modo como se conciba el contenido de ese final, cuyas variantes, por ejemplo, las acabamos de describir en el judaísmo anterior y contemporáneo a Jesús.

15 4Q403 1,32-33, 438; «... bendecirá a todos los que exaltan sus preceptos con siete palabras maravillosas] para escudos robustos; bendecirá a todos los destinados a la justicia que alaban su realeza gloriosa [... por siempre con siete] pala[bras maravillosas para paz [eterna. Y todos los príncipes supremos bendecirán juntos al Dios de los divinos en el nombre de su santidad...». 1Q405, fr 3, 2,16-18, 442; cf. 4Q510, 398-399; 4Q511, 399-400.

16 «Os lo aseguro, quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él»; «Jesús miró en tomo y dijo a sus discípulos: —Qué difícil es que los ricos entren en el Reino de Dios». Mc 10,15.23par; cf. 14,25; textos de «Q»: Q/Lc 6,20; Mt 5,3; Q/Lc 11,2; Mt 6,10; Q/Lc 13,28-29; Mt 11,12; de Mateo, 21,31; de Lucas, 14,15.

17 Mc 10,25par: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios»; «Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras vosotros sois expulsados. Vendrán de oriente y de occidente, del norte y el sur, y se recostarán a la mesa en el Reino del Señor». Q/Lc 13,28-29; Mt 8,11-12; cf. Mc 14,25; 9,47; 12,34; Mt 11,11; 21,31.

1° Que el Reino sea una realidad por llegar, se dice en la segunda petición del Padrenuestro: «venga tu Reino» (eltheto he basileia sou) (Q/Lc 11,2; Mt 6,10)18. Esta petición se entiende unida a la primera: «sea respetada la santidad de tu nombre (hagiastheto to onoma sou). Las dos frases constituyen una alabanza a Dios y componen la dimensión escatológica del Padre-nuestro.

En primer lugar, se desea que su nombre se santifique al estilo como lo comprende la tradición veterotestamentaria19, y en concreto Ezequiel: que Dios defienda su nombre: «Mostraré la santidad de mi nombre ilustre profanado entre los paganos, que vosotros profanasteis en medio de ellos, y sabrán los paganos que yo soy el Señor –oráculo del Señor– cuando les muestre mi santidad en vosotros» (Ez 36,23)20. Es Dios el que se revela con su potencia y sale por sus fueros ante la creación, ya que su santidad se manifiesta en su poder y perfección. Y es Dios mismo el que hace posible que su pueblo le alabe, glorifique y adore, en definitiva, santifique su nombre en el sentido que exprese ante todas las naciones su realeza y potencia. Y para revelarse como protagonista de la existencia, se encargará de rehacer al pueblo. Así reunirá a los que están dispersos: «Os recogeré por las naciones, os reuniré de todos los países». Una vez juntos, los cambiará en sus mismas entrañas: «Os rociaré con un agua pura que os

18 «Yo os aseguro que hay aquí algunos presentes que no sufrirán la muerte antes de ver llegar el Reino de Dios con poder». Mc 9,lpar; «La llegada del Reino de Dios no está sujeta a cálculos; ni dirán: Míralo aquí, míralo allí. Pues está entre vosotros». Q/Lc 17,20-21; Mt 24,23; «Os digo que en adelante no beberé del fruto de la vid hasta que no llegue el Reino de Dios». Lc 22,18.

19 «Di a toda la comunidad de los israelitas: Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo». Lev 19,2; cf. 1Sam 2,2; 2Sam 6,2; Is 31,1; 60,9; Os 11,9; Jer 7,11; Am 9,12; etc. Así se debe evitar la profanación del nombre de Dios: «No profanéis mi nombre santo, para que yo sea santificado entre los israelitas. Yo soy el Señor, que os santifico». Lev 22,32; cf. Núm 20,12; 27,14; Dt 32,51; Is 29,23; etc.

20 «Esto dice el Señor: Aquí estoy contra ti, Sidón, en ti me cubriré de gloria. Sabrán que yo soy el Señor cuando haga justicia contra ella y brille en ella mi santidad» (Ez 28,22); cf. 38,16.23.

purificará [...] Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne»; y, por último, le dará una tierra que será un vergel: «Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres» (Ez 36,24-28). De esta manera, reunir, recrear, donar indican actos futuros de Dios con los que adquirirá de nuevo como propiedad a Israe121 para descubrir quién es Él y establecer su derecho por medio de su pueblo ante todas las naciones. Entonces, cuando Jesús enseña y los Evangelios transmiten que se santifique, o glorifique (Jn 12,18), o engrandezca su nombre (Lc 1,46), es igual que rogar de una forma directa y sencilla que se comunique, en este caso como Padre, y que haga posible que los hombres santifiquen su nombre por una vida bondadosa (Mc 12,44), aceptándolo como es al cumplir su voluntad, realidad que Jesús no ve aún presente en la cotidianidad de la vida: «Brille vuestra luz ante los hombres, de modo que, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo» (Mt 5,16).

Pero pedir a Dios que se manifieste supone, además, rogarle que venga para reinar22, como dimensión específica de tal revelación. Esta revelación entraña que se haga patente la soberanía y la gloria de Dios sobre la creación, pues desde la estancia en el destierro de Babilonia, Israel se había acostumbrado a pedir a Dios por su libertad, experiencia que sólo era posible si Él era Él mismo y así se imponía con su poder y derecho a los «grandes» de la tierra: «Aquel día [...] vendrá el Señor con todos sus con-sagrados [...] y el Señor será rey de todo el mundo. Aquel día el Señor será único y su nombre único» (Zac 14,4-9)23.

21 Es el Israel «santo», porque Dios es santo: Ex 19,6; Dt 7,6; Ez 20,41; 38,23; Dn 7,21; Tob 8,15; lMac 1,146; etc. También la comunidad de Qumrán se comprendía así: «Que ningún hombre santo se apoye en ninguna obra de vanidad, pues son vanidad todos aquellos que no conocen su alianza. Y a todos los que desprecian su palabra Ios hará desaparecer del orbe; todas sus obras son impurezas ante él, y hay impureza en todos sus bienes. Y cuando uno entra en la alianza para obrar de acuerdo con todos estos preceptos uniéndose a la congregación de santidad, examinarán su espíritu en común...». 1QS 5,18-20, 55; cf. 11,8, 64; etc.

22 Cf. Mc 9,1; Q/Lc 17,20-21; Mt 24,23; Lc 22,18; cf. supra nota 18, 232.
23 Cf. Is 35,4; 40,9-10; 52,7; 59,19-20; 66,15.18; Mal 3,1-2; etc.

Es, pues, el marco de la esperanza de un Israel sometido de manera constante, además hacer que permanezca viva en él la presencia de Dios, que declara: «Yo soy [...] el santo de Israel, tu salvador» (Is 43,3)24. Esta revelación hace que el pueblo lo pro-clame santo y desee que así sea proclamado ante todos. Por eso surge la oración de alabanza del creyente hacia su Señor, situada de una forma especial en el pueblo humilde y sencillo, y en la medida que esta clase de gente permanece fiel a Dios, «porque el Señor ama a su pueblo, y corona con su victoria a los oprimidos» (Sal 149,4)25.

En este ámbito es donde se sitúa Jesús. Por tanto, no es extraño que ruegue y pida que se ore para que Dios venga, aunque evita cualquier descripción y fijación temporal de dicha venida. Deja abierto el cuándo del reinar de Dios en la historia, ya que la venida depende exclusivamente de Él. El Dios Rey es un Padre cercano que suscita confianza, pero, a la vez, es el Padre poderoso que impone respeto y temor, porque también evoca al cabeza de la familia judía, de cuya actuación depende toda la estructura familiar en el judaísmo de entonces, tanto en el campo económico y laboral, como en el de la educación y formación humana y religiosa.

2° Jesús dice que el reinar futuro de Dios recae sobre los pobres (ptochoi), los afligidos (penthountes) y los hambrientos (peinontes)26, por eso son dichosos, o bienaventurados (makarioi).

24 Cf. Is 43,11; 45,21; 60,16; Os 13,4; «Pues la realeza pertenece al Dios de Israel y por los santos de su pueblo obrará proezas». 1QM 6,6, 150.

25 Cf. Sal 18,28; 116,6. Bendición 11a (Shemoneh Eshreh), con el deseo de la venida: «Restablece a nuestros jueces como antiguamente y a nuestros consejeros como al principio y sé rey sobre nosotros, tú solo. Bendito tú, Señor...», cf. BILLERBECK, I 418-9.IV 212; en la oración aramea del Qaddish: «Ensalzado y santificado sea su gran nombre en el mundo, que él creó por su voluntad. Haga prevalecer su reino en vuestras vidas y en los días vuestros y en la vida de toda la casa de Israel, presurosamente y en breve»; cf. TesMoi, 10,1-10, V 268-270 (Versión de L. Vegas Montaner); supra, nota 16, 231; infra, 13.3.3, nota 58, 489.

26 «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis». Q/Lc 6,20-21.

«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos [...] Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados». Mt 5,3.5-6.

Cf. EvT 54: «Jesús dijo: Felices los pobres porque vuestro es el Reino de Ios cielos»; 69,2: «Felices los hambrientos, pues será saciado el vientre del que desea».

Las bienaventuranzas refieren expresiones de alegría y gozo interiores con las que el maestro manifiesta a sus discípulos la suerte que han tenido por estar en el camino para alcanzar la felicidad y plenitud personal: «Dichoso el hombre que alcanza la sensatez, el hombre que adquiere inteligencia [...] sus caminos son deleitosos y sus sendas son tranquilas» (Prov 3,13-17)27. Y los felicita porque su conducta se encamina hacia su objetivo. De esta forma recibirán el premio; de lo contrario, el castigo: «Por eso los malvados en el juicio no estarán en pie ni los peca-dores en la asamblea de los justos» (Sal 1,5).

Estos premios y castigos situados en la historia se trasladan con la apocalíptica al futuro, cuando en la experiencia cotidiana Israel siente que el justo sufre y el malo prospera. Es la gran pregunta que plantea Jeremías: «Aunque tú, Señor, llevas razón cuando discuto contigo, quiero proponerte un caso: ¿Por qué prosperan los malvados y viven en paz los traidores?» (12,1). Y la contradicción de su experiencia personal, que puede ser un símbolo del pueblo, es de tal calibre que hasta el profeta llega a preguntarse: «¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga y mi herida enconada e incurable? Te me has vuelto arroyo engañoso, de agua inconstante» (15,18)28.

Las bienaventuranzas en el período apocalíptico se dan en un esquema de contraste dentro de una dimensión temporal. Ahora se sufre, en el futuro se gozará; ahora se es pobre, en el futuro se nadará en la abundancia. Con este horizonte formulan una instrucción escatológica que invita de nuevo a llevar una

27 Cf. Sal 1,1-3; 119; Gén 30,13; Dt 33,29; 1Re 10,8; Is 30,18; 32,20; 56,2; Bar 4,4; Jer 17,7-8; Zac 47,12; etc.
28
Cf. Jer 15,10-18; Hab 1,13; Mal 3,14-15; Sal 6,4; 10,1; 13,1-3; 74,10; 94,3; Eclo 14,1-2; 25,7-10; etc. Job per totum.

conducta fiel a la ley y evitar todo lo que implique lejanía de Dios, figurada por una vida de pecado. Por eso se insta de nuevo al temor de Dios, a practicar los mandamientos y, en definitiva, a renovar la fe en Dios que está dispuesto a salvar otra vez más. Es así como se renueva la esperanza de una salvación, esta vez definitiva y para siempre: «Dichoso el que aguarde [...] Tú vete a descansar; te levantarás para recibir tu suerte al final de los días» (Dan 12,12-13)29.

Con la venida del Reino proclamado por Jesús se augura en el sentido dicho un cambio trascendental de valores y circunstancias sociales. Entonces sucede una situación paradójica. Jesús proclama bienaventurados a los pobres, porque el momento presente que muchos creyentes padecen, como es el hambre y el dolor, se cambiará en el futuro y de una forma definitiva. Lo curioso en este caso es que Jesús no pone condición alguna para ello. Son dichosos y serán salvos porque practican la ley o son fieles al Señor. Para Jesús son felices en sí mismos, sin relación a conducta alguna. Son felices porque son pobres, o hambrientos, o sufrientes. La salvación futura se une a su condición existencial del presente, que se verá cambiada para bien y de una forma definitiva por la llegada del Reino.

La salvación que trastoca la situación actual se produce por-que Dios lo quiere y no porque proceda de un mérito inscrito en la situación de la pobreza y el sufrimiento. Es más, la transformación se da en la condición de ser Rey el Señor, en la que una de sus obligaciones es, por cierto, hacer bienaventurados a los marginados del mundo, cuyos gobernantes son incapaces de conducirlos a una vida digna. Por consiguiente, la situación cambia por ser una obligación de Dios y no un derecho de los pobres.

29 «Pero el Señor espera para apiadarse de vosotros, aguanta para compadeceros porque el Señor es un Dios recto: dichosos los que esperan en él». Is 30,18; cf. 32,20; Tob 13,15-16; 1Hen., 98,9-99,2, IV 131-132 (Versión de F. Corriente-A. Piñero); SalSal., 5,2, III 31; 10,6, III 41; 17,44, III 55; 4Q525, 410-411; etc.

Por otra parte, Jesús no afronta la injusticia causante del mundo de la pobreza con una crítica radical al estilo del profetismo del siglo VIII, o con el juicio inminente de condena que anuncia Juan Bautista30, sino que afirma y defiende directamente su salvación al final del tiempo, pues lo presiente cercano e inminente. En cualquier caso, los pobres son benditos, porque de nuevo los ha elegido Dios y en la medida que incluyen a todo Israel (Sal 146), en cuanto pueblo elegido. Dios no selecciona a un grupo que conforma una determinada categoría sociológica por su situación económica, o prefiere a un grupo que se compren-da a sí mismo como «pobre»31, pues, en el fondo, Israel no se presenta como sociedad partida en grandes desniveles económicos (los ricos son unos cuantos), como sucede en el mundo actual. En Israel todos se encuentran en una situación de marginación, y, en este caso, los pobres abarcan a los hambrientos y a los que sufren, a los que carecen de casa, vestido y libertad, como formas concretas de la pobreza (cf. Mt 25,31-46).

Jesús, pues, da prioridad a Israel como categoría teológica, es decir, es el pueblo de Dios, el cual se compromete de nuevo a redimir todas las reales condiciones antihumanas que atentan contra la dignidad de hijos de Dios, resumidas todas ellas en la expresión de un Israel pecador al leer su vida por la religación a Dios32. Todas las otras bienaventuranzas de la tradición cristiana: mansos, misericordiosos, puros, pacificadores y perseguidos (Q/Lc 6,22-23; Mt 5,11-12) ahondan la promesa de que el Reino de Dios se avecina motivando la alegría de haber alcanzado la

30 Cf. supra, 4.2., 174.

31 Por ejemplo, así se considera la Comunidad del Qumrán: «[Sal 37,21s] El impío pide prestado pero no paga, mientras que el justo se compadece y da. Pues los que son bendecidos por él heredarán la tierra, pero los que por él son maldecidos serán excluidos. Su interpretación se refiere a la congregación de los pobres [pues de ellos es] la heredad de todo el mundo». 4QpSal 3,10, 256.

32 «Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la hay; su lengua está reseca de sed. Yo, el Señor, les responderé [...] alumbraré ríos en las dunas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua...». Is 41,17-20; cf. 49,13; 61,1-2; etc.

meta propuesta por Dios, como en otros tiempos: «Cuando cambió el Señor la suerte de Sión, creíamos soñar; se nos llenaba de risas la boca, la lengua de júbilo. Hasta los paganos comentaban: —El Señor ha estado grande con ellos» (Sal 126,1-2).

3° Jesús explica la venida del Reino futuro por medio de la metáfora de un banquete: «Allí será el llanto y el crujir de dien-tes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras vosotros sois expulsados. Vendrán de oriente y de occidente, del norte y el sur, y se recostarán a la mesa en el Reino del Señor» (Q / Lc 13,28-29; Mt 8,11-12). La comida es una forma de expresar la alegría del Reino desde el judaísmo posexflico: «El Señor de los ejércitos ofrece a todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos» (Is 25,6)33.

El texto «Q» de Mateo se inserta en la curación del criado del centurión donde Jesús ensalza su fe (8,5-10), y la fe estable-ce la condición fundamental de la salvación, realidad que los discípulos tardan en comprender y muchos la rechazan34. Lucas une esta misma afirmación a la escena en la que el Señor excluye a aquellos que creen tener derecho a recibir sus beneficios por haberle conocido y convivido con él: «Contigo comimos y bebimos, en nuestras plazas enseñaste» (13,26). En uno y otro caso el párrafo que señala la venida futura del Reino declara la acogida de los paganos y el rechazo de Israel a este banquete futuro, si bien permanece el contraste entre la fe de un pagano en la palabra de Jesús y la resistencia de los judíos a la acogida de su mensaje.

En efecto, Jesús afirma la salvación final del mundo de la gentilidad, y que ya ha sido anunciada en el AT: «Al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del Señor [...] Hacia él confluirán las naciones, caminarán los pueblos numerosos» (Is

33 Cf. Is 55,1-2; Sal 22,27; Mt 22,2-14; 26,29; Lc 14,15; Ap 3,20; 19,9.
34 Cf. Mc 16,16; Mt 9,2; Lc 8,12; Hech 3,16; etc., discípulos: Mc 16,11-14; Mt 8,26; 17,20; 28,17; Lc 24,11; desconfianza: Mt 8,10; Lc 18,8.

2,1-4)35. No se sabe el modo como accederán los gentiles al Reino, o sea, si vendrán a Sión por propia voluntad o serán vencidos y conducidos por Israel al Reino del Señor. Jesús no explica su afirmación, aunque es comprensible ante la urgencia con la que proclama su mensaje dentro del espacio cultural y temporal que le ofrece su concreta situación vital. Lo que importa en este momento es que los gentiles tendrán carta de ciudadanía en el Reino de Dios y un puesto de comensales en el banquete que simboliza la existencia y disfrute de la paz y felicidad que trae consigo36, antes que las descripciones de su contenido que pueden oscurecer el hecho de su anuncio y su llegada inminente.

Por otra parte, cuando dice Jesús que serán expulsados los judíos que son hijos naturales del Reino y los primeros llamados a su disfrute, porque tienen derecho, o están predestinados por la promesa del Señor, no se entiende a todo Israel, sino a aquellos que Jesús siente que rechazan su mensaje, porque poco antes indica Mateo la cantidad de gente de su pueblo que le sigue como representación de los que aceptan su misión (8,1). A los que des-confían de su palabra los compara con los impíos que permanecen en el lugar en el que se experimenta la amargura y la dispersión como signo de la destrucción definitiva de la persona37.

Por último, al nombrar a los patriarcas más representativos38 vivos y presentes en este Reino, señala Jesús la diferencia de este Reino futuro con los reinos de esta tierra. A ello se une la uni-

35 Cf. 2,2-3; 25,6-8; 45,20; 51,4-6; 56,6-8; 59,19; 60,11-14; Miq 4,1-4; Zac 8,20-21; 14,16; Mal 1,11; Tob 13,11; 14,6; etc.

36 Así se dice en la parábola del banquete de bodas (Mt 22,1-14; cf. infra, 8.5.2.5°, 277); en la parábola de las diez vírgenes (25,10; cf. infra, 10.3.4.6., 374); y en la última cena (26,29; infra, 15.1.2.2a, 591).

37 «Este Hombre enviará a sus ángeles para que recojan en su Reino todos los escándalos y los malhechores; y los echarán al horno del fuego. Allí será el llanto y el crujir de dientes». Mt 13,41-42; cf. 13,50; 22,13; 24,51; 25,30. Son escenas que se contemplan en la literatura apócrifa del AT: 1Hen., 63,10, IV 86-87; 108,14, IV 143; SalSal., 14,6, III 45; 15,10-11, III 47; 1QS 2,7-8, 50; 4,13, 53.

38 «Mira, ahí delante te he puesto la tierra; entra a tomar posesión de la tierra que el Señor prometió darles a vuestros padres y después a su descendencia». Dt 1,8; cf. 1Re 18,36; 2Re 13,23; Hech 3,13; 7,32.

versalidad del reino por venir con la expresión profética «vendrán de oriente y occidente». Es la universalidad de la salvación largo tiempo esperada, por la promesa divina que simboliza una concepción universal de Dios en contra del exclusivismo judío denunciado por jesús: «No temas, que contigo estoy yo; desde oriente traeré a tu estirpe, desde occidente te reuniré. Diré al Norte: Entrégalos; al Sur: No los retengas; tráeme a mis hijos de lejos y a mis hijas del confín de la tierra; a todos los que llevan mi nombre, a los que creé para mi gloria, a los que hice y plasmé» (Is 43,5-7)39.

4° Otra expresión clásica de que el Reino comporta una dimensión de futuro es la frase pronunciada por jesús en la Última Cena: «Os digo que en adelante no beberé del fruto de la vid hasta que no llegue el Reino de Dios» (Lc 22,18). Es una frase paralela a cuando les dice que ha deseado ardientemente comer esta pascua con ellos: «Os digo que no volveré a comerla hasta que alcance su cumplimiento en el reino de Dios» (22,16). En esta cena solemne jesús reúne a sus discípulos en continuidad con las comidas que ha tenido a lo largo de su ministerio. Y comer y beber juntos en un ambiente pascual lleva consigo la dimensión escatológica, pues no sólo se hace memoria de la liberación de Egipto, sino que se activa la esperanza de una plena liberación futura como contenido de la esperanza de Israel. También jesús espera el Reino ante su ejecución, que se anuncia inminente, pero en su convocatoria participa del contexto pascual que incluye ese futuro venturoso donado por Dios lleno de alegría y gozo.

Después de la sucinta y escueta narración de la cena, que es el testamento que les deja a sus discípulos, se centra en sí mismo. A estas alturas de su vida, jesús ha cumplido casi toda su misión; sin embargo está a punto de morir y presiente que no va a disfrutar el Reino. El se apropia entonces de todas las expectativas de Israel sobre el Reino futuro, ante la ausencia de

39 «Ya llegan alegres los hijos que despediste, reunidos por la palabra del santo en oriente y occidente; ya llegan alegres y dando gloria a Dios». Bar 4,37; cf. Zac 8,7; 1Hen., 57,1-3, IV 79; SalSal., 11,2, III 41.

su presencia. Y pronuncia esta profecía por su ilimitada confianza en Dios, del que espera que le rescate de la muerte y lo introduzca en su Reino para beber de nuevo el fruto de la vid, como componente simbólico de dicho Reino, igual que la imagen del banquete. Jesús se sitúa, pues, como un creyente más que, ante la pérdida de su existencia, se dirige a Dios para que su vida sea salvada. Remite a la soberanía de Dios sobre la creación, a la cual llamará de nuevo a la vida cuando experimente la muerte o la destrucción. jesús cree participar de la gloria que la creación dará a su Creador cuando se vea plenificada por su presencia activa, una presencia, repetimos, que sigue creyendo muy próxima, porque ni ha organizado el grupo de discípulos, ni ve otra salida para su muerte.

5° Algunos dichos de jesús expresan las condiciones de entra-da del Reino futuro. Se refiere a ciertas conductas o actitudes éticas para acceder al Reino, en este sentido contemplado como un espacio en el que en un futuro se convertirá toda la creación. Así no hace tanto hincapié en el hecho de reinar Dios, cuanto en el ámbito que cubre dicho reino divino. Y por estas actitudes y hechos se deducen las posibilidades que tienen los hombres para entrar en él y los requisitos necesarios para ingresar.

En sentido negativo, jesús manda evitar el pecado que nace de la concupiscencia, cuya sede se establece en los órganos del cuerpo, por medio del control y la penitencia, porque en ello va la Vida o el Reino: «Si tu mano te hace caer, córtatela. Más te vale entrar manco en la vida que con las dos manos ir a parar al horno [...] Y si tu ojo te hace caer, arráncatelo. Más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que con los dos ojos ser arrojado al horno» (Mc 9,43-46par); son las manos que derraman sangre inocente o los ojos ciegos que desprecian a los demás y que impiden la entrada en el Reino40; entrada que también está

40 Cf. Mt 5,29-30; 18,8-9; Prov 6,16-19: «Seis cosas detesta el Señor y una séptima la aborrece de corazón: ojos engreídos, lengua embustera, manos que derraman sangre inocente, corazón que maquina planes malva-dos, pies que corren para la maldad, testigo falso que profiere mentiras y el que siembra discordias entre hermanos»; cf. Eclo 27,22; Sal 35,19; etc.

prohibida cuando la vida se fundamenta en los bienes y no en Dios. Por eso Jesús responde de esta manera cuando el joven rico declina su invitación a seguirle: «¡Qué difícil es que los ricos entren en el Reino de Dios!...»; así: «Es más fácil para un camello pasar por el ojo de la aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios» (Mc 10,23.25par).

Para entrar en el Reino es necesario situarse en una perspectiva divina, es decir, captar que es un don o una gracia que nace de la explícita bondad de Dios hacia su criatura, y que excluye cualquier mérito al que deba recompensar, o un deber frente a un derecho humano. Por eso «quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc 10,15). Y por otra parte es necesario en la práctica el cumplimiento de la voluntad divina frente a las actitudes que hacen el mal: «No todo el que me diga ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de Dios, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo» (Q/Mt 7,21; Lc 6,46). De lo contrario «los publicanos y las prostitutas» les precederán en el Reino, porque creyeron en Juan y ellos han sido incapaces de realizar la más mínima penitencia ante su predicación (Q / Lc 7,29-30; Mt 21,32). Es necesaria una conversión que conduzca a un más allá de la ley del AT y a un situarse por encima de ella. Jesús se refiere con esto a la práctica del amor como eco histórico de la relación amorosa que Dios ha establecido desde siempre con su criatura y ahora con Jesús más intensamente. Este amor es el que introduce en la dimensión divina y, por tanto, crea las disposiciones para entrar en el Reino y disfrutar de él: «Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 5,20).

8.4.2. La dimensión de presente del Reino

Jesús anuncia el futuro del Reino como una realidad que va a venir de una forma inmediata, como algo cercano que impide alejar la vida de la esperanza de una acción divina en favor de su pueblo. Esta cercanía del Reino se hace presente en la historia en la medida en que dicho futuro incide y da contenido a la esperanza que suscita el ministerio de Jesús, además de su pretensión de que con su misión, con sus palabras y acciones, Dios comienza de una forma definitiva su reinado histórico. Y por-que Jesús es consciente de la apuesta que Dios hace por su creación, que es una apuesta identificada por un amor gratuito, ilimitado y apremiante, por eso imprime un sello de radicalidad al aquí y ahora de la actuación divina en su ministerio. Esto constituye el convencimiento de la comunidad cristiana primitiva de que «se ha cumplido el plazo y está cerca el Reino de Dios» (Mc 1,15par)41.

La acción divina se entronca en la vieja creencia de Israel de que Dios no abandona a su pueblo y que de una forma permanente está presente en las grandes vicisitudes históricas que le ha tocado experimentar, tanto en la conformación interna de su identidad y misión, como en las relaciones con los reinos vecinos, donde la independencia y esclavitud del pueblo, o el premio y castigo de Dios, señalan su fidelidad o infidelidad a la Alianza del Sinaí. Jesús, enraizado en esta rica tradición de la soberanía de Dios sobre el mundo y en el convencimiento de que el pueblo es la propiedad exclusiva del Señor, inserta unas variantes sobre el Reino que suponen un contenido nuevo, novedad que no siempre leen con acierto sus conciudadanos. Veamos como alborea en la historia este Reino en cuanto su anuncio futuro es especialmente intenso y transformante de la vida y esperas israelitas.

1° Ya estudiamos el relato en el que Juan envía a sus discípulos a preguntarle a Jesús si era el mesías que debía venir o tenía que esperar a otro, y dentro del ambiente, forjado por él, entre otros, de la inminente actuación divina sobre el mundo. La duda que atenaza a Juan ante la incipiente actuación de Jesús, obliga a que éste le responda con los pasajes de Isaías en los que Dios apuesta con decisión por la restitución histórica de los ámbitos marginales de la sociedad: «Id a informar a Juan lo que habéis visto y oído: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan,

41 «Arrepentíos, que está cerca el Reino de Dios». Mt 3,2; Q/Lc 10,9; Mt 10,7; cf. Mc 13,29; Mt 24,33; Lc 21,31; Dn 7,14.

pobres reciben la buena noticia. Y dichoso el que no tropieza por mi causa» (Q/Lc 7,18-23; Mt 11,3-6). Es una acción que transforma la realidad como si el Reino estuviera ya actuando.

A esto se añade que cuando Jesús pregunta a la gente por Juan, él mismo responde «que entre los nacidos de mujer ninguno es más grande que Juan. Y, sin embargo, el último en el Reino de Dios es mayor que él»42, lo que quiere decir que cual-quiera que pertenezca a la nueva situación creada por Jesús supera al hombre más poderoso del antiguo reino. Es lo mismo que refiere «Q» sobre la mayor densidad de la presencia de Dios que supone la misión y vida de Jesús: «Los ninivitas se alzarán en el juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se arrepintieron por la predicación de Jonás, y hay aquí uno mayor que Jonás»43. Todo esto indica que este nuevo Reino es muy superior a la soberanía divina antigua, y está ya transformando la historia, y hay gente que está dentro de él o inserta en su ámbito de actuación, lo cual constituye un motivo permanente de alegría: «Los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Van y le dicen: —¿Por qué los discípulos de Juan y de los fariseos ayunan y tus discípulos no ayunan? Les respondió Jesús: — ¿Pueden los invitados a la boda ayunar mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar» (Mc 2,18-19par).

Jesús es el que introduce en la realidad la nueva presencia divina, y es el que percibe y constata la violencia de aquellas personas o instituciones que, conscientes o no, están luchando en contra del contenido de su misión, es decir, la nueva situación que está creando Dios para rescatar su creación y la violencia que sufre para abrirse camino en medio de un mundo hosti144. En

42 Q/Lc 7,28; Mt 11,11; EvT 46: «Jesús dijo: Desde Adán hasta Juan el Bautista, entre los nacidos de mujeres, no hay quien sea más alto que Juan el Bautista para que sus ojos no se rompan. Pero yo digo: el que de vosotros se haga como un pequeño conocerá el Reino y será más alto que Juan».

43 Q/Lc 11,32; Mt 12,41; cf. Mc 8,12.

44 «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y gente violenta lo arrebata». Mt 11,12; cf. Lc 16,16.

cualquier caso, se observa que ese futuro reino roza el presente colmando de alegría a los que no han tenido motivo para felicitarse por vivir, que poseen una categoría superior al pertenecer a esta nueva atmósfera que Dios ha creado, y las potencias existentes no abren paso con facilidad a la cercanía del Reino, como expresión del peligro que perciben para su poder y dominio del mundo.

2° El poder y dominio de las potencias que cubren la creación se simboliza, en su grado máximo y como una de las fuentes de la destrucción del mundo, con el reino del «Demonio», o «Satanás». Él lucha con Dios por la supremacía de la creación con su extraordinaria potencia, y forma un reino que supone el auténtico adversario de la soberanía divina45. El hombre, pues, se lo disputan dos poderes contrapuestos que rivalizan encarnizadamente por su posesión, y él debe elegir entre uno y otro. No hay término medio; debe situarse en su existencia en el campo del demonio o en el campo de Dios. Por otra parte, cuando la persona se introduce en cualquiera de las dos esferas, es portadora de sus intereses y recibe de una manera permanente su influencia46.

En este contexto se da el dicho de Jesús: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10,18). Tal derrota se infiere en un doble sentido. La influencia satánica puede ceñirse al exterior del hombre, o poseerlo o dominarlo introduciéndose en su

45 Es un tema muy frecuente en el dualismo apocalíptico del tiempo de Jesús, cf. 1QS 1,18.23-24, 49-50; 2,19, 51; 1QM 1,13.15, 146; 11,8, 155; 15,2-3, 160; 18,1, 163; etc; TesRub., 4,11, V 33; TesDan., 4,7, V 106; TesAser., 1,8, V 131; TesBenj., 3,3, V 152; Jub., 10,3.6.8, II 107-108; 23,19, II 136-137; 50,5, II 187 (Versión F. Corriente/A. Piñero); 1Hen., 54,6, IV 77; en el NT: Lc 4,6; 22,53; Hech 10,38; 26,18; 1Cor 5,5; Col 1,13; Ap 2,13; etc.

46 «Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, recorre parajes áridos buscando domicilio, y no lo encuentra. Entonces dice: Volveré a mi casa, de donde salí. Al volver, la encuentra barrida y arreglada. Entonces va, toma consigo otros siete espíritus peores que él, y se meten a habitar allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio». Q/Lc 11,24-26; Mt 12,43-45; cf. Mc 5,9par; Lc 8,2; etc.

interior. Esta última, llamada posesión diabólica, se combate con los exorcismos. Y Jesús los practica, como sucede en su tiempo47, como medida liberadora48, y capacita a los discípulos para practicarlos49.

La acción de Jesús que vence a Satanás simboliza la presencia del Reino. En la escena que narra la acusación de que expulsa a los demonios porque pertenece a su esfera, se responde con la obviedad de que un reino no puede estar dividido, pues llevaría consigo su ruina. Entonces se concluye con esta frase de Jesús: «Pero si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios»50. El «dedo de Dios»51 evoca al libro del Éxodo (8,15) cuando el Señor actúa en favor de su pueblo y en contra del Faraón que impide la salida de los israelitas de Egipto. Jesús, como Moisés, es la fuerza de Dios que libera al hombre del dominio del mal. Su actuación demuestra que el Reino ha llegado a vosotros (ephthasen eph' hymas), a los que perciben en su vida la libertad y la salud, o son testigos de que esto está sucediendo. La cercanía de Dios es tal que se muestra como un Rey cuya llegada a la historia libera del poder del mal y, a la vez, vence al enemigo más encarnizado del

47 Aunque los casos son de influencia externa, de obsesión, más que de posesión: «Entonces Tobías preguntó al ángel: —Amigo Azarías, ¿qué remedios se sacan del corazón, del hígado y de la hiel del pez? El ángel respondió: —Si a un hombre o a una mujer le dan ataques de un demonio o un espíritu malo, se queman allí delante el corazón y el hígado del pez, y ya no le vuelven los ataques». Tob 6,7-8; cf. 6,16-18; 8,3; IQapGen 20,16-29, 284.

48 Mc 1,23-28par; 3,22-27par; 5,1-20par; 7,24-30par; 9,14-29par; Mt 12,22-23; etc.; cf. infra, 9.3.1., 293.

49 «Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, confiriéndoles poder sobre los espíritus inmundos». Mc 6,7par; cf. Hech 16,16-18; 19,12; etc.

50 Q/Lc 11,17-20; Mt 12,25-28; cf. Mt 9,32-34; Mc 3,22-26.

51 Mateo dice «Espíritu de Dios» (12,28), según exige el contexto en el que inserta esta frase de Jesús, pues al inicio trae la cita de Is 42,1-4 donde se le da el Espíritu con el que determina su estilo de ministerio como siervo (12,15-21), y al final con el sentido de que al que niegue la acción del Espíritu se le excluye del perdón ofrecido por Dios (12,31-32).

hombre, porque éste, por sí mismo, no puede desligarse de quien lo tiene atrapado entre sus cuerdas. Es necesario atar al que es más fuerte que el hombre, o vencer al que es más poderoso52. Es lo que hace Jesús con sus exorcismos.

3° Cuando Lucas narra el viaje de Jesús hacia Jerusalén los fariseos le formulan una pregunta. La pregunta es sobre la llegada del Reino; por tanto éste es concebido como algo futuro; de ahí la preocupación por su manifestación. He aquí el texto: «Los fariseos le preguntaron cuándo iba a llegar el Reino de Dios y él les respondió: —La llegada del Reino de Dios no está sujeta a cálculos; ni dirán: Míralo aquí, míralo allí. Pues está entre vosotros» (estin entos hymön) (Q/Lc 17,20-21; Mt 24,23). Entendido «entos» como «dentro» en sentido dinámico, o «entre» en sentido espacial, afirma que el Reino está al alcance del hombre, está disponible, o dentro de la historia humana. Jesús no se refiere a una presencia del Reino en los corazones de los hombres indicando una dimensión interior y espiritua153; o a un Reino espacio temporal, porque no está en un lugar concreto, «ni aquí ni allá»54; o a un Reino que esté a disposición del hombre en el sentido de que dependa de la voluntad humana el hacerlo presente

52 Mc 3,27: «Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse su ajuar si primero no lo ata. Después podrá saquear la casa»; Q/Lc 11,21-22; Mt 12,29: «Mientras un hombre fuerte y armado guarda su mora-da, está seguro cuanto posee. Si llega uno más fuerte y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte el botín»; EvT 35: «Jesús dijo: No es posible que uno entre en la casa del fuerte y lo tome por fuerza a no ser que ate sus manos. Entonces saqueará su casa».

53 Como bien pronto interpretó el EvT 3: «Jesús dijo: Si os dicen vuestros guías: Mirad, el Reino está en el cielo, entonces los pájaros del cielo os precederán. Si os dicen: está en el mar, entonces los peces os precederán. Pero el Reino está dentro vosotros y está fuera de vosotros»; EvT 113: «Sus discípulos le dijeron: ¿Qué día vendrá el Reino? [Jesús dijo:] No vendrá en una expectativa, no dirán: Mirad aquí o mirad allá; sino que el Reino del Padre está difundido sobre la tierra y los hombres no lo ven».

54 Como ocurre con el Mesías en el discurso escatológico de Marcos: «Entonces, si alguien os dice que el Mesías está aquí o allí, no le hagáis caso»; cf. Mt 24,23.

y desarrollarlo en la existencia con tal de que la disponibilidad humana suponga la conversión y el inicio en el seguimiento de Jesús55.

Jesús rechaza toda clase de conjeturas que los fariseos y la gente elaboran sobre la futura llegada del Reino, largo tiempo anunciado y esperado. Él, siguiendo la línea de los textos descritos, invita a «leer» los signos de su presencia, como lo hizo con Juan, con la recuperación para la vida de los marginados y con que Satanás anda en retirada como inicio histórico del Reino mediante su misión. De hecho la afirmación de «Q» la introduce Lucas en su Evangelio de una forma muy coherente: enseña a los discípulos a orar que venga el Reino (Q/Lc 11,2; Mt 6,7), Jesús anuncia su llegada como una realidad presente (Q/Lc 11,20; Mt 12,28); así lo hace proclamar a los discípulos (Q/Lc 10,9.11; Mt 10,14-15) y promete que algunos no morirán sin haberlo visto (Lc 9,27). Es, pues, el Reino que está actuando, y por este obrar propone a los hombres que están abiertos, disponibles para disfrutarlo con todas las exigencias que lleva consigo.

4° Ampliando la afirmación de la presencia del Reino en su ministerio, Jesús dice: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, escuchar lo que vosotros escucháis, y no lo escucharon» (Q/Lc 10,23-24; Mt 13,16-17). A los humildes oyentes de Jesús se les ofrece en el presente una realidad que no tuvieron los poderosos del pasado de Israel. Es percibir la aurora del Reino en la contemplación de los hechos que hace Jesús con los enfermos e impedidos, y el anuncio de la buena noticia de la salvación a los pobres, como se lo dijo a los discí-

55 Es la orientación de Q/Lc 13,24-27; Mt 7,13-14.22-23: «Pelead para entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán y no podrán. Apenas se levante el amo de casa y cierre la puerta, os pondréis por fuera a golpear la puerta diciendo: Señor, ábrenos. Él os contestará: No sé de dónde venís. Entonces diréis: Contigo comimos y bebimos, en nuestras calles enseñaste. Replicará: Os digo que no sé de dónde venís. Aparta-os de mí, malhechores»; cf. Mt 8,11-12; 25,10-12.

pulos de Juan: «Id a informar a Juan lo que habéis visto y oído...» (Q/Lc 7,22; Mt 11,5). Los profetas y reyes están alejados, Juan a las puertas, y los sencillos oyentes y videntes escuchan y observan con sus oídos y ojos el inicio del Reino. Esta es la diferencia temporal cuando Jesús se sitúa en el centro del tiempo, y bienaventurados los que han percibido esta centralidad, porque pueden acceder ya al Reino56.

Un texto de Marcos citado antes (2,18-19par)57 transmite una tradición primitiva en la que Jesús defiende que sus discípulos no ayunen, frente a los discípulos de Juan y otros miembros de grupos radicales que hacen penitencia durante la espera del inminente juicio de Dios, penitencia que tiene por objeto liberarse del castigo divino del fin de los tiempos. El ayuno, como otras privaciones (cf. Lc 3,10-14), es una muestra del arrepentimiento de los pecados, y puede ser público y voluntario. Aquí se trata de este segundo, pues el ayuno público58, como devotos judíos, lo practican Jesús y sus discípulos al igual que todo Israel, como sucede en la fiesta penitencial del yón kippur.

Sin embargo, Jesús da una imagen distinta a Juan ante el pueblo, porque come y bebe con gente de mala reputación59, y porque incluso es acusado de llevar una vida diferente al serio ascetismo que algunos se imponen en estos tiempos: «Vino este

56 SalSal., 17,44: «Felices los que nazcan en aquellos días, para con-templar la felicidad de Israel cuando Dios congregue sus tribus» (III 55); 18,6: «Felices los que nazcan en aquellos días, para contemplar los bienes que el Señor procurará a la generación futura» (III 56).

57 Cf. supra, 8.4.2. 1., 243.

58 Sobre el día de la expiación colectiva lo hemos referido antes: supra, 2.2.3 y nota 44, 129; cf. Lev 16,29-31; 23,27-32; 25,29; Núm 29,7-11; etc. El ayuno voluntario y personal se encuentra en 2Sam 12,21; 1Re 21,27; Esd 10,6; Neh 1,4; Dan 9,3; SalSal., 3,8, III 28; etc.

59 «Estaba invitado en casa de él [Leví de Alfeo], y muchos recauda-dores y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Pues muchos eran seguidores suyos. Los letrados del partido fariseo, viéndolo comer con pecadores y recaudadores, dijeron a los discípulos: —¿Por qué come con recaudadores y pecadores? Lo oyó Jesús y respondió: —Del médico no tienen necesidad los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a justos, sino a pecadores». Mc 2,15-17par; cf. Mt 11,18-19; Lc 19,7; etc.

hombre, que come y bebe, y decís: Mirad qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores y de pecadores» (Q/Lc 7,34; Mt 11,19). Y esta «normalidad» en los comportamientos personales y sociales es lo que aconseja Jesús a sus discípulos. Normalidad que se matiza con la alegría de experimentar los tiempos de la salvación en la relación con jesús. La nueva situación la simboliza por medio de la metáfora del banquete de bodas, donde es ridículo que ayunen los amigos e invitados del novio. Todo esto es coherente con lo indicado antes: que el Reino se está iniciando de forma que no es necesario llevar una vida rigurosa, sino todo lo contrario, compartir la alegría con aquel que devuelve la salud y ofrece la comida como signos de que Dios está comenzando a actuar en la historia cambiando ¡por fin! la suerte de los desafortunados.

5° La forma como se manifiesta el Reino se parece a «... un hombre que sembró un campo: de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, después la espiga, después grana el trigo en la espiga. En cuanto el grano madura, mete la hoz, porque ha llegado la siega» (Mc 4,26-29). En esta parábola se enseña la labor anual del campesino del entorno del Mediterráneo y la evidencia de que el agricultor esparce la semilla y la deja para que la naturaleza haga el resto, al margen del trabajo lógico de todo el que cuida la cosecha, como arar, sembrar, segar, agavillar, trillar, aventar, cribar y medir el grano con el celemín, además de quitar las hierbas malas que impiden el crecimiento de la espiga, o espantar a los pájaros que no coman los granos, etc. Esto es el Reino, cuyos principios son silenciosos, pequeños, insignificantes, como es la semilla, como es la existencia humana en su estructura cotidiana, como es la vida en la creación. Pero, a pesar de su insignificancia, posee una fuerza interna y secreta capaz de dar después una gran cosecha. Es como si tuviera una dinámica interna que nada ni nadie la pudiera parar o frenar. Por eso, sólo al final de la parábola, y en correspondencia con la siembra, se narra la siega. Lo grande procede de lo pequeño, la potencia de la debilidad; el principio del Reino es débil, sin las exhibiciones y

ostentaciones sociales que hace el Imperio de Roma y los poderosos reinos de la tierra. El hombre, como espectador60, debe dejar el tiempo a Dios, que todo lo ha iniciado, para que se manifieste más poderoso en el futuro, porque, en definitiva, es el futuro del hombre: la cosecha de la cual vivirá.

Y en conexión con esta presencia insignificante y silenciosa también se pueden aportar las parábolas del grano de mostaza y la levadura: «—¿A quién se parece el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y las aves anidan en sus ramas. Añadió: —Se parece a la levadura que una mujer toma y mezcla con tres medidas de masa, hasta que todo fermenta»61. La palabra y la acción de Jesús, intrascendente en el ámbito histórico de entonces y dirigida a los que no cuentan para forjar y dirigir la sociedad, crecerá como un árbol hasta que todas las naciones vengan a él para experimentar la salvación62, y será un revulsivo para que la humanidad encuentre su auténtico destino. Por otro lado, el ministerio de Jesús supone una presencia del Reino ya experimentable y posee un poder generativo capaz de abarcar lo que lleva «in nuce» desde el principio: a toda la creación. Es esa levadura que tiene la fuerza de fermentar una gran cantidad de harina.

60 Véase la relación con los párrafos sobre la providencia divina: «Por eso os digo que no andéis angustiados por la comida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo. La vida vale más que el sustento y el cuerpo más que el vestido. Observad los cuervos [...] Basta que busquéis el Reino de él y lo demás os lo darán por añadidura». Q/Lc 12,22-31; Mt 6,25-34; cf. EvT 36: «Jesús dijo: No os preocupéis de la mañana a la tarde y de la tarde a la mañana por lo que habéis de vestir».

61 Q/Lc 13,18-21; Mt 13,31-33; cf. Mc 4,30-31; EvT 20.96.

62 «Esto dice el Señor: —Tomaré una guía del cogollo del cedro alto y encumbrado; del vástago cimero arrancaré un esqueje y yo lo plantaré en un monte elevado y señero, lo plantaré en el monte encumbrado de Israel. Echará ramas, dará fruto y llegará a ser un cedro magnífico; anidarán en él todos los pájaros, a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves». Ez 17,22-23; cf. 31,1-9.

8.4.3. Ha comenzado el Reino futuro

El Reino futuro determina el presente de la historia humana, y, con esta perspectiva, la vida presente queda influenciada de una manera casi imperceptible, pero real, por la actuación divina. Así la creación se orienta decididamente hacia la plena manifestación del Reino. Jesús abarca estos dos espacios del tiempo que forman parte de la historia humana. Y lo hace de menos a más: de unos comienzos imperceptibles y silenciosos, pero que caminan con firmeza y determinación, por una dinámica interna incontenible, hacia un final esplendoroso y sonoro. El Reino, al abarcar el futuro y «tocar» el presente, enseña que su naturaleza lleva consigo un movimiento y una dinamicidad que se identifica, entre otras cosas, con el ministerio de Jesús, con ciertas acciones que realiza en su vida. Se puede afirmar que el anuncio de la venida poderosa de Dios a su pueblo Israel y a todas las naciones se simboliza en la vida de Jesús. Entonces hay que decir que Jesús comienza la intervención definitiva de Dios al final de los tiempos, o la esperada de «detrás de los días», o que ha bajado de su Reino eterno para comenzar a reinar en la historia si se piensa espacialmente. De esta manera lo advierte Jesús ante algunos seguidores al acentuar la preeminencia de este tiempo63, el principio de la liberación humana del dominio de Satanás (Lc 10,18), que conduce a no practicar el ayuno (Mc 2,18-19par), o que la densa e intensa actuación de Dios exige la disponibilidad del hombre para «ver y oír» lo que él está haciendo y diciendo (Q / Lc 10,23-24; Mt 13,16-17).

Jesús, como creyente judío, expresa esta dimensión futura y presente del Reino que se da en los ambientes apocalípticos de su tiempo y aparece en las oraciones y expresiones de fe judías dirigidas a Dios64. No hay contradicción entre el Reino de Dios

63 Cf. Q/Lc 7,28; Mt 11,11; EvT 46; supra, nota 42, 244.

64 Cf. supra, nota 25, 234; Dan 2,37; 4,34; 1QM 12,1-8, 156: «Pues hay una multitud de santos en el cielo y un ejército de ángeles en tu morada santa para alabar tu nombre. Y a los elegidos del pueblo santo los has establecido para ti [...] para reinar[...] en todos los tiempos eternos, para organizar los ejér[citos] de tus elegidos en sus millares y en sus miríadas, junto con tus santos y con tus ángeles, para que guíe la mano en el combate [y destruya] a los rebeldes de la tierra en tus grandes juicios. Y el pueblo de los elegidos de los cielos triun[fará]. Tú eres un Dios terrible en la gloria de tu realeza, y la congregación de los santos está en medio de nosotros para ayuda eterna...».

en los cielos contemplado como un eterno presente y la invocación de su futuro en la tierra. Jesús corre ese futuro al presente según los dichos indicados antes, y por eso la tradición cristiana deduce que se puede entrar, o se puede estar en el Reino65, incluso que se puede prever su completa venida66. Sin embargo, no se encuentran en Jesús aquellos elementos políticos o nacionalistas que proclaman el Reino de Dios por medio del pueblo de Israel, y menos el combate que establecerá contra todos los reinos de la tierra, como creen y actúan los celosos. De hecho Josefo no vincula a Jesús en el grupo de los revolucionarios de su tiempo que tratan de independizar a Israel del Imperio. Y, por otra parte, Jesús excluye además que el Reino comporte una dimensión intemporal o encarnada en los valores de un humanismo idea167. La presencia histórica de este Reino la une Jesús a su misión y al

65 «Y si tu ojo te hace caer, sácatelo. Más vale entrar tuerto en el Reino de Dios que con los dos ojos ser arrojado al horno» (Mc 9,47par); «Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios» (10,25); cf. 12,43; 14,25; Mt 11,8-9.11; 21,31; supra, nota 17, 231.

66 La comunidad cristiana se planteó la llegada plena del Reino, de forma que su presencia inicial en Jesús la vivió como una irrupción cerca-na e inminente en el tiempo, entre la resurrección y la parusía, y segura-mente empujados por dar razón de la esperanza suscitada por Jesús, que no afirma, como Juan Bautista, una fecha fija, cf. Mc 13,30par: «Os aseguro que no pasará esta generación antes de que suceda todo esto»; Mc 9,1par: «Os aseguro que hay aquí algunos presentes que no sufrirán la muerte antes de ver llegar el Reino de Dios con poder»; Mt 10,23: «Cuando os per-sigan en una ciudad, escapad a otra; os aseguro que no habréis recorrido todas las ciudades de Israel antes de que venga este Hombre»; cf. supra, nota 18, 232.

67 Cf. EvT, 3,27,49,76,113-114; BILLERBECK, I, 173ss muestra interpretaciones rabínicas en el sentido de confesar el monoteísmo bíblico y vivir los preceptos de la Torá desde un rigor antropológico.

ilimitado amor de Dios a los marginados como centro de su actividad. Jesús está convencido de la decisión que Dios ha tomado para comenzar la salvación en la historia, y es consciente de la unión entre la presencia del Reino y sus gestos y palabras. Por eso se convierte en protagonista del Reino en la medida en que exige y urge una respuesta a su propuesta de aceptarlo.

8.5. El Reino como salvación y juicio68

La intervención de Dios en la historia es para rehacer la creación y responder a la utopía inscrita en sus inicios. La soberanía de Dios, entonces, supone la superación del dominio de Satanás y la derrota y condena de los impíos. Pero esta presencia del Reino tiene en Jesús unas connotaciones muy precisas, sobre todo cuando se contempla con una percepción positiva de la historia en la que se instaura una nueva dimensión que le hace variar los horizontes que muchas veces motivaron la predicación y augurios de su clausura o destrucción.

68 Bibliografía básica para toda esta cuestión: AA.VV., «Armut», TRE IV, 69-85; U. KöFF, «Armut», RGG4, I 779-784; J. J. ALEMANY, «Lc 15,11-32. Una sugerencia de análisis estructural», MisCom 41 (1983) 167-76; F. BovoN, L'oeuvre de Luc (Paris 1987) 29-71; I. R. CÓBRELES, «'Los obreros de la viña'. Elementos midráshicos en la parábola de Mt 20,1-16», Studium 30 (1990) 485-505; F. CONTRERAS MOLINA, Un padre tenía dos hijos. (Lucas 15,11-32) (Estella [Navarra] 1999); J. DUPONT, El mensaje de las bienaventuranzas (Estella [Navarra] 1978); A. GEORGE, «Pauvre», DBS VII, 387-406; J. I. GONZÁLEZ FAUS, La Humanidad nueva. Ensayo de Cristología (Santander 19866) 83-104; J. GNILKA, Jesús de Nazaret. Mensaje e historia (Barcelona 19952) 111-44.190-201; F. HAUCK-E. BAMMEL, «ptochos», GLNT, XI 710-787; J. JEREMIAS, Las parábolas de Jesús (Estella [Navarra] 19879; ÍD., Teología de Nuevo Testamento (Sala-manca 19742) 119-49; H. MERKLEIN, «ptochos», DENT, I 1258-66; M. REISER, Die Gerichtspredigt Jesu. Eine Untersuchung zur eschatologischen Verkündigung Jesu und ihrem frühjüdischen Hintergrund (Münster 1990); L. SCHOTTROFF-W. STEGEMANN, Jesús de Nazaret, esperanza de los pobres (Salamanca 1981); G. M. SoARES-PRABHU, «Clases en la Biblia: los pobres una categoría social», RLT 12 (1987) 217-39; J. SOBRINO, Jesucristo, 95-177; G. THEISSEN, Estudios de sociología del cristianismo primitivo (Salamanca 1985); G. THEISSEN-A. MERZ, El Jesús histórico, 300-316.

8.5.1. La apertura universal de la salvación

Todo parte de la experiencia que Jesús tiene de Dios. Él lo vive con una inmensa bondad con ausencia de límites cuando se relaciona con su creación. Por eso prefiere nombrarlo como «Padre» más que como «Rey», o, según hemos dicho, como «Reino» y «Reinado» de Dios69. «Nadie es bueno fuera de Dios» (Mc 1O,18par), bondad que hunde sus raíces en una paternidad que trata por igual a sus hijos, sea cual fuere su condición: «Amad a vuestros enemigos, tratad bien a los que os odian, [...] así [...] seréis hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados» (Q / Lc 27-28.35; Mt 5,43-44); por eso es comprensible la afirmación: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (Q/Lc 6,36; Mt 5,48), enlazando con la actitud antropológica de la ternura y la misericordia, rasgos propios de los padres con relación a sus hijos70.

Esto se formula en la parábola de los obreros de la viña, donde la dinámica bondadosa de Dios, que se justifica por sí misma y en sí misma, coloca en radical igualdad a todos los hombres. Y se hace por una contraposición entre el amo y los trabajadores y entre los mismos trabajadores.

La parábola enseña que el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió varias veces al día para contratar obreros para su viña: a primera hora, al mediodía, a la tarde, al atardecer, etc. Con todos ajustó el precio del salario en un denario.

69 Las referencias a Dios como Rey de Mt 5,35 sobre el juramento; 18,23-34 parábola del siervo sin entrañas; y 25,31-46 sobre el juicio final, son materiales propios del primer evangelista. En 22,1-14, sobre el banque-te nupcial, no aparece el «rey» en su paralelo de Lc 14,15-24. Esta ausencia de la nominación de Dios como «rey» contrasta con la literatura de aquel tiempo: «[Trata]remos con desprecio a los reyes, con burla y derrisión a los potentes, pues el Señor es santo y está el Rey de la gloria con nosotros junto con tus santos». 1QM 12,7-8, 156; cf. SalSal., 17,1.3, III 49; TesBen., 9,1, V 155; 10,7, V 157; Sab 3,8; 6,4.

70 Véase este párrafo sobre los sentimientos paternos y maternos de Moisés que recuerda a Dios para que cambie su actitud de ira, cf. Núm 11,10-13; Is 42,13-14; 45,10; 49,15; 66,10-13.

Cuando acabaron la jornada de trabajo le dijo al administrador que les pagase lo ajustado: «Pasaron los del atardecer y recibieron un denario. Cuando llegaron los primeros, esperaban recibir más; pero también ellos recibieron un denario. Al recibirlo, protestaron al amo. Estos últimos han trabajado una hora y los has igualado a nosotros, que hemos soportado la fatiga y el calor del día. Él les contestó: Amigo, no te hago injusticia; ¿no nos apalabramos en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Que yo quiero dar al último lo mismo que a ti. ¿O no puedo yo disponer de mis bienes como me parezca? ¿O has de ser tú tacaño por ser yo generoso?» (Mt 20,1-16).

Por la justicia humana es lógico situarse con los obreros que han trabajado desde el comienzo de la jornada: ellos «pensaron que cobrarían más» (Mt 20,10), porque los otros apenas habían faenado una hora (20,12). Se cumple así la correlación en la justicia de los fariseos por la que Dios da la ley para que se cumpla; al cumplirla se adquieren méritos; y los méritos los recompensa Dios. Por consiguiente, su protesta es del todo justificada al que-dar igualados todos por el dueño. Esta situación también se puede comparar con otros ejemplos traídos por la tradición judía: cuando un obrero trabaja en dos horas lo que los otros han realizado en todo el día, pagar el mismo salario es justificable por parte del amo, porque ha producido igual, o más, que sus compañeros71.

Pero Jesús ve las cosas desde un ángulo distinto que origina una dimensión nueva en la historia. En este caso, la justicia está sometida a la bondad. Jesús parte de un Dios que es bondad y

71 J. Jeremías cita una parábola que trae el Talmud de Jerusalén: «...un rey había contratado un gran número de trabajadores. Dos horas después de comenzar el trabajo, vino a visitar a los obreros. Entonces vio que uno de ellos se había distinguido de todos los demás por su actividad y habilidad. Lo tomó por la mano y paseó con él hasta el atardecer. Cuando vinieron los trabajadores para recibir su jornal, recibió aquél la misma suma que todos los demás. Entonces murmuraron y dijeron: hemos trabajado todo el día y éste sólo dos horas, y, a pesar de ello, le has pagado el jornal entero. Sin embargo, el rey respondió: Con esto no os hago ninguna injusticia: este trabajador ha realizado en dos horas más que vosotros en todo el día». Las parábolas de Jesús (Estella [Navarra] 19879), 170.

transmite una bondad ilimitada e incomprensible a la rectitud humana. Es la bondad que tiene capacidad de asumir como algo propio a los últimos, a los que no han tenido oportunidad de trabajar, dejando de lado si han sido culpables o no de su situación de marginación. De ahí la contestación, que es la clave de toda la parábola: «... yo quiero dar al último lo mismo que a ti. ¿O no puedo yo disponer de mis bienes como me parezca? ¿O has de ser tú tacaño por ser yo generoso?» (Mt 20,15). Existe una transformación de los valores que rigen la libertad y la justicia, que ni siquiera logran comprender los que piensan y obran por una justicia básica. Dios eleva la salvación a un rango que abarca a todos.

Sucede igual con la parábola del siervo sin entrañas. Se parte de una pregunta que Pedro hace a Jesús sobre cuántas veces debe perdonar. La respuesta de Jesús es que se ha de perdonar de una forma ilimitada, siempre. Entonces compara Jesús el Reino a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Uno le debía una cantidad exorbitante de dinero. Al no poder pagarle, el rey mandó que lo vendiesen como esclavo, incluida toda su familia. El siervo le pidió encarecidamente que esperara un tiempo, porque le pagaría toda la deuda. El señor, «movido a compasión» le perdonó la enorme deuda. Pero al poco este siervo se encontró a uno de sus compañeros que le debía una cantidad muy pequeña de dinero; entonces «lo agarró y lo ahogaba diciendo: Págame lo que me debes». Su compañero, lo mismo que él hizo con el rey, le solicitó que esperase un poco, pero él se negó a ello, de forma que lo mandó a la cárcel. Sus compañeros le contaron a su señor la actitud del criado. «Entonces el amo lo llamó y le dijo: ¡Criado perverso!, toda aquella deuda te la per-doné porque me lo suplicaste; ¿no tenías tú que tener compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?»72.

Dejando aparte el contexto eclesiológico del perdón (Mt 20,21-22.34-35), se presenta un amo que por bondad perdona la deuda a un siervo, y éste no es capaz de hacer lo mismo con un compañero y por una cantidad ridícula, costumbre normal en la

72 Mt 18,23-33; cf. Lc 16,1-2; 7,41-42.

economía de entonces. El contraste de las dos actitudes hace que los compañeros le denuncien al amo, y entonces se manifiesta la postura de Dios con relación a la justicia normal entre humanos. Son dos mundos contrapuestos que no tienen término de comparación ni un terreno común donde encontrarse. Por eso la única salida es que la bondad de Dios cambie a la persona introduciéndola en el nuevo espacio divino que se ha insertado en la historia. Pero esa bondad exige una actitud igual en las relaciones humanas del que ha experimentado la salvación. Ya no vale sólo lo objetivo que establecen las leyes de la convivencia y de la economía, sino la vida como es alimentada por la raíz que la sustenta. Y esta existencia es salvable en todos sus ángulos, sea cual fuere su situación.

Al igual que el amo de la viña y el de los esclavos, Jesús compara la salvación con la bondad de Dios en la conocida parábola del hijo perdido y el hijo fiel. Un hombre tenía dos hijos. El menor le pidió la parte de herencia que le correspondía y se marchó de casa malgastándola. Sobrevino un tiempo de carestía y se encontró sin dinero, viéndose obligado a apacentar cerdos para subsistir. Ante el hambre que pasaba pensó que los jornaleros de su padre disfrutaban de una situación mejor que la suya. Entonces se dijo: «Me pondré en camino a casa de mi padre y le diré: He pecado contra Dios y te he ofendido; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros. Y se puso en camino a casa de su padre. Estaba aún distante cuando su padre lo divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó al cuello y le besó. El hijo le dijo: Padre, he pecado contra Dios y te he ofendido, ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a los criados: En seguida, traed el mejor vestido y ponédselo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado y matadlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado». El hijo mayor al ver la fiesta se irritó y protestó al padre porque él no había tenido la oportunidad de tener un banquete con sus amigos. Entonces le contestó el padre: «Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Había que hacer una fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado»(Lc 15,11-32).

Los personajes repiten los mismos papeles que en las dos parábolas citadas: el padre se porta como el dueño y el amo; el hijo pródigo como los obreros y el esclavo que admiten y experimentan la bondad misericordiosa, y el hijo mayor se iguala a los obreros que han trabajado desde la primera hora y al siervo perdonado acreedor de su compañero. Éstos se sitúan fuera de la nueva posición que ha tomado el padre y sus respectivos señores. La parábola, como las dos anteriores que conforman el capítulo quince del Evangelio de Lucas —la de la oveja y la de la dracma perdidas73—, ilustran la vuelta a la casa del Padre y el proceso de conversión del pecador.

Pero más allá de esto, el hilo conductor lo traza la actitud misericordiosa del padre sobre el hijo que le ha pedido la herencia para emanciparse, al contrario del hijo mayor que permanece en casa. Malgastado el fruto del trabajo paterno de una forma indigna le conduce a una situación marginal de la sociedad: ser pastor de cerdos y sometido a un pagano, como a la vuelta en la casa de su padre, se convertirá en un jornalero. De la libertad ha pasado a la esclavitud. El instinto de sobrevivir es lo que le hace volver. La actitud del padre es lo que lo cambia: tener misericordia, compasión. Así el padre corre para encontrar a su hijo, lo abraza, lo besa, lo viste, lo calza, le da de comer,... gestos que devuelven la libertad y la vida al hijo, es decir, la salvación. La palabra que pronuncia el padre es el símbolo de lo que ha hecho

73 «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el páramo y va tras la extraviada hasta encontrarla? Al encontrarla, se la echa a los hombros contento, se va a casa, llama a amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque encontré la oveja perdida. Os digo que lo mismo habrá en el cielo más fiesta por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse». El salir de Dios en busca del pecador indica el valor que le da a los justos que están en su casa. De la misma manera: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende un candil, barre la casa y busca diligentemente hasta encontrarla? Al encontrarla, llama a las amigas y vecinas y les dice: Alegraos conmigo, porque encontré la dracma perdida. Os digo que lo mismo se alegrarán los ángeles de Dios por un pecador que se arrepienta». Lc 15,4-10.

y su condición de ser: hijo mío (Lc 15,24). Esta es la nueva dimensión del Reino. El viejo mundo lo representa el hijo mayor y corresponde al ámbito de justicia y honradez de la sociedad fundamentada por unas tradicionales relaciones familiares, pues este hijo, que es el heredero principal74, también es el que responde adecuadamente a las sanas exigencias que postulan las responsabilidades laborales, aunque muestren una relación de propietario y obrero. No obstante el padre intenta insertarlo en «su» mundo: «Hijo (teknon), tú estás siempre conmigo...» (15,31).

La actitud bondadosa del padre hacia el hijo perdido acentúa la universalidad y la potencia del amor de Dios y, por ende, de la salvación. Si así quiere al hijo perdido, ¡cuánto más querrá al otro!, exactamente igual que la búsqueda de la oveja y la dracma perdidas indican el nivel del amor que siente el pastor por las otras ovejas y el ama de casa por sus dracmas. A todos cubre el amor divino, pero por la relación gratuita y no porque se lo merezcan75. El centro se sitúa en Dios. Esta bondad que origina y marca las fronteras del Reino hace que la vida que se da en él aparezca como un don, algo muy distinto a un mundo en el que las relaciones se rigen según derecho para salvaguardar el poder individual y el poder de las instituciones sociales.

Las tres parábolas descritas son signos de la nueva dimensión de Dios que Jesús introduce en la historia. La compasión de Dios es la compasión de Jesús (splagchnizomai), la misma palabra que emplea Lucas para expresar la conmoción de Jesús ante la viuda que ha perdido al hijo (7,13) o la del buen samaritano ante el malherido (10,33). Jesús liga a su ministerio y vida la bondad

74 «...dándole dos tercios de todos sus bienes, porque es la primicia de su virilidad y es suya la primogenitura». Dt 21,17; cf. 2Re 2,9.

75 Compárese con el motivo muy distinto que lleva al pastor a buscar la oveja perdida en el EvT, 107: «Jesús dijo: El Reino es semejante a un hombre pastor que tenía cien ovejas. Una de ellas se perdió: era la mayor. Él dejó las noventa y nueve y fue en búsqueda de la una hasta que la encontró. Habiéndose cansado dijo a la oveja: Te quiero más que a las noventa y nueve».

salvadora de Dios, de forma que él obra de esta manera, porque es como Dios actúa. Es la causa que invoca para justificar toda su misión. Este Dios universal y bondadoso, que comunica Jesús a su pueblo, establece la medida exacta de la comprensión y realización del Reino, que abarca a los pobres, a los pequeños, a los pecadores y a los paganos.

1° El Reino se abre e incorpora a los pobres (ptochoi); es para los pobres. Jesús proclama que el Reino futuro transformará las condiciones de los hombres que sufren cualquier tipo de marginación. Pero la actuación de Jesús no se ciñe sólo a anunciar la bienaventuranza futura de los pobres, sino que, en una situación vital concreta y una experiencia de Dios única, les hace presente el mensaje de bondad y vida, y el Reino queda contextualizado y comprendido en este ámbito histórico. Los pobres son a los que se les anuncia la Buena Nueva y a los que se les destina el Reino76.

Jesús no pertenece al pequeño grupo de gente acomodada, sino al común de las familias de su pueblo. Esta situación se agrava cuando abandona su familia y comienza la itinerancia que marca su ministerio. En éste «no tiene donde recostar la cabeza» (Q/Lc 9,58; Mt 8,20), lo que refleja una disponibilidad total a Dios y a su gente, y le lleva a morir fuera de su casa, familia y ciudad (Mc 15,22par; Heb 13,12). El abandono y falta de sitio en la sociedad lo evoca la tradición de su nacimiento en una cueva, porque sus padres «no habían encontrado sitio en la posada» (Lc 2,7). Es vivir «en el aire» en una perspectiva socio-económica, y dependiente de Dios para estar pendiente de los pobres.

Por esta experiencia, Jesús se dirige a los pobres como pertenecientes a su propio ámbito. Por eso los pobres, además de significar el pueblo en su conjunto, son los que forman un subgrupo en Israel integrado por toda clase de gente marginada en la sociedad, a los que Jesús se abre en lo más profundo de su ser y

76 Q/Lc 6,20; Mt 5,3; Q/Lc 7,22; Mt 11,5; cf. Lc 4,18; supra, 8.4.1. 2, 234.

les abre las puertas del Reino. Ellos carecen del mínimo para designarse como personas, o el vivir les supone un riesgo continuo, porque no tienen dinero para ello y, por tanto, no pueden integrarse en la convivencia cotidiana del pueblo. Son los que no tienen casa, ni trabajo o tierras, ni familia, y, por tanto, autonomía y libertad. A ellos pertenecen también los que ejercen profesiones o trabajos no bien vistos, como los pastores o las prostitutas; a todos ellos se suman los que padecen enfermedades o cualquier discapacidad física o psíquica, cuyo sostenimiento depende de la generosidad de los demás, como los cojos, ciegos, mutilados por cualquier causa, epilépticos, etc.77.

2° Hay otro grupo social especialmente querido por Jesús. Son los pequeños (mikros), los más pequeños (elachistos), los mansos (prays), en definitiva, los sencillos y humildes (tapemos). Según la tradición veterotestamentaria son los apacibles, insignificantes o inferiores, que revelan una peculiar fe en Dios, que castiga a los soberbios y ensalza a los humildes78, y a los que Jesús relaciona con la venida del Reino. Lucas resalta esta actitud en el cántico de María, que ensalza la grandeza de Dios por-que se ha fijado en su humilde esclava (1,38.48.52) y que, aun-que recuerda el oprobio de la esterilidad de Ana cuando pedía al Señor un hijo varón (1Sam 1,11), acentúa en la situación de María su condición humilde que suscita la clemencia divina. Es la forma de ser que Jesús asume ante Dios y ante los hombres: «Acudid a mí, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy tolerante y humilde, y os sentiréis aliviados. Porque mi yugo es blando y mi carga liviana» (Mt 11,28-30). Este estar bajo el paraguas de Dios, puesto su corazón en Él, rendido a Él, es lo que recomienda a los

77 Cf. Mc 2,16; Q/Lc 6,20-21; Mt 5,1-4.6; EvT 54.69; Q/Lc 7,34; Mt 11,19; cf. Mt 21,31; Lc 18,11; etc.

78 «Defended al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado, salvad al oprimido y al pobre librándolos del poder de los mal-vados». Sal 82,3-4; cf. Jue 6,15; 1Re 3,7; Sal 37,16-17; 90,3; 107; 153; Ez 17,24; Is 26,6; 49,13; 53,8; 54,11; 66,2; etc.

que le siguen, dando una severa advertencia al engreimiento personal que conlleva el desprecio de los demás, sobre todo de los hijos predilectos de Dios79.

Al margen de la actitud humana que revela esta posición ante Dios y los hombres con un estilo peculiar, los pequeños forman un grupo de personas que pertenecen a una condición humana no valorada en la sociedad, como son los niños, los ancianos, las mujeres, los esclavos80, pues se les considera como gente inmadura e irresponsable y, por consiguiente, no pueden esgrimir su dignidad humana para comprenderse y ser valora-dos como las demás personas, sujetos de deberes y derechos. Todos ellos conforman un ámbito de indefensión que les hace dependientes de un «amo» al cual le deben el sustento y la vida. Por eso no extraña la frase de Jesús y la consiguiente exhortación comunitaria: «Le traían niños para que los tocase, y los discípulos los reprendían. Jesús, al verlo, se enfadó y dijo: —Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Os lo aseguro, quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc 10,13-16par). Así amenaza Jesús a quien los escandalice, y promete el Reino a quien les haga el bien81.

Pero ser niño, pequeño, significa para Jesús no sólo una etapa de la vida humana, sino también una forma de ser marginal que refiere el siguiente relato. En una discusión entre los dis-

79 El aviso que da a los invitados que ocupan los primeros puestos en la boda: «Pues quien se ensalza será humillado, quien se humilla será ensalzado» (Q/Lc 14,11; Mt 23,12; cf. Prov 25,7); o en la diversa actitud del fariseo y del publicano cuando rezan en el templo, Lc 18,14; o en las diatribas que sostiene con los fariseos y escribas, Mt 23,12.

80 «En aquella ocasión, con el júbilo del Espíritu Santo, dijo: —¡Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra!, porque, ocultando estas cosas a los entendidos, se las ha revelado a los pequeños». Q/Lc 10,21; Mt 11,25; cf. Mc 9,36-37par; Mt 18,6.10.14; 25,40.45; etc.

81 «Si uno escandaliza a uno de estos pequeños creyentes, más le valdría que le encajasen una piedra de molino en el cuello y lo arrojasen al mar» (Mc 9,42par); «Quien dé de beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por su condición de discípulo, os aseguro que no perderá su paga». Mt 10,42; variante de «cristianos» en Mc 9,41; cf. Mt 25,40.45.

cípulos sobre quién era el más grande entre ellos, Jesús les dijo: «Si uno aspira a ser el primero, sea el último y servidor de todos. Después llamó a un niño, lo colocó en medio de ellos, lo acarició y les dijo: —Quien acoja a uno de estos niños en atención a mí, a mí me acoge. Quien me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me envió» (Mc 9,33-37par). Tomar conciencia de lo pequeño que se es, posición que los grupos dominantes religiosos y económicos se encargan de recordar externamente, hace que esta condición de ser descubra a un Dios Soberano y Padre preocupado por proteger a los pequeños con su benevolencia y justicia por las que les restituye su humanidad en el Reino. Es la recomendación que hace a sus discípulos: «No temas, rebañito menudo, que vuestro Padre ha decidido daros el Reino» (Lc 12,32). Recomendación que contrasta con la severa advertencia que da a los que aseguran sus vidas en las riquezas (Lc 12,13-21), además de originar la pobreza, lo que le hace exclamar: «¡Qué difícil es que los ricos entren en el Reino de Dios!» (Mc 10,23par). Más les valdría depositar la existencia en un Padre que atiende a toda su Creación y mima a los seguido-res de Jesús: «... vuestro Padre sabe que os hacen falta [comida y bebida]. Basta que busquéis el Reino de él y lo demás os lo darán por añadidura» (Q / Lc 12,30-31).

De esta manera sobran los distintos niveles de poder dentro del nuevo orden establecido por Dios. No tiene sentido preguntarse cuál va a ser el mayor o el menor dentro del Reino, porque el poder y los rangos que establece, y que hacen que toda sociedad subsista, comportan otro sentido dentro del Reino. El rango dentro del Reino lo concede el mismo Dios, que es el que invita al banquete, y el nivel que mantiene Dios con los comensales es el rango que tienen todos (Q/Lc 14,11; Mt 23,12), que no es otro que el estilo de «pequeñez servicial» que Jesús muestra en su vida: «Sabéis que entre los paganos los que son tenidos como jefes tienen sometidos a los súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros; antes bien, quien quiera entre vosotros ser grande que se haga vuestro servidor; y quien quiera ser el primero que se haga esclavo de todos. Pues este Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos» (Mc 10,42-45par).

3° Uno de los componentes del nuevo rostro del Dios del Reino es su amor misericordioso sobre los pecadores (hamartoloi). En el AT el término pecador comprende al injusto, perverso, mentiroso, etc., y en su conjunto implica quebrantar el orden de la creación impuesto por Dios (1Sam 3,13-14), lo que conlleva la rotura religiosa y social del pueblo, que le aparta de Dios al romper la Alianza desobedeciendo sus leyes. En tiempos de Jesús se hace hincapié en este aspecto de la transgresión de los mandamientos. El pecador es, pues, un extraño, o un alejado del pueblo y, por ende, de la salvación82. Del pecado se puede salir por medio de ciertos ritos de purificación o buenas obras, si bien hay que tener en cuenta los diferentes aspectos de las consecuencias del pecado, como son las enfermedades, el infortunio y la muerte. A este mundo extraño y alejado sale Jesús para decirle que Dios viene a su encuentro (Lc 15,4-7).

En los Evangelios existen varios sumarios donde se indica un grupo de gente que seguía a Jesús y con los cuales come y alterna. Son los publicanos y pecadores, o simplemente los pecadores83. Publicanos son los que recaudan los impuestos a los contribuyentes, bien sobre los peajes en los caminos, bien sobre determinadas actividades comerciales. Ellos cobran los tributos sobre las viviendas, el consumo, etc. Este ejercicio se lo arrienda el Estado, al cual le deben dar una determinada suma de dinero previamente convenida. Hay publicanos «jefes» (Lc 19,2), que son los adinerados, y que arriendan a su vez a otros publicanos el ejercicio concreto de la recaudación. Éstos componen un cuerpo que no es rico, pues deben sacar del pueblo lo suficiente para pagar la suma arrendada a los jefes, para que ellos paguen al Estado. Sin embargo, son los más odiados de la

82 Núm 14,21-23; Lv 16,16; 19,13; Dt 1,43; 28,29; lSam 15,23-31; Sal 63,12; 78; 101,3; 119,104.121; Prov 6,17; Jer 3,10; 5,31; 16,17; Os 2; 6,7; 8,1; 10,13; Ez 16,59; 17,15-18; etc.; cf. supra, 4.3.2., 180-181.

83 Cf. Mc 2,6par; 2,17par; Q/Lc 7,34; Mt 11,19; Lc 7,37.39; 15,1-2; es la chusma que no conoce la ley y que, al decir de los fariseos (Jn 7,49), «son unos malditos».

gente, porque el cobro lo hacen directamente y de una forma muchas veces fraudulenta para recoger la suma convenida por el arrendamiento. Además se aprovechan del pueblo sencillo que no sabe, por lo general, las cantidades exactas a pagar o las leyes relativas a los impuestos y tributos (Lc 3,12). Por esto y otras connotaciones, como el no observar las leyes de la alimentación, son despreciados del pueblo, considerándolos por su oficio como pecadores. Se comprende que se difame a Jesús por-que come con ellos (Q/Lc 7,34; Mt 11,19), y se le critica porque acoge a las mujeres que ejercen la prostitución. Entonces Jesús espeta a los dirigentes judíos de Jerusalén lo siguiente: «Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el Reino de Dios» (Mt 21,31), lo cual es indicio del grado de odio que acumulan por parte del pueblo.

Al grupo de pecadores se unen también los pastores u otros oficios cuyo ejercicio está prohibido, además de los que transgreden las leyes en una sociedad fuertemente teocrática, en la que romper el orden divino que la sostiene da por supuesto la descalificación inmediata por parte de las instituciones y personas que son garantes de tal orden. La enfermedad (Jn 9,2-3), o cualquier desgracia (Lc 13,1-9), es sacramento de un pecado previo, al que Jesús remedia como un médico: «Del médico no tienen necesidad los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2,17par); o como el nombrado buen pastor que busca la oveja perdida o descarriada (Lc 15,4-7).

El perdón de Dios que alcanza a todos, porque todos necesitan de él (Lc 13,3.5), hace que el Reino se integre por gente que sabe y experimenta la misericordia divina. Por consiguiente, Dios espera que este «mundo» perdonado actúe de la misma forma con los demás: «...perdónanos nuestros pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Q / Lc 11,4; Mt 6,12) y evite el juicio: «Cuidado con lo que oís: la medida con que midáis la usarán con vosotros y con creces» (Mc 4,24par), para que Dios pueda emitir su juicio salvador.

4° El Reino incorpora también a los paganos (ethne). Tenidos como pecadores por el judaísmo porque no conocían los mandamientos y leyes divinas, las cuales transgredían constantemente, forman un grupo de excluídos de la salvación del Señor. Israel es escogido por Dios entre los demás pueblos de la tierra, convirtiéndose en su propiedad personal (Éx 19,5-6) frente a los demás, designados simplemente como pueblos (Dt 4,27; 18,9). De hecho la salvación de Israel algunas veces se comprende por medio de la derrota de los gentiles, los cuales contaminan la creación divina: «... suscítales un rey, hijo de David [...] rodéale de fuerza, para quebrantar a los príncipes injustos, para purificar a Jerusalén de los gentiles que la pisotean, destruyéndola, para expulsar con tu justa sabiduría a los pecadores de tu verdad, para quebrar el orgullo del pecador como vaso del alfarero, para machacar con vara de hierro todo su ser, para aniquilar a las naciones impías con la palabra de su boca»84. De esta manera aparecen como enemigos de Dios, o simplemente como gente sin Dios85, que merecen el exterminio: «Por los perfectos del camino serán destruidas todas las naciones impías»86. Otro tenor comporta el texto siguiente: «Todas las naciones conocerán tu verdad, y todos los pueblos tu gloria. Porque has traído [tu ver-dad y tu] gloria a todos los hombres de tu consejo y en el lote, junto con los ángeles de la faz, sin que haya intermediario entre los inteligentes y tus sabios»87. Es una tendencia universalista que avala el profeta Daniel (9,6): «No hicimos caso a tus siervos los profetas que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, padres y terratenientes». Así, al final de los tiempos, los pueblos accederán a la salvación peregrinando a Sión, donde encontrarán el Reino de Dios88.

84 SalSal., 17,21-14, III 52-53

65 «¡Álzate, héroe, toma a tus cautivos, oh glorioso, recoge tu botín, obrador de proezas! ¡Echa tu mano al cuello de tus enemigos y tu pie sobre montones de muertos! Golpea a las naciones, tus adversarios, y que tu espada devore carne culpable!». 1QM 12,10-12, 157.

86 1QM 14,7, 159; «Pero el día del juicio exterminará Dios a todos los adoradores de los ídolos y a todos los impíos de la tierra». lQpHab 13,3, 253; cf. 1QM 1,1-7, 145; 2,10-15, 146-147; 6,6, 150; 11,8, 155; etc.

87 1QHa 14,12-13, 377.

88 Cf. Is 2,2-4; 25,6-8; Jer 7,25-26; 44,21; Miq 4,1-3; Zac 8,20-29; Dan 3,34; Neh 9,34; etc.

La lucha entre Israel y los paganos, que muchas veces es un símbolo de la guerra establecida entre Dios y Satanás89, y por lo que se justifica, en parte, el rechazo y la enemistad de Israel contra los pueblos, cambia en Jesús en la medida en que recoge la tradición aducida de la apertura de los paganos a Dios y, sobre todo, por la experiencia de la universalidad de Dios que acoge a todo el mundo. Como a los pobres, a los pecadores, a los samaritanos (Lc 10,30-37; 17,12-19), Jesús se dirige también a los gentiles90. Es curioso que los fariseos estrictos los meten a todos en un mismo saco como impuros (Gál 2,12). Pero esta relación con el mundo gentil es una excepción en jesús, porque él se ofrece más bien a las ovejas perdidas de Israel91.

El texto estudiado antes92 sobre el acceso de los paganos al banquete del Reino donde presiden los grandes Patriarcas de Israel es un testimonio explícito de la apertura personal de Jesús, portador de la verdadera voluntad salvadora de Dios. Aunque él proclama la entrada futura de los gentiles al Reino donde participarán con los judíos en el banquete, es la comunidad cristiana la que llevará a cabo su proyecto93. Jesús pone las bases suficientes para ello desde el anuncio de la derrota de Satanás (Lc 10,18), el subsiguiente radicalismo de la fe monoteísta y la expresa apertura universal de la bondad divina.

Por todo esto, aquellos que aceptan esta voluntad salvadora de Dios la sienten como una cercanía misericordiosa que les hace salir de su situación y les lleva a seguir a Jesús, porque les ha abierto los ojos para divisar la existencia con una visión del todo nueva. Su gozo y alegría se comparan con la del que ha dado con la clave del sentido de su vida decidiendo cambiarlo todo y

89 Cf. supra, 8.4.2. 2, 245.

90 Cf. Mc 7,25-30par; Q/Lc 7,1-10; Mt 8,5-13; Jn 4,46-53.

91 Mc 7,24-30; Mt 15,21-28; 10,6; Lc 9,52-53; Jn 4,9.40.

92 Q/Lc 13,28-29; Mt 8,11-12; cf. Mc 10,31; EvT 4, cf. supra, 8.4.1. 3°, 238.

93 El suceso de Pentecostés hace ver a Lucas la restauración de la uni-dad entre los hombres perdida con ocasión de la edificación de la torre de Babel (Ex 11,1-9), cf. Hech 2,5.14; 8,5; 10,34; 13,5; Gál 1,16; 2,7-9; Rom 9-11; 3,29; Ef 3,1-13; Ap 15,3; etc.

apostar por la novedad del Reino: «El Reino de Dios se parece a un tesoro escondido en un campo: lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, todo contento, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo. El Reino de Dios se parece a un mercader en busca de perlas finas: al descubrir una de gran valor, va, vende todas sus posesiones y la compra» (Mt 13,44-46)94.

8.5.2. El juicio

La bondad universal de Dios que provoca tanta alegría no es un anuncio objetivo y situado más allá del tiempo de la salvación. El Reino se acerca a y se proclama en un grupo de gente marginal. Esto da lugar a una tensión y un conflicto, al romper los moldes establecidos sobre la salvación, porque ésta está cobija-da en las instituciones sagradas y es ganada a base del esfuerzo y la fidelidad de los creyentes por el cumplimiento de las leyes y de las costumbres por largo tiempo fijadas y experimentadas. No es de extrañar el siguiente sumario del Evangelio de Lucas previo a las tres parábolas sobre la misericordia citadas más arriba: «Todos los recaudadores y los pecadores se acercaban a escuchar. Los fariseos y los doctores murmuraban: —Éste recibe a pecadores y come con ellos» (15,1-3; cf. Mt 9,10-13).

Es patente que Jesús provoca una crisis al ampliar el espacio del Reino y orientar su acción hacia un mundo alejado y des-preciado por los justos de entonces. Con ello descubre y explicita una situación muy distinta a la acostumbrada. No extraña, pues, este dicho que está en la órbita del mismo Jesús: «¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? No paz, os digo, sino división. [...] Se opondrán padre a hijo e hijo a padre, madre a hija e hija a madre, suegra a nuera y nuera a suegra»95. Así, con la salvación, Jesús comunica un juicio que, en primera instancia, significa una condena a quien rechace la cercanía divina gratuitamen-

94 Es el estilo de la elección y seguimiento de los discípulos: cf. Mt 4,20.22; 8,22; 9,9; 19,21.27.29; infra, 13.3.1.-13.3.2., 455-492.

95 Q/Lc 12,51-53; Mt 10,34-36. El simbolismo tomado de Miq 7,6 significa que los más cercanos a toda persona son los familiares, y en el cambio de orden que lleva consigo el Reino, se transforman en los más lejanos.

te ofrecida. El juicio que emite Jesús se comprende a partir de la decisión y respuesta al Reino que adopten las personas, y lo mismo la consiguiente sentencia y ejecución.

1° Jesús anuncia el juicio divino, y cree que está cercano, como Juan Bautista. Esta inminencia que da a la acción de Dios conduce a que todo hombre se piense y experimente dentro de dicho horizonte, al cual debe remitir y orientar todos sus comportamientos: «A vosotros mis amigos os digo que no temáis a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Os indicaré a quién debéis temer: temed al que después de matar tiene poder para arrojar al fuego. Sí, os repito, temed a ése» (Q / Lc 12,4-5; Mt 10,28).

La proximidad del juicio la ilustra y enriquece de varias maneras. La cercanía provoca una tensión que lleva a estar preparado de una forma permanente. El juicio vendrá de improviso, de repente. Así, de dos personas que estén durmiendo en una misma cama, una será elegida y otra rechazada; o de dos que estén moliendo, una será elegida y la otra rechazada (Lc 17,34-35; cf. Mt 24,40-41). De ahí la vigilancia continua ante la cercanía del Señor, que conlleva abrir un espacio en las preocupaciones cotidianas para que éstas no impidan ver la cercana salvación96.

Por eso es preferible en esta situación que si alguien debe algo no permita que su acreedor le lleve al juez y éste lo meta en la cárcel, sino que se entienda con él, lo que significa que cambie de vida y haga las paces, es decir, aproveche la oferta presente de salvación que le hace Jesús antes de esperar a un juicio futuro con una condena segura97. Así, pues, la cercanía e inicio del Reino en la historia conlleva una actualidad del juicio que se veri-

96 «Sabéis que, si el amo de casa supiera a qué hora iba a llegar el ladrón, no le dejaría abrir un boquete en su casa. Vosotros estad prepara-dos, pues cuando menos lo penséis, llegará este Hombre». Q/Lc 12,39-40; Mt 24,43-44.

97 «Cuando acudas con tu rival al juez, mientras vais de camino, pro-cura lograr un arreglo con él; no sea que te arrastre hasta el juez, el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta haber pagado el último céntimo». Q/Lc 12,58-59; Mt 5,25-26.

fica en una condena y, en algunos casos, la victoria del bien. Se observa en los dichos sobre Satanás o los demonios antes cita-dos: «Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo» (Lc 10,18), o «Pero si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios»98. Además se puede invocar el reconocimiento de la actuación y persona de Jesús en el presente a fin entrar en el Reino y juicio futuro: «Si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, ante esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre en medio de los san-tos ángeles» (Mc 8,38par); también: «Os digo que a quien me confiese ante los hombres, este Hombre lo confesará ante los ángeles de Dios. A quien me niegue ante los hombres lo negarán ante los ángeles de Dios» (Q/Lc 12,8-9; Mt 10,32-33). Es más, ni siquiera hay que esperar al juicio escatológico para emitir una sentencia condenatoria de Dios en las mismas palabras de Jesús: «¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo habrían hecho penitencia, sentados con sayal y ceniza. Y así, la suerte de Tiro y Sidón en el juicio será más llevadera que la vuestra. Y tú, Cafarnaún, ¿pretendes encumbrarte hasta el cielo? Pues caerás hasta el abismo» (Q/Lc 10,13-15; Mt 11,21-14).

2° Junto al anuncio de la proximidad y cercanía del juicio Jesús amenaza a una serie de personas y colectivos que él observa que no se integran en el tiempo y en el espacio nuevo que la novedosa actitud de Dios ha generado. Las advertencias de Jesús abarcan a todos los oyentes a los que alcanza la buena noticia y pasan de ella o la rechazan: «Por eso dice la Sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los matarán y perseguirán; así se pedirá cuenta a esta generación de toda la sangre de profetas derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, asesinado entre el altar y el santuario; sí, os lo digo, se le pedirán cuentas a esta generación» (Q/Lc 11,49-51; Mt 23,34-36). Esta generación simboliza a los ciu-

98 Q/Lc 11,17-20; Mt 12,25-28; cf. Mt 9,32-34; Mc 3,22-26; supra, nota 50, 246.

dadanos contemporáneos que pierden la oportunidad de aceptar el Reino desoyendo la predicación de Jesús; por eso no pueden justificarse. Jesús les avisa con una condena cuando le piden un signo para que muestre su autoridad y así le crean. Entonces los compara con los paganos, como la Reina del Mediodía que escuchó a Salomón y se convirtió, o como los ninivitas que aceptaron la predicación de Jonás e hicieron penitencia. Sin embargo, ellos tienen la oportunidad de oír a quien es el vehículo de la salvación definitiva de Dios, y lo desoyen99.

Pero no toda la generación de Jesús debe sentirse amenaza-da. Porque, si son ciertas las invectivas que pronuncia contra las ciudades antes citadas, Corozaín, Betsaida y Cafarnaún (Q/Lc 10,13; Mt 11,21), también lo es que aquellos que le aceptan y le siguen evitan la condena final. Es lo que muestra ante el rechazo o admisión de la misión de sus discípulos: «Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Si hay allí gente de paz, descansará sobre ella la paz. De lo contrario tornará a vosotros...»100,

Jesús amenaza también a los grupos dominantes de Israel, tanto de ámbito religioso como económico: «Vosotros los fariseos limpiáis por fuera la copa y el plato, cuando por dentro estáis llenos de rapiña y maldad. [...] ¡Ay de vosotros también, juristas que cargáis a los hombres con cargas insoportables mientras vosotros no arrimáis un dedo a las cargas!»101. Cuando los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, piden un puesto de honor en la futura gloria, Jesús amenaza de una forma indirecta a los que detentan el poder, porque lo ejercen de una forma opresora creando esclavitud, dependencia y pobreza, en vez de desempeñar el gobierno de manera servicial para que se favorezca la libertad y justicia en los pueblos (Mc 10,42-44par).

3° La inminencia del juicio conduce a una petición de conversión. Todos están necesitados de ella. Preguntan a Jesús cuál fue

99 Mc 8,11-12; Q/Lc 11,29-32; Mt 12,38-42.

100 Q/Lc 10,5-12; Mt 10,7-8; cf. Mc 6,10; EvT 14.

101 Q/Lc 11,37-48; Mt 23,2-34; cf. Mc 10,24-25; 12,38-39; EvT 89.39.

el pecado de unos paisanos suyos galileos a los que mató Pilatos durante una peregrinación, o por qué castigó Dios a otros hombres cuando se derrumbó la torre de Siloé. Contesta Jesús que tales sucesos no obedecen a la creencia común de que cualquier enfermedad o desgracia es expresión de un pecado personal o colectivo, sino que todos aquellos hombres no eran culpables de tales desgracias, y concluye: «si no os arrepentís, acabaréis como ellos» (Lc 13,3), es decir, insta a una conversión colectiva en la medida en que todos son responsables de la situación de maldad en la que se justifica una realidad que genera continuamente injusticia, esclavitud y muerte.

Por eso es urgente convertirse ante la cercanía del juicio. Hay que tomar una decisión mediante la cual se deba asumir esta oferta de salvación. No existe un espacio neutro por el que se pueda pasar ignorando el ministerio de Jesús: «El que acude a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a explicar a quién se parece. Se parece a uno que iba a construir una casa: cavó, ahondó y colocó un cimiento sobre roca. Vino una crecida, el caudal se estrelló contra la casa, pero no pudo sacudirla por-que estaba bien construida. En cambio, el que escucha sin poner por obra se parece a uno que construyó la casa sobre tierra, sin cimiento. Se estrelló el caudal y la casa se derrumbó. La suya fue una ruina colosal» (Q / Lc 6,47-49; Mt 7,24-27). Es necesario fundamentar la vida sobre la voluntad divina y evitar otra cimentación distinta de la palabra de Jesús que la explicita.

No valen en el juicio las credenciales tradicionales de religiosidad, conciudadanía, vecindad, amistad, familiaridad, etc., u otros poderes como la riqueza: «Pelead para entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán y no podrán. Apenas se levante el amo de casa y cierre la puerta, os pondréis por fuera a golpear la puerta diciendo: Señor, ábrenos. El os con-testará: No sé de dónde venís. Entonces diréis: Contigo comimos y bebimos, en nuestras calles enseñaste. Replicará: Os digo que no sé de dónde venís. Apartaos de mí, malhechores»102. La única credencial válida es la de haber servido al mundo margi-

102 Q/Lc 13,24-27; Mt 7,22-23; cf. Q/Lc 6,46; Mt 7,21.

nal, «a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos», que no pueden retribuir o corresponder a la relación bondadosa, porque el hecho mismo de estar con ellos y recuperarlos por el amor es la única carta de ciudadanía del Reino: «pues te pagarán cuando resuciten los justos» (Lc 14,12-14); de lo contrario no reconocerá el Juez a nadie.

No se puede olvidar tan fácilmente el núcleo que explicita esta exigencia fundamental de Jesús cuando se identifica con el hambriento, sediento, emigrante, desnudo, enfermo y encarcelado en el encuentro final del hombre con Dios según relata el evangelio de Mateo (Mt 25,31-46). La salvación final exige un giro tan drástico en la vida que su plenitud final pasa por la unión con los alejados de toda clase de perfección religiosa y humana, orientando así el propio creyente el destino de su vida y su camino hacia la salvación. Jesús inserta la salvación y condena en la vida cotidiana. No invita a llevar a cabo grandes ges-tos ni gestas heroicas mediante las cuales se pueda alcanzar y entrar en el Reino, sentándose a la derecha del Hijo del Hombre, sino a la relación con la gente sencilla y humilde que tiene necesidad de un amor compartido y es el mejor enunciado del proyecto de vida de Jesús, porque su identificación con los necesitados está más allá de cualquier mérito por parte de ellos o de la intencionalidad del que los sirve. De ahí su sorpresa: «¡Cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber...?» (15,37.44)103.

4° Existe, pues, una responsabilidad humana ineludible ante la cercanía bondadosa de Dios. Como se rechace ésta, se aboca uno a una condena y castigo, desde el juicio (krisis) que emite Jesús. Cuando envía a los discípulos a predicar el Reino y son rechazados, manda que se sacudan el polvo de los pies, el que se acumula en las sandalias durante el camino, como signo de

103 El amor como base de las exigencias éticas de Mateo: Q/5,43-48; Q/7,12; 19,19; 22,34-40 par de Mc 12,28-31; Lc 10,25-28; y que conduce a la glorificación de Dios: Q/7,15-23; 21,31; 24,13, es el que dilucida la separación entre buenos y malos al final de los tiempos.

ruptura y de la maldición de Dios sobre ese lugar, ya que rechazar al mensajero y su mensaje es cerrarse a lo que es capaz de salvar en el juicio104. Lo mismo sucede con el siervo sin entrañas citado (Mt 18,23-35), porque si no es capaz de perdonar en la misma medida en que el amo le ha perdonado, la salvación dada por Dios se traduce en condena, como pasará con la «generación» que escucha a Jesús si no se convierte: entonces los ninivitas y la reina del Mediodía serán testigos en el juicio de su perdiciónl105. Esta condena y el castigo que lleva consigo lo advierte Jesús a sus conciudadanos: «Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras vosotros sois expulsa-dos» (Q/Lc 13,28; Mt 8,11-12).

También hay un aviso serio a Israel en la parábola de los invitados a la cena106. El contexto es el usual en Jesús: en un sábado Jesús está sentado a la mesa invitado por un jefe de los fariseos. Y partiendo del comentario de uno de los invitados: «¡Dichoso el que coma en el Reino de Dios!» (Lc 14,15), que evoca la dura advertencia del párrafo citado antes sobre la exclusión del Reino de los hijos predilectos de Israel, Jesús expone esta parábola107.

104 Cf. Mc 6,11; Q/Lc 10,10-12; Mt 10,14-15.

105 Cf. Mc 8,11-12; Q/Lc 11,16.29-32; Mt 12,38-42.

106 Q/Lc 14,16-24; Mt 22,1-14; texto del EvT, 64: «Jesús dijo: Un hombre tenía huéspedes y, una vez preparada la cena, envió a su criado para que invitase a los huéspedes. Fue al primero y le dijo: Mi señor te invita. Él dijo: Tengo un asunto de dinero con comerciantes, que vienen a mí por la tarde. Iré para darle órdenes. Me excuso de la cena. Fue a otro y le dijo: Mi señor te invita. Él le dijo: He comprado una casa y me reclaman. Por un día no estaré disponible. Vino a otro y le dijo: Mi señor te invita. Él le dijo: Mi amigo va a casarse y yo soy el que ha de preparar el banquete. No podré ir. Me excuso. Vino el siervo y dijo a su señor: Los que invitaste a la cena se han excusado. El señor dijo a su siervo: Ve afuera a los caminos, trae a los que encuentres para que cenen. Los comerciantes y negociantes no [entrará]n en los lugares de mi Padre».

107 La parábola tiene como paralelo la de los viñadores homicidas de Marcos, 12,1-12par.

En la primera parte se narra que un señor prepara un gran banquete. Envía, pues, a su criado para que invite a una serie de personas. Las dos primeras se excusan por asuntos comerciales: uno, porque ha comprado unas tierras y debe ir a verlas; otro, porque ha adquirido cinco yuntas de bueyes y necesita probar-las. El último no va, porque acaba de desposarse. La segunda parte se compone de dos nuevas salidas que el señor ordena a su criado. La primera es a la ciudad, a sus calles y plazas; la segunda al campo, a sus caminos y cercas. En la ciudad, por mandato del amo, recoge el siervo a los pobres, lisiados, ciegos y cojos, los cuatro grupos a los que Isaías promete la salvación108, y se relaciona con la introducción a la parábola en la que Jesús recomienda a su anfitrión invitar a aquellos que no le pueden recompensar (Lc 14,12-14). Al tener sitio aún, se busca en los caminos a un grupo de personas con la finalidad de llenar de comensales la casa, pero no se especifica su condición social.

Hay un claro contraste en las dos partes: Los que rechazan y los que aceptan la invitación. Y el banquete hace referencia a la forma de describir el futuro escatológico de Israe1109, un futuro que el señor está empeñado que esté lleno, y, además, indica su deseo apremiante de que todo el mundo participe, los que viven en la ciudad y en el campo, es decir, en todas partes. Pero Jesús, dirigiéndose a los fariseos y maestros de la ley, hace, al final de la parábola, la siguiente advertencia sobre los que se han excusado de asistir: «Porque os digo que ninguno de aquellos invita-dos probará mi banquete» (Lc 16,24). los primeros invitados, y tantas veces únicos, están en riesgo de ser excluidos de la salvación y, por tanto, castigados a no participar del festín del Reino. Jesús intenta por todos los medios que sus conciudadanos no pierdan su sitio en el banquete final y decisivo. Pero son ellos los que se excluyen, no el Señor, cuya voluntad de que participen es muy explícita. Finalmente, hay que tener en cuenta que nadie participa del Reino si no es invitado por el Señor, y el hombre se

108 Cf. Is 29,18-19; 35,5-6; 61,1. Esta referencia es un tema varias veces invocado por Lucas: 4,18-19; Q/Lc 7,22-23; Mt 11,2-6.
109 Cf. Is 25,6; Ap 19,9; 1Hen., 62,14, IV 85.

pierde por propia voluntad. He aquí la urgencia y seriedad de la llamada de Jesús, como sus esfuerzos para que nadie se conde-ne. No obstante, Jesús es muy claro sobre el destino de los que no responden a la invitación al convite: son vidas que se quedan fuera; se pierden.

5° Jesús expone que Dios es el que siempre invita a su Reino, el que da la capacidad para incorporarse al nuevo orden que supone su llegada y el poder disfrutar de su presencia salvadora. Por otro lado, conmina a los hombres a un cambio de rumbo, que posibilita el mismo Dios, para que entren en el Reino. Mas Jesús emplea varias imágenes o metáforas recogidas de la vida social y de la tradición veterotestamentaria para indicar el juicio escatológico y la función judicial de Dios. Sobre el primero se comunica la venida de Dios para clausurar la historia con la expresión «venir a juzgar» para declararlo salvado, justificado, evitando toda interpretación ambigua o determinista de la historia. El famoso «día del Señor» del AT110, que el NT lo sustituye con la venida en gloria y poder del Señor para juzgar111, nada tiene que ver con un presunto proceso judicial al estilo de la mentalidad latina del Derecho. Por eso la función judicial de Dios en el juicio será la comprobación de lo que el hombre ya ha decidido con su vida en la historia; no es crear una nueva situación, sino desvelar el tipo de relación que ha mantenido con el prójimo. De ahí la urgencia y el vigor que imprime Jesús en la con-versión y en abrir a los hombres al nuevo y definitivo rostro salvador de su Padre antes de la clausura del tiempo. Por tanto, no se debe olvidar el carácter analógico que lleva consigo esta función forense divina y el carácter antropomórfico de las imágenes, además de las metáforas que emplea Jesús para narrar el juicio y el papel que Dios juega en él.

110 Cf. supra 4.2., 174.

1111Cor 1,8; 5,5; 2Cor 1,14; iTes 5,2; 2Tes 2,2, porque Dios le ha puesto para juzgar: Hech 10,42-43; Rom 2,16; por eso toda la humanidad deberá comparecer ante su tribunal: 2Cor 5,10.

Dicho esto, la inauguración del Reino de una forma definitiva está ligada al juicio (Mt 25,34), porque la metáfora del Señor como Rey en el AT se une al ejercicio de la soberanía, donde se incluyen todos los poderes: Dios gobierna, es el Jefe de los ejércitos y también juzga112. Así en la parábola antes descrita sobre el siervo sin entrañas, el rey «que decidió ajustar cuentas con sus criados» (Mt 18,23), al ver que su perdón de la deuda no es correspondido con el perdón que debería haber realizado el siervo con otro esclavo deudor, «indignado, lo entregó a los torturadores hasta que pagara la deuda íntegra» (Mt 18,34). Lo mismo sucede en la parábola referida de los invitados que se excusan de asistir al banquete (Q/Lc 14,16-24; Mt 22,1-14), donde en la versión de Mateo se expresa el castigo del rey a los invitados que no han querido o podido asistir al convite de la boda de su hijo: «El rey se encolerizó y, enviando sus tropas, acabó con aquellos asesinos e incendió su ciudad» (Mt 22,7).

La formalidad del juicio se comprueba en asignar a Dios el oficio de Juez, según la tradición, aunque algunas veces se sirve de un delegado para convocar el juicio o sentenciar, como narra Mateo (25,34): «Entonces el Rey dirá a los de la derecha...», referido al Hijo del hombre como rey-mesías (25,31), o de los doce discípulos de Jesús: «Os aseguro que vosotros, los que me habéis seguido, en el mundo renovado, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también en doce tronos para regir las doce tribus de Israel» (Mt 19,28)113. En este juicio, se dan los testigos, como los citados ninivitas y la

112 Juzga tanto a las naciones: Is 13-17; 23,1-18; 30,7-33; Jer 46-51; Ez 29,1-16, etc., como a Israel: Os 2,4; 12,3; Is 3,13-14; Jer 2,9.35; Ez 20,36; etc., incluso lo condena: Ez 5,10.15; 11,9; 16,41; 25,11; etc. En la tradición inmediata a Jesús, cf. Dan 7,11; IHen., 10,6, IV 47; 16,1, IV 53; 19,1, IV 56; 90,20-21, IV 121-122; Jub., 22,11, II 133; TesBen., 10,6-7, V 156-157; cf. supra, 4.2., 174.

113 El juicio se puede pensar como el de Daniel 7,9-10, donde los discípulos sustituyen a los santos que actúan como jueces junto a Dios: «Mientras yo seguía mirando, prepararon unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestidos eran blancos como la nieve; sus cabellos, como lana pura; su trono, llamas de fuego; las ruedas, fuego ardiente. Fluía un río de fuego que manaba delante de él. Miles y miles le servían, millones lo acompañaban. El tribunal se sentó, y se abrieron los libros» (Dn 7,9-10). En los libros es donde están escritas las vidas de los hombres: «El pecado de Judá está escrito con buril de hierro; con punta de diamante está grabado sobre la tabla de su corazón y en Ios cuernos de sus aras». Jr 17,1; cf. Ml 3,16. De todas formas la acción de los discípulos junto a Jesús también puede significar el acto de gobernar: Krino tomado en el sentido de reinar: Lc 22,30; Ap 20,4; o de aplicar el derecho y la justicia (krisis): Mt 12,18; 23,23; Hech 8,33.

reina del Mediodía, y, sobre todo, el repaso a las obras realiza-das en la vida, como en la parábola del administrador que fue acusado de malbaratar la hacienda de su señor, que le pide cuentas de cómo ha llevado la administración de su propiedad (Lc 16,1-8), y en la de los talentos, donde cada uno debe rendir cuentas a su señor de cómo ha utilizado el capital o los dones concedidos114

En Mateo (13,24-30) se narra la parábola del hombre que ha sembrado buena semilla en el campo, mas un enemigo suyo siembra cizaña. Al principio se confunden ambas plantas, pero cuando espigan se nota su diferencia y el daño que la cizaña hace al trigo. A continuación, aparecen los siervos que proponen al amo arrancar la cizaña, pero éste se opone porque la cizaña tiene las raíces profundas y normalmente se corre el peligro de que, al quitar la cizaña, se dañe el grano o se arranque el tallo que lo sustenta. Por eso les dice que no lo hagan. «Dejad que crezcan juntas hasta la siega. Cuando llegue la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, atadla en gavillas y echadla al fuego; el trigo lo metéis en mi granero» (13,30). La siega, símbolo del juicio final115, es el tiempo donde cada uno ocupará su puesto. Es el resultado del juicio: premio y castigo, como en el texto citado de Mateo (25,33-46)116. El juicio sólo es competencia del Juez y al final de los tiempos, que no de los hombres mientras conviven en la historia. Es a Dios a quien corresponde desvelar y justificar la historia, y una vez celebrado el juicio y emitida la sentencia es cuando los inocentes, justos, irán al Reino, y los culpables serán

114 Q/Lc 19,15-24; Mt 25,19-28; cf. Mc 13,24; EvT 41.
115 Cf. Is 27,11; Jr 51,33; Os 6,11.
116 También la parábola de la red de Mateo, 13,47-50; cf. SalSal., 2,38-39, III 27; 4,7-9, III 30; 12,6, III 43.

condenados: «Como se recoge la cizaña y se echa al fuego, así sucederá al fin del mundo: este Hombre enviará a sus ángeles para que recojan en su Reino todos los escándalos y los malhechores; y los echarán al horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes. Entonces, en el Reino de su Padre, los justos brillarán como el sol» (Mt 13,40-43).

8.5.3. La salvación y la condena, pues, entrañan una tensión que Jesús intenta desequilibrar a favor de la primera por la nueva postura que Dios ha tomado con relación a sus criaturas. Dios se ha presentado en otros tiempos como el Dios de la ira, la condena y el castigo. Es más, Dios es el autor del bien y del mal, que los aplica a los pueblos y a Israel117, y que goza cuando destruye a los hombres y los tienta118, pero paulatinamente se va imponiendo su aspecto salvador en la historia de Israel. Jesús acentúa ahora la dimensión de bondad que nunca ha estado ausente en la tradición de la creencia de su pueblo. Por eso puede cantar: «Te ofreceré un sacrificio voluntario, dándote gracias, Señor, porque eres bueno» (Sal 54,8)119, al experimentar su beneficio y su bendición, su hacer y decir el bien.

Como dijimos antes, la presencia de esta cercanía bondadosa expresada por Jesús con la invocación de Padre significa una solicitud («y seréis hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados» [Q/Lc 6,35; Mt 5,45]) y una misericordia («Cuan-do os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, y vuestro Padre del cielo os perdonará vuestras culpas» [Mc 11,26;

117 «Pero en las ciudades de estos pueblos cuya tierra te entrega el Señor, tu Dios, en heredad no dejarás un alma viviente: dedicarás al exterminio a hititas, amorreos, cananeos, ferreceos, heveos, jebuseos, como te mandó el Señor». Dt 20,16-17; cf. 28,15-68; 32,42; Sal 68,22; Lam 3,38; Am 3,6; etc.

118 «Como gozó el Señor haciéndoos el bien, haciéndoos crecer, igual ha de gozar destruyéndoos y exterminándoos: seréis arrancados de la tierra adonde vas a entrar para tomarla en posesión» (Dt 28,63); cf. Is 63,17.

119 «¡Qué bueno es Dios para el honrado, Dios para los limpios de corazón!» (Sal 73,1); «¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia!» (118,1); cf. 136,1; Lam 3,25; Esd 3,11; 1Cró 16,34; 2Cró 5,13; 30,18; etc.; supra, nota 98, 271.

Mt 6,14]120), que corresponde a la comprensión filial del hombre que, a su vez, también siente cercana. El Reino de Dios comienza su incidencia en la historia.

Por tanto, la condena proviene de una realidad externa al hombre que la tradición judía la llama de múltiples maneras, como diablo (diabolos), es decir, el acusador, o el adversario (antikeimenos), o el enemigo (ekhthros), que Jesús maniata y vence (cf. Lc 10,18)121. Pero también se pierde el hombre cuando interioriza la acción del mal, éste toma su corazón y lo convierte en una persona o colectivo responsable de sus actos de maldad y, por tanto, de su perdición: «Si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos...» (Q/Lc 11,13; Mt 7,11).

Hay un poder distinto de Dios, tolerado por Él, instalado en el mundo y en el hombre, y Jesús proclama que está cerca su fin. Dios está dispuesto directamente a desterrarlo del mundo, o a vencerlo por medio de la conversión del hombre, cuando dicho poder obra en la interioridad o colectividad humana. Es el dualismo ético que supone Jesús en su predicación del Reino de Dios y que más tarde lo concreta el NT en la lucha entre la luz y las tinieblas122. El origen de este mal varía a lo largo del tiempo: cuando la historia exculpa al hombre, aparece con toda su potencia el diablo y sus demonios, la presencia externa al hombre de un ser muy poderoso, pero inferior a Dios, que cubre a la creación de maldad y lleva al hombre a la perdición; cuando el mal se origina en la libertad y responsabilidad humana, disminuye la potencia personal o impersonal diabólica, y el hombre se manifiesta como la causa de la corrupción de la creación. En uno y en otro caso, la bondad divina que se acerca en su Reino es más fuerte y es la que abre la esperanza sin límites por la pro-

120 «Nadie es bueno, sino solo Dios» (Mc 10,18); el Padrenuestro, Q/Lc 11,2-4; Mt 6,7-13; abandono en la providencia divina: Q/Lc 12,22-31; Mt 16,25-33; el perdón de las ofensas, Mc 11,26; Mt 6,14-15; las parábolas cita-das de la misericordia; Lc 15; la parábola del fariseo y el publicano: 18,9-14; etc.; supra, 8.4.2., 242-243.

121 Cf. Q/Lc 11,20; Mt 12,28; supra, 8.5.2.1°, 270-271.

122 «Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron». Jn 1,4-5; cf. 3,19; 8,12; Ef 5,8; IJn 1,5; etc.

mesa e inicio de su cumplimiento de un mundo salvado y, a la vez, dicha bondad constituye el contenido de la misma esperanza para Jesús.

 

8.6. Conclusión

Por el signo de esperanza que evoca la palabra Reino para Israel, Jesús parte de la convicción de que el Señor triunfará sobre las potencias enemigas, externas e internas, que tiene su pueblo, símbolos del reino del mal. El futuro constituye la dimensión temporal del Reino, dimensión que, sin duda, incide en el presente histórico. En este presente exige Jesús que se acepte su advenimiento. Y de aquí surge el aspecto espacial del Reino de Jesús. No ingresan en él aquellos que se empecinan en el pecado, rehusando las continuas invitaciones que ofrece con sus palabras y sus obras. Sin embargo, el Reino abre sus puertas a los que captan, comprenden y admiten que el Padre se acerca con toda su bondad, que es don y gracia nacida al margen de cualquier mérito o exigencia humana. La apertura del corazón a Dios conduce al cumplimiento de su voluntad, que es el sacra-mento de la relación de Dios con los hombres, que han pasado de ser sus criaturas a ser sus hijos.

El lugar espacial y humano en el que proclama el Reino son las aldeas de Palestina, en especial Galilea. Allí Jesús busca y encuentra a los marginados de la sociedad: familias sin techo, sin pan, sin palabras de gracia; personas enfermas, pequeñas y sencillas, excluidas por su oficios y por su condición de ser; en fin, publicanos y pecadores, resumen los Evangelistas: El anuncio del Reino rompe los moldes sagrados de Israel y, a modo de ejemplo, también lo sirve a gente pagana, con lo que advierte al Israel de Dios que pueden ser excluidos del banquete que Dios tiene preparado a los que le aman.

El Reino se explicita poco a poco por sus palabras, por sus obras, por sus enseñanzas, por su exclusiva relación con Dios, como veremos a continuación, hasta que llega a Jerusalén con sus discípulos más cercanos, donde su pasión y muerte se integrarán en su ministerio anterior para que el rostro y voluntad salvadora de Dios se revele a todo viviente.