De la Eucaristía al Martirio
Vivieron y murieron por Dios y por su pueblo


 

Mons. Ramiro Valdés Sánchez
Vicario General, en entrevista para Semanario

Los mártires mexicanos se distinguieron por su grandísima devoción a la Santísima Eucaristía. Cristo, presente con su cuerpo y su alma, su sangre y su divinidad, en el Sacramento del Altar.
Ellos, desde niños aprendieron el mensaje del Evangelio, de la presencia de Jesucristo y de su sacrificio en la Misa y de los frutos de la Santa Comunión.
Su piedad eucarística, sobre todo, la manifestaron y la desarrollaron participando devotamente en la Santa Misa, acercándose a la Santa Comunión, haciendo visitas al Santísimo y promoviendo que más personas participaran en la Santa Misa y visitaran al Santísimo.
Estos sacerdotes mártires no huyeron; no se fueron a otros lugares, sino que se quedaron en sus parroquias, en sus comunidades, para darles a los fieles la oportunidad de asistir a la Santa Misa, de recibir la Santa Comunión, de recibir los Sacramentos.
En tiempos pacíficos ellos eran fieles devotos del Santísimo Sacramento. Promovieron asociaciones piadosas, como la Vela del Santísimo, que se encargaba que todos los días y a todas horas hubiera personas en el templo, adorando al Santísimo Sacramento y cuidando el respeto al recinto, e invitando a otras personas a participar en estos actos de culto.
Estos sacerdotes rezaban sus horas litúrgicas, antes llamado el breviario u Oficio Divino, actividad que la hacían frente al altar. Asimismo, acudían al templo para pasar largas horas en adoración, arrodillados ante el Sagrario. Así lo confirman las actas levantadas de los testimonios de las personas que lo vivieron y que estuvieron cerca de ellos.
Se levantaban muy temprano a celebrar la Santa Misa; hacían largos viajes a caballo o a pie para visitar los lugares distantes y ofrecerles esta oportunidad a todos los habitantes de las comunidades.
Fieles devotos del Santísimo Sacramento, sentían que celebrar la Misa era su principal función sacerdotal.
La Iglesia vive de la Eucaristía porque el Señor dijo: «Yo soy el Pan vivo bajado del Cielo».
Todos los santos mártires, vivieron una gran devoción a la Santa Eucaristía; nacieron, vivieron y murieron por ella, en veneración al Creador.

San Cristóbal Magallanes Jara
Un sacerdote conforme al corazón de Dios / 1869-1927

Cristóbal Magallanes nació en La Cementera, rancho de Totatiche, Jalisco, el 30 de julio de 1869. Hasta los 19 años vivió en el rancho familiar cuidando ovejas, labrando la tierra y haciendo petates, hasta que entró al Seminario de ese lugar, en octubre de 1888.
El 17 de septiembre de 1899, cuando tenía 30 años, fue ordenado sacerdote en Guadalajara, Jalisco; durante sus primeros cinco años de sacerdote ejerció su ministerio en dos lapsos: uno, como capellán de la Escuela de Artes y Oficios, y, después, como ministro, coadjutor y párroco de su tierra natal, durante 21 años.
Durante su proceso de beatificación fue catalogado como «un sacerdote conforme al corazón de Dios», que siempre promovió, con esplendor, el culto al Santísimo Sacramento, a la Virgen María y San José. Rezaba diariamente el Rosario y puso en práctica las virtudes de la obediencia, humildad, justicia, caridad y prudencia.

Celebraba lo que vivía

Se distinguió también por su celo pastoral, dirigido especialmente a tutelar distintas asociaciones piadosas, escuelas parroquiales y de doctrina cristiana de niños y adultos, no sólo en el pueblo de Totatiche, sino también en las rancherías. Fundó la revista El Rosario, con el objetivo de orientar en cuestiones católicas a sus feligreses.
Dentro del ámbito eucarístico, cada que terminaba de oficiar Misa a las cinco de la mañana, la cual preparaba con mucho tiempo de anticipación, dedicaba largo tiempo a dar gracias a Dios por el don divino de proclamar su Palabra y recibir su Cuerpo, durante el Sacramento de la Comunión.
Fue especialmente cuidadoso al dictar sus homilías dominicales y, en más de una ocasión, se le vio derramar lágrimas a la hora de celebrar el Santo Sacrificio.
Ininterrumpidamente dispensaba servicios en el confesionario, la predicación, la celebración de la Misa y el auxilio y consuelo a los enfermos.

San Jenaro Sánchez Delgadillo
Lloró por la suspensión del culto eucarístico / 1886-1927

Durante la Eucaristía, el Padre Jenaro Sánchez no permitía distracciones; aunque celebraba de espaldas al pueblo, siempre sabía quiénes estaban distraídos, y al terminar la celebración, les corregía.
Para alimentar su fe y celo apostólico, realizaba frecuentes visitas al Santísimo Sacramento, y era devoto de la Santísima Virgen María, a la cual se encomendaba. De esta forma, el Padre Jenaro se preparaba para la Celebración Eucarística y, al terminarla, daba gracias. Sus fieles le conocieron como un sacerdote devoto, buen predicador y amante del Santísimo; casi en todos los Rosarios y en todas las Misas, lo exponía.
Era característica su servicialidad por los enfermos, en quienes veía el rostro de Cristo. Por ello, sin importar lo lejos que se encontraran, la hora o las condiciones climáticas, acudía a auxiliarlos espiritualmente, junto con sus familiares.
Además, era un hombre preocupado por la formación católica de los niños, y por su encuentro con Cristo-Eucaristía; él mismo les enseñaba el Catecismo.

No lo venció el temor

El 1923 llegó a Tamazulita, Municipio de Tecolotlán. En ese lugar ejerció su ministerio sacerdotal hasta su martirio, en enero de 1927. Ante la persecución anticatólica que había desatado el Gral. Calles, lloró cuando recibió la orden de cerrar los templos, ante la imposibilidad de desempeñar convenientemente su ministerio.
Sin embargo, ejerció su ministerio sacerdotal a escondidas, en casas particulares y en las afueras del poblado. Guardaba el Santísimo Sacramento en una casa, y él lo cuidaba de cerca. Estaba consciente del peligro que corría de morir, pero, por atender espiritualmente a sus feligreses, no se decidió a abandonarlos.
El 17 de enero de 1927 andaba en el campo con algunos fieles, cuando se dieron cuenta que un grupo de soldados los perseguía. No quiso huir y, al regresar al rancho, lo tomaron preso, llevándolo a Tecolotlán. Ese mismo día lo asesinaron. El cuerpo quedó tirado toda la mañana, pues nadie lo reconocía por lo desfigurado que estaba.

San Sabás Reyes Salazar
Un hombre que sabía ser ofrenda para los demás / 1883-1927

Su preocupación era que, tanto niños como adultos, conocieran y crecieran en Cristo-Eucaristía. Por ello, se caracterizó por ser un hábil catequista que utilizaba diversos recursos didácticos, como las representaciones dramáticas para formar a los fieles.
Además, consciente de la necesidad de llevar a más personas el anuncio del Evangelio, gran parte de su trabajo lo dedicaba a formar catequistas.
Su testimonio sacerdotal presentaba a un hombre que sabía ser ofrenda para los demás, a ejemplo del Maestro Divino que quiso entregarse en la Eucaristía por amor a los hombres. El Padre Sabás era desprendido de sus bienes y asiduo confesor, dos ejemplos de su entrega como signo de misericordia.
Llegó a configurarse de tal forma con Cristo, que su martirio tuvo algunos signos: El 11 de abril de 1927, Lunes Santo, las tropas del Gobierno rodearon Tototlán, por lo que el sacerdote tuvo que esconderse en una casa. Ahí pasó el día en oración. Enseguida llegaron a registrar la casa del Cura en su busca, y la sirvienta, amedrentada, lo delató.

El camino del Gólgota

Al llegar a la casa donde se había refugiado, los militares gritaban enfurecidos: «¿Dónde está el fraile?». El Padre Sabás apareció y, con serenidad, dijo: «Aquí estoy, ¿qué se les ofrece?». Lo ataron y lo llevaron a la Iglesia parroquial convertida en cárcel. Ahí lo amarraron a una columna, negándole hasta un poco de agua. El Martes Santo, abrasado por la sed, pidió agua, y nuevamente se la negaron. Cuando finalmente accedieron, no la pudo pasar por tener fuertemente atada una soga al cuello.
Los soldados continuaban sus insultos y sus burlas. Durante la noche, el general a cargo de las tropas, lo hizo conducir a su presencia; lo colocaron en medio de un círculo de soldados para interrogarlo. Atado con una soga al cuello tiraban del sacerdote, quien caía al suelo entre las carcajadas de sus captores.
Lo torturaron toda la noche. Tirado a tierra encendieron fuego a sus pies y cerca de su cara. Entre tormentos indecibles pasó el día siguiente abrasado por los rayos del sol. Mientras el sacerdote rezaba y pedía un descanso por la intercesión del Señor de la Salud y la Virgen de Guadalupe, un soldado, le golpeó, lo tomó por las manos y se las metió entre las brasas; luego, entre burlas sarcásticas, le metió los pies en otra hoguera que habían encendido. En tanto, blasfemaban: «Tú que dices que Dios baja a tus manos, que baje ahora a librarte de las mías».
El Miércoles Santo, a las 9 de la noche –13 de abril de 1927–, lo llevaron finalmente al cementerio y lo acribillaron a balazos. Después de varios disparos, todavía pudo levantarse y gritar: «¡Viva Cristo Rey!».

San Atilano Cruz Alvarado
Fue el más joven de los sacerdotes sacrificados por Cristo Rey / 1901-1928

San Atilano Cruz Alvarado fue ordenado sacerdote el 24 de julio de 1927, cuando la persecución religiosa se hacía sentir con fuerza; tiempos en los cuales, ser sacerdote, era considerado casi un crimen; mas, pese a ello, Atilano quiso ser ungido con el Orden Sacerdotal para realizar el ideal supremo de su vida: celebrar la Santa Misa.
Su corto ministerio sacerdotal lo ejerció en Cuquío, (Jalisco) poblado donde llevó una vida sufrida y errante, pero al fin y al cabo, una vida feliz porque cumplía con su deber de predicar, catequizar, celebrar la Santa Misa y administrar los Sacramentos en compañía de su párroco, San Justino Orona.
En el Rancho Las Cruces, lugar donde murió, atendía espiritualmente un centro de ejercicio pastoral, apostolado que dispensó a contracorriente de la persecución religiosa que imperaba en el País.
Siempre tuvo entre sus principales deberes, oficiar Misa como centro de su ejercicio ministerial. Asimismo, se caracterizó por sus actos de piedad llevados a cabo con devoción y constancia; era patente su gusto por la lectura espiritual y procuraba, asiduamente, las visitas al Santísimo Sacramento.
A San Atilano Cruz se le atribuyen grandes virtudes teologales respecto de su fe, su devoción a la Sagrada Eucaristía y a la Santísima Virgen.
Este Siervo de Dios dio la vida, movido únicamente, por su amor a Cristo y por dar a conocer el amor de Jesús a través de su Palabra.
Siempre estuvo consciente de que su labor era llevar la Cruz de Cristo no sólo en el apellido, sino también sobre los hombros y en el corazón.

San David Roldán Lara
Discípulo de un enamorado de la Eucaristía / 1907-1926

David Roldán era uno de los jóvenes discípulos del Padre Luis Batis Sáinz, su párroco, con quien compartiría no sólo el amor a la Eucaristía, sino el martirio. Aprendió de su párroco lo que implica dar la vida por Cristo, hasta el extremo de la muerte. Del Padre Batis, escuchaba: «Ojalá yo sea de los mártires de la Iglesia porque, miren, muchos son los llamados y pocos los escogidos; ojalá yo sea uno de los escogidos».
David Roldán era un joven comprometido con su fe, comulgaba con frecuencia, era cordial con sus compañeros y servicial con todos. Comprendía perfectamente la dimensión social de la Eucaristía, misma que le impulsaba a colaborar con pasión en las obras sociales de su parroquia. Además, perteneció a la Acción Católica Juvenil Mexicana (ACJM), de la que fue presidente.

No le fue robada la paz

El domingo 15 de agosto de 1926, David se encontraba en su casa preparándose, como era su costumbre, para asistir a la Celebración Eucarística, cuando un grupo de soldados enviados por el General Ortiz, de Zacatecas, fueron a aprehenderlo hasta su hogar. El joven salió sonriente; al pasar frente a la casa de uno de sus amigos, saludó con cortesía y alegremente. Fue llevado a donde se encontraba el Sr. Cura Batis y otros muchos jóvenes, entre ellos Manuel Morales y Salvador Lara, quien era primo hermano de David.
David recibió la absolución de su párroco y el ejemplo de su entrega ante las armas asesinas; vio morir al sacerdote y a su amigo Manuel Morales; luego, junto con Salvador Lara, fue conducido a unos ciento sesenta pasos del lugar de la ejecución anterior, hacia la falda de los cerros. Caminaba con valor y tranquilidad. Sereno y rezando, se dirigió al lugar que le señalaban para completar con un acto de amor su vida juvenil, alimentada y sobrenaturalizada con la Eucaristía, el trabajo y la entrega generosa al apostolado.
Con el mismo grito que acababa de escuchar de labios del Sr. Cura y de Manuel: «¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!», entregó su espíritu a Dios. El pelotón de fusilamiento segó su vida y un soldado le dio el tiro de gracia en la frente, desfigurándole el rostro que, sin embargo, no pudo borrarle la sonrisa de paz y tranquilidad que David llevaba.

San Mateo Correa Magallanes
La Eucaristía y María, sus amores / 1866-1927

En el pueblo de Tepechitlán, Zacatecas vio la luz, por primera vez, el Padre Mateo Correa, un 22 de julio de 1866. Su disposición y obediencia al obispo, lo llevó a trabajar en distintas parroquias de la diócesis, durante los 34 años de su vida sacerdotal.
Tenía el hábito de levantarse muy temprano para visitar al Santísimo Sacramento antes de oficiar Misa, la cual celebraba fervorosamente, pues desde niño manifestó gran agrado por asistir a la Celebración Eucarística. En tanto, su peculiar forma de oficiarla, ha sido calificada como edificante.
Asimismo, el Sr. Cura Mateo Correa fomentó en todo momento y en todo lugar al que iba, la Confesión y la Comunión; enseñaba el Catecismo a niños y adultos, e instaba a perdonar a los enemigos.
Estuvo varias veces preso, y en la cárcel rezaba el Rosario con los detenidos, y los alentaba a vivir con fe y esperanza cristianas. Él mismo, en sus momentos de soledad, acostumbraba el rezo del Rosario durante la madrugada.
Fue tal su adoración a la Santa Eucaristía que, pese a las múltiples amenazas de muerte vertidas por el ejército sobre su persona, cierto día salió de su parroquia, Valparaíso, Zacatecas, para administrar la Comunión a una mujer moribunda. Tomó el Santísimo, los Santos Óleos y su breviario. Durante su trayecto a cumplir con dicha encomienda, y que, por otro lado, constituía una de sus más fuertes devociones, fue hecho preso y muerto, el 6 de febrero de 1927.

San Margarito Flores García
Desde niño visitaba diariamente al Santísimo / 1900-1927

A los 12 años, cuando concluyó sus estudios primarios, se dedicó con fervor al servicio de Dios, y visitaba diariamente el Santísimo Sacramento. Años más tarde, ya como sacerdote, ofrecería su vida y su sangre en una Misa celebrada por la salvación de México, al término de la cual se tuvo una Hora Santa.
Sólo de su contemplación y unidad a Jesús-Eucaristía, puede explicarse lo que, en la Positio para su Causa de Canonización, se lee: «Lo breve de su vida sacerdotal y lo difícil de las circunstancias, dada la persecución contra la Iglesia, no le permitieron desplegar ampliamente sus virtudes humanas y religiosas de su trabajo ministerial. Sin embargo, aparece en él una fe inquebrantable, una esperanza que trasciende todo y una caridad profundamente operativa. Dotado de una fortaleza extraordinaria, manifestada sobre todo en el momento de la ejecución, de una obediencia a toda prueba, de una fidelidad excepcional a su ministerio sacerdotal».

“¡Voy a emprender el vuelo al martirio!”

Margarito Flores es uno de los mártires mexicanos que más deseó el martirio. «Yo también me voy a dar la vida por Cristo, voy a pedir el permiso al superior, y también me voy a emprender el vuelo al martirio», exclamó.
Fue entonces enviado a Atenango del Río, Guerrero. A su arribo a ese lugar fue aprehendido por las tropas federales; en la madrugada despojaron al padre, sin consideración alguna, de todas las cosas que llevaba, dejándolo en ropa interior, descalzo y atado en medio de la caballería, caminando a pie.
El tormento aumentó cuando salió el sol agobiante; y suplicó que le dieran un poco de agua, lo único que recibió fue empellones y golpes. El 12 de noviembre de 1927 fue ordenada su ejecución y se le permitió elegir el lugar preciso para morir. Con toda serenidad caminó hacia la esquina posterior del templo, solicitando le permitieran unos instantes para elevar sus última plegarias al Todopoderoso.
Le fueron concedidos, y después, se le acercó uno de los soldados, quien le dijo que si lo perdonaba, a lo que el padre contestó profundamente conmovido que no sólo lo perdonaba, sino que también lo bendecía. Murió fusilado en Tulimán, Guerrero, el 12 de noviembre de 1927. Tiempo después, al exhumar sus restos, su sangre manaba con frescura.

San Rodrigo Aguilar Alemán
Pidió, en “la cuna de la Eucaristía”, la gracia de ser mártir / 1875-1928

Luego de su Ordenación Sacerdotal, el 4 de enero de 1905, el Padre Rodrigo Aguilar peregrinó a Tierra Santa. Sus impresiones las recopiló en la obra Mi viaje a Jerusalén. Ahí consigna que en la región donde el «Verbo se hizo Carne», pidió la gracia del martirio.
Ahí contempló en la cuna del Divino Niño, el descanso para el alma y el verdadero Pan que nunca falta: el Pan Eucarístico anunciado también por el nombre mismo de la ciudad que le vio nacer: Beth-lehem, «la casa del pan». Dios se esconde en este Niño; la divinidad se oculta en el Pan de vida.
Al respecto, cabe indicar que, a los 50 años de edad –nació el 13 de marzo de 1875–, en Unión de Tula, conquistó la simpatía y el respeto de quienes lo trataron, debido a su paciencia y caridad. Además, se preocupó por instruir y catequizar a sus fieles, fundando algunas asociaciones de laicos.
Cuando el Padre Aguilar viajó a Tierra Santa, también contempló «en la cuna de la Eucaristía», las palabras que brotan de lo más profundo del Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: «Jesús toma pan, lo bendice y lo parte, y luego lo da a sus discípulos, diciendo: ‘Esto es mi Cuerpo’. La Alianza de Dios con su pueblo está a punto de culminar en el Sacrificio de su Hijo, el Verbo Eterno hecho carne. Las antiguas profecías están a punto de cumplirse: ‘Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. (...) ¡He aquí que vengo (...) a hacer, oh Dios, tu voluntad!’» (Hb 10, 5-7). En la Encarnación, el Hijo de Dios, que es Uno con el Padre, se hizo hombre y recibió un cuerpo de la Virgen María. Y ahora, la víspera de su muerte, dice a sus discípulos:  «Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros». De tan profundo Amor Divino, el Padre Rodrigo Aguilar no pudo menos que pedir la gracia de ser signo, y lo fue.

Muerto por el “delito” de amar a los suyos

Escaso tiempo pudo estar al frente de su parroquia, pues al decretarse la suspensión del culto público en agosto de 1926, el Padre Aguilar decidió permanecer en los límites de su parroquia, y el 12 de enero de 1927 la autoridad civil giró una orden de aprehensión en su contra, considerando delito el ejercicio de su ministerio. Se refugió en un rancho desde donde atendía a sus fieles, administraba los Sacramentos y dirigía los Ejercicios Espirituales. La traición de uno de los pobladores del lugar ocasionó que fuera capturado en octubre de 1927, por una columna de federales al mando del general brigadier Juan Izaguirre.
Al día siguiente de su captura fue conducido a la plaza principal para ejecutarlo. Bendijo a sus verdugos, perdonó a todos y regaló su Rosario a uno de los que lo iban a matar. Antes de ser ejecutado lanzó el grito: «¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!». Sus restos fueron trasladados al templo parroquial de Tula.

San Román Adame Rosales
Fundó una cofradía de la Adoración Nocturna / 1859-1928

Quienes lo conocieron, recuerdan que todas las mañanas, antes de celebrar la Eucaristía, el Padre Román Adame se recogía en oración mental. Su amor a Cristo-Eucaristía, le impulsó a fundar una cofradía de la Adoración Nocturna al Santísimo Sacramento. Deseaba que los adoradores nocturnos se llenaran de gozo junto a la presencia eucarística de su Señor, como los apóstoles, hace dos mil años, se llenaron de gozo ante la presencia de Jesús de Nazaret.
Con esta acción, el Padre Adame fue instrumento para que los católicos, aun en tiempo de persecución, siguieran manifestando su fe en el Resucitado, quien sigue presente entre nosotros a través de la Eucaristía. Ahí, ante Cristo-Eucaristía, estos hombres suplican por sus hermanos, tanto los próximos como los alejados y, de manera especial, por aquéllos que han sido llamados por Él como pastores.
El Padre Román Adame también rezaba el Oficio Divino con particular recogimiento. Atendía con prontitud y de buena manera a los enfermos y moribundos, predicaba con el ejemplo y con la palabra. Evitaba la ostentación; vivía pobre y ayudaba a los pobres. Su vida y su conducta fueron intachables y la obediencia a sus superiores, constante. Fundó, además, una asociación: Hijas de María.

Enamorado, al grado de ofrendar su vida

«Qué dicha ser mártir, dar mi sangre por mi parroquia», confesó un día antes de ser arrestado. Al día siguiente, por la mañana, lo apresaron mientras visitaba un lejano rancho donde pretendía celebrar Misa, tras ser delatado.
Después de la medianoche del 19 de abril, sitiada por 300 soldados, la modesta vivienda donde se ocultaba, el señor cura fue arrancado del lecho, y sin más, descalzo y en ropa interior, a sus casi setenta años, maniatado, fue forzado a recorrer al paso de las cabalgaduras la distancia que separaba el Rancho Veladores, de Yahualica.
El Padre Adame estuvo preso, sin comer ni beber, setenta horas, atado a una columna. La noche del 21 de abril, lo condujeron al cementerio municipal. Junto a una fosa recién excavada, el sacerdote rechazó que le vendaran los ojos; sólo pidió que no le dispararan en el rostro.
Antes de fusilarlo, uno de los soldados, Antonio Carrillo Torres, se negó repetidas ocasiones a obedecer la orden de preparar armas, por lo que se le despojó de su uniforme militar y fue colocado junto con el señor cura, muriendo a su lado. Años después, tras la exhumación, se comprobó que el corazón del sacerdote se petrificó, y su Rosario estaba incrustado en él.

San David Galván Bermúdez
Adorador de la Eucaristía, en espíritu y en verdad / 1881-1915

David Galván nació en Guadalajara, Jalisco, el 29 de enero de 1881. De origen humilde, durante su infancia conoció el ambiente de los obreros y los artesanos en el modesto taller de calzado de su padre. Durante su adolescencia ingresó al Seminario conciliar de esta ciudad, donde destacó por su brillante capacidad intelectual. Para reafirmar su vocación, dejó la institución durante un tiempo, pero regresó con renovado entusiasmo.
El 20 de mayo de 1909 fue nombrado presbítero; fungió como maestro en el Seminario y centró su espiritualidad en el Misterio de la Eucaristía.

Ante el Santísimo, cita de todos los días

Su vocación fue recta y firme, y tuvo siempre cuidado de que no pasara ningún día de su vida sin hacer oración delante del Santísimo Sacramento.
Numerosos testigos de su labor sacerdotal declararon que el Padre David Galván celebraba con gran devoción la Santa Misa, la cual preparaba con una hora de oración, y después daba gracias con gran fervor.
Asimismo, rezaba diariamente el Divino Oficio con gran fe y recogimiento, y pasaba largos ratos en oración frente al Santísimo, por la mañana y por la noche, en el Templo de Santa Mónica, anexo al Seminario.
En el ejercicio sacerdotal dio ejemplo de muchas virtudes porque fue sencillo, humilde, obediente y servicial; tenía gran devoción a la Santísima Virgen María, y la honraba diariamente con el rezo del Santo Rosario, e inculcaba esta devoción en los niños.

“¿Qué mayor gloria la de morir salvando un alma?”

El día de su muerte, el Padre David Galván salió de su casa con el objeto de celebrar la Santa Misa y auxiliar heridos, no obstante que las autoridades militares se oponían a ello. Ante lo cual, él exclamó: «¿Qué mayor gloria la de morir salvando un alma?
Como prueba de su celo eucarístico, proveía de zapatos a las niñas del Orfanatorio de la Luz cada vez que éstas los necesitaban, ya que las madres que las educaban no les permitían comulgar descalzas, y decía: «Cuando compro zapatos a las pequeñas, ya las grandes se los acabaron».
De igual forma, de entre sus muchas vicisitudes, comentó que en una ocasión fue aprehendido, amenazado de muerte y maltratado; durante ese cautiverio, vivió uno de sus mayores sufrimientos al ver que su agresor fumaba y llevaba el sombrero puesto estando cerca del Tabernáculo, en el instante mismo en que el sacerdote consumía la Hostia, cuestión que despertó en él un gran sufrimiento, pues se percató que deseaba dar muerte a aquel profanador. A estas alturas llegaba su respeto y devoción a la Eucaristía.

San Agustín Caloca Cortés
Promotor de adoradores de la Eucaristía / 1898-1927

Joven sacerdote que fue sacrificado el 25 de mayo de 1927, junto con su párroco San Cristóbal Magallanes.
Cuando Agustín tenía catorce años de edad, ingresó al Seminario de Guadalajara, donde cursó dos años de Latín. Tras de que cerraron dicho recinto, se refugió durante un año en el seno familiar. Fue hasta 1915, cuando al abrir sus puertas el Seminario de Totatiche, que el Padre Agustín Caloca reanudó sus estudios de Latín y Filosofía. En Guadalajara, tiempo después, cursó Teología.
Durante sus vacaciones del Seminario, dedicaba su tiempo a organizar las lecciones de Catecismo en su rancho, La Presa, motivando a las catequistas a que durante todo el año, continuaran con esta actividad.
El 5 de agosto de 1923 fue ordenado sacerdote, y su primer destino lo llevó a ser ministro de la Parroquia de Totatiche y maestro del Seminario Auxiliar de ese lugar, donde permaneció hasta su muerte.
Su vida sacerdotal la dedicó íntegramente al desempeño de su ministerio y a la atención del Seminario.
Celebraba con mucha devoción la Eucaristía e infundía a los alumnos del Seminario la adoración al Santísimo Sacramento. Además, realizó diversas obras de apostolado, entre las que se cuentan, la catequesis y divulgación de la Doctrina Social de la Iglesia.
Agustín Caloca se levantaba muy temprano, a las cinco de la mañana, meditaba en la capilla del Seminario y posteriormente oficiaba Misa, como deberes primeros de su apostolado.
Su amor a Dios lo manifestaba en diversas actividades apostólicas: la oración, la celebración de la Santa Misa, sus asiduas visitas al Santísimo Sacramento y el rezo del Santo Rosario, además de la continua meditación.

Santo Toribio Romo González
“No me dejes ni un día de mi vida sin abrazarte en la Comunión” / 1900-1928

Precisamente cuando la «guerra cristera» estaba en su apogeo, el Padre Toribio Romo, quien había recibido muy joven el Orden Sacerdotal (23 de diciembre de 1922), acogió la encomienda de la Parroquia de Tequila, lo cual representaba una misión difícil y arriesgada, ya que era en este municipio, donde las autoridades civiles y militares, perseguían más a los sacerdotes.
Dicha comisión no lo intimidó, y tan pronto estuvo en Tequila se dio a la tarea de localizar un lugar donde pudiera oficiar Misa y dispensar los Sacramentos; en su búsqueda, encontró una antigua fábrica de tequila abandonada, cerca del Rancho Agua Caliente; utilizó el lugar como refugio y lugar para seguir oficiando Misa y rezar el Rosario.
Su gran amor a la Eucaristía, a la cual consideraba como fuente de bondad, fuerza y consuelo, le hacía repetir con frecuencia esta oración: «Señor, perdóname si soy atrevido, pero te ruego me concedas este favor: ‘No me dejes ni un día de mi vida sin decir la Misa, sin abrazarte en la Comunión’; y si por castigo de no alcanzar algún día este favor, dame en cambio mucha hambre de Ti, una grande sed de recibirte, que no me deje de atormentar todo el día, hasta que no haya bebido de esa agua que Tú das, que brota de la roca bendita de tu costado herido, hasta la Vida Eterna. ¡Mi Buen Jesús! Yo te ruego morir sin dejar de decir Misa, ni un solo día. Decir Misa y morir».
Su ministerio ocurrió así hasta el día de su muerte, cuando fue sorprendido durante un descanso que había tomado antes de celebrar Misa.

“¿Aceptarás mi sangre, Señor?”

Días antes de su aprehensión, un grupo de 20 niños, que él mismo preparó, hicieron la Primera Comunión. Ese día celebró la Misa con fervor extraordinario y, a la hora de impartir la Sagrada Comunión, pidió a los neocomulgantes reiteraran su fe y a su amor a Jesucristo, y pidieran por la paz de la Iglesia. Estaba muy emocionado, y mientras sostenía en sus manos temblorosas la Sagrada Hostia, dijo en voz alta: «¿Aceptarás mi sangre, Señor?».
Las lágrimas le impidieron continuar; cuando pudo pronunciar palabra, repitió la frase: «¿Y aceptarás mi sangre, Señor, que te ofrezco por la paz de la Iglesia?».
Pronto el Señor había de aceptar su ofrecimiento.

San José María Robles Hurtado
Todo, por el Corazón Eucarístico de Jesús / 1900-1928

San José María Robles es, posiblemente entre los santos mexicanos, el más eucarístico. Y no porque los otros testigos de Cristo no tuvieran acendrada devoción eucarística, sino que José María Robles vivió y murió fomentando la devoción al amor de Jesús, manifestado en la Eucaristía.
Su amor a la Eucaristía lo caracterizó desde pequeño y en su vida en el Seminario, donde recibió el apodo del «El loco del Corazón de Jesús» cuando manifestaba ya su amor al «Corazón que tanto ha amado», y a su más sensible manifestación: La Eucaristía.

Víctimas del Corazón Eucarístico

En la fiesta del Sagrado Corazón de 1915, al predicar la homilía, brotó de sus labios la frase: «¡Víctimas, ya no verdugos!». Pocos días después, siguiendo el consejo de una piadosa joven, leyó la vida de Santa Margarita y encontró la frase: «Ando en busca de víctimas», y San José María reflexionó: «Inmediatamente me dije: ‘Hay que darle víctimas a Jesús Eucaristía. Hice una segunda invitación a mis dirigidas, a fin de formar una liga de 12 almas para colocarlas en derredor del Corazón Eucarístico», escribió más tarde. Ahí comenzó una historia que culminaría con la fundación de las Hijas del Corazón Eucarístico de Jesús, almas dispuestas a ser víctimas del Corazón de Cristo, y no verdugos.

Vivir de Cristo, predicar a Cristo

La vida pública del Padre Robles Hurtado no fue sino un reflejo de su vida interior, alimentada a través de la Comunión frecuente y la oración. En ella, se reflejaba su profunda devoción eucarística y su deseo de ofrecerse como víctima de expiación por los pecados de la Humanidad: «¡Oh, Corazón Eucaristíco de Jesús, que me alimentas con tu substancia, que me consuelas con tu presencia.... Vengo a desagraviarte por las ofensas que has recibido en todos los Sagrarios de la Nación mexicana!».
Y de ese ardiente amor, transmitido a todos sus fieles, fundó, el 25 de marzo de 1915, su comunidad religiosa, justo al terminar de redactar una serie de escritos, titulados: El Opúsculo, Esclavos del Corazón de Jesús en María, con la finalidad de extender el «Reino de Dios entre los hombres».

Una de las muchas cualidades de San José María Robles, es la de ser poeta.
Éste es un fragmento de un poema dedicado a Jesús Hostia:

“Jesús Hostia”

Tu ternura, mi ventura cantaré.
En tu nido, tus favores,
tus amores hallaré.

Olvidado, en tu Sagrario
solitario
siempre estás.

Más ya en calma
tu quebranto
con mi llanto gozarás.

Jesús mío,
tu sagrario,
relicario quiero ser.

Yo contigo,
Dios Clemente
pido ardiente, padecer.

San José Isabel Flores
Mártir fiel a Cristo Eucaristía hasta la muerte / 1866-1927

Durante la suspensión del culto público, numerosos obispos y sacerdotes mexicanos se concentraron en las ciudades importantes o en el extranjero; otros, muy pocos, decidieron arriesgarlo todo, permaneciendo en sus circunscripciones territoriales. Ese fue el caso de San José Isabel, cuya fe, esperanza y caridad, constantes en su vida personal, lucen sobremanera en su martirio; en estado de persecución religiosa siguió atendiendo a los fieles, tanto en la cabecera de la Vicaría, como en numerosos ranchos. Su amor a la Palabra de Dios, a Jesús en la Eucaristía, le dio fortaleza para sobrellevar las inclemencias de la época.

De casa en casa

El Padre Flores administraba los Sacramentos con toda cautela en domicilios particulares, pues ser denunciado a la autoridad pública equivalía a aprehensión, tortura y muerte. La gente recuerda el amor con el que presidía cada una de las Celebraciones y cómo, incluso los barrancos, fueron templos improvisados donde la Gracia de Dios, se derramó a través de la Eucaristía.
Precisamente un protegido suyo, Nemesio Bermejo, denunció su paradero al Presidente Municipal de Zapotlanejo, Jalisco, Rosario Orozco, cacique de la región y anticlerical profundo. La madrugada del 13 de junio de 1927, Orozco y un grupo de subordinados, sorprendieron al sacerdote, hoy Santo, José Isabel Flores Varela, mientras se dirigía del rancho La Loma de las Flores a Colimilla, donde se disponía a celebrar la Eucaristía.

Martirio eucarístico

La mañana del 21 de junio, luego de ocho días de agresiones, cuatro subordinados de Orozco condujeron a la víctima al cementerio de esa municipalidad; deslizaron una reata a la rama de un árbol y le lazaron el cuello; para atormentarlo, lo suspendían hasta casi provocarle la asfixia; la operación se repitió tres o cuatro veces para finalmente amagarlo con sus armas.
Lo grandioso del testimonio del Padre Flores, es su amor a sus hermanos, a su fe y a la Eucaristía en el último minuto de su vida cuando, muy sereno, les dijo a sus verdugos: «Así no me van a matar hijos; yo les voy a decir cómo; pero antes quiero decirles que si alguno recibió de mi algún Sacramento, no se manche las manos». Uno de los presentes, el que debía ejecutarlo, exclamó: «Yo no meto las manos, el padre es mi padrino; él me dio el Bautismo». El que hacía de jefe, muy indignado, lo increpó: «Te matamos también a ti». El soldado prefirió morir junto con su padrino y allí mismo lo asesinaron.

Una fe que aumenta

Después de algunos años, los feligreses de Matatlán exhumaron los restos mortales del sacerdote, colocándolos en el templo parroquial de esa localidad, donde se conservan hasta el día de hoy. Su recuerdo sigue vivo y son muchos quienes se encomiendan a su intercesión, pues su muerte es considerada un verdadero martirio. El testimonio del sacerdote que con su vida y su muerte, les enseñó el camino de la Salvación.

San Miguel de la Mora de la Mora
“¿Cómo se va a quedar Colima sin sacerdotes?” / 1878-1927

De niño supo de las faenas agrícolas y llegó a ser un buen jinete. Huérfano de padre desde temprana edad, su hermano Regino se comprometió a solventar su formación en el Seminario Conciliar de Colima, donde cursó los estudios eclesiásticos hasta su Ordenación Presbiteral, en 1906.
Párroco de Zapotitlán, Jalisco, de 1914 a 1918, ejerció la cura de almas en ese lugar con particular dedicación y celo, en especial la catequesis infantil, que él atendía personalmente. Permaneció en esa parroquia hasta mayo de 1918, fecha en la que fue asignado a la Iglesia Catedral de Colima, como capellán de coro. Se le recuerda asiduo y puntual en su servicio; después de asistir al rezo del Oficio Divino, participaba en la Misa conventual, administraba la Reconciliación y practicaba actos de piedad con marcada devoción. Su trabajo en catedral no le impedía visitar con frecuencia a los enfermos. Debido a sus cualidades, su obispo lo hizo director diocesano de la obra de la Propagación de la Fe y director espiritual del Colegio La Paz.

La eucaristía lo ancló con los suyos

En junio de 1926, el Gobernador de la Entidad, Francisco Solórzano Béjar, decidido a aplicar la llamada «Ley Calles» hasta las últimas consecuencias, dispuso que todos los sacerdotes del Estado se registraran ante la Secretaría de Gobierno, señalando duras sanciones a los infractores. En señal de protesta, don Amador Velasco, Obispo de Colima, decretó la suspensión de culto público en todos los templos de su diócesis y se remontó a la sierra.
El Padre Miguel de la Mora permaneció en su domicilio particular. «¿Cómo se va a quedar Colima sin sacerdotes?», dijo. Allí celebraba, con mucha discreción, la Eucaristía; pese a sus cuidados, frente a su casa vivía el jefe de operaciones militares de Colima, general José Ignacio Flores; bastó identificarlo como clérigo para que ordenara su aprehensión. Salió libre bajo fianza, pero con una orden tajante: no reanudar el culto de la Catedral contra lo dispuesto por el obispo.
Muy presionado por sus adversarios, decidió abandonar Colima. La madrugada del 7 de agosto de 1927, de camino, alguien lo reconoció: «¿Es usted padrecito? Sí, lo soy». Esas palabras fueron suficientes para que un paramilitar del grupo denominado «Agrarista» lo aprehendiera, remitiéndolo a la jefatura de operaciones militares de Colima.

“Madre, ahí tienes a tu hijo”

Enterado del asunto, el general Flores dispuso la ejecución inmediata del sacerdote, con estas indicaciones: «Debía ser en la caballeriza del cuartel, sobre el estiércol de los caballos». Mientras recitaba el Rosario, fue acribillado por los verdugos ante la mirada atónita de su hermano Regino.

San Tranquilino Ubiarco Robles
Su sangre también fue “semilla” de nuevos cristianos / 1899-1928

«Los que sembraban con lágrimas cosechaban entre cantares. Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas...», dice el Salmo 126. Invocación que resume, en cierta manera, la vida de Tranquilino Ubiarco. Sus primeros años de vida no fueron fáciles ya que nació fuera del Matrimonio, y tuvo que depender, para subsistir, de la ayuda de otros. Pero desde pequeño manifestó verdadero espíritu de piedad, frecuentando la Confesión y la Comunión. Por razones propias del tiempo, tuvo algunas dificultades para ingresar al Seminario, pero su perseverancia venció todo obstáculo.

Amor a Cristo en los hermanos

Tranquilino tenía un acendrado amor por la Eucaristía, y este Sacramento era el motor de su vida. Sor María de los Ángeles del Santísimo Sacramento, narra que su ministerio lo ejerció en diversos lugares, ya que no podía permanecer en su sede parroquial (Tepatitlán), debido a la cruenta persecución contra los ministros de culto. Entonces, se las ingeniaba para administrar la Comunión a los enfermos, oficiar la Eucaristía en casas o llanos. Nunca hubo quejas respecto al desarrollo de su ministerio, al contrario, alababan su humildad y su piedad hacia la Eucaristía. Tranquilino, solía decir en sus predicaciones: «Ahora es la oportunidad; está el Cielo muy cerca y muy ‘barato’. ¡Ahora hay que conseguirlo!».

Testimonio que engendra devoción

El martirio de Tranquilino Ubiarco fue uno de los más cruentos, pero a pesar de ello se mantuvo con una paz admirable, incluso dio tranquilidad a sus verdugos: «Todo está dispuesto por Dios, y el que es mandado, no es culpable». Su cuerpo sin vida fue encontrado colgado de un árbol y semidesnudo, y allí comenzó la verdadera obra del Padre Tranquilino: «Toda la población guardó luto –comentó la religiosa–, y la vida cristiana de Tepatitlán cobró fuerza a pesar de la persecución con el martirio del Padre Tranquilino; la gente se confesaba, se acercaba a Dios frecuentando la Santa Eucaristía».

San Justino Orona Madrigal
Una vocación que nació de la Eucaristía / 1877-1928

Justino Orona fue hombre de oración y entrega, de sencillez y fervor profundo. Originario de Atoyac, Jalisco, vivió en un hogar sumido en la pobreza; desde temprana edad, manifestó su interés por las cosas sagradas: participaba en las actividades del templo y, desde luego, en la Eucaristía. Y fue precisamente ahí donde nació su amor al Sacerdocio. Los primeros pasos al decidir ingresar al Seminario no fueron fáciles, pues su familia se opuso, argumentando que la ayuda de Justino en la manutención de los gastos familiares era indispensable; finalmente, gracias a su insistencia y su testimonio de frecuente asistencia a los Sacramentos, recibió la autorización de sus padres para entrar al Seminario Conciliar de Guadalajara, en octubre de 1894.

El testimonio de un hombre de Dios

Fue ordenado sacerdote por el Arzobispo Dn. José de Jesús Ortiz, el 7 de agosto de 1904, y fue asignado a diferentes parroquias; el 19 de octubre de 1916, se le confió la Parroquia de Cuquío, con especial encargo de atender la Preceptoría del Seminario establecido en esa población.
Los habitantes de Cuquío se distinguían por su apatía a las prácticas religiosas y por el acogimiento de las actitudes anticlericales; situaciones que, lejos de intimidar al pastor, le sirvieron de estímulo: «Promovió las procesiones con el Santísimo Sacramento por las calles del pueblo; los «Viernes primero» y la Confesión frecuente. Él mismo vivía con devoción profunda cada una de las Misas que celebraba; además se daba su tiempo para motivar al pueblo, a tal grado fue su persistencia que logró erradicar la indiferencia y el anticlericalismo», atestiguó el Sr. Cecilio Quezada.
Aunque no terminaron por completo las insidias levantadas por algunos pobladores, sobrellevó con dignidad las muestras de odio que le fueron proferidas por su condición de consagrado, incluso soportó con estoicismo murmuraciones calumniosas acerca de su vida privada, y algunas blasfemias contra la Sagrada Eucaristía.

Con la Eucaristía por las laderas

La persecución religiosa no amedrentó al Sr. Cura Justino Orona; por el contrario, atestiguan sus contemporáneos: «El Señor Cura seguía visitando los ranchos para celebrar la Santa Misa y llevar la Comunión a los enfermos y confesar a sus fieles. Nunca se le escuchó renegar; se refugiaba en la oración y su fe no decayó en ningún momento, al contrario, sabía de los peligros; presintiendo su muerte, refiriéndose a la escasez de lluvia que inquietaba a los campesinos en Las Cruces, un rancho cercano a Cuquío, dijo: ‘No se preocupen, yo pronto iré con mi Madre Santísima, y les mandaré la lluvia’».

San Manuel Morales
Un esposo enamorado de Dios / 1898-1926

«‘Permaneced en Mí, y Yo en vosotros... El que permanece en Mí y Yo en él, ése da fruto abundante; porque sin Mí no podéis hacer nada’ (Jn 15, 4-5). Jesús nos exhorta a permanecer en Él, para unir consigo a todos los hombres. Esta invitación exige llevar a cabo nuestro compromiso bautismal, vivir en su amor, inspirarse en su Palabra, alimentarse con la Eucaristía, recibir su perdón y, cuando sea el caso, llevar con Él la Cruz». Estas palabras de Su Santidad Juan Pablo II, escuchadas en la homilía durante la canonización de los Santos Mártires mexicanos, bien se aplica a la vida de San Manuel Morales, uno de los muchos laicos asesinados durante la cruenta persecución religiosa en nuestro País. Y es que dar la vida con valentía y confianza, tal como lo hizo Manuel Morales, habla de un hombre de profunda oración y de constante y continua cercanía a Jesús Eucaristía.

Eucaristía y familia

Son muchos los testigos que dieron fe de la fuerte devoción eucaristíca del Santo Manuel Morales, y de la unidad en su familia. Indudablemente, no podría ser para menos, ya que uno de los primeros frutos de la piedad eucarística, es la unidad, unidad que él vivía al interior de su familia. Jesús López Chávez, –testimonio recopilado para su canonización– asegura que Manuel Morales era un hombre de buenas costumbres, piadoso, y a quien se le veía con frecuencia en la Santa Misa, siempre acompañado de su familia.
Pero su devoción la fomentó desde la juventud, pasando por encima de las dificultades. Desde que fue seminarista hasta que, después de que dejó el Seminario, frecuentaba la Comunión y la activa participación en Misa, así lo atestiguó la señora María Soledad Hermosillo Salazar: «Yo lo conocí cuando era seminarista, muy piadoso; y después cuando iba con su novia. El pueblo tenía muy buena opinión de él porque era piadoso y trabajó en una panadería».

De la contemplación a la acción

La contemplación de Jesús Eucaristía le llevó, inevitablemente, a la acción apostólica; es como el fuego que arde y necesita expandirse. El amor y la devoción a la Hostia Santa, denotaba una vida de intensa actividad apostólica en San Manuel: «Fue líder de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, donde hablaba de la Eucaristía y el derecho al culto. Todos le creían lo que manifestaba porque era un hombre ordenado y trabajador, además de ser líder de la ACJM», aseguró Leopoldo Nava Ruiz, quien conoció al mártir y fue su compañero y amigo.
Fue su amor a Jesús en el Tabernáculo Santo el que lo llevó al martirio. A pesar del cruento desenlace de su vida y del martirio del que fue víctima, quienes vieron su rostro depués de muerto, se sorprendieron al punto de decir: «Su cara estaba muy tranquila, como en paz», aunque el resto de su cuerpo estaba totalmente golpeado y lleno de moretones, debido al castigo que le aplicaron los soldados.

San Salvador Lara Puente
Joven promotor de los “Viernes primero” / 1905-1926

«La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra, en síntesis, el núcleo del Misterio de la Iglesia», dice la más reciente Encíclica escrita por Su Santidad Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, (La Iglesia vive de la Eucaristía). La vida de un santo es digna de imitarse, y más aún, la vida de un santo mártir, como el joven Salvador Lara, mártir por su fe en Jesucristo y en la Iglesia.

De la Eucaristía a la vida ordinaria

No fue una vida con sucesos extraordinarios, llena de visiones y sucesos místicos, lo que caracterizó a este joven mártir, sino su vida sencilla, oculta, llena de virtud y profunda devoción eucarística. Quienes le conocieron, dan testimonio de que desde muy pequeño frecuentaba la Comunión, acompañado de su familia. Se caracterizó por ser un joven amistoso, así lo atestiguaría, años después de su muerte, el Sr. López Chávez: «Yo conocí muy bien al joven Salvador, y desde pequeño era muy cercano a las cosas de la Iglesia, su Confesión era frecuente al igual que su Comunión. Era de los miembros de la ACJM, y a ellos y a sus compañeros de trabajo, nunca dejó de invitarlos y exhortarlos con la palabra y el ejemplo para que se acercaran frecuentemente a Dios. Fue un asiduo promotor de la devoción de los «Viernes primero», y ayudaba mucho al Sr. Cura Luis Batis, compañero de martirio.

El derecho a la fe

«Es en la Eucaristía donde los grandes hombres de Iglesia han encontrado su fortaleza y han alimentado su fe», decía el Papa Juan Pablo I. El amor a la Eucaristía, a él y a otros tres compañero de martirio, los motivó a defender, hasta la muerte, su fe. «Como el gobierno ya no dejaba que en los templos se celebraran Misas, ni en las calles procesiones con el Santísimo, Manuel Morales, Salvador Lara y David Roldán, reunieron a los acejotaemeros y a mucha gente más en la plaza del pueblo, para pedir a las autoridades que cambiaran sus leyes, y debido a ello y a la delación de un señor que trabajaba en el telégrafo, fueron arrestados y luego, asesinados. Cuando murieron, todo el pueblo los tomó por mártires de la fe, y se incrementó la piedad, el amor a Dios y la Comunión frecuente», lo atestiguan personas que los conocieron.

San Jesús Méndez Montoya
Su último Alimento: La Eucaristía / 1880-1928

Nativo de Tarímbaro, Michoacán, de muy humilde cuna, vio la luz primera el 10 de junio de 1880. Fue alumno del Seminario Conciliar de Morelia desde los 14 años de edad; a los 26 recibió el Orden Presbiteral y tuvo por destinos las parroquias de Huetamo, Pedernales, y desde 1913, Valtierrilla, en el Estado de Guanajuato.
Siempre fue dedicado a su ministerio sacerdotal. Cuando alguien lo buscaba, le encontraba rezando el Oficio Divino en el atrio parroquial o postrado ante el Sagrario. Su espiritualidad la centraba en la Sagrada Eucaristía y edificaba su forma devota de celebrar la Santa Misa, concediéndole Dios la Gracia de celebrarla por última vez antes de sufrir el martirio.
Esto sucedió el 5 de febrero de 1928. Eran las cinco de la mañana y se encontraba concluyendo el Santo Sacrificio, cuando a sus oídos llegaron los atronadores disparos de fusilería de una tropa del ejército federal, a cargo de un capitán de apellido Muñiz, que cercaban el curato. Su primer reacción fue rescatar la Reserva Eucarística, ocultando el copón bajo la tilma con la que mitigaba el frío del amanecer. Trató de escapar del cerco refugiándose en la torre del templo, lugar, por desgracia, ocupado ya por el enemigo. Unos soldados lo aprehendieron. Al examinarlo, descubrieron que llevaba consigo el Vaso Sagrado, lo cual les permitió reconocerlo: «¿Es usted cura?». «Sí, soy cura», respondió sin titubeos. Acto seguido, les pidió una gracia: «A ustedes no les sirven las Hostias consagradas; dénmelas». Todavía pudo recogerse en oración y, arrodillado, comulgar las Sagradas Especies, tras lo cual, los soldados le replicaron: «Déles esa joya a las viejas», refiriéndose a la hermana del padre, Luisa y a la sirvienta María Concepción. Al entregarles el recipiente vacío, el sacerdote las consoló con estas palabras: «Cuídenlo y déjenme, es la voluntad de Dios». Poco después fue martirizado.

San Julio Álvarez Mendoza
Con la ofrenda de su sangre, afirmó su calidad de adorador / 1866-1927

De muy humilde cuna, fue alumno del Seminario Conciliar de Guadalajara desde 1880. Se le consideró un alumno dotado, inteligente y piadoso. Fue ordenado presbítero en 1894, y se le destinó a la Capellanía de Mechoacanejo, de la Parroquia de Teocaltiche, Jalisco. En 1921, ese territorio fue agregado al Obispado de Aguascalientes, la capellanía fue elevada a parroquia, y él recibió el título de primer párroco.
Como el Santo Cura de Ars, se distinguió por su esmerado recogimiento durante la celebración del culto divino y el cuidado y decoro del templo. Con la sencillez de su palabra y el ejemplo de su vida, infundió en sus feligreses la adoración al Misterio Eucarístico, especialmente en dos celebraciones muy sonadas, el monumento del Jue ves Santo y la solemnísima procesión del Corpus Christi.

“Yo les perdono...”

El 26 de marzo de 1927, a las 4:00 pm, una partida de soldados sorprendió al eclesiástico, quien, junto con dos acompañantes, se dirigían al Rancho El Salitre, a celebrar Misa. Vinieron cuatro días de arresto y vejámenes, al término de los cuales, la tarde del día 30 de marzo, en el pueblo de San Julián, un capitán de apellido Grajeda lo condujo al paredón. «¿Siempre me van a matar?», preguntó el mártir. «Esa es la orden que tengo». «Bien –repuso San Julio–, ya sabía que tenían que matarme porque soy sacerdote. Cumpla usted la orden; sólo le suplico que me conceda hablar tres palabras: ‘Voy a morir inocente; no he hecho ningún mal. Mi delito es ser ministro de Dios. Yo les perdono a ustedes. Sólo les ruego que no maten a los muchachos porque son inocentes; nada deben’». Así pasó a la eternidad.

San David Uribe Velasco
Prometió a sus verdugos orar por ellos ante Dios / 1895-1927

Originario de Buenavista de Cuéllar, Guerrero, San David Uribe fue muy querido por sus padres y hermanos. Jovial e inquieto, uno de sus juegos de niño, era «decir» Misa. A los catorce años pidió a su padre le permitiera ingresar al Seminario, pero su progenitor tuvo la rara intuición de prever el futuro y trató de contener a su hijo: «...Estamos atravesando tiempos muy malos... Se acerca el tiempo en que los sacerdotes serán perseguidos, maltratados, ultrajados y a muchos los matarán... Entonces, David se apura a responder: ‘Esto no me da miedo, ojalá tuviera la dicha de dar mi vida por Jesús’».
Fue alumno del Seminario Conciliar de Chilapa desde 1902, y sus brillantes calificaciones le valieron una beca de excelencia académica, con la que exoneró a su pobre familia de solventar su formación. Su naturaleza nunca tropezó con su excelente conducta; era ocurrente sin ser grosero e insidioso, y supo unir su índole inquieta a una sólida piedad. Despierto y dedicado, alcanzó sin engreimiento los primeros lugares en concursos y exámenes públicos.
Fue ordenado sacerdote el 2 de marzo de 1913; se entregó a su ministerio con celo ejemplar, sufriendo en carne viva, a partir de esa fecha, las crecientes hostilidades del marcado anticlericalismo de algunos representantes de la autoridad civil.

Regresó en busca de sus ovejas

Al suspenderse el culto público en México, el 1 de agosto de 1926, el Padre Uribe fue desalojado del curato, en Iguala (Guerrero), debiendo refugiarse en la Ciudad de México, pero su naturaleza inquieta y su celo apostólico no lo detuvieron más de tres meses, pues en febrero de 1927, se preparó a regresar a su parroquia: «Si la situación se prolonga me iré; poco importa que mi sangre corra por las calles de la histórica ‘Ciudad de Iturbide’». Al día siguiente, consignó: «Si fui ungido por el óleo santo que me hizo ministro del Altísimo, ¿por qué no ser ungido con mi sangre en defensa de las almas redimidas con la Sangre de Cristo? Éste es mi único deseo, éste, mi anhelo».
El 12 de marzo salió para Iguala. Se refugió en Buenavista hasta el 7 de abril. No bien llegó a su parroquia, quedó bajó arresto domiciliario en la habitación de un hotel. Horas más tarde le sirvió de prisión la jefatura de operaciones militares, donde fue retenido durante tres días, tiempo en el cual se realizaron, sin fruto, algunas gestiones para obtener su libertad.

“Nada debo, nada temo”

Acusado de sedición, la mañana del Domingo de Ramos, fue embarcado en el Tren del Norte, con destino a la Ciudad de México. Cuando el convoy llegó a Buenavista, su familia sólo escuchó de sus labios frases de consuelo: «Estén tranquilos; nada debo, nada temo». Retenido en Cuernavaca, se le recluyó en las instalaciones de la jefatura de armas, y, aunque se tramitó en su favor un amparo de la justicia federal, la disposición no surtió efecto.
La noche del lunes 11 de abril de 1927, incomunicado y aherrojado, escuchó la sentencia de muerte. Le fue permitido escribir esta despedida: «Declaro ante Dios que soy inocente de los delitos de que se me acusa. Estoy en las manos de Dios y de la Santísima Virgen de Guadalupe. Decid a mis superiores esto y que pidan a Dios por mi alma. Me despido de familia, amigos y feligreses de Iguala y les mando mi bendición... Perdono a todos mis enemigos y pido a Dios perdón a quien yo haya ofendido».
Horas más tarde, le dirigió a sus verdugos estas palabras: «Hermanos, hínquense que les voy a dar la bendición. De corazón los perdono y sólo les suplico que pidan a Dios por mi alma. Yo, en cambio, no los olvidaré delante de Él», dicho lo cual distribuyó entre ellos sus pertenencias. Uno de la escolta le disparó a la cabeza, cegándole al instante la vida.

San Pedro de Jesús Maldonado Lucero
Se aferró al “Corazón” de Cristo / 1892-1937

Desde niño amó a Jesús Eucaristía. Vio la luz primera en la capital de Chihuahua, el 8 de junio de 1892. De condición humilde, a los 17 años ingresó al Seminario Conciliar de esa diócesis, donde se distinguió por ser alegre, amable, bondadoso, ejemplar en su conducta y dedicado en los estudios. Cerrado el Seminario en 1914, volvió a la casa paterna. Al año siguiente pudo reincorporarse al plantel levítico y atender dos plazas como maestro. Debido a la incapacidad física de su obispo, lo ordenó presbítero el prelado de El Paso (Texas), Jesús Schuler, S.J., el 25 de enero de 1918, en la Catedral de San Patricio, Texas.
Párroco de Santa Isabel, Chihuahua, desde 1924, por su amor a la Sagrada Eucaristía supo contagiar a su feligresía el entusiasmo y devoción a la Eucarística, tanto que se incrementaron las asociaciones de la Adoración Nocturna y de la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento.

Persecución continuada

El la medida de sus fuerzas, cimentaba la fe de sus parroquianos, mostrándoles caminos de conversión interior, lo cual le valió, en 1934, la aprehensión y el destierro.
Regresó a su parroquia tan pronto como le fue posible. Aun convaleciente de una grave enfermedad, se dedicó a administrar los Sacramentos, instruir en la fe a los suyos y dirigirlos con sabias orientaciones para sus vidas. Para no provocar el anticlericalismo de las autoridades civiles, se estableció en una aldea de su circunscripción, El Pino, donde permaneció hasta 1936, residiendo desde entonces en Boquilla del Río, a tres kilómetros de Santa Isabel.

Por María, en el Rosario halló fortaleza

A las 3:00 pm, del 10 de febrero de 1937, Miércoles de Ceniza, después de confesar e imponer ceniza a muchos feligreses, el Padre Maldonado fue aprehendido por un grupo de hombres, ebrios y armados. Apenas pudo rescatar el relicario con la Reserva Eucarística. Descalzo y a pie, seguido por un nutrido contingente de fieles, fue conducido a Santa Isabel. En el trayecto guió el rezo del Rosario.
En tales condiciones, arribó a la presidencia municipal, donde el alcalde lo tomó de los cabellos y le golpeó el rostro, antes de conducirlo a la presencia de Andrés Rivera, cacique de la región, quien con tremendo pistolazo en la frente le fracturó el cráneo y le hizo saltar el ojo izquierdo. Tirado en el piso, arremetieron en su contra con las culatas de los rifles. La víctima, bañada en su sangre, casi inconsciente, sólo atinaba a oprimir el Relicario contra su pecho. Casi agónico, fue abandonado por sus verdugos. Falleció en la Ciudad de Chihuahua a las 4:00 am del día siguiente, en el XIX Aniversario de su Cantamisa. Poco antes de morir, uno de los presentes pudo retirar el Relicario que todavía mantenía junto de sí.

San Pedro Esqueda Ramírez
La eucaristía era su tesoro / 1887-1927

Vivió de la Eucaristía desde niño, cuando ingresó al grupo de monaguillos de la Basílica de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos. Muy alegre y piadoso, en el patio de su casa construyó una ermita a Santa María de Guadalupe, invitando a sus amigos a acompañarlo a decir&Mac226; la Misa.
En octubre de 1902 se matriculó en el Seminario Auxiliar establecido en esa población, donde cursó los estudios eclesiásticos hasta que fue ordenado sacerdote, en el año de 1916, siendo destinado como vicario de su parroquia de origen, primer y único destino.
Durante once años ejerció su ministerio sacerdotal en esa parroquia... Con entera sumisión al párroco, buena voluntad y laudable desinterés. Fue un sacerdote ejemplar, humilde y lleno de caridad, con grandísimo celo, especialmente con los niños. Jamás se le vio contrariado o de mal humor, y gustaba relacionarse con los pobres. Fundamentó su espiritualidad en la Eucaristía; su párroco recuerda haberlo visto orando devotamente ante el Santísimo Sacramento. Fundó en su parroquia una Hora Santa de desagravio, que él mismo presidía, aun durante la persecución religiosa. Para promover entre los niños el amor y la devoción a Jesús Sacramentado, organizó la Asociación: Cruzada Eucarística, y fue socio de la adoración perpetua del Santísimo Sacramento.

No los abandonó…

Los vecinos de San Juan de Los Lagos recibieron con estupor la noticia de que el culto público se suspendería en todas las iglesias de México a partir del 1 de agosto de 1926. Ante el riesgo de perder la vida, el párroco y los sacerdotes domiciliados en San Juan de los Lagos, se diseminaron por distintos lugares, salvo el Padre Esqueda, que también oculto, no quiso abandonar la población, haciéndose responsable de la cura de almas de quienes necesitaban su auxilio. En circunstancias tan delicadas, el Padre Esqueda llevaba consigo, invariablemente, al Santísimo Sacramento: «Es mi único Tesoro», decía.
En noviembre de 1927, alojado en el hogar de la familia Macías, se ocultaba en el piso del aposento que le destinaron sus huéspedes, en una cavidad suficiente para ocultar a una persona adulta, los ornamentos, vasos sagrados y el archivo parroquial.

El espíritu Santo lo fortalecía con uno de sus frutos: la alegría

La noche del 17 de noviembre invitó a sus huéspedes a orar y dirigió una meditación: Cómo prepararse a la muerte. Por la mañana siguiente celebró la Misa con mucho fervor; concluido el desayuno entonó a media voz unos cánticos al Sagrado Corazón de Jesús; su semblante irradiaba alegría. Avanzada la mañana, una de las hermanas del Padre Esqueda, llegó al refugio para advertir que en esos momentos un grupo de soldados sitiaba la finca. El sacerdote fue descubierto y entregó su vida por amor a la Eucaristía.

San Luis Batis Sáinz
“Quiero derramar mi sangre, gota a gota, por causa de tu Nombre” / 1870-1926

San Luis Batis nació en San Miguel del Mezquital, Zacatecas, el 13 de septiembre de 1870. De niño quedó huérfano y sufrió los reveses de la fortuna de su familia, en otros tiempos, solvente. Gracias al apoyo de uno de sus hermanos, a los doce años de edad pudo ingresar al Seminario Conciliar de Durango, del que salió ungido con el Orden del Presbiterado, el 1 de enero de 1894.
Su primer destino fue la Parroquia de San Juan de Guadalupe, Durango, donde permaneció ocho años; el segundo, San Diego de Canatlán, en el mismo Estado, modesta población donde durante veinte años se dedicó al celoso ejercicio de su ministerio, dando testimonio de pobreza y austeridad edificantes.

“Señor, quiero ser mártir”

Su celo por el culto divino lo llevó a reedificar el reducido y antiguo templo parroquial, que amplió y decoró en la medida de sus recursos. Su amor por el Sacramento de la Eucaristía fue desmedido, al grado que deseó unirse al aspecto sacrificial de este Misterio. Se conservan las palabras que formuló públicamente postrado ante el Santísimo Sacramento, muchos años antes de que se desatara la persecución religiosa en México: «Señor, quiero ser mártir. Aunque indigno ministro tuyo, quiero derramar mi sangre, gota a gota, por causa de tu Nombre».
No sólo preparaba con esmero los temas de su predicación y la catequesis de niños y adultos; también cuidó de los enfermos pobres y de la educación, fundando un hospital y un colegio.
Nombrado párroco de Chalchihuites, Zacatecas, en agosto de 1925, en poco tiempo derramó en abundancia los beneficios de su caridad, en especial con los jóvenes, cuyo liderazgo promovió a través de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM). También fundó un taller de obreros católicos y una escuela primaria.
Su trato era atento, amable, alegre y hasta cariñoso, dones que le ganaron el afecto de su feligresía. Siempre de buen humor, sabía ganarse la simpatía de los niños. Fruto natural de sus virtudes, aspiraba a la santidad y a la donación completa de sí.

“No deben los católicos levantarse en armas”

El 31 de julio de 1926, víspera de la entrada en vigor de la Ley Reglamentaria del artículo 130 de la Constitución Federal, los Obispos de México decretaron la suspensión indefinida del culto público. Ese día, después de celebrar la última Misa, dirigió a la muchedumbre este emotivo mensaje: «El autor de esta desdicha, la clausura del culto, no es el gobierno, ni el Presidente Calles, sino los pecados de todos, y por lo mismo, no deben los católicos levantarse en armas; no es esa una conducta cristiana».
La noche del 14 de agosto de 1926, once soldados a las órdenes del teniente Blas Maldonado, se presentaron en Chalchihuites y arrestaron al Sr. Cura Batis del lecho en el que descansaba. Maldonado le dijo: «Venimos por ti. Tú estás atropellando las leyes del general Calles. Has estado diciendo Misa y bautizando y casando ocultamente». Esos fueron sus delitos. Al mediodía del día siguiente, 15 de agosto, salieron de Chalchihuites en dos escoltas distintas, el párroco y Manuel Morales; en otra, David Roldán y su primo Salvador Lara, éstos tres jóvenes laicos, colaboradores de la parroquia. En esas condiciones llegaron a una encrucijada, el Puerto Santa Teresa, donde los soldados se formaron en cuadro. El párroco pidió la palabra: «Les ruego que en atención a los niños ‘pequeñitos’ que forman la familia de Manuel Morales, le perdonen la vida. Yo ofrezco mi vida por la suya. Seré una víctima, estoy dispuesto a serlo». Impávida, la tropa escuchó esta súplica. Comprendiendo la inutilidad de sus argumentos, el presbítero se despidió de su compañero: «Hasta el Cielo». Una descarga cerrada de fusilería segó sus vidas.