«La danza, camino para acercarse a Dios»

Habla Liliana Cosi, ex primera bailarina de la Scala de Milán

Siempre es posible la conversión, no importa el ambiente donde el ser humano se mueva. Éxito o fracaso no tienen por qué determinar nuestra adhesión a Dios. Así lo testifica esta bailarina de fama mundial, actualmente convertida en maestra, que, a pesar del éxito rotundo en su carrera, supo ceder a las seducciones de lo religioso y, contagiada por las vidas de dos grandes mujeres, santa Catalina de Siena y de Chiara Lubich, supo dar el sí al Señor justamente donde Él la había puesto: en el mundo del espectáculo, de la competencia y de la fama.

«La danza clásica es un camino para encontrar y seguir a Dios, así como su infinita belleza», afirma con seguridad Liliana Cosi, quien fue primera bailarina de la Scala de Milán, y ahora se ha consagrado a Dios en el Movimiento de los Focolares.

«La danza es algo que cuesta mucho trabajo y disciplina pero yo la vivo como una gran purificación e inmolación, a través de la cual me acerco a la perfección, donando a los otros el espectáculo de la belleza. Esto para mí es un modo de llevar a Dios al mundo», afirma.

Proveniente de una familia no practicante, a los nueve años inició su carrera en la Scala. «Al principio -recuerda-, notaba un profundo malestar en aquel ambiente, en el que para hacer carrera era difícil mantener la honestidad. Recuerdo que era feliz sólo cuando bailaba».

¿Cuándo descubrió a Dios?

En torno a los veinte años, leyendo Diálogo de la divina Providencia, de santa Catalina de Siena. Me invadió un gran deseo de profundizar lo que había intuido. Entonces leí la vida de santa Catalina. Pensaba que tenía que abandonar el mundo, la familia actual y futura, la carrera y dar todo a Dios, cuando en 1965 conocí a una persona excepcional.

¿Quién era?

Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares. Tenía 23 años. Estaba ya en el cuerpo de baile de la Scala y aclamada en el Bolshoi.

¿Qué le aconsejó Chiara Lubich?

Que no entrara en un convento sino que viviera mi vocación de bailarina en el escenario. Entonces empecé a sonreír con la verdadera alegría del corazón, hasta el punto de que mis amigos y compañeros de la Scala notaron que de pronto me había convertido en simpática y alegre.

El mismo año debuté en el Bolshoi de Moscú, encontrándome de pronto en todos los periódicos e invitada por todas las televisiones.

¿Cómo ha vivido usted el éxito?

Sin cambiar nunca de óptica, según la voluntad de Dios. Luego conocí a un gran personaje de la danza: el bailarín rumano Marinel Stefanescu, con el que comparto la concepción del arte, no como consumismo y negocio, sino como belleza.

Así dejé la Scala, en 1977, para abrir en Reggio Emilia la Escuela Internacional Compañía de Ballet Clásico Cosi-Stefanescu. Aquí los jóvenes estudian nueve años y encuentran dificultades porque el mundo de la danza y del teatro rema contra los valores que nosotros enseñamos: dar a los otros lo mejor de sí, hacer todo por los demás, buscar el arte como belleza. Son cosas que nadie enseña ya.

El número de sus alumnos ha pasado de 130 a 40, ¿por qué?

Hace más de diez años que no se ve danza clásica en la televisión. Ésta sólo presenta, en cambio, bailarines de variedades y cabaret. Se muestra el cuerpo despojándolo de la parte más noble.

En la danza clásica sucede al contrario. La verdadera belleza es el resultado de estudio, trabajo y disciplina que elevan el cuerpo como medio para expresar el espíritu. Ésta es la belleza, la pureza.

¿La culpa es, entonces, básicamente de las televisoras?

La televisión cree que la danza clásica hace descender la audiencia. En cambio hace falta valor. Y mis espectáculos, siempre muy seguidos, demuestran que los jóvenes son felices de encontrar la belleza. Los jóvenes están hambrientos de ideales y de Dios.

¿Tiene miedo por el futuro de la danza clásica?

No, porque los jóvenes que la conocen están enamorados de ella, e intuyen que eleva a Dios.

(Fuente: ZENIT)