De delincuente y drogadicto a místico moderno

La Razón
10-II-2004

«Fui motorista y adicto a muchas cosas. Creo que cometí todos los pecados, casi maté a tres personas y estaba muy alejado de la fe, pero Dios, en su gran misericordia, decidió cambiarme», indica Alan Ames, un londinense que sólo pisaba la iglesia para robar en los cepillos.

   A los 40 años, aún casado y con dos hijos, seguía su mala vida cuando aseguró escuchar una voz que le dijo: «Dios te ama y quiere tu amor», mas él respondió: «Si Dios existiera, no me amaría porque he sido tan malo que me enviaría al infierno». Entonces, señala, «se me apareció Santa Teresa de Ávila para advertirme de que debía cambiar, tenía que hacer oración».

   Pero él prefería «ir a tomar unas cañas», ya que recordaba la «cara triste» de la gente al rezar. La santa abulense «me explicó que esto ocurre porque generalmente ellos están pensando en lo que quieren, en lo que necesitan, se centran en sí mismos antes que en Dios. Cuando rezas tienes que mirar más allá». Así lo hizo. «Comencé a sentir una alegría enorme, estaba en éxtasis». Desde ese momento comenzó a tener muchas revelaciones que volcó en decenas de libros.

Abrir el corazón al orar

Actualmente predica por todo el mundo. En su paso por Madrid en mayo de 2003 en el iglesia de María Reparadora, sorprendió a muchos fieles tradicionales, no acostumbrados a las manifestaciones del Espíritu Santo. La gente pasaba al frente y caía cuando Alan les imponía las manos. Algunas señoras derramaban lágrimas y preguntaban «qué hay que hacer para orar así».

   «Las personas están tan ocupadas de sí mismas que cierran sus corazones a Dios. Si Le abrieran el corazón, los llenaría de alegría, les atraería todos los dones, no podrían parar de amar», indicó. Aunque algunos dieron testimonio de haber sido sanados, él afirmó que «la verdadera sanación está en los sacramentos». Con humildad y la mirada de sus ojos celestes, sostuvo que el día que no va a misa le da «morriña».