TEODOTO DE ANCIRA


Teodoto fue obispo de Ancira, una población situada en Galacia, 
en el Asia Menor. Amigo personal de Nestorio, fue, sin embargo, 
uno de sus principales adversarios, cuando el Concilio de Efeso 
del año 431 condenó las doctrinas de aquél como heréticas. 
Nestorio afirmaba la existencia de dos personas en Jesucristo, 
negando el título de Madre de Dios a la Virgen Marta. 

Teodoto alcanzó un gran prestigio como teólogo y defensor de la 
ortodoxia; junto a San Cirilo de Alejandra, representó un papel de 
primer orden en la confutación de los errores nestorianos. 
Adentrándose en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, 
expuso con claridad y defendió con firmeza la verdad de la 
existencia de dos naturalezas en la única persona de Cristo y 
exaltó de modo especial la maternidad divina de Santa Marta, junto 
a su perpetua virginidad. Su muerte tuvo lugar en torno al año 446. 


Entre sus obras merecen especial mención las dos homilías 
sobre el nacimiento del Señor. Pronunciadas en Ancira, fueron 
leídas en el Concilio de Efeso e introducidas en sus Actas. 

Se recoge a continuación un pasaje de una de estas homilías. 
Con un estilo de argumentación muy típico de la época, Teodoto 
explica cuál es la lección fundamental que nos enseña la pobreza 
del Nacimiento de Nuestro Salvador: asumiendo nuestra naturaleza 
humana en medio de una gran indigencia, nos hizo participes de la 
riqueza de su divinidad.

LOARTE

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Lección de Navidad
(Homilía I en la Navidad del Señor)

Ni los profetas, que habían sido vencidos; ni los doctores, que 
nada habían adelantado; ni la Ley, que carecía de la fuerza 
suficiente; ni los frustrados intentos de los ángeles; ni la voluntad 
de los hombres, reacia a practicar lo que es bueno...: para levantar 
la naturaleza caída, hubo de venir su mismo Creador. 

Y vino, no con la manifestación externa de su condición divina: 
precedido de un gran clamor, con el ensordecedor estruendo del 
trueno, rodeado de nubes y mostrando un fuego terrible; ni con 
sonido de trompetas, como antiguamente se había aparecido a los 
judíos, infundiéndoles terror (...); tampoco usó de insignias 
imperiales, ni se presentó con una corte de arcángeles: no 
deseaba atemorizar al desertor de sus leyes. 

El Señor de todas las cosas apareció en forma de siervo, 
revestido de pobreza para que la presa no se le escapase 
espantada. Nació en una ciudad que no era ilustre en el Imperio, 
escogió una obscura aldea para ver la luz, fue alumbrado por una 
humilde virgen, asumiendo la indigencia más absoluta, para lograr, 
en silencio, al modo de un cazador, apresar a los hombres y así 
salvarles. 

Si hubiese nacido con esplendor y rodeado de grandes riquezas, 
los incrédulos hubieran atribuido a esa abundancia la 
transformación de la tierra. Si hubiese escogido la gran ciudad de 
Roma, entonces la más poderosa, de nuevo habrían creído que la 
potencia de la Urbe fue la que cambió el mundo. Si hubiese sido 
hijo del emperador, habrían atribuido el bien conseguido a la 
nobleza y poder de esa cuna. Si fuese hijo de un gran hombre de 
leyes, lo hubiesen achacado a la sabiduría de sus prescripciones. 


¿Qué es lo que hizo en cambio? Escogió todo lo que es pobre y 
sin valor alguno, lo más modesto e insignificante, para que fuese 
evidente que sólo la Divinidad ha transformado el mundo. 
Precisamente por eso, eligió una madre pobre, una patria todavía 
más pobre, y Él mismo se hizo pobrísimo. 

No existiendo un lecho donde se le reclinase, el Señor fue 
colocado en un comedero de animales, y la carencia de las cosas 
más indispensables se convirtió en la prueba más verosímil de las 
antiguas profecías. Fue puesto en un pesebre para indicar 
expresamente que venía para ser alimento, ofrecido a todos, sin 
excepción. El Verbo, el Hijo de Dios, al vivir en pobreza y yacer en 
ese lugar, atrajo hacia Sí a los ricos y a los pobres, a los sabios y a 
los ignorantes (...). 

A través de su Humanidad, el Verbo de Dios se muestra así para 
que a todas las criaturas, racionales e irracionales, se les abriese 
la posibilidad de participar en el alimento de salvación. Y pienso 
que a esto aludía Isaías cuando hablaba del misterio del pesebre: 
conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero 
Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento (Is 1, 3) (...). 

Se nos pone aún más de manifiesto por qué quien siendo rico en 
razón de su divinidad, se hizo pobre por nosotros, para hacer más 
fácilmente asequible a todos su salvación. A esto se refirió también 
San Pablo cuando dijo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, 
para que vosotros fueseis ricos por su pobreza (2 Cor 8, 9). (...). 

Pero, ¿quién era aquel rico al que se refiere el Apóstol? ¿y en 
qué estribaba su riqueza? Decidme, ¿quién siendo rico, se hizo 
pobre en consideración a mi miseria? Que nos respondan quienes 
desgajan de Dios, del Verbo, su Humanidad; disociando lo que 
está unido, con el pretexto de las dos naturalezas (...). Ese rico, 
¿no es, por ventura, Aquél que se mostró como hombre, y a quien 
tú separas de la divinidad? Si sólo Dios puede enriquecer a la 
criatura, entonces fue el mismo Dios quien se hizo pobre, 
asumiendo la penuria de la criatura humana, a través de la cual se 
manifestaba: rico en su divinidad, se hizo menesteroso al asumir 
nuestra humanidad.