SANTIAGO DE SARUG


Santiago de Sarug es uno de los grandes Padres de la Iglesia 
siria. Nació en el año 451 en el distrito de Sarug, a orillas del 
Eufrates. Según la tradición, completó sus estudios teológicos en 
Edesa, donde recibió unos sólidos conocimientos lingüísticos, 
filosóficos y teológicos. A los 22 años de edad se hizo monje y 
eremita. 

No abundan los datos sobre su vida: en el año 502 es nombrado 
corepíscopo, oficio eclesiástico que ejercía una jurisdicción 
delegada del obispo. Durante esta época, visitó muchos 
monasterios ganándose la estima de monjes y eremitas. En el 519 
fue consagrado obispo; y desde ese momento desarrolló un 
extensa labor pastoral hasta el momento de su muerte, acaecida 
dos años más tarde. Su fama de santidad lo hizo entrar en la 
liturgia y en el calendario de los santos. En la Iglesia latina es 
recordado el 29 de octubre. 

Santiago de Sarug ha dejado una obra variada y abundante. 
Destacan los escritos en verso. Según algunos estudiosos, predicó 
unas 760 homilías, aunque sólo se han conservado la mitad y no 
todas han sido publicadas. En los siguientes párrafos, tomados de 
una de sus homilías sobre la Virgen, destaca el cariño con que 
Santiago de Sarug habla de la belleza sobrenatural y humana de 
nuestra Madre del Cielo. 

LOARTE

* * * * *

Sede de todas las gracias
(Homilía sobre la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios)

Tal es mi amor, que me siento impelido a hablar de aquélla que 
es hermosa; mas tan sobre mis fuerzas juzgo el argumento, que no 
se me antoja fácil exponerlo.

¿Qué haré, pues? A los cuatro vientos gritaré que no fui ni soy 
idóneo para ello y, con amor, osaré proclamar el misterio de la 
criatura excelsa. Sólo el amor no yerra cuando habla, porque el 
amor tiene por objeto la perfección, y llena de dádivas a quien 
sigue sus dictados. Tiemblo de emoción cuando hablo de María y 
me maravillo, porque la hija de los hombres alcanzó la suma 
medida de toda grandeza. ¿Qué ocurrió, por ventura? ¿Volcó el 
Hijo la gracia misma sobre Ella? ¿O le agradó hasta el extremo de 
convertirse en Madre del Hijo de Dios? Que bajó a la tierra por don 
suyo, es manifiesto; y como María fue toda pura, le acogió. 

Vio su humildad, su mansedumbre y su pureza, y habitó en Ella, 
porque para Dios es fácil morar entre los humildes. ¿A quien, por 
virtud de su gracia, miró siempre, sino a los mansos y humildes? 
Puso sus ojos sobre Ella, y en Ella habitó, pues entre los de 
humilde condición se contaba. Ella misma dijo: ha puesto los ojos 
en la bajeza (cfr. L,c 1, 48), y habitó en Ella. Por eso fue 
ensalzada, porque agradó mucho. 

Suma perfección ha de ser la humildad, cuando mira Dios al 
hombre que se humilla. Humilde fue Moisés, preclaro entre los 
hombres, y el Señor se le reveló en el monte. También la humildad 
se manifestó en Abraham, porque siendo justo, se llamó a sí mismo 
polvo y tierra (cfr. Gn 18 27). En su humildad, Juan se proclamaba 
indigno de desatar siquiera las sandalias del Esposo, su Señor. 
Agradaron por humildad, en todas las generaciones, varones 
ilustrísimos, porque ésta es la vía maestra por la que el hombre se 
acerca a Dios. 

Pero ninguno en el mundo se humilló como María, y así se 
deduce del hecho que ninguno ha sido exaltado como Ella. En la 
medida de la humildad concede Dios la gloria: Madre suya la hizo, 
y ¿quién podrá parangonarse a Ella en humildad? (...). Nuestro 
Señor, queriendo descender a la tierra, buscó entre todas las 
mujeres, y sólo a una escogió: la que sin par era bella. A Ella la 
escrutó y sólo encontró humildad y santidad, buenos pensamientos 
y un alma enamorada de la divinidad; un corazón puro y deseos de 
perfección; por eso Dios escogió a la pura y a la llena de belleza. 
Descendió de su lugar y moró en la bienaventurada entre las 
mujeres, porque no había en el mundo quien comparársele pueda. 
Sólo existía una doncella humilde, pura, bella e inmaculada, que 
fuera digna de ser Madre suya. 

En Ella observó una condición sublime, su limpieza de todo 
pecado, que no cabía en Ella pasión que la inclinara a la 
concupiscencia, ni pensamiento que instigara a la flaqueza, ni 
conversación mundana que condujera a males irreparables. 
Tampoco halló agitación por las vanidades del mundo, ni un 
comportamiento a guisa de niña. Y vio que no había en el mundo 
nada igual o similar, y la tomó por Madre, de la que se 
amamantaría con leche pura. 
Era prudente y llena del amor de Dios, porque el Señor nuestro 
no mora en donde el amor no reina. Apenas el Gran Rey decidió 
descender a nuestro lugar, porque fue su beneplácito, se hospedó 
en el más puro templo del mundo, en un seno limpio, adornado de 
virginidad y de pensamientos dignos de santidad. 

Era también hermosisima en su naturaleza y en la voluntad, 
porque no fue contaminada con deshonestos pensamientos. 
Desde la infancia, ninguna mancha afeó su integridad; sin mancha, 
caminó por su senda sin pecados. Fue su naturaleza custodiada 
con el albedrío fijo en las cosas más altas, portó en su cuerpo las 
señales de la virginidad y las de la santidad en el alma. 

Aquél que en Ella se manifestó, me ha dado aliento para decir 
todas estas cosas sobre su belleza inenarrable. Por haber llegado 
a ser la Madre del Hijo de Dios, vi y creí que Ella sola es en el 
mundo la pura entre las mujeres. Desde que aprendió a discernir 
el bien del mal, permaneció en la pureza de corazón y en 
pensamientos rectos. Jamás se separó de la justicia de la ley, ni la 
conmovieron las pasiones carnales. Desde la niñez, se albergaron 
en Ella santos pensamientos y, con diligencia, los ponderó en su 
meditación. Estaba siempre el Señor ante sus ojos, y en Él se 
miraba para resplandecer de Él y gozar de Él. Y después de ver 
Dios cuán pura y bella era su alma, quiso habitar en María que 
estaba inmune de pecado. Porque mujer par a Ella no fue jamás 
vista, se cumplieron en Ella las obras más admirables (...). 

Cuanto la naturaleza es capaz de obrar con la belleza, tanto fue 
Ella hermosa; mas no llegó a tal grado por propia voluntad. 
Alcanzó la excelencia humana hasta el límite en el que sólo Dios 
podía otorgarle lo que de suyo no le pertenecía. Hasta donde los 
justos son capaces de acercarse a Dios, la llena de gracia llegó 
por la excelencia de su alma; que Dios naciese en el cuerpo de 
Ella, es gracia del Señor y por ello ha de ser glorificado: ¡cuán 
misericordioso es! 

Hasta tal medida llegó la belleza de María, que ninguna mayor 
que Ella surgió en el mundo entero. Ahora y siempre demos 
gracias al Señor, que difundió su gracia sobre las criaturas sin 
medida alguna.