SAN ROMANO EL CANTOR


Los escasos datos biográficos que poseemos sobre Romano 
proceden de dos documentos menores, de origen litúrgico: el 
Sinasario y el Meneo. Según esos textos, Romano nació en Siria, 
en la ciudad de Emesa, hacia el 490. Ordenado diácono en Beirut, 
durante el reinado del Emperador Anastasio se trasladó a 
Constantinopla, donde fue incorporado a la iglesia de la Santísima 
Madre de Dios. Allí se entregó a una vida de oración y de 
mortificación, caracterizada por su devoción a la Virgen. 
En el santuario de la Madre de Dios, recibió el carisma poético. 
Cuenta la tradición que una noche de Navidad se le apareció la 
Virgen y le entregó un rollo para que lo masticara y engulliera. 
Apenas cumplió su mandato, subió al ambón e improvisó un himno 
en alabanza del Nacimiento del Señor. La vena poética, 
milagrosamente desatada en él, inspiró nuevos y numerosos 
Kondakia, himnos para las principales festividades litúrgicas del 
año, especialmente las de Cristo y la Virgen. Se dice que compuso 
un millar de himnos, aunque son muchos menos los que han 
llegado hasta nosotros. 
Romano, que ha pasado a la historia con el sobrenombre de el 
cantor, murió entre el 555 y el 562, y fue sepultado en la iglesia de 
Ciro, donde se celebra su memoria el 1 de octubre. Aunque los 
temas de sus composiciones son muy variados, destacan los 
himnos mariológicos. La figura de la Virgen es contemplada a la luz 
de la vida y de la obra redentora de su Hijo. 

LOARTE

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LAS BODAS DE CANA
(Himno sobre las bodas de Cana)

Queremos narrar ahora el primer milagro obrado en Cana por 
Aquél que había demostrado ya el poder de sus prodigios a los 
egipcios y a los hebreos. Entonces la naturaleza de las aguas fue 
cambiada milagrosamente en sangre. Él había castigado a los 
egipcios con la maldición de las diez plagas y había vuelto el mar 
inofensivo para los hebreos, hasta tal punto que lo atravesaron 
como tierra firme. En el desierto, Él les había provisto del agua que 
prodigiosamente manó de la roca. Hoy, durante la fiesta de las 
bodas, realiza una nueva transformación de la naturaleza, Aquél 
que ha cumplido todo con sabiduría. 

Mientras Cristo participa de las bodas y el gentío de los invitados 
banqueteaba, faltó el vino y la alegría pareció mudarse en 
melancolía. El esposo estaba avergonzado, los servidores 
murmuraban y afloraba en todas partes el descontento por tal 
penuria, levantándose el tumulto en la sala. Ante tal espectáculo, 
María, la completamente pura, mandó advertir apresuradamente a 
su Hijo: «No tienen vino (Jn 2, 3). Hijito, te lo ruego, demuestra tu 
poder absoluto, Tú, que has cumplido todo con sabiduría (...)». 

Cristo, respondiendo a la Madre que le decía: «concédeme esta 
gracia», contestó prontamente: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? 
Todavía no ha llegado mi hora (Jn 2, 4). 

Algunos han querido entrever en estas palabras un significado 
que justifica su impiedad. Son los que sostienen la sumisión de 
Cristo a las leyes naturales, o bien le consideran, también a Él, 
vinculado a las horas. Pero esto es porque no comprenden el 
sentido de la palabra. La boca de los impíos, que meditan el mal, 
es obligada a callar por el inmediato milagro obrado por Aquél que 
ha cumplido todo con sabiduría. 

«Hijo mío, responde ahora—dijo la Madre de Jesús, la 
completamente Pura—. Tú, que impones a las horas el freno de la 
medida, ¿cómo puedes esperar la hora, Hijo mío y Señor mío? 
¿Cómo puedes esperar el tiempo, si has establecido Tú mismo los 
intervalos del tiempo, oh Creador del mundo visible e invisible, Tú 
que día y noche diriges con plena soberanía y según tu discreción 
las evoluciones inmutables? Has sido Tú quien ha fijado la carrera 
de los años en sus ciclos perfectamente regulados: ¿cómo puedes 
esperar el tiempo propicio para el prodigio que te pido, Tú que has 
cumplido todo con sabiduría?» 

«Ya antes de que Tú lo notases, Virgen venerada, Yo sabía que 
el vino faltaba», respondió entonces el Inefable, el Misericordioso, 
a la Madre veneradísima. «Conozco todos los pensamientos que 
habitan en tu corazón. Tú reflexionaste dentro de ti: "la necesidad 
incitará ahora a mi Hijo al milagro, pero con la excusa de las horas 
lo está retrasando". Oh Madre pura, aprende ahora el porqué de 
este retardo, y cuando lo hayas entendido, te concederé 
ciertamente esta gracia, Yo que he cumplido todo con sabiduría.»

«Eleva tu espíritu a la altura de mis palabras y comprende, oh 
Incorrupta, lo que estoy para pronunciar. En el momento mismo en 
que creaba de la nada cielo y tierra y la totalidad del universo, 
podía instantáneamente introducir el orden en todo lo que estaba 
formando. Sin embargo, he establecido un cierto orden bien 
subdividido; la creación ocurrida en seis días. Y no ciertamente 
porque me faltase el poder de obrar, sino para que el coro de los 
ángeles, al comprobar que hacía cada cosa a su tiempo, pudiese 
reconocer en mí la divinidad, celebrándola con el siguiente canto: 
Gloria a ti, Rey potente, que has cumplido todo con sabiduría». 

«Escucha bien esto, oh Santa: habría podido rescatar de otro 
modo a los caídos, sin asumir la condición de pobre y de esclavo. 
He aceptado, sin embargo, mi concepción, mi nacimiento como 
hombre, la leche de tu seno oh Virgen, y así todo ha crecido en mí 
según el orden, porque en mi nada existe que no sea de este 
modo. Con el mismo orden quiero ahora obrar el milagro, al cual 
consiento por la salvación del hombre, Yo que he cumplido todo 
con sabiduría». 

«Entiende lo que estoy diciendo, oh Santa; he querido comenzar 
por el anuncio a los israelitas, por enseñarles a ellos la esperanza 
de la fe para que, antes de los milagros, sepan quién me ha 
mandado y conozcan con certeza la gloria de mi Padre y su 
Voluntad, ya que Él quiere firmemente que Yo sea glorificado por 
todos. De hecho, cuanto obra Aquél que me ha engendrado, 
puedo obrarlo también Yo, por ser consustancial a Él y al Espíritu, 
Yo que he cumplido todo con sabiduría». 

«Si sólo hubiese manifestado esto en los prodigios espantosos, 
ellos habrían comprendido que soy Dios desde antes de todos los 
siglos, aunque me haya hecho hombre. Pero, ahora, 
contrariamente al orden, y antes incluso de la predicación, Tú me 
pides prodigios. He aquí el porqué de mi retardo. Te pedía que 
esperases la hora de obrar milagros, por este único motivo. Pero 
como los padres deben ser honrados por los hijos, tendré 
consideración hacia ti, oh Madre, puesto que puedo hacerlo todo, 
Yo que he cumplido todo con sabiduría». 

«Di, pues, a los habitantes de la casa que se pongan a mi 
servicio siguiendo las órdenes: ellos pronto serán, para sí mismos 
y para los demás, los testigos del prodigio. No quiero que sea 
Pedro el que me sirva, ni tampoco Juan, ni Andrés, ni alguno de 
mis apóstoles, por temor de que después, por su causa, surja 
entre los hombres la sospecha del engaño. Quiero que sean los 
mismos criados quienes me sirvan, porque ellos mismos se 
convertirán en testigos de lo que me es posible, a mí que he 
cumplido todo con sabiduría». 

Dócil a estas palabras, la Madre de Cristo se apresuró a decir a 
los servidores de la fiesta de las bodas: haced lo que Él os diga 
(Jn 2, 5). Había en la casa seis tinajas, como enseña la Escritura. 
Cristo ordena a los servidores: llenad de agua las tinajas (Jn 2, 8). 
Y al punto fue hecho. Llenaron de agua fresca las tinajas y 
permanecieron allí, en espera de lo que intentaba hacer Aquél que 
ha cumplido todo con sabiduría. 

Quiero ahora referirme a las tinajas y describir cómo fueron 
colmadas por aquel vino, que procedía del agua. Como está 
escrito, el Maestro había dicho en voz alta a los servidores: 
«Sacad este vino que no proviene de la vendimia, ofrecedlo a los 
invitados, llenad las copas secas, para que lo disfrute todo el 
mundo y el mismo esposo; puesto que a todos he dado la alegría 
de modo imprevisto, Yo que he cumplido todo con sabiduría». 

En cuanto Cristo cambió manifiestamente el agua en vino 
gracias al propio poder, todo el mundo se llenó de alegría 
encontrando agradabilísimo el gusto de aquel vino. Hoy podemos 
sentarnos al banquete de la Iglesia, porque el vino se ha cambiado 
en la sangre de Cristo, y nosotros la asumimos en santa alegría, 
glorificando al gran Esposo. Porque el auténtico Esposo es el Hijo 
de María, el Verbo que existe desde la eternidad, que ha asumido 
la condición de esclavo y que ha cumplido todo con sabiduría. 

Altísimo, Santo, Salvador de todos, mantén inalterado el vino 
que hay en nosotros, Tú que presides todas las cosas. Arroja de 
aquí a los que piensan mal y, en su perversidad, adulteran con el 
agua tu vino santísimo: porque diluyendo siempre tu dogma en 
agua, se condenan a sí mismos al fuego del infierno. Pero 
presérvanos, oh Inmaculado, de los lamentos que seguirán a tu 
juicio, Tú que eres misericordioso, por las oraciones de la Santa, 
Virgen Madre de Dios, Tú que has cumplido todo con sabiduría. 

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Madre dolorosa
(Cántico de la Virgen al pie de la Cruz)

Venid todos, celebremos a Aquél que fue crucificado por 
nosotros. María le vio atado en la Cruz: «Bien puedes ser puesto 
en Cruz y sufrir—le dijo Ella—; pero no por eso eres menos Hijo 
mío y Dios mío». 

Como una oveja que ve a su pequeño arrastrado al matadero, 
así María le seguía, rota de dolor. Como las otras mujeres, Ella iba 
llorando: «¿Dónde vas Tú, Hijo mío? ¿Por qué esta marcha tan 
rápida? ¿Acaso hay en Caná alguna otra boda, para que te 
apresures a convertir el agua en vino? ¿Te seguiré yo, Niño mío? 
¿O es mejor que te espere? Dime una palabra, Tú que eres la 
Palabra; no me dejes así, en silencio, oh Tú, que me has guardado 
pura, Hijo mío y Dios mío». 

«Yo no pensaba, Hijo de mi alma, verte un día como estás: no lo 
habría creído nunca, aun cuando veía a los impíos tender sus 
manos hacia Ti. Pero sus niños tienen aún en los labios el clamor: 
¡Hosanna!, ¡seas bendito! Las palmas del camino muestran 
todavía el entusiasmo con que te aclamaban. ¿Por qué, cómo ha 
sucedido este cambio? Oh, es necesario que yo lo sepa. ¿Cómo 
puede suceder que claven en una Cruz a mi Hijo y a mi Dios?». 

«Oh Tú, Hijo de mis entrañas: vas hacia una muerte injusta, y 
nadie se compadece de Ti. ¿No te decía Pedro: aunque sea 
necesario morir nunca te negaré? Él también te ha abandonado. Y 
Tomás exclamaba: muramos todos contigo. Y los otros, apóstoles y 
discípulos, los que deben juzgar a las doce tribus, ¿dónde están 
ahora? No está aquí ninguno; pero Tú, Hijo mío, mueres en 
soledad por todos. Abandonado. Sin embargo, eres Tú quien les 
ha salvado; Tú has satisfecho por todos ellos, Hijo mío y Dios 
mío». 

Así es como María, llena de tristeza y anonadada de dolor, 
gemía y lloraba. Entonces su Hijo, volviéndose hacia Ella, le habló 
de esta manera: «Madre, ¿por qué lloras? ¿Por qué, como las 
otras mujeres, estás abrumada? ¿Cómo quieres que salve a Adán, 
si Yo no sufro, si Yo no muero? ¿Cómo serán llamados de nuevo a 
la Vida los que están retenidos en los infiernos, si no hago morada 
en el sepulcro? Por eso estoy crucificado, Tú lo sabes; por esto es 
por lo que Yo muero». 

«¿Por qué, lloras, Madre? Di más bien, en tus lágrimas: es por 
amor por lo que muere mi Hijo y mi Dios». 

«Procura no encontrar amargo este día en el que voy a sufrir: 
para esto es para lo que Yo, que soy la dulzura misma, he bajado 
del cielo como el maná; no sobre el Sinaí, sino a tu seno, pues en 
él me he recogido. Según el oráculo de David: esta montaña 
recogida soy Yo; lo sabe Sión, la ciudad santa. Yo, que siendo el 
Verbo, en ti me hice carne. En esta carne sufro y en esta carne 
muero. Madre, no llores más; di solamente: si Él sufre, es porque 
lo ha querido, Hijo mío y Dios mío». 

Respondió Ella: «Tú quieres, Hijo mío, secar las lágrimas de mis 
ojos. Sólo mi Corazón está turbado. No puedes imponer silencio a 
mis pensamientos. Hijo de mis entrañas, Tú me dices: si Yo no 
sufro, no hay salvación para Adán... Y, sin embargo, Tú has 
sanado a tantos sin padecer. Para curar al leproso te fue 
suficiente querer sin sufrir. Tú sanaste la enfermedad del 
paralítico, sin el menor esfuerzo. También hiciste ver al ciego con 
una sola palabra, sin sentir nada por esto, oh la misma Bondad, 
Hijo mío y Dios mío». 

El que conoce todas las cosas, aun antes de que existan, 
respondió a María: «Tranquilízate, Madre: después de mi salida 
del sepulcro, tú serás la primera en verme; Yo te enseñaré de qué 
abismo de tinieblas he sido librado, y cuánto ha costado. Mis 
amigos lo sabrán: porque Yo llevaré la prueba inscrita en mis 
manos. Entonces, Madre, contemplarás a Eva vuelta a la Vida, y 
exclamarás con júbilo: Son mis padres!, y Tú les has salvado, Hijo 
mío y Dios mío».