SAN JUAN DAMASCENO

(675 – 749)

 

VIDA

 

Hijo de un cristiano de Damasco, Sergio, que desempeñaba el cargo de logoteta general o recaudador de impuestos, bajo el califato de Abdul-Meleq, Juan, que había heredado de su abuelo el sobrenombre árabe de Mansur, secedió primeramente a su padre en su función de tesorero pagador.por poco tiempo: a ejemplo de Mateo el publicano, hacia la edad de 30 años, “prefirió los oprobios de Cristo a los tesoros de la Arabia”.

 

En compañia de un monje siciliano, Cosme, que según ciertos testimonios fue su primer maestro, Juan estró en la “laura” de San Sabás, el monasterio-fortaleza que todavía domina la quebrada del Cedrón, cerca de Jerusalén. Fue ordenado sacerdote por Juan lV, patriarca de Jerusalén, de quien el Damasceno mismo se dice discípulo y amigo (Carta sobre el Trisagion). Su profesión de fe, escrita en esta ocasión, es una acción de gracias por la educación que recibió y la vocación con que fue favorecido. “Me habéis alimentado, oh Cristo, Dios mío, en un lugar fértil, y me habéis abrevado con las aguas de la sana doctrina, por la mano de vuestros pastores. . . Ahora me habéis llamado, Señor, mediante la voz de vuesto Pontífice, al servicio de vuestros discípulos” (Expossición y declaración de la fe).

 

Predicador tanto como escritor, se le dio a San Juan Damasceno el título de Crisorroas, estero en que se apalea el oro, a causa de la triple riqueza esparcida en sus obras: la de la santidad, la del pensamiento y la del estilo.

Penetrado de un profundo amor a Jesucristo, el Santo Doctor mostró igualmente una tierna devoción por la Virgen María; y luego se hizo célebre en la defensa del culto de las imágenes sagradas.

 

Inhumado en la laura de San Sabás, su cuerpo fue llevado a Constantinopla. Aunque su muerte figura en el martirologio Romano el 6 de mayo, su fiesta fue fijada para el 27 de marzo por el Pontífice León Xlll, quien el l9 de agosto de l890 proclamó a Juan Damasceno Doctor de la Iglesia, y extendió su culto a la cristiandad entera.

 

OBRAS

 

Exclusivamente teólogo, Juan Damasceno abordó todas las ramas de esta ciencia: y, el primero en la Historia, elaboró una síntesis del dogma católico, refutando a la vez las herejías que lo habían atacado en diversos puntos.

 

“Fuente del Conocimiento”, una de las últimas en cuanto a fecha, es la obra más importante del Santo Doctor. En el prefacio el autor declara no ser sino un eco: de hecho es el eco de los grandes teólogos que lo han precedido, y su originalidad consiste en armonizar todas sus voces.

Después de una Introducción a la vez filosófica e histórica, la obra se divide en tres partes:

 

12.  “Dialécta”.—Serie de definiciones filosóficas tomadas de los antiguos, ora filósofos como Aristóteles y Porfirio, ora padres de la Iglesia.

 

2.      “Libro de las herejías”.—Lista de l08 herejías que hasta entonces había surgido: 80 según el Panarion de San Epifanio, y las demás según Teodoreto, Leoncio de Bizancio, San Sofronio; y luego un examen más personal del Islam, del Iconoclasmo y de los Aposquitas.

3.      “Exposición de la fe ortodoxa”.—Partre fundamental de la obra, dividida por el autor mismo en cien capítulos, originalmente repartida enla Edad Media en cuatro libros, sin duda para la comunidad del estudio. El plan general sigue los artículos del Símbolo de Nicea. En los Padres Griegos en donde el Damasceno abreva su información: en Dionisio Areopagita en cuanto a los atributos de Dios; en Gregorio de Nazianzo en cuanto a la cuestión trinitaria; en Leoncio de Bizancio y Máximo el Confesor en materia cristológica; y luego, en muchos pasajes, en los grandes Doctores Orientales: Atanasio, Basilio, Gregorio de Nisa, Juan Crisóstomo, Cirilo de Alejandría, Cirilo de Jerusalén.

 

“Introducción elemental a los dogmas” es un tratadito filosófico, cronológicamente anterior a la “Fuente del Conocimiento” y que preludia ya la “Dialéctica”.

“Tratado de la segura doctrina”, profesión de la Fe Católica, compuesta por Juan Damasceno a petición de un cierto Elías, obispo maronita, convertido de la herejía monotelita.

“De la Santísima Trinidad”, resumen, en forma de diálogo, de la teología sobre Dios, la Trinidad y la Encarnación.

“Exposición y declaración de la Fe”, conjunto de verdades fundamentales del catolicismo y oración ardiente pronunciada por Juan Damasceno el día de su Ordenación sacerdotal.

 

Polemista tan esclarecido como vehemente, San Juan Damasceno ataca todos los errores de su tiempo:

“Contra los Nestorianos”, dos tratados que demuestran por la Escritura y el Símbolo de Nicea la divinidad de Cristo y la unidad de su Persona.

 

“Contra los Jacobitas”, dos tratados igualmente para subrayar la contradicción de los “acéfalos” y “monofisitas”, que aunque reconociendo en Cristo la unión sin confusión de la Divinidad y la Humanidad, se negaban sin embargo a afirmar en El dos naturalezas distintas. También a ellos les reprocha el conceder a la filosofía pagana una demasiado grande autoridad, hasta querer hacer de Aristóteles un decimo-tercer apóstol (Cont. Jacob, X).

 

“De las dos voluntades y de las dos operaciones en Cristo, y de otras propiedades en que aparecen las dos naturalezas en una sola hipótasis”, dirigida contra la herejía monotelita e inspirada en San Máximo.

“Discusión de Juan el Ortodoxo con los maniqueos”: dos diálogos de importancia desigual en los que los argumentos de una alta metafísica sobre la presciencia divina y la predestinación refutan el viejo maniqueísmo y su forma más reciente, el paulicianismo.

 

“Diálogo entre un cristiano y un sarraceno”: controversia con los musulmanes que prepara lo que San Juan Damasceno desenvuelve con mayor amplitud en el “Libro de las herejías”.

“Los dragones y las hadas”: refutación de supersticiones populares y explicación de ciertos fenómenos naturales, especialmente del rayo.

 

“Discursos apologéticos contra los que rechazan las sagradas imágenes”. Tres discursos sobre el mismo tema, pero proporcionando el segundo nuevos esclarecimientos al primero, y el tercero nuevos desarrollos al segundo. Prueba de que el Santo Doctor había tomado a pecho esta cuestión. De hecho su nombre ha quedado ligado a la historia de la lucha contra el iconoclasmo.

 

“Los paralelos sagrados” (originalmente “los textos sagrados). Es una especie de antología escrituraria y patrística de sentencias morales aplicables en la vida cristiana, base de lasmás sólidas de un tratado de ascética y de mística. Un primer libro habla de Dios, de sus Atributos, de la Santísima Trinidad; el segundo trata del hombre y de la vida humana; el tercero pone en paralelo las virtudes y los vicios. Un cuadro, compuesto por autor mismo, permite reunir rápidamente los pensamientos que se refieren al mismo tema.

 

“Los ocho espíritus del mal”: opúsculo destinado a los monjes para indicarles los principales vicios que deben combatir: la gula, la lujuria, la avaricia, la tristeza, la cólera, la pereza, la vanagloria y el orgullo.

“las virtudes y los vicios del alma y del cuerpo”: breve análisis psicológico de los estados y de las variaciones de la vida humana.

“los ayunos sagrados”: Carta dirigida a un monje para tratar de dirimir un conflicto suscitado en el monasterio a propósito de la duración y del rigor de la cuaresma.

 

En exégesis, el Damasceno no dejó sino un comentario a las Epístolas de San Pablo: comentario que está tomado en gran parte de autores anteriores: San Juan Crisóstomo, San Cirilo de Alejandría, Teodoreto.

Trece discursos son modelos de la elocuencia de Juan Damasceno: algunas Homilías sobre episodios evangélicos, un sermón para la Natividad y tres para la dormición de la Santísima Virgen; un panegírico de San Juan Crisóstomo y otro de Santa Barba. Siempre llenas de doctrina, sus predicaciones son notables por la originalidad de la forma y la perfección de los términos.

 

En fin, San Juan Damasceno es el autor de diversas poesías litúrgicas compuestas para las grandes fiestas: Navidad, Epifanía, Pascua, Ascensión, Pentecostés, Anunciación, Dormición de la Santísima Virgen, oración eucaristía, oficio de funerales. Estos himnos se cantan todavía en la Iglesia giega.

 

Con razón se considera a San Juan Damasceno como autor de la primera “Suma Teológica”. No porque esta Suma sea completa; pero la abundancia de las citas tomadas de Padres y el ordenamiento personal que de ellas hace constituye una síntesis impresionante de los problemas estudiados por la teología.

 

Las fuentes de la Revelación son los libros divinamente inspirados y la tradición no escrita.

Toda la Escritura, Antiguo y Nuevo Testamentos, es inspirada por Dios: “Moisés, los profetas, los Evangelistas y los Apóstoles por el Espíritu Santo han hablado” (De la Fe Ortodoxa lV, l7). En cuanto al Antiguo Testamento, Juan Damasceno cita pura y simplemente la lista establecida por San Epifanio, lista incompleta por consiguiente. A propósito de los libros deuterocanónicos, hace esta reflexión: “libros excelentes, pero que no se toman en cuenta porque no estaban dentro del Arca”.

 

Después viene la enumeración de los libros del Nuevo Testamento: “Los Apóstoles han transmitido muchas cosas que no han sido escritas” (id, lV, l2). El Damasceno le concede a la tradición una autoridad igual a la de la Escritura: aun parece poner a los Padres y a los Doctores en el mismo rango que a los Profetas y los Apóstoles. Sin embargo, establece una distinción: al “coro de los Padres”, y por lo tanto al magisterio de la Iglesia tomado en su conjunto es al que debe atribuirse la inspiración, no cada Padre en particular, porque “una golondrina no hace verano” (Sobre las imágenes, l, 25). En la divina revelación hay una progresión: en particular las fórmas doctrinales se precisan poco a poco, y “anatematizamos a los que no quieren aceptar los términos nuevos” (De las imágenes, lll, 2). La Fe no es sino la adhesión a la enseñanza divina, “un asentimiento sin búsqueda indiscreta y curiosa” (De la Fe Ortodoxa, lV, l0, ll).

 

La Iglesia es Una, Santa, Católica y Apóstolica. Es una Madre, bellísima y sin defecto. Reunida en concilio ecuménico “es infalible, y sus decisiones vienen de Dios” (Declaración de la Fe, l2; De las herejías, 6).

“No aceptaremos que se enseñe una fe nueva. Porque de Sión es de donde saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra del Señor, según el oráculo del Espíritu Santo. . . Si vemos que se obstinan en opiniones perversas ---no lo permita el Señor--- entonces procederemos a la excomunión” (Sobre las imágenes, l).

 

La Iglesia es distinta e independiente del Estado. “A los concilios y no a los emperadores les pertenece el decidir sobre las cosas eclesiásticas. No es a los emperadores a quienes se concedió el poder de ligar y desligar, sino a los apóstoles y a sus sucesores, pastores y doctores. A los emperadores les pertenece la acertada gestión de los negocios públicos, pero a los pastores y a los doctores les pertenece el gobernar la Igleisa. Yo no permito que los decretos imperiales gobiernen a la Iglesia: ella tiene su ley en las tradiciones de los Padres, escritas y no escritas” (De las imágenes, l-lll).

 

La Iglesia es una sociedad jerárquica. Si los fieles están sometidos a los pastores, herederos de los apóstoles, es porque éstos no son sino los intermediarios por los cuales Cristo, Pontífice Supremo, ejerce su sacerdocio y su autoridad (Carta a Cosmas).

 

La Iglesia es una sociedad monárquica, condición del mantenimiento de su unidad en el orden y la paz. La poliarquía es fuente de divisiones, de rivalidades y muy pronto lo es de anarquía. Pedro es el Jefe de la Nueva Alianza, como Moisés lo era de la Antigua. Es él quien tiene las llaves del reino de los cielos (Homilia sobre la Transfiguración, 2-6).

 

El Papa es “el buen pastor del rebaño de Cristo que representa su Supremo sacerdocio”, el Patriarca de Jerusalén mismo no es sino una de las ovejas confiadas al sucesor de Pedro (Sobre la Transfiguración, l6).

La existencia de Dios se prueba con argumentos racionales: I) La contingencia de las creaturas: lo que no existe por sí mismo supone una causa; 2) la conservación y el gobierno del mundo; 3) el orden que reina en el universo (De la Fe Ortodoxa l, 3).

 

El Dios creador y dueño de todas las cosas es único. Puesto que es perfecto no tiene igual; puesto que es inmenso, no deja lugar a ninguno otro: tal unidad la proclama la armonía del universo; y la pluralidad de las creaturas mismas exige la unidad del Creador (Diálogo contra los Maniqueos).

 

Investigando la etimología del término griego Theos”, que designa a Dios, San Juan Damasceno encuentra cuatro diferentes que según él corresponden a diversos atributos: l) Dios es el que es, y por lo tanto el autor y el ordenador de todas las cosas; 2) Dios es el que circula sin cesar, presente en todas partes a la vez; 3) Dios es el que ve, testigo de todos los acontecimientos; 4) Dios es el que quema, fuego que consume el mal, o ardiente flama de amor (De la Fe Ortodoxa l, 9).

 

Invisible e inconocible para quien no sea El mismo, Dios, esencialmente y comunicativo, no quiere sin embargo dejarse ignorar totalmente de los hombres. Se les manifiesta de doble manera: por la creación y el gobierno del universo, y luego por la revelación positiva (De la Fe Ortodoxa l, I).

 

El hombre que mejor le conviene a Dios es El que Es, que expresó El mismo ante Moisés: el Ser, el Ser en toda su plenitud. Dionisio lo llama “el Bueno”; pero esto es equivalente, por no ser nunca la bondad sino la expansión y la manifestación del ser perfecto (De la Fe Ortodoxa I, 9).

 

Se anuncian secesivamente los atributos divinos: la incorporeidad, la simplicidad, la inmensidad. Y luego la operación de Dios, Causa universal no sólo de la existencia sino de toda actividad de las creaturas, a la manera del rayo de sol que comunica su luz y su calor sin perder nada de ellas y permanece independiente de las cosas que vivifica (De la Fe Ortodoxa, l, l0-l2).

 

La ciencia de Dios es universal. Puesto que es causa de todo, le están presentes los acontecimientos,aun los frutos, como al arquitecto el plan del edificio antes de construirlo (De la Fe Ortodoxa, l, 9). ¿Cómo se concilia esta presciencia divina con la libre elección de actos posibles para algunas creaturas? Recordando primeramente que la razón humana no podría tener la pretensión de explicar lo que la excede, San Juan Damasceno “posee los dos cabos de la cadena”, como diría Bossuet: “Dios es causa de todo el ser, y por lo tanto de todo el bien que existe en las creaturas, pero en el caso del acto libre la iniciativa de la falta no es imputable sino a la creatura. El es el autor de los vasos de honor y de los vasos de ignominia; pero que uno sea digno de honra y el otro de desprecio, depende de cada quien” (Contra los Maniqueos, 77-79; De la Fe Ortodoxa, ll, 93).

Dios es todopoderoso: puede todo lo que quiere, pero no quiere todo lo que puede. Así, podría aniquilar al mundo y crear otro; pero no quiere tal cosa (De la Fe Ortodoxa, l, l4).

 

La Trinidad es un misterio. Las comparaciones y analogías que se emplean para explicarlo no podrían dar una idea exacta de ella (De la Fe Ortodoxa, lll, 26). Sin embargo, la revelación de este misterio refuta a la vez las teorías judía y pagana: no hay sino un solo Dios, y no muchos; y sin embargo, ese Dios no es un solitario, puesto que comprende Tres Personas (De la Fe Ortodoxa lll, 26). Como Dios es espíritu ¿no conviene que exprese El un Verbo, y que este Verbo tenga su soplo? (De la Fe Ortodoxa, l, 6-7).

 

“La persona, en Dios, es el modelo sin comienzo de cada substancia eterna” (Dialect. 66). Las Tres personas son realmente distintas aunque inseparables. Se compenetran mutuamente, pero sin mezcla ni confusión (De la Fe Ortodoxa l, 8-l4). Cada una de las Tres Personas se identifica con la esencia divina que no podría ser dividida: por lo tanto cada una es un Dios perfecto y cuanto pertenece a la naturaleza divina como tal ----atributos, ciencia voluntad, operación----, es común a las tres Personas (De la Fe Ortodoxa, l, 8).

 

Los nombres de las tres divinas Personas son: Padre, Hijo y Espíritu santo. Sus propiedades respectivas son: en cuanto al Padre, la innacibilidad y la paternidad; en cuanto al Hijo, la filiación; en cuanto al Espíritu Santo, la procesión. “Sabemos que hay una adiferencia entre la generación y la procesión pero ignoraamos totalmente en qué consiste esa diferencia (De la Fe Ortodoxa, l, l3). Partiendo del Padre, el moviemiento de la vida divina se prosiguen hacia la diada, hasta la triada” (Himnos, Trisagio). El Espíritu está unido al Padre por el Hijo; es la imagen del Hijo, como el Hijo es la imagen del Padre (De la Fe Ortodoxa, 6). “El Espíritu Santo es el soplo de la boca del Hijo” (Homilía sobre la Transfiguración). “El Padre es la fuente, el Hijo es el río, el Espíritu Santo es el mar; y esas tres cosas ---la fuente, el río y el mar--- son una sola naturaleza. El Padre es la raíz, el Hijo es la rama, el Espíritu Santo es el fruto: y en los tres la misma vida. El Padre es el sol, el Hijo es el rayo, el Espíritu Santo es el brillo” (Epístola sobre las herejías).

 

Dios es el Creador, Dios crea pensando; su pensamiento pone la obra, que el Verbo completa y que el Espíritu Santo acaba. . . Por su voluntad lo ha traído todo a la existencia. Así es que la cración no es eterna: lo que sale de la nada tiene un comienzo. Y el motivo que ha llevado a Dios a crear es su bondad: ha querido hacer participar a otros seres en su Ser y en su Bien (De la Fe Católica, l, 8; ll, 2).

 

Dios creó primeramente a los ángeles, espíritus puros; luego la naturaleza material; y en fin al hombre, compuesto de espíritu y materia. Acabada la creación desde entonces, las creaturas avolucionan y se desenvuelven conforme a las leyes que les han sido impuestas desde su origen (Discusión de un cristiano con un sarraceno).

 

Los ángeles son espíritus, y por lo tanto incorpóreos, inteligentes y libres, inmortales. No son inmutables, pudiendo modoficar su estado al ejercer su libertad: sin embargo, la elección que hacen es irrevocable, por razón de su naturaleza totalmente espiritual. Por lo cual, ángeles buenos y ángeles malos están para siempre fijos en la condición que deliberadamente escogieron. Perpetuamente en movimiento, no están en todas partes a la vez, cosa que es el exsclusivo privilegio de Dios, sino donde obran momentáneamente. Difieren entre sí según el grado de iluminación que reciben de Dios, y los más elevados iluminan a los de un rango inferios. En pos del Areopagita, Juan Damasceno clasifica a los ángeles en tres órdenes, cada uno de los cuales comprende tres categorías, o sea en total nueve coros (De la Fe Ortodoxa, l, l3; ll, 3).

 

Los ángeles buenos, elevados al estado sobrenatural, están en el Cielo, donde contemplan y adoran a Dios, pero son también sus subalternos en el gobierno del mundo (De la Fe Ortodoxa, ll, 3).

Los ángeles malos, cuyo número es incalculable, se volvieron tales, e irremediablemente, por su revuelta contra Dios. “Lo que es la muerte para los hombres, la caída lo es para los ángeles”. “Su castigo no es sino el fuego del deseo del mal, y la quemadura de un deseo jamás saciado”. Por su naturaleza pueden conjeturar y predecir el porvenir; pero son trapaceros y tratan de engañar. También pueden sugerir a los hombres el mal y el error; son ellos los primeros responsables de las herejías. Sin embargo, no pueden violentar nuestra voluntad (De la Fe Ortodoxa, ll, 4-36).

 

Gracias a su compleja naturaleza, el hombre, compuesto de espíritu t materia, es un “microcosmos”, un resumen del mundo (De la Fe Ortodoxa, ll, l2). Mientras que el cuerpo está hecho de los cuatro elementos, el alma es incorpórea, racional, inteligente y libre; anima un cuerpo orgánico y perecedero, pero ella es inmortal. Por ella es por los que el hombre está hecho a la imagen de Dios (De las dos voluntades, l5-l8).

 

En el estado del primer hombre al salir de las manos de Dio, el Damasceno cuida de distinguir la naturaleza humana en su integridad; luego los dones propiamente sobrenaturales, o la participación en la vida divina por la gracia; en fin, los privilegios preternaturales, como la impasibilidad y la inmortalidad. Los gón en la vida divina por la gracia; en fin, los privilegios preternaturales, como la impasibilidad y la inmortalidad. Los gérmenes de la virtud los deposita el Creador en el alma humana, pero para hacerlos crecer y fructificar necesita el hombre sin cesar del socorro divino. La Gracia era constante en Adán, no sólo para mantenerlo en práctica del bien, sino para procurarle por añadidura el bienestar completo, la exención de todo sufrimiento y de toda concupiscencia: en pos de muchos padres griegos, el Damasceno llega hasta decir que si Adán no hubiese pecado, habría ssido dispensado del conturbador acto de la generación carnal, pues Dios habría encontrado otro medio de multiplicar a los hombres (De la Fe Ortodoxa, ll, 30).

 

Opinión evidentemente insostenible, dictada por un exceso de pudibundez y que tiene el error de estar en contradicción formal con el texto bíblico: fue antes del pecado cuando, habiendo creado Dios al hombre y a la mujer, les prescribió el “Creced y multiplicaos”, cosa que en el estado de justicia original debía hacerse sin ningún movimiento pasional desordenado.

 

Interpretando en un sentido alegórico los elementos y los episodios del Paraíso Terrenal, San Juan Damasceno afirma claramente sin embargo el pecado de naturaleza que afecta desde entonces a todas las generaciones humanas en seguida de la trangresión de Adán: “Así como en virtud de nuestro nacimiento de Adán nosotros le hemos sido asimilados, heredando de él la corrupción y la maldición, así también naciendo de Jesucristo le estamos asimilados, y de El heredamos la incorruptibilidad, la bendición y la gloria” (De la Fe Ortodoxa, lV, l3).

 

Aparte de la pérdida de los privilegios sobrenaturales, la naturaleza humana está profundamente herida en su espíritu y en su voluntad por la “aversión de Dios y la conversión a las creaturas” que caracteriza al pecado original: tanto que conservando su libre albedrío, no podría ella levantarse por sí misma (Homilía sobre la Higuera secada).

 

“La Providencia es la voluntad de Dios dirigiendo a todos los seres hacia un fin conveniente”. Por lo mismo todo designio de la Providencia es excelente y no se propone sino el bien (De la Fe Ortodoxa, ll, 2, 9).

Cuando se trata de actos libres, según San Juan Damasceno, indudablemente que Dios los prevé, pero no los predestina. Su iniciativa se las deja a las creaturas, y El mismo adapta su plan providencial a esas contingencias: “La Providencia de Dios respecto del hombre tiene por guía su presciencia” (Contra los Maniqueos 78). Todo hombre tiene el poder de hacer el bien; y con tal objeto Dios le ofrece su gracia. Pero la gracia no es ni contractiva ni eficaz por sí misma: el hombre puede aceptarla o rechazarla. Después de haber sugerido a la voluntad el hacer el bien, Dios todavía ayuda a realizarlo, de tal suerte que toda obra buena es de Dios al mismo tiempo que del hombre. Dios no abandona ni siquiera a los que rechazan su gracia: “Durante la vida presente, una Providencia incansable solicita continuamente a los pecadores a la conversión y a la penitencia” (Contra los Maniqueos, 75). Los designios de la Providencia son a veces desconcertantes; pero ¿cómo podría tener la chata razón humana la pretensión de juzgar a Dios? Y el Señor no nos ha revelado todo su plan, sino solamente lo que juzga que es útil hacernos conocer (De la Fe Ortodoxa, ll, 29; Contra los Maniqueos, 74-77).

 

El mal no es un ser particular, ni la obra de un principio malo. No es sino una privación del bien, privación que proviene de la imperfección de las creaturas; y elmal moral mismo no es sino una defección de la voluntad libre (Contra los Maniqueos, 96; De la Fe Ortodoxa, lV, l9-2l). De ninguna manera es Dios responsible del mal, sino de manera negativa, el el sentido de que no lo impide, anque no lo prohibe.

 

En la humanidad, el mal físico se desprende del mal moral: es el pecadoel que ha merecido el castigo. Castigo que por otra parte no es sino parcial y momentáneo, debiendo servir para la salvación del pecador las pruebas y los sufrimientos de esta vida (De la Fe Ortodoxa, ll, 29; lV, l9; Contra los Maniqueos, 79-82).

 

Si Dios, por otra parte, permite el mal y crea seres capaces de pecar, se debe a que El mismo es capaz de sacar el bien del mal; y el pecador, en definitiva, sirve para hacer brillar la bondad divina en la misericordia.

¿El temor del mal posible tendría que impedir al Creador el producir el bien manifiesto que es la existencia de una creatura racional y libre? (Contra los Maniqueos, 32-34, 69).

 

En previsión de los méritos o de la culpabilidad de cada quien ----dice todavía el Damasceno---- Dios pronuncia su decreto de predestinación que designa respectivamente a los elegidos y a los réprobos. La bondad de Dios no falla; porque a la vez procura a los justos los medios de hacer el bien y no abandona a los malos sino después de haber hecho lo necesario para tocarlos, y cuando ellos mismos se muestran obstinadamenteirreductibles (Contra los Maniqueos, 74). “Así es que esforcémonos por hacer el bien y llegar ser buenos, a fin de que seamos del número de los que han sido conocidos de antemano como buenos y predestinados a la vida eterna” (De la Fe Ortodoxa, lV, l9, 79).

 

“Debemos saber que la virtud es dada por Dios a la naturaleza humana y que El mismo es el principio y la causa de todo bien. Sin su ayuda nos es imposible querer o hacer el bien. Pero de nosotros depende tanto el permanecer en la virtud y seguir a Dios que a esto nos solicita, el alejarnos de la virtud y seguir al diablo que nos provoca, sin hacernos sin embargo violencia” (De la Fe Ortodoxa, ll, 30; De las dos voluntades, l9).

 

“Dios da a la ley de nuestro espíritu la fuerza para luchar contra la ley de nuestros miembros. Esa fuerza la obtenemos por la oración pero es todavía el Espíritu Santo el que nos enseña a orar. Sin la paciencia de la oración, que en nosotros son obras de la Gracia, nos es imposible cumplir los Mandamientos del Señor” (De la Fe Ortodoxa, lV, 22). Tanto es así que en nuestra parte en la obra buena no impide que haya que referirla toda entera a Dios (De los ocho espíritus de perversión).

 

Si la Fe sin la obras es una fe muerta, las obras sin la Fe son también obras muertas (Elogio de San Juan Crisóstomo, 5; Comentario sobre la epístola a los Filipenses, lV, 8; Homilía sobre la Higuera que fue secada, 6).

 

San Juan Damasceno es sobre todo el teólogo de la Encarnación.

El motivo profundo de la venida del Verbo de Dios al mundo no es sino la restauración de la naturaleza humana degradada por el pecado. Motivo y medio sublimes que han hecho brillar a la vez el poder, la sabiduría, la justicia y la bondad del creador (De la Fe Ortodoxa, lll, l-2; lV, 4).

 

¿Por qué, las Tres Personas de la Santísima Trinidad, es el Hijo el que se encarnó y no el Padre o el Espíritu Santo? Porque es a El a quien corresponde la propiedad hipostática de filiación. Convenía que quien era Hijo del Padre Celestial fuese igualmente hijo de la Virgen (De la Santísima Trinidad, l).

 

A fin de establecer los dogmas de la Trinidad y de la Encarnación, el Santo Doctor comienza por precisar los conceptos de naturaleza y de persona que permiten justificar las destinciones misteriosas enseñadas por la Revelación en la noción del verdadero Dios y en la del Verbo encarnado. Gozándose en las sutilezas metafísicas, no teme llamar “unión hipostática” a la unión en el hombre de dos elementos diferentes, el alma espiritual y el cuerpo material, de los que ninguno por sí solo puede pretender constituir la naturaleza humana, pero que subsisten en una única persona o hipóstasis. Luego traspone esta noción a la Unión hipostática propiamente dicha en la que la Unica Persona del Verbo divino hace subsistir a Cristo. Y subraya entonces los caracteres esenciales de la unión hipostática: l) unidad de la hipóstasis; 2) persistencia de las dos naturalezas unidas, conservando cada una sus propiedades sin cambio ni confusión; 3) indestructibilidad de tal unión, gracias a la unidad de la Persona (Dialéctica, l6; De la Fe Ortodoxa, lll, 3).

 

“Al consentirlo la Virgen, el Espíritu Santo descendió sobre Ella para purificarla, hacerla capaz de recibir al Verbo y de ser su Madre. La Virtud y la Sabiduría subsistente del Altísimo, esto es, el Hijo de Dios consubstancial al Padre, la cubrió con la sombra, y de su substancia purísima se formó una carne animada por una alma racional, y esto por vía de creación inmediata, y por la operación del Espíritu Santo. La forma del cuerpo así creada no se constituyó por crecimientos progresivos: sino que ese cuerpo adquirió de golpe su configuración perfecta. El Verbo de Dios mismo sirvió de hipóstasis a la carne; porque esta no es una carne previamente subsistente que al Verbo se haya unido; sino que en el momento en que la carne fue creada y animada por un alma racional, fue la carne del Verbo de Dios. Por lo cual tenemos, no un hombre deificado, sino un Dios encarnado. El que ya era por naturaleza Dios perfecto vino a ser igualmente por naturaleza hombre perfecto. No sufrió El cambio en su naturaleza; tampoco se presentó como un fantasma humano; sino que a la carne que tomó de la Virgen se le unió según la hipóstasis, sin confusión ni separación. Tampoco se hizo una nueva naturaleza compuesta de las dos anteriores, la divina y la humana” (De la Fe Ortodoxa, lll, 2; l2; Contra los Jacobitas, 79-85; Contra los Nestorianos, 43).

 

La unión hipostática es por sí misma indestructible; no ha sido interrumpida ni durante la muerte de Cristo (Homilía para el sábado santo, 20).

A los herejes que le preguntaban si en definitiva es creada o increada la Persona de Cristo el Damasceno les resume la cuestión de esta manera: “La única hipóstasis del Verbo es increada, en razón de su divinidad, y creada en razón de su humanidad; porque debemos evitar dos escollos: o dividir la única Persona de Cristo o negar la distinción de sus dos naturalezas” (De la Fe Ortodoxa, lV, 5).

 

Puesto que Cristo es verdaderamente Dios, la virgen María, su Madre, es verdaderamente Madre de Dios, porque la generación se refiere a la persona y no a la naturaleza; la hipóstasis es lo engendrado (De la Fe Ortodoxa, lll, l2; lV, 7).

 

Puesto que la unión hipostática respeta la integridad de las dos naturalezas unidas, cada una de ellas conserva por lo tanto intactas sus propiedades, facultades y operaciones.apoyándose en la misma distinción entre Persona y naturaleza, combate el Demasceno a los “monotelitas”, partidarios de una sola voluntad en Cristo. La energía, dice él, se desprende de la naturaleza; por razón de su naturaleza es por lo que cada ser está dotado de energía que conviene a la naturaleza humana. Puesto que Cristo posee una naturaleza humana completa, obra en virtud de la voluntad humana, aunque ésta concuerde con la energía propia de la naturaleza divina, voluntad libre igualmente, en la única Persona del Verbo (De las dos Voluntades 26-27).----“Cristo no realizaba las acciones humanas de una manera solamente humana, porque no era un puro hombre. Igualmente no se entregaba a operaciones divinas como Dios tan solo, porque no era solamente Dios. . . La divinidad hacía milagros, pero la humanidad era su instrumento. La humanidad sufría, pero laa divinidad hacía redentores esos sufrimientos. Esta era la operación “teándrica” de que había hablado San Dionisio (De las voluntades, 42, 43).

 

También en razón de la unión hipostática la ciencia humana de Cristo fue entera desde el primer instante de su conceoción, esclareciendo la luz del Verbo la inteligencia humana acerca de todo lo que ésta debía conocer. Lo que se llama progreso, dado el caso, no concierne sino a la manifestación de un saber adquirido desde siempre (De la Fe Ortodoxa, ll, 28; lll, l4, 2l-22). Aún más, el almachumana de Cristo gozaba permanentemente de la visión beatífica (Homilía sobre la transfiguración, l2; De la Fe Ortodoxa, lV, l8).

 

Aunque tomó la naturaleza humana “excepto el pecado”, Cristo conoció sin embargo las debilidades y sufrimientos que son la consecuencia del pecado: fatiga, hambre y sed, mordeduras de los elementos, etc. . .; y luego las pasiones del alma: angustia, temor, tristeza (De la Fe Ortodoxa, lll, 20-28). Como no tenía pecado, exento de la deuda común, Cristo pudo hacerse nuestro Redentor: “Hemos sido liberados el día en que el Hijo de Dios, verdadero Dios, sufrió en la carne que había tomado y pagó por nosotros un rescate adecuado y admirable, su propia sangre, que aplacó al Padre”. Al atacar al inocente, el demonio y la muerte perdieron sus derechos sobre los culpables (De la Fe Ortodoxa, lll, l8, 27; Himilía para el Sábado santo, 25, 36).

 

La Virgen María es presentada por San Juan Damasceno como el “adversario de la rebelión original”, “el ornamento de la especie humana” y “la gloria de toda la creación” (Homilía sobre la Natividad, 7, 8; Sobre la Dormición, 2). Ella fue inmaculada en su concepción, y conservó intacta su virginidad al convertirse en Madre de Cristo y Madre de Dios (De la Fe Ortodoxa, lV, l4). Asociada a la obra redentora de su Divino Hijo, lo siguió hasta el Calvario, donde su corazón fue tranpasado por la espada. Luego, después de haberle sobrevivido pocos años, pasó ella por la muerte y por la tumba a fin de parecérsele también en esto; pero, como El, no conoció Ella la corrupción. Resucitada al tercer día después de su dormición, fue elevada al cielo, donde está sentada al lado de Cristo, por encima de los ángeles, y prosigue supapel de corredentora por su meditación universal de toda gracia (Homilía ll, sobre la Dormición, 4-8-l2).

 

Ardiente defensor del culto de los Santos, de sus reliquias y de sus imágenes, San Juan Damasceno funda esta veneración y la limita a la vez, explicando que lo que honramos en los Santos son en suma los dones de Dios que han hecho de ellos los hijos del Padre celestial, los amigos y los hermanos de Cristo, los templos del Espíritu Santo. Muy lejos consiguientemente, de usurparle algo a Dios, este culto le rinde un nuevo homenaje a su poder y a su bondad (De las Imágenes, lll, l0, 33; De la Fe Ortodoxa, lV, l5). Evidentemente, el querer representar a Dios, puro Espíritu, invisible e incircunscrito, sería “el colmo de la demencia y de la impiedad”. Pero aunque la Ley proscribe los ídolos, o falsos dioses, autoriza otras representaciones, las de los ángeles por ejemplo. Por lo demás, en la Ley Nueva, el Verbo de Dios, tomando una naturaleza humana, ¿no nos autoriza implícitamente a hacer de ella representaciones visibles? Si los iconoclastas tenían razón, ¿quería decir por lo tanto que la Iglesia se había equivocado hasta entonces?. . . ¿Cómo no comprenden que el culto no se dirige a la imagen misma como objeto material, sino a la persona representada, y que la imagen permite solamente evocar de manera más sensible?

 

El culto de adoración se le reserva a Dios, Creador y Dueño supremo de todas las cosas; pero las creaturas merecen respeto y veneración en la proporción misma en que están próximas a El (Del Culto de los Santos), o bien en la medida en que contribuyen ellas a acercarnos a El (de aquí el culto de las imágenes y de los símbolos) (De las Imágenes, l, 2l; lll, 27-40).

 

La doctrina sacramental de San Juan Damasceno se limita casi exclusivamente al Bautismo y a la Eucaristía.

Figurando por las purificaciones de la Antigua Ley, en particular por la Circuncisión, el bautismo de la Nueva Ley nos hace efectivamente hijos de Dios. Por estar el hombre compuesto de cuerpo y alma necesita una doble purificación, operada por el agua y por el Espíritu Santo. La invocación de las Tres Divinas Personas, “la epiclesis”, es indispensable, porque es la Trinidad quien da y conserva al hombre su ser sobrenatural. La triple inmersión representa los tres días de la muerte de Cristo. Requiere muy sincero arrepentimiento de los pecados; y la Gracia que confiere es proporcionada a las disposiciones del sujeto. Pero su eficacia es independiente de la dignidad del ministro (De la Fe Ortodoxa, lV, 9-l0). El “carácter” impreso por el Bautismo al mismo tiempo que por la Confirmación que parece serle inseparable, está muy claramente indicado: “Estamos unidos a Cristo por la Fe, por la obediencia y por la marca que se agrega a la Fe y que es una asimilación a Cristocon una participación en el Espíritu Santo” (Id. Vl, 30).

 

La Eucaristía es el don supremo del amor divino, y el alimento apropiado de los hijos de Dios. No hay la menor duda de que contiene el Cuerpo de Cristo, el mismo que nació de la Virgen. La transubstanciación, cambio total del pan y del vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo, es lo que asegura esa presencia desde el momento en que el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración: “la carne de Dios viene del trigo; su sangre viene del vino en virtud del cambio operado por las epiclesis” (Homilía sobre el Sábado santo, 35).

 

La Eucaristía es también un sacrificio, “la hostia pura e incruenta ofrecida en todo lugar el Señor”, anunciada por el Profeta Malaquías. Se llama “participación” porque gracias a ella participamos en la divinidad; o “comunión”, porque nos pone efectivamente en comunión con Jesucristo y con nuestros hermanos que constituyen el Cuerpo Místico de Cristo (De la Fe Ortodoxa, lV, l8).

 

Tratando de las postrimerías, San Juan Damasceno llama a la muerte induvidual “consumación universal y final”. Porque, en efecto, la muerte es seguida de inmediato por un juicio particular irrevocable que fija al alma para siempre en el estado en que está se encuentra en el momento en que sale el cuerpo. “El alma del Justo es inundada con la luz de la Santísima Trinidad en compañia de los santos ángeles, mientras que el alma del pecador desciende a las oscuras prisiones del infierno, para sufrir allí el castigo merecido, y esto por la eternidad” (De la Fe Ortodoxa, ll, 2-4; Homilía, l, sobre la Dormición, ll-l2; Contra los Maniqueos; 37; Panegírico de Sta. Barba, l8).

 

El fuego del infierno y el gusano roedor que se deben entender en un sentido metafórico, cuando se trata de los tormentos de los demonios y de las almas separadas, designan sin embargo torturas corporales después de la resurrección y del juicio final (Contra los Maniqueos, 36-75; De la Fe Ortodoxa, lV, 27).

 

La recomendación de orar por los muertos y la composición de himnos que imploren por ellos el reposo eterno son reconocimientos harto explícitos de la existencia del purgatorio (De las Herejías 75; de los Ayunos sagrados, 4).

La Resurrección, “segunda erección de lo que estaba caído”, o reconstitución de los hombres tocados por la muerte, no es imposible para la omnipotencia de Dios; conviene para el triunfo de su Providencia y de su Justicia; está expresamente anunciada por la Escritura, en particular por l, Cor. 15.
 


 

El último Padre de la Iglesia en Oriente nació en Damasco entre 
los años 650 y 674, en el seno de una familia acomodada. Su 
padre ocupaba un cargo importante en la Corte y él llegó a formar 
también parte de la administración del califato, en calidad de 
Logoteta o jefe de la población cristiana, que ya estaba bajo el 
dominio de los Califas. Hacia el año 726 dejó este puesto y se 
retiró al monasterio de San Subas, cerca de Jerusalén. 

Ordenado sacerdote, llevó a cabo una actividad literaria 
considerable, contestando a las preguntas de muchos obispos y 
predicando con frecuencia en Jerusalén. Hombre de vasta cultura, 
su apasionado amor por Jesucristo y su tierna devoción a Santa 
María le colocan entre los hombres ilustres de la Iglesia, tanto por 
su virtud corno por su ciencia. Desde el punto de vista teológico, 
su importancia radica en que supo reunir y exponer lo esencial de 
la tradición patrística, sin carecer de fuerza creadora propia. Su 
actividad literaria ha dejado obras dogmáticas, polémicas, 
exegéticas, ascético-morales, homiléticas y poéticas. Su nombre 
está indisolublemente ligado a la defensa de la ortodoxia cristiana 
contra la herejía iconoclasta, que rechazaba el culto a las 
magenes. 

San Juan Damasceno transmitió a la Edad Media una admirable 
síntesis de las riquezas doctrinales de la Patrística griega. Es, con 
San Juan Crisóstomo, el Padre oriental más citado por los autores 
escolásticos, que lo consideraban una autoridad. Poco tiempo 
después de su muerte, ocurrida alrededor del año 750, ya estaba 
muy difundida su fama de santidad. Recibió del II Concilio de Nicea 
(año 787) los más cálidos elogios por su santidad y ortodoxia. El 
19 de agosto de 1890 fue proclamado Doctor de la Iglesia por 
León XlIl. 

LOARTE

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SAN JUAN DAMASCENO, el último teólogo de fama universal de la Iglesia griega. Había nacido en Damasco hacia el 675 y, como su padre, fue el juez civil de la comunidad cristiana que vivía ahora bajo el dominio musulmán; luego fue monje cerca de Jerusalén y después sacerdote. En la lucha sobre el culto de las imágenes fue perseguido por los iconoclastas; murió hacia el 750.

Según propia confesión, no quería decir nada nuevo, sino sólo reunir y presentar armónicamente cosas escritas ya anteriormente por otros, y así lo hizo, dejando sin embargo la impronta de su personalidad en la selección y la articulación de las ideas que presenta.

Su obra más conocida es la Fuente del conocimiento, dividida en tres partes: la Dialéctica, que es una introducción filosófica, basada en la filosofía tomada de los Padres y en la de Aristóteles; la Historia de las herejías, basada en otras anteriores; y Sobre la fe ortodoxa, que es un resumen de la enseñanza de los Padres griegos sobre los capítulos principales de la fe, y es al mismo tiempo la obra que le ha dado más fama. Esta tercera parte fue también muy conocida y estudiada en Occidente por los escolásticos.

Junto a esta obra tiene algunos tratados breves en favor del culto a las imágenes, al que dio su fundamentación teológica; un Comentario a las cartas de San Pablo, basado también en obras anteriores; cantos eclesiásticos, por los que goza de especial fama en la Iglesia griega; y, finalmente, la Vida de Barlaam y Joasaf, una novela con fines didácticos y basada en leyendas de Buda, de mucha popularidad en el medievo, y que parece ahora que hay que atribuírsela a él.

MOLINÉ