SAN FULGENCIO DE RUSPE


San Fulgencio de Ruspe nació en Telepte, Numidia (norte de 
África) en el año 468. Terminados sus estudios fue elegido 
procurador de la cludad, pero renunció pronto al cargo, porque la 
lectura de una página de San Agustín le decidió a abrazar la vida 
monástica. 

La furia de los arrianos le obligó a dejar el monasterio que había 
fundado y gobernado con ejemplar solicitud, y partió hacia Sicilia 
con intención de buscar la soledad en Egipto. Mas cuando el 
Obispo de Siracusa le puso al corriente de los daños que causaba 
el monofisismo por medio de los monjes egipcios, regresó a su 
patria, tras una visita a Roma. Allí fundó un nuevo monasterio, del 
que fue abad. Y ordenado sacerdote en el año 508, ocupó la sede 
episcopal de Raspe, una pequeña ciudad marítima. 

Exiliado con otros sesenta obispos por los invasores vándalos, 
se refugió en Cerdeña, donde vino a ser el alma y el modelo de 
aquel grupo de fugitivos. El rey vándalo lo llamó a Cartago para 
participar en unas discusiones teológicas, pero su celo y su 
sabiduría alarmaron a los arrianos, que obtuvieron sin dificultad su 
nueva deportación a Cerdeña. 

Restaurada la paz en África con el advenimiento del rey 
Hilderico, los obispos pudieron regresar a sus diócesis en el 523. A 
Fulgencio le quedaban aún diez años de fructuosa labor al frente 
de su grey, hasta que el 1 de enero del 533 lo llamó el Señor. 

Escribió numerosas obras, sobre los misterios de la Santísima 
Trinidad y de la Encarnación, sobre la gracia y la predestinación, 
defendiendo la doctrina católica contra los errores, siguiendo a 
San Agustín. Su obra Sobre la fe, a Pedro (o Regla de la 
verdadera fe), resume magistralmente toda la teología cristiana. 

LOARTE

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SAN FULGENCIO DE RUSPE, que murió en el 533, había nacido en Telepte, Numidia, donde fue recaudador de impuestos, y había recibido una buena educación; luego fue monje, hacia el 507 obispo de Ruspe, también en Numidia, y después tuvo que marchar desterrado a Cerdeña con otros muchos obispos católicos del reino vándalo. Fue un buen teólogo, quizá el mejor de su tiempo. La mayoría de sus obras son polémicas contra el arrianismo, y varias de ellas se dirigen al rey vándalo Trasamundo; algunas otras están escritas contra el semipelagianismo, y desde el mismo punto de vista que San Agustín; de sus 18 cartas, algunas tienen la amplitud de tratados; tenemos también algunos sermones suyos.

TEXTOS


El sacrificio de Cristo
(Sobre la fe, a Pedro, 22-23, 61-63)

En los sacrificios de las victimas carnales, que la Santa Trinidad 
el Dios único del Nuevo y del Antiguo Testamento—mandó ofrecer 
a nuestros padres, se figuraba el gratísimo don de aquel sacrificio 
en el que el Hijo de Dios, según la carne, iba a ofrecerse 
misericordiosamente por nosotros. Según la doctrina apostólica, Él 
se ofrecia a si mismo por nosotros en olor de suavidad, como 
oblación y hostia a Dios (Ef 5, 2). Él, verdadero Dios y Pontífice 
verdadero, prefigurado en el Sumo Sacerdote que todos los años 
entraba en el sancta sanctorum con la sangre de los sacrificios, 
entró de una vez para siempre en el santuario, en favor nuestro, 
no por la sangre de toros y de machos cabríos, sino por su propia 
sangre, 

Este Pontífice mostró en sí mismo todo lo que conocía ser 
necesario para obtener el pleno efecto de nuestra redención, a 
saber: el mismo sacerdote y sacrificio, el mismo Dios y templo. En 
efecto, Él es el sacerdote por quien hemos sido reconciliados; el 
sacrificio que nos ha reconciliado; el templo en el que hemos sido 
reconciliados; el Dios con quien nos hemos reconciliado (...). 

Así pues, hemos sido reconciliados sólo por el Hijo según la 
carne, pero no sólo con el Hijo según la divinidad, ya que la 
Trinidad nos reconcilió consigo por medio del Verbo, el único que 
la misma Trinidad quiso que se hiciera carne. De tal modo 
permanece en Él la verdad inmutable en la naturaleza humana y 
divina; y así como verdadera es siempre su divinidad, 
inmutablemente recibida del Padre, así es siempre verdadera e 
inmutable su humanidad, que la suma divinidad lleva unida a sí 
(...). 

Cree firmemente y de ningún modo dudes que el mismo 
Unigénito Dios Verbo se hizo carne para ofrecerse a Dios por 
nosotros como sacrificio y víctima en olor de suavidad. A Él, junto 
al Padre y al Espíritu Santo, en los tiempos del Antiguo 
Testamento, los profetas, patriarcas y sacerdotes ofrecían el 
sacrificio de animales; y a Él ahora, en el tiempo del Nuevo 
Testamento—con el Padre y el Espíritu Santo, con los que es una 
sola divinidad—, la Santa Iglesia Católica no cesa de ofrecer en la 
fe y en la caridad, por todo el orbe terráqueo, el sacrificio del pan y 
del vino, 

En aquellas víctimas carnales estaba significada la carne de 
Cristo, que Él mismo, no teniendo pecado, ofreció por nuestros 
pecados, y la sangre que sería derramada en remisión de 
nuestras culpas. En cambio, en este sacrificio está la acción de 
gracias y la conmemoración de la carne de Cristo, que ofreció por 
nosotros, y de la sangre que el mismo Dios derramó por nosotros. 
Sobre esto, en los Hechos de los Apóstoles se recogen estas 
palabras de San Pablo: atended vosotros y toda la grey, sobre la 
cual el Espíritu Santo os puso como obispos para gobernar la 
Iglesia de Dios que adquirió con su sangre (Hech 20, 28). 

En aquellos sacrificios se significaba en figura lo que nos debía 
ser entregado; en este sacrificio se muestra con evidencia lo que 
ya se nos ha entregado. En aquellos sacrificios se preanunciaba 
que el Hijo de Dios sería sacrificado en favor de los impíos; en éste 
se le muestra ya sacrificado por los pecadores, como testifica el 
Apóstol cuando dice: Cristo, estando todavía nosotros enfermos, al 
tiempo señalado murió por los impíos (Rm 5, 6), y cuando éramos 
enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo 
(Rm S, 10). 

Cree firmemente y de ningún modo dudes que el Verbo hecho 
carne conserva siempre aquella verdadera carne humana en la 
que nació de la Virgen, en la que fue crucificado, en la que murió y 
resucitó, en la que subió a los cielos y está sentado a la diestra de 
Dios, en la que también ha de venir para juzgar a los vivos y a los 
muertos. Por lo que los Apóstoles oyeron a los ángeles: vendrá de 
la misma suerte que le acabéis de ver subir al cielo (Hech 1, 11). Y 
San Juan dice: he aquí que vendrá sobre las nubes, y le verán 
todos los ojos, y los mismos que le traspasaron; y le verán todos 
los pueblos de la tierra (Ap 1, 7).

Sermones

La caridad:

Ayer celebrábamos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el martirio triunfal de su soldado.

Ayer nuestro Rey, con la vestidura de gala de nuestra carne, salió del palacio del seno virginal y se dignó visitar el mundo; hoy su soldado, abandonando la tienda de su cuerpo, ha entrado triunfante en el cielo.

Nuestro Rey, a pesar de su condición altísima, por nosotros viene humilde, mas no con las manos vacías: él trae para sus soldados una dádiva espléndida, ya que no sólo les otorga copiosas riquezas, sino que les da también una fortaleza invencible en el combate. En efecto, trae consigo el don de la caridad, que eleva a los hombres hasta la participación de la naturaleza divina.

Y, al repartir estos dones, en nada queda él empobrecido, sino que de un modo admirable enriquece la pobreza de sus fieles sin mengua de sus tesoros inagotables.

La misma caridad que hizo bajar a Cristo del cielo a la tierra ha hecho subir a Esteban de la tierra al cielo. La misma caridad que había precedido en la persona del Rey resplandeció después en su soldado.

Esteban, para merecer la corona que significaba su nombre, tuvo por arma la caridad, y ella le dio siempre la victoria. Por amor a Dios no cedió ante la furia de los judíos, por amor al prójimo intercedió por los que lo apedreaban. Por esta caridad refutaba a los que estaban equivocados, para que se enmendasen de su error; por ello oraba por los que lo apedreaban, para que no fuesen castigados.

Apoyado en la fuerza de esta caridad, venció la furia y crueldad de Saulo y, habiéndolo tenido por perseguidor en la tierra, logró tenerlo por compañero en el cielo. Movido por esta santa e inquebrantable caridad, deseaba conquistar con su oración a los que no había podido convertir con sus palabras.

Y ahora ?ablo se alegra con Esteban, goza con él de la gloria de Cristo, con él desborda de alegría, con él reina. Allí donde entró primero Esteban, aplastado por las piedras de Pablo, entró luego Pablo, ayudado por las oraciones de Esteban.

Ésta es, hermanos míos, la verdadera vida, donde Pablo no es avergonzado por la muerte de Esteban, donde Esteban se congratula de la compañía de Pablo, porque en ambos es la caridad la fuente de su alegría. La caridad de Esteban, en efecto, superó la furia de los judíos, la caridad de Pablo cubrió la multitud de los pecados, la caridad de ambos les hizo merecer juntamente la posesión del reino de los cielos.

La caridad, por tanto, es la fuente y el origen de todo bien, la mejor defensa, el camino que lleva al cielo. El que camina en la caridad no puede errar ni temer, porque ella es guía, protección, camino seguro.

Por esto, hermanos, ya que Cristo ha colocado la escalera de la caridad, por la que todo cristiano puede subir al cielo, aferraos a esta pura caridad, practicadla unos con otros y subid por ella cada vez más arriba.

(3, 1-3. 5-6; Liturgia de las Horas)